28
Más tarde, llegaron los caballeros de la Prensa. Dos caballeros y una dama, para ser precisos: John Underhill, del Times, Stan Washington, del Globe-Net Cable News y Margaret Anne Crawford, de la agencia Reuter.
La señorita Fellowes sostuvo a Timmie entre sus brazos en el perímetro de la Estasis, y el niño se aferró a ella con todas sus fuerzas, mientras los intrusos disparaban sus cámaras y gritaban preguntas por la puerta abierta. La señorita Fellowes colaboró lo máximo posible, y movió a Timmie de un lado a otro para que pudieran ver su cabeza y su cara desde varios ángulos.
—¿Chico o chica? —preguntó la mujer de la Reuter.
—Chico —respondió con brusquedad la señorita Fellowes.
—Parece casi humano —señaló Underhill, del Times.
—Es humano.
—Nos han dicho que era un neandertal, y ahora usted nos dice que es humano…
—Les aseguro —dijo de pronto la voz de Hoskins, detrás de ella— que no se ha cometido el menor fraude. El niño es un auténtico homo sapiens neanderthalensis.
—Y homo sapiens neanderthalensis —añadió con voz crispada la señorita Fellowes— es una forma de homo sapiens. Este niño es tan humano como usted o yo.
—Con cara de mono, pese a todo —dijo Washington, del Globe-Net Cable News—. Un niño-mono, eso es. ¿Se comporta como un mono, enfermera?
—Se comporta exactamente como un niño —contestó ella adoptando cada vez más una postura defensiva beligerante. Timmie se apretó contra su hombro. Emitió suaves chasquidos de miedo—. No es un niño-mono en ningún sentido. Sus rasgos faciales son los propios de la rama neandertal de la raza humana. Su comportamiento es el de un niño humano completamente normal. Es inteligente y sensible, excepto cuando una pandilla de extraños vocingleros le aterroriza. Se llama… Timothy…, Timmie, y es un error considerarle un…
—¿Timothy? —dijo el hombre del Times—. ¿Por qué se le llama así?
La señorita Fellowes enrojeció.
—Ninguno en particular. Es su nombre, nada más.
—¿Lo llevaba cosido a la manga cuando llegó? —preguntó el de Globe-Net Cable News.
—Yo le di el nombre.
—Timmie, el chico-mono.
Los tres periodistas rieron. La cólera de la señorita Fellowes aumentó hasta el punto que temió no poder dominarse.
—Déjelo en el suelo, por favor —pidió la mujer de Reuter—. Veremos cómo anda.
—Está demasiado asustado para eso —contestó la señorita Fellowes, preguntándose si esperaban que Timmie anduviese arrastrando los nudillos por el suelo—. Demasiado asustado. ¿Es que no se dan cuenta? ¿Es que no salta a la vista?
La respiración de Timmie se había ido transformando en suspiros cada vez más profundos, como preparándose para un estallido de sollozos. De pronto, empezó a emitir chillidos estremecedores, mezclados con una cascada de gruñidos y chasquidos. Notó que su cuerpo temblaba. Las risas, las luces, las preguntas incesantes… El niño estaba completamente aterrorizado.
—Señorita Fellowes… Señorita Fellowes…
—¡Basta de preguntas! —exclamó—. La conferencia de Prensa ha terminado.
Giró en redondo, sin dejar de sujetar a Timmie, y se encaminó a la habitación interior. Pasó junto a Hoskins, cuyo rostro delataba consternación, pero que le dedicó un breve y tenso saludo con la cabeza, acompañado de una leve sonrisa de aprobación.
Tardó un par de minutos en calmar al niño. Poco a poco, la tensión abandonó su cuerpo tembloroso; poco a poco, el miedo desapareció de su cara.
«¡Una conferencia de Prensa! —pensó con amargura la señorita Fellowes—. Con un niño de cuatro años. ¡Pobre crío! ¿Qué le harán ahora?».
Al cabo de un rato salió de la habitación, roja de indignación, y cerró la puerta a su espalda. Los tres periodistas no se habían ido, permanecían apretujados en el borde exterior de la burbuja. Atravesó la frontera de la Estasis y les plantó cara.
—¿No han tenido suficiente? Tardaré toda la tarde en reparar los daños que han causado a la estabilidad mental del chico. ¿Por qué no se largan?
—Queremos hacerle unas preguntas más, señorita Fellowes. Si no le importa.
Miró a Hoskins en demanda de ayuda. El hombre se encogió de hombros y le dirigió una débil sonrisa, como aconsejándole paciencia.
—Quisiéramos saber algo sobre sus antecedentes, señorita Fellowes… —empezó la mujer de Reuter.
—Si lo desea, señora Crawford —se apresuró a intervenir Hoskins—, le proporcionaremos una copia del currículum profesional de la señorita Fellowes.
—Sí, por favor.
—¿Es una científica experta en viajes por el tiempo?
—La señorita Fellowes es una enfermera de sólida experiencia —dijo Hoskins—. Fue contratada por Tecnologías Estasis S. L. con el propósito concreto de cuidar a Timmie.
—¿Qué esperan conseguir de… Timmie, ahora que ya lo tienen? —preguntó el hombre del Times.
—Bien —respondió Hoskins—, desde mi punto de vista, el propósito fundamental del proyecto neandertal era averiguar si podíamos dirigir nuestra sonda a la época Paleolítica, relativamente cercana, con la suficiente precisión para traer un organismo vivo. Nuestros éxitos anteriores, como ya saben, se habían centrado en una zona alejada millones de años, en lugar de unos simples cuarenta mil. Lo hemos logrado, y continuaremos trabajando para mejorar nuestro proceso, con el objetivo de acceder a una zona de tiempo más próxima. Ahora, ya tenemos entre nosotros a un niño neandertal vivo, un ser casi humano o que, mejor dicho, puede considerarse humano. Los antropólogos y fisiólogos están muy interesados en él, por supuesto, y será sometido a un intenso estudio.
—¿Cuánto tiempo le retendrán?
—Hasta que necesitemos el espacio que ocupa él. Bastante tiempo, tal vez.
—¿Pueden sacarle al exterior —preguntó el hombre de Globe-Net Cable—, para que efectuemos una transmisión subetérea a nuestros espectadores?
La señorita Fellowes carraspeó ruidosamente.
Hoskins se le adelantó.
—Lo siento, pero el niño no puede salir de la Estasis.
—¿Qué es exactamente la Estasis? —preguntó la señora Crawford.
—Ah. —Hoskins se permitió una de sus breves sonrisas—. Esto exigiría gran cantidad de explicaciones, más de las que sus lectores podrían aguantar. Le haré un breve resumen. En Estasis, el tiempo tal como lo conocemos no existe. Estas habitaciones se encuentran en el interior de una burbuja invisible que no forma parte de nuestro universo. Un entorno inviolable y autónomo, podríamos decir. Por eso pudimos sacar al niño del tiempo.
—Un momento —intervino Underhill, del Times—. ¿Autónomo? ¿Inviolable? La enfermera entra y sale de la habitación.
—Cualquiera de ustedes también podría hacerlo —replicó Hoskins. Se moverían en paralelo a las líneas de fuerza temporal, sin que ello implicara grandes ganancias o pérdidas de energía. Sin embargo, el niño fue arrebatado de un pasado lejano. Atravesó las líneas temporales y ganó potencial temporal. Introducirlo en el universo, nuestro universo, y en nuestro tiempo absorbió la energía suficiente para quemar todas nuestras líneas eléctricas y dejar a oscuras toda la ciudad. Cuando llegó, trajo consigo toda clase de basura: tierra, ramitas, guijarros, etcétera, y tenemos almacenado en esta zona hasta el último grano de tierra. Cuando podamos, lo devolveremos a su tiempo de procedencia, pero no nos atrevemos a sacarlo de la zona de Estasis.
Los periodistas tomaban notas mientras Hoskins hablaba. La señorita Fellowes sospechó que no entendían casi nada, y que estaban seguros de que su público tampoco, pero sonaba científico y eso era lo que contaba.
—¿Podría concedernos una entrevista esta noche, doctor Hoskins? —preguntó el hombre de Globe-Net.
—Creo que podremos arreglarlo —respondió Hoskins.
—Sin el niño —dijo la señorita Fellowes.
—Sin el niño —aceptó Hoskins—, pero me complacerá mucho contestar a todas sus preguntas. Ahora, por favor, deben marcharse.
La señorita Fellowes contempló su marcha sin pesar.
Cerró la puerta, escuchó el ruido de las cerraduras electrónicas al ajustarse y permaneció inmóvil unos instantes, mientras reflexionaba sobre lo que acababa de oír. Una vez más, aquel discurso sobre el aumento de potencial temporal, de ondas de energía, del miedo a sacar de la Estasis algo arrebatado del tiempo. Recordó la agitación del doctor Hoskins cuando sorprendieron al profesor Adamewski intentando sustraer una muestra de roca perteneciente a su zona de investigación, y las explicaciones que le habían dado en aquel momento. La mayoría había resultado confusa, pero ahora que las recordaba, la señorita Fellowes comprendió algo con estremecedora claridad, y llegó a una conclusión en la que no se había detenido a pensar cuando la rechazó.
Timmie estaba condenado a no ver nada del mundo al que había sido arrojado, sin su comprensión o consentimiento. La burbuja constituiría su único universo, en tanto permaneciera en el tiempo actual.
Era un prisionero y siempre lo sería. No por culpa de un arbitrario capricho del doctor Hoskins, sino por culpa de las leyes inexorables del proceso que le había arrebatado de su tiempo. El problema no residía en que Hoskins le impidiera salir de la burbuja de Estasis, sino que no podía dejarle salir.
Recordó las palabras pronunciadas por Hoskins la noche que Timmie llegó.
«Ha de grabar en su mente que no podrá salir de estas habitaciones. Nunca. Ni por un instante. Por ningún motivo. Ni para salvar su vida. Ni siquiera para salvar la vida de usted, señorita Fellowes».
La señorita Fellowes no había prestado excesiva atención a las explicaciones superficiales de Hoskins. «Una cuestión de energía —había dicho—. Intervienen las leyes de conservación». Su mente estaba ocupada en cosas más urgentes. Ahora, todo estaba muy claro. Las escasas habitaciones de la casa de muñecas representaban las eternas fronteras del mundo de Timmie.
Pobre niño. Pobre niño.
De repente, fue consciente de que Timmie estaba llorando, y corrió hacia su habitación para consolarle.