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Por otra parte, estaban los sueños. Se repetían cada vez con mayor frecuencia, ahora que el mundo exterior iba adquiriendo realidad en su mente.
Siempre era el mismo sueño, por lo que la señorita Fellowes sabía. Siempre giraba en torno del exterior. Timmie intentaba describirlo a la señorita Fellowes. En sus sueños, siempre se encontraba fuera, en aquel lugar grande y vacío del que tan a menudo le hablaba. En los sueños más recientes, nunca estaba vacío. Había niños, y extraños objetos imprecisos, producto de las descripciones literarias digeridas a medias, o de nebulosos recuerdos neandertales.
Los niños no le hacían caso y los objetos le esquivaban cuando intentaba tocarlos. Aunque estaba en el mundo, no formaba parte de él. Vagaba por el gran lugar vacío de sus sueños en una soledad tan absoluta como la de su habitación. Y despertaba llorando en la mayor parte de las ocasiones.
La señorita Fellowes no siempre estaba para atenderlo cuando lloraba por la noche. Había tomado la costumbre de dormir tres o cuatro noches por semana en el apartamento que Hoskins le había ofrecido tiempo antes, situado en el recinto de la empresa. Le había parecido prudente empezar a romper la dependencia que tenía Timmie de su constante presencia. Las primeras noches lo intentó, pero se sintió tan culpable por abandonarle que apenas pudo dormir. Sin embargo, por la mañana Timmie no comentó nada de su ausencia. Quizás esperaba que un día, tarde o temprano, le dejaría solo. Al cabo de un tiempo, dormir fuera de la casa de muñecas le resultó más agradable. Comprendió que Timmie no era el único que debía cortar con una dependencia.
Tomaba minuciosas notas de sus sueños cada mañana, y trataba de considerarlas simplemente un material útil para el estudio psicológico de la mente de Timmie, que en última instancia sería el producto más útil del experimento. Sin embargo, algunas de las noches que dormía sola, ella también lloraba.