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Pidió todas las películas de mitos y fábulas que había en el catálogo. Formaron una montaña más alta que Timmie. Los días que Jerry no iba, se abismaba en ellas hora tras hora.

Era difícil saber hasta qué punto las entendía. Estaban plagadas de conceptos, imágenes y escenarios que carecerían de sentido para él, pero ¿hasta qué punto entendían esos relatos los niños de cinco o seis años? Ningún adulto podía penetrar en la mente de un niño para comprobarlo. Cuando era pequeña, la señorita Fellowes había adorado esos relatos sin entenderlos del todo, como todos los niños durante cientos, incluso miles de años. Aunque algunos detalles escaparan a su comprensión, aquellos niños los habían compensado mediante su imaginación. Lo mismo sucedía con Timmie, esperaba.

Después de sus primeros momentos de incertidumbre acerca de Gulliver, Simbad y Ulises, no hizo el menor intento de eliminar de su creciente videoteca cintas que pudieran agitar en su mente turbadores pensamientos acerca de su propia situación. Sabía que los niños se impresionaban con menos facilidad de lo que creían los adultos. Ni tan sólo una pesadilla ocasional causaba auténtico pánico. Ningún niño había muerto de miedo mientras escuchaba el cuento de Ricitos de Oro y los tres osos, aunque era un cuento terrorífico, en su sentido más literal. Ni los lobos babeantes, ni los hombres del saco, ni los terribles trolls de las fábulas infantiles habían dejado cicatrices duraderas. A los niños les encantaba escuchar esas narraciones.

¿Sería el hombre del saco (cejijunto, peludo y ceñudo) un vestigio de la memoria racial de la época en que los neandertales vagaban por Europa? La señorita Fellowes había leído una referencia a esa teoría en uno de los libros que le había prestado el doctor Mclntyre. ¿Se disgustaría Timmie si pensaba que era miembro de una tribu que había sobrevivido en el folclor popular como algo aterrador y detestable? No, no, nunca se le ocurriría. Sólo los adultos hipereducados se preocuparían por tales contingencias. A Timmie le fascinaría tanto el hombre del saco como a cualquier otro niño, y se escondería bajo las sábanas poseído por un delicioso terror, y vería formas en la oscuridad… y no existiría la menor posibilidad de que extrajera, a partir de aquellas historias terroríficas, conclusiones espantosas sobre su condición genética.

Las cintas no cesaban de llegar, y el niño las veía una tras otra, como si una presa hubiera reventado y todo el glorioso río de la imaginación humana se vertiera en el alma de Timmie. Teseo y el Minotauro, Perseo y la Medusa, el rey Midas, que convertía todo cuanto tocaba en oro, el Flautista de Hamelín, los trabajos de Hércules, Belerofonte y la Quimera, Alicia en el País de las Maravillas, Jack y las Habichuelas, Aladino y la lámpara maravillosa, el Pescador y el Genio, Gulliver en el país de los Liliputienses y los gigantes, las aventuras de Tor y Odín, la batalla entre Osiris y Set, la odisea de Ulises, el viaje del capitán Nemo… Timmie lo devoraba todo. ¿Se embarullaba todo en su mente? ¿Era capaz de distinguir un cuento de otro, recordar cualquiera de ellos una hora más tarde? La señorita Fellowes lo ignoraba, y no pretendía averiguarlo. De momento, su única preocupación era facilitarle la inmersión en ese torrente de relatos, llenar su mente de ellos, darle acceso al mundo mágico de los mitos, puesto que el mundo real, el de las casas, aviones, autopistas y personas, le estaba vedado.

Cuando él se cansó de mirar cintas, ella le leyó libros normales. Los relatos eran los mismos, pero el niño creaba en su mente las imágenes mientras ella leía las palabras.

Tenían que producir algún impacto. Más de una vez, le oyó contar a Jerry una versión deformada de alguna película (Simbad viajaba en submarino, los liliputienses capturaban a Hércules), y Jerry le escuchaba con solemnidad, y disfrutaba del relato tanto como Timmie disfrutaba contándolo.

La señorita Fellowes se encargó de grabar todo cuanto decía el niño. Era una prueba vital de su inteligencia. ¡Que quienes creían que los neandertales eran seres semihumanos brutales escucharan a Timmie contar la historia de Teseo en el laberinto! A pesar de que convirtiera al Minotauro en el héroe del relato.