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A las cinco en punto de la tarde del día 15 de aquel mes, sonó el teléfono de la señorita Fellowes. Era Phil Bryce, un ayudante de Hoskins.

—La cuenta atrás ha llegado a sus tres últimas horas, señorita Fellowes, y todo está dispuesto. Enviaremos un coche para recogerla a las siete en punto.

—Puedo acudir por mis propios medios, gracias.

—El doctor Hoskins ha ordenado que enviemos un coche para que la recoja. Estará en su casa a la siete.

La señorita Fellowes suspiró. Discutir no serviría de nada. «Que Hoskins gane pequeñas victorias —decidió—. Reserva tus municiones para las grandes batallas que sin duda se aproximan».