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Se convirtió en una rutina. Jerry volvió tres días después, y luego, cuatro días más tarde. La segunda visita duró tanto como la primera; la tercera se alargó dos horas, y así fue en lo sucesivo.

No se repitieron las miradas y empujones de la primera visita. Los dos niños se observaron con cierta hosquedad cuando Jerry (sin sus padres) atravesó la barrera de Estasis por segunda vez.

—Ha venido tu amigo Jerry otra vez, Timmie —se apresuró a decir la señorita Fellowes, y Timmie asintió con la cabeza, aceptando la presencia de Jerry, sin mostrarse hostil, como una faceta más de la vida en la burbuja, al igual que las visitas de los antropólogos o las pruebas a que le sometía el doctor Jacobs.

—Di «Hola», Timmie.

—Hola.

—¿Jerry?

—Hola, Timmie.

—Di «Hola, Jerry», ¿eh, Timmie?

Una pausa.

—Hola, Jerry.

—Hola, Timmie.

—Hola, Jerry.

—Hola, Timmie.

—Hola, Jerry.

No había forma de que pararan. Se había convertido en un juego. Se echaron a reír. La señorita Fellowes experimentó una grata sensación de alivio. Los niños capaces de hacer tonterías juntos no solían liarse a bofetadas en cuanto los mayores les daban la espalda. Los niños que se hacían reír mutuamente no se odiaban.

—Hola, Timmie.

—Hola, Jerry.

—Hola…

Y otra cosa. Por lo visto, a Jerry no le costaba nada entender lo que Timmie decía. Cierto que aquel «Hola, Jerry» no comportaba sonidos muy complicados, pero muchos visitantes adultos no habían entendido ni una sílaba de lo que decía Timmie. Jerry carecía de prejuicios adultos sobre pronunciación y articulación. La forma de hablar de Timmie no tenía misterios para él.

—¿Queréis jugar otra vez con los bloques? —preguntó la señorita Fellowes.

Asentimientos entusiastas. Los sacó de la otra habitación y los dejó caer en el suelo.

Los niños dividieron los bloques en dos partes más o menos iguales. Cada uno se puso a trabajar en su propio montón, pero esta vez no se refugiaron en extremos opuestos de la habitación. Trabajaron codo con codo, en silencio, sin prestar excesiva atención a lo que el otro hacía, pero sin preocuparse por la proximidad del compañero.

Bien. Bien.

Lo que no estaba tan bien era que la división de los bloques no era tan equitativa como la primera vez. Jerry se había apropiado de más de la mitad, casi de las dos terceras partes, en realidad. Volvió a agruparlos en forma de pirámide, llevando a cabo la construcción con mayor facilidad, ya que contaba con más elementos.

En cuanto a Timmie, intentaba construir algo en forma de X, pero no tenía suficientes bloques para conseguirlo. La señorita Fellowes vio que observaba con aire pensativo el montón de Jerry, y se dispuso a intervenir si surgía una disputa, pero Timmie no cogió ningún bloque de Jerry; se contentó con contemplarlos.

¿Una alentadora señal de autodominio? ¿La cortesía del niño bien educado hacia su invitado?

¿O había algo preocupante en la reticencia de Timmie a coger los bloques de Jerry? Porque Timmie no era un niño bien educado. La señorita Fellowes no se hacía ilusiones al respecto. Le había enseñado con toda su destreza y diligencia a ser cortés y deferente, pero sería absurdo creer que Timmie era un modelo de buena conducta. Procedía de una sociedad primitiva cuya forma de comportamiento era desconocida, y después de haber sido secuestrado de su tribu le habían obligado a vivir aislado en la burbuja de Estasis, lo cual le había impedido desarrollar muchos rasgos sociales que los niños normales de su edad ya habían adquirido. Y los niños normales de su edad no eran tan educados.

Si Timmie no cogía los bloques de Jerry (sus bloques, al fin y al cabo), tal vez no se debía a que fuera un niño muy bien educado, sino a que Jerry le intimidaba. Tenía miedo de coger los bloques, como lo tendría cualquier niño de su edad.

¿Había intimidado tanto a Timmie aquel empujón de la primera visita?

¿O había algo más, algo más profundo, más oscuro, algo perdido en la historia olvidada de los tiempos primitivos de la raza humana?