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El problema no residía en que Timmie tuviera un amigo, sino en que el amigo, a medida que iba pasando el tiempo, adquiría mayor confianza y agresividad. Jerry había superado por completo su timidez inicial y se había convertido en el miembro dominante de la pareja.
Para empezar, era más grande que Timmie, y daba la impresión de que cada día crecía un poco más. Aventajaba en estatura a Timmie en unos cuatro centímetros, y también era más corpulento que él. Y más rápido y fuerte, y al parecer —a la señorita Fellowes le costaba asumir esta faceta— más inteligente. Jerry parecía dominar los juguetes nuevos con mayor rapidez que Timmie, y descubría posibilidades interesantes. Y cuando les daba pinturas, lápices o plastilina, Jerry no tardaba en crear dibujos y formas, en tanto Timmie sólo lograba desastres. Por lo visto, Timmie carecía de aptitudes artísticas, incluso de la mínima destreza que cabría esperar de cualquier niño razonablemente inteligente de su edad.
Claro que Jerry va a la guardería cada día, reflexionaba la señorita Fellowes. Allí le han enseñado todo lo referente al empleo de lápices, pinturas y plastilina.
Pero Timmie también los había tenido, mucho antes de que apareciera Jerry. Nunca había conseguido dominar la técnica, pero la señorita Fellowes no se había preocupado por ello. No había comparado a Timmie con ningún niño, y le disculpaba por las deficiencias de sus primeros años de vida.
Recordó lo que había leído en los libros que le había enviado el doctor Mclntyre, sobre la ausencia total de ejemplos conocidos del arte neandertal. Ni pinturas rupestres, ni estatuillas, ni dibujos grabados en las paredes.
«¿Y si eran inferiores —pensó—, y por eso se extinguieron cuando aparecimos nosotros?».
La señorita Fellowes no quería pensar en eso.
Pero aquí estaba Jerry, pavoneándose dos veces a la semana como si fuera el amo del lugar. «Juguemos con los bloques», decía a Timmie, o «Pintemos», o «Miremos la ruedapantalla». Y Timmie aceptaba, sin jamás sugerir nada, siempre obedeciendo las instrucciones de Jerry. Éste lo había relegado a un papel completamente secundario. El único aspecto que consolaba a la señorita Fellowes era que, pese a las dificultades, Timmie anhelaba con creciente ansia las periódicas apariciones de su compañero de juegos.
«Jerry es lo único que tiene», se dijo apesadumbrada.
Y en una ocasión, mientras les observaba, pensó: los dos hijos de Hoskins, uno de su mujer, y otro de la Estasis.
Mientras que ella…
«Cielos —pensó, mientras se llevaba los puños a las sienes, avergonzada—. ¡Estoy celosa!».