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Al parecer, Mclntyre deseaba solucionar todos los enigmas neandertales a la vez. Dirigió chasquidos a Timmie, con la esperanza de que respondiera con otros; extrajo unos bloques de colores de su maletín, sin duda una especie de prueba de inteligencia, y trató de que Timmie los alineara en secuencia de tamaño y color; le entregó lápices y papel, y esperó a que dibujara algo, pero el niño no demostró el menor interés por ello; pidió a la señorita Fellowes que paseara por la habitación, con Timmie cogido de su mano, y les fotografió mientras deambulaban. Quiso someter a Timmie a otras pruebas, pero éste tenía ideas propias al respecto. Cuando Mclntyre empezó a disponer carretes y husos, cuyo conjunto parecía un juguete, pero era en realidad un artilugio para medir la coordinación del niño, éste se sentó en medio de la habitación y se echó a llorar a moco tendido.

Era la primera vez que lloraba, en lugar de sollozar o gimotear, desde la noche de su llegada. Expresaba la desesperación de un niño muy cansado, al que se había presionado demasiado. La señorita Fellowes se alegró de oírlo, aunque se sorprendió de ver lo grande que era su boca cuando la abría por completó, lo enorme que parecía su nariz, lo mucho que sobresalían los extraños arcos ciliares cuando cerraba los ojos, como ahora. Con la cara desencajada por la angustia, parecía un aterrador alienígena.

Sin embargo (aquel aullido, aquel estallido de emoción), si no le miraba, era fácil creer que aquel niño que pateaba el suelo y gritaba como si le estuvieran matando era un niño normal de cuatro años, presa de un brutal acceso de impaciencia.

—¿Qué he hecho para molestarle así? —preguntó Mclntyre.

—Ha colmado su capacidad de atención, imagino. Ha agotado la buena impresión que le dio al principio. Es un niño pequeño, doctor Mclntyre. No puede esperar que aguante indefinidamente pruebas y exámenes. Debo recordarle que ha padecido una reciente y traumática separación de su mundo.

—Pero yo no estaba atormentándole ni… Bien, puede que sí. Lo lamento. Escucha, Timmie, ¿ves este cabello? ¿Ves este cabello brillante? ¿Quieres jugar con mi pelo? ¿Quieres tirar de mi pelo?

Mclntyre agitó su flequillo dorado muy cerca de Timmie. Éste no le hizo caso. Sus gritos aumentaron de intensidad.

—Ahora no quiere jugar con su cabello, doctor Mclntyre —dijo la señorita Fellowes, hastiada—. Y si decide tirar de él, se arrepentirá. Déjelo en paz. Tendrá muchas oportunidades de examinarle.

—Sí, claro. —El paleantropólogo se levantó con aspecto abatido—. Debe comprender, señorita Fellowes, que es como si me hubieran dado un libro sellado que contiene las respuestas a todos los misterios de las edades. Quiero abrirlo y leerlo ahora mismo. Todas y cada una de las páginas.

—Lo comprendo, pero me temo que su libro está hambriento y destrozado, y creo que le gustaría ir al lavabo.

—Sí, por supuesto.

Mclntyre recogió apresuradamente su material. Cuando se disponía a guardar los husos y los carretes, la señorita Fellowes le interrumpió.

—¿Puede dejar alguno?

—¿Quiere someterle a una prueba de inteligencia?

—No necesito someter a prueba su inteligencia, doctor. A mí me parece muy inteligente, pero pienso que algunos juguetes no le sentarían mal, y éstos ya están aquí.

El color acudió de nuevo a las mejillas de Mclntyre. Al parecer, no le costaba mucho sonrojarse, pensó la señorita Fellowes.

—Por supuesto. Tenga.

—Y hablando de libros abiertos, doctor Mclntyre, ¿cree que podría conseguirme material sobre el hombre neandertal? Dos o tres textos básicos, algo que me proporcione la información que nadie se ha preocupado de facilitarme hasta el momento. Pueden ser muy técnicos. Puedo leer prosa científica, y necesito saber detalles sobre la anatomía de los neandertales, su forma de vida, los alimentos que consumían, todo lo que haya sido descubierto hasta ahora. ¿Podría hacerlo?

—Mañana le enviaré todo cuanto necesita, aunque le advierto, señorita Fellowes, que nuestros conocimientos sobre los neandertales son irrelevantes comparados con lo que vamos a averiguar mediante Timmie, a medida que avance el proyecto.

—Todo a su tiempo —sonrió ella—. Está ansioso por extraerle la información, ¿verdad?

—Naturalmente.

—Bien, pues tendrá que ser paciente. No le permitiré que abrume al niño. Por el día de hoy ya ha padecido demasiadas intrusiones, y no volverá a suceder.

Mclntyre pareció incómodo. Consiguió esbozar una leve sonrisa y se dirigió hacia la puerta.

—Y cuando elija esos libros, doctor…

—¿Sí?

—Me gustaría contar con uno que analizara a los neandertales en términos de su relación con los humanos. Con los humanos modernos, quiero decir. En qué eran diferentes de nosotros, en qué eran parecidos. El esquema de evolución, tal como nosotros lo entendemos. Ésa es la información que más me interesa. —Le dirigió una mirada fiera—. Son humanos, ¿verdad, doctor Mclntyre? Un poco diferentes de nosotros, pero no tanto. ¿No es así?

—En esencia sí, pero…

—No. Nada de «peros». No estamos tratando con una variedad de mono. Timmie no es una especie de eslabón perdido. Es un niño, un niño humano… Envíeme unos cuantos libros, doctor Mclntyre, se lo agradeceré. Hasta pronto.

El paleantropólogo salió. En cuanto desapareció, los aullidos de Timmie se redujeron a unos sollozos vacilantes, y después al silencio.

La señorita Fellowes le cogió en brazos. El niño se aferró a ella, tembloroso.

—Sí —dijo la mujer con tono tranquilizador—. Desde luego ha sido un día muy ajetreado. Demasiado ajetreado. Y tú no eres más que un niño pequeño. Un niño extraviado. Lejos de casa, lejos de todo lo que conocías… ¿Tenías hermanos? —preguntó, hablando más para ella que para el niño, sin esperar respuesta, ofreciéndole el consuelo de una voz cariñosa—. ¿Cómo era tu madre? ¿Y tu padre? Y tus amigos, tus compañeros de juegos. Todos desaparecidos. Ahora, casi te parecerán personajes de un sueño. Me pregunto hasta cuándo te acordarás de ellos.

«El niño extraviado —pensó—. Mi niño extraviado».

—¿Te apetece un poco de leche caliente? Y luego, a dormir.