7
Metido en su cama, daba vueltas de un lado a otro con una sensación de contrariedad que no podía quitarse de encima. Estaba molesto consigo mismo, y sentía un demoledor apetito sexual que volvía tormentosa su abstinencia. Las últimas dos veces que había tenido una erección con una mujer no había podido desahogarse, y eso lo tenía muy molesto.
Se levantó de mala gana y fue directo al baño, sabiendo que si no se aliviaba no podría dormirse, así que se acarició buscando una satisfacción, que llegó a medias. Se corrió, y aunque no era lo mismo que enterrarse en una ardiente y mórbida vagina, al menos aplacaría un poco su fuego. De todas maneras el mal humor no se le fue: odiaba autocomplacerse, pues se consideraba un hombre con recursos suficientes para tener cuando quisiera a una bella mujer en su cama. Esa noche las circunstancias habían sido aquéllas y él seguía fastidiado.
De regreso en la cama, se obligó a cerrar los ojos intentando conciliar el sueño, pero de pronto el rostro de Eva y el de esa desconocida que desde hacía varias semanas ocupaba su mente se mezclaron en sus cavilaciones, lo que más le fastidiaba era seguir pensando en esa mujer, cuyo nombre ni siquiera sabía y que parecía haberse convertido en una obsesión.
Tras unos cuantos minutos y una lucha interna por conseguir el sueño, se encontraba bastante adormilado cuando de pronto el sonido de su teléfono lo sobresaltó, acrecentando su fastidio. Un viso de cordura lo puso en alerta al darse cuenta de la hora; además era evidente que no era por trabajo, ya que no era su buscapersonas el que estaba sonando. Cogió el móvil de la mesilla y atendió sin mirar.
—Hola —contestó con voz tosca y verdadero mal humor.
—Noaaah, amigooo. —Brian hablaba arrastrando las palabras—. Ven a buscarme, por favorrr, una zorrita me ha robado toooodo el dineeero y no tengo con qué pagar la cuenta del hotel. Se ha llevado hasta las tarjetas, la muy jodida, psss.
—Mierda, Brian, ¿dónde estás?
—No sé.
—¿Cómo que no sabes? Mira en qué estado te encuentras. Debes parar ya con los excesos.
—No grites, pareces mi padre. No sé. —Miró hacia todos lados intentando ubicarse, se pasó una mano por la cabeza y la deslizó por su rostro, sintiendo que todo comenzaba a dar vueltas a su alrededor—. No sé, así simplemente no sé, ella me ha traído hasta aquí y creo que he bebido mucho, toooodo da vueltaaaas.
Al otro lado de la línea, Noah lo oyó emitir una arcada. Puso cara de asco.
—¿Estás bien? Brian, ¿estás bien?
—Creo que no, no estoy bien, estoy muy borrachooo, ven a buscarme, amigo. Tú puedes descubrir dónde estoy porque eres detective, mi amigooooo el detective Noah Miller, el mejor de la Policía de Nueva York. —Se rio.
—Mierda, Brian, estás pasadísimo. Soy detective, pero no soy adivino. Fíjate si en el teléfono de la habitación está el nombre del hotel.
Se hizo un silencio y después hubo un ruido; algo se había caído.
—Eressss mi mejor amigo, Noaaah, qué buen detective ereeees, ¿cómo has descubierto que en el teléfono estaba el nombre del hotel?
Noah fijó la vista en el techo. Brian estaba como una cuba y no hacía más que decir chorradas.
—Dime el nombre e iré a buscarte antes de que pierdas la conciencia.
Noah llegó a un hotel de baja categoría ubicado en el Garment District, subió hasta la habitación que Brian le había indicado, en el último piso, y golpeó la puerta varias veces. Éste no contestó, así que Noah bajó nuevamente a la planta baja para hablar con el conserje, que lo escuchó de mala gana. Le enseñó su identificación de detective, pero aun así, el adusto y desconfiado hombre se negó a darle paso a la habitación.
—Oiga, ¿por qué no va usted entonces? Verifique por sus medios lo que le estoy diciendo o mande a alguien de su personal. —El hombre miró a Noah sin contestarle—. ¡Mierda, me está haciendo perder el tiempo y la paciencia! —gritó dando un puñetazo en el mostrador.
A regañadientes, el portero le indicó a uno de los empleados que lo acompañara. Subieron nuevamente hasta el cuarto piso, y ahí encontró a Brian, cruzado en la cama, con los pies apoyados en el suelo y el torso en el colchón, totalmente desnudo.
—Brian, despiértate. Vamos, colabora, por favor —lo conminó de inmediato.
Brian no reaccionaba, estaba todo vomitado.
—Tendrá que pagar doble por toda esta cochinada.
—Como si esto estuviese tan limpio. Le pagaré, pero ahora deje de molestar, váyase, que ya no lo necesito. —Lo empujó afuera y cerró la puerta.
El lugar era realmente un hotelucho de mala muerte, así que Noah decidió ir al baño, humedecer una toalla para limpiar un poco a su amigo y vestirlo para sacarlo de allí.
—Vamos, Brian, pon un poco de tu parte, por favor, ayúdame a llevarte a tu casa.
Brian parecía estar adormecido por los efectos del alcohol. Finalmente logró que se espabilara, lo ayudó a vestirse y lo guio hasta el ascensor.
Cuando por fin consiguió meterlo en el automóvil le advirtió:
—No vayas a vomitar en mi coche. Ya vendré luego por el tuyo. Qué asco, hombre, mira en qué estado te encuentras.
—Basta, Noah, pareces mi padre. Cállate, que me duele la cabeza, el vino que servían en ese evento era malísimo.
—¿Y por qué lo has tomado si era tan malo? Deberías decir basta y poner un poco de freno a tu vida. ¿Con quién mierda te has enredado esta noche, que has terminado así? Suerte que era una simple oportunista, que bien podría haberte robado las llaves y desvalijado todo el apartamento. Hazte a la idea de que así no puedes seguir.
—Para el coche, que vomito.
—¡Mierda!
Noah estaba enfurecido. Su día y su noche no podrían haber salido peor.
—Basta, Murray, por favor, no puedes tratarme como me tratas. Quiero vivir, lo necesito, siento que estoy muerta en vida, estoy harta de que lo único que importe sean tus cosas. Necesitas un médico, estás enfermo.
Él no la escuchaba, seguía golpeándola como si con cada golpe descargara en ella todas sus frustraciones.
—¡Te odio, Murray, te odio! ¡Me has arruinado la vida!
Olivia le gritaba desde el suelo, a la vez que intentaba zafarse de las patadas que su esposo le propinaba. Cada una se hundía en sus costillas y en sus piernas y ella gritaba, se quejaba, pero en la casa, como siempre, nadie parecía escucharla.
Ese día no era igual que otras veces. Olivia no se limitó a cubrirse y a esperar que su furia acabase; estaba cansada de los malos tratos, intentó defenderse y desde el suelo le sostuvo las piernas e incluso le tiró una lámpara por la cabeza, que Murray esquivó muy bien.
Minutos antes de que se desatara la incontrolable ira del senador Murray Wheels nada hacía presumir que todo terminaría así.
Habían cenado juntos en el lujoso y exclusivo tríplex de Park Avenue. Hacía tiempo que, por una cosa u otra, no compartían una cena en el hogar conyugal. Él parecía de buen humor, ella se interesó por la campaña y Murray comenzó a hablar con vehemencia; sin duda, Olivia sabía cómo relajarlo, pues ése era su tema de conversación preferido, así podía vanagloriarse de sus logros y de todo lo que estaba dispuesto a conquistar. Ambicionaba llegar a la cima, y Olivia sabía que no cabía la posibilidad de que se detuviese ante nada. Le informó de que debía acompañarlo a la inauguración de un hospital pediátrico, y la idea de hacer algo por esos niños necesitados la sedujo de inmediato, aun sabiendo que nada de lo que él hacía era sincero, cosa que la frustraba. Pero se mostró interesada, representó el papel que mejor se le daba. Incluso se ofreció a pedir donaciones, así podrían entregarlas juntos y su imagen mejoraría aún más.
A Murray le pareció una gran idea, pues verla a ella involucrada en su campaña era lo que más deseaba. Olivia hacía otras actividades en su nombre, pero que la gente viera que eran un matrimonio sólido y que se apoyaban en todo era lo que más le importaba, pues daba una maravillosa apariencia a su imagen.
Pensó que ella parecía entenderlo, que por fin había comprendido que ésa era su función a su lado. Siguió calculando que las obras de caridad le iban bien, así que aprovecharía su imagen en este sentido.
«Si está dispuesta a aguantar a esos mocosos, que lo haga, yo no me opondré, y tampoco me opondré a que siga yendo a la iglesia para ayudar a los apestosos de sida. Eso es buena prensa para mí.» Murray calculaba los beneficios.
Tras la cena, se sentaron en el salón para continuar con la charla y con los planes. El senador se mostró relajado y muy amable con ella. Olivia cogió el mando a distancia del equipo de sonido y puso Nabbuco, de Giussepe Verdi, concretamente el Va, pensiero,* que era una de las piezas favoritas de su esposo. Le sirvió una copa de brandy y buscó uno de los habanos que tenía reservados para los momentos en que necesitaba relajarse. Se lo puso en la boca y se lo encendió; a Murray le gustaba deleitarse con una buena ópera, fumando un habano y bebiendo brandy.
Olivia le ofreció una franca sonrisa y cuando él se sacó el cigarro de la boca tras una profunda calada que disfrutó con todos los sentidos, ella se acercó y le dio un beso en la nariz, un sutil beso con el que trató de ser muy tierna y poner todo de su parte, probó también una torpe y temerosa caricia por la mejilla. Hacía tanto tiempo que no se acercaba a él que comprendió que ya casi no recordaba cómo hacerlo; pero estaba dispuesta a un último intento, ansiaba ser con su esposo lo que alguna vez habían sido. Murray se rio triunfante, la agarró de la muñeca y la obligó con un gesto de supremacía a que se volviera a inclinar, tomando su boca por asalto.
Olivia cerró los ojos e intentó dejarse llevar por el momento, pero sintió asco, ganas de salir corriendo y de que él no la tocase nunca más; le asqueó el olor a cigarro que salía de su boca mezclado con brandy, pero aun así siguió probando, obligándose, pues no había nada que desease más que estar en paz con su marido.
Apartándose de ella, Murray la miró con los ojos entrecerrados y le indicó que se sentara a su lado. Ella no se negó, necesitaba afecto y parecía que ese día su marido estaba dispuesto a dárselo.
—Tengo pensado dar una gran fiesta para homenajearte en tu cumpleaños, quiero que todos lo vean.
—¡Gracias, qué sorpresa!
Él la miró incrédulo y frustrado, ella seguía sin entender nada de lo que elucubraba con cada paso que daba.
Murray no lo hacía por congraciarse, sino por dar una imagen adecuada. Olivia parecía no darse cuenta de que entre ellos todo era una gran pantalla para su propio beneficio, y que solamente la tenía a su lado por su apellido. Los Mayer-Moore eran una familia reconocida de la industria naval, el padre era el director de unos de los astilleros más grandes de Florida.
—Será una fiesta que jamás olvidarás.
—Ya que quieres hacerlo, me encantaría ayudarte a organizarlo. Quizá Alexa y Ed puedan echarme una mano.
—Ni lo sueñes. Si dejamos que lo organice tu amigo gay, el evento se convertirá en la jaula de las locas.
—No hables así de Edmond. Tiene muy buen gusto, su condición sexual no afecta a sus capacidades.
—Lo hará Samantha —dijo Murray con voz firme—. Ella sabe cómo coordinar una fiesta perfecta, sobre todo a ojos de la prensa. Necesito que ese día estén las personalidades más importantes de la ciudad; por otro lado, tú no sabrías ni a quién invitar si lo dejo en tus manos.
A Olivia se le pasó el entusiasmo; era su cumpleaños pero Murray estaba decidido en convertirlo en un acto político. Superando una vez más su desilusión, se aferró a su cuello y le habló muy cerca de él.
—Perfecto, como tú lo consideres mejor. —Lo miró a los ojos con mucha dulzura—. He estado pensando, y lo cierto es que me aburro demasiado todo el día en casa sola, así que creo que por las tardes comenzaré a ir unas horas a la galería.
—De eso nada.
Murray se deshizo de su abrazo y se puso de pie. La magia se había esfumado.
—¿Por qué? Sólo serán unas pocas horas, me llevará y me traerá Dylan. Quiero clasificar personalmente todas las obras de arte nuevas que se han adquirido; son hermosas, tendrías que verlas, ¿te acuerdas de cuando me ayudabas a hacerlo?
—Estás hablando del pasado, un pasado ridículo donde tú y yo sólo nos conformábamos con estupideces.
—Pero éramos felices, Murray. Y para mí no eran estupideces, teníamos proyectos en común. Añoro al hombre con el que me casé, el hombre que me enamoraba a diario.
—¿Añoras la miseria en que vivíamos? Me haces reír.
Olivia lo escuchaba a medias. Le parecía que hablaba con un muro de cemento o con un témpano de hielo; sus palabras siempre se clavaban en ella como filosas navajas. Pero siguió intentándolo...
—Te prometo que sólo serán unas pocas horas y luego me ocuparé de ser la esposa del senador Murray Wheels. Buscaré donaciones en tu nombre, visitaré hogares, convocaré a la prensa; lo que me pidas, solamente quiero unas horas para mí.
—¡Te he dicho que no! Y no se hable más.
Fue categórico, pero ella no pensaba desistir.
—Por favor, Murray, es un lugar decente, nadie lo verá con malos ojos.
Olivia se había puesto de pie y estaba aferrada a su cintura, tratando de convencerlo.
—¿Eres tonta o te lo haces? —La apartó de un empujón.
—¡No me empujes!
Olivia no estaba dispuesta a permitir que volviese a faltarle el respeto, de pronto se sintió envalentonada y hasta a ella le costó reconocerse cuando dio ese grito. Murray la miró con furia, con rencor y desprecio, no iba a tolerar que su mujer se le enfrentase; si ella creía que podía hacerlo, estaba muy equivocada y se lo demostraría. Levantó la mano y, como un perfecto y certero castigo, le atizó un revés en el mentón que la dejó mareada.
«Siempre sabe dónde pegarme para inutilizarme», pensó ella agarrándose al sillón.
Ese golpe fue el primero de una tanda de otros que parecían no tener fin. Olivia terminó en el suelo intentando atajar la furia que con sus palabras había encendido, la furia incontenible de una persona que cada vez parecía tener menos piedad y nada de cordura, una persona que en un tiempo le había dado las más tiernas caricias, y le había enseñado todo lo que sabía del amor. Ahora era muy diferente, casi un desconocido; un ogro, como decía Alexa, su verdugo personal.
El teléfono de Murray sonó, y eso fue lo que la salvó para que la paliza no continuara. Maldiciéndolo para sus adentros, se quedó en el suelo mientras mordía el polvo en su propia miseria. Cuando él se alejó, se permitió ahogarse en su llanto, inmersa en una gran desolación.
Lo oyó irse y con gran esfuerzo se puso en pie. Le dolían mucho las costillas, y estaba segura de que algo dentro de su cuerpo no estaba bien: el dolor era insoportable, agudo como nunca, profuso hasta el punto de que le dificultaba respirar. Caminó apoyada en las paredes mientras que con la otra mano se agarraba el costado, y así entró en su dormitorio.
«Se terminó, Olivia, ¿hasta cuándo vas a seguir esperando un milagro?», se dijo mientras se miraba en el espejo de su vestidor.
Tenía un corte en el labio, un moretón en el maxilar derecho y una gota de sangre saliendo de su nariz. Se sintió más devastada que nunca al ver su reflejo; jamás le había pegado con tanta saña y nunca antes la había dejado marcada de esa forma, al menos no en la cara. Alexa y Edmond tenían razón: ese hombre iba a matarla.
Con el ánimo consumido y la voluntad resquebrajada, cogió su bolso y el móvil que Alexa había comprado a su nombre, con el que no podían rastrear sus llamadas. Se abrigó con muchísimo esfuerzo, se asomó al pasillo, donde no había nadie a la vista, y fue al despacho de Murray para buscar la llave de los cajones del escritorio, los abrió y sacó sus tarjetas bancarias, las de las cuentas que Murray le había quitado hacía algún tiempo. Con el mismo cuidado llegó hasta la puerta trasera que daba al jardín y eludió las cámaras de seguridad, había aprendido cómo hacerlo. Finalmente logró llegar a la última, y cuando la cámara giró y dejó de apuntar a la puerta trasera, con apenas unos pocos segundos para pasar sin ser vista, muy dolorida y con su movilidad sumamente reducida, se apresuró para salir.
En la calle puso freno a su desesperación por escapar y se tomó unos minutos para pensar hacia dónde ir. Se llevó las manos a la cabeza, necesitaba ordenar sus pensamientos y hallar un lugar donde Murray no pudiera encontrarla, pues no quería que la obligara a volver. Sin embargo, por más que buscaba y rebuscaba opciones no sabía adónde ir.
Decidió que lo mejor sería sacar efectivo de algún cajero automático y con eso empezar a moverse. Se alejó de la casa, anduvo varias calles hasta dar con uno y allí extrajo todo el dinero que pudo. Siguió caminando, no quería coger un taxi porque así podrían saber adónde había ido. Necesitaba alejarse cuanto antes, ya que cuando Murray empezase a buscarla sería muy fácil atar cabos si dejaba muchas pistas.
Tenía una profunda sensación de soledad, miedo a no poder seguir adelante y a no ser capaz de enfrentarse a todo lo que se le avecinaba. Sintió pánico, no quería tener que regresar.
Cogió el móvil mientras se secaba las lágrimas, que en ese momento ya le habían encharcado todo el rostro. Pensó en llamar a Alexa o a Ed para que la recogieran, pero no estaba bien que los siguiera mezclando en sus problemas; además, se empecinarían en llevarla con ellos y no quería depender de nadie para dar el paso que se había propuesto. Incluso con la fragilidad de sus sentimientos y a pesar de su indecisión, anhelaba rehacer su vida.
Estaba llena de golpes en el cuerpo y cicatrices en el alma, pero dispuesta a empezar de nuevo, y sabía que para lograrlo debía hacerlo sola.
Tuvo que detenerse por el profundo e intenso dolor que sentía en el costado izquierdo, cada vez más y más fuerte. Estaba débil, miró a su alrededor mientras se agarraba nuevamente la cabeza, muy abotargada. Se dio cuenta de que increíblemente estaba frente al apartamento de Brian, su hermano, pero rápidamente pensó que no era una buena opción para esconderse. No obstante, dudó un instante, porque la molestia que tenía en las costillas era casi insoportable, y evaluó nuevamente sus posibilidades, pensando que quizá su hermano sería capaz de entenderla y no la juzgaría. Además, él podría protegerla e incluso la apoyaría delante de sus padres.
Caminó unos metros más sosteniéndose de las paredes hasta que por fin llegó a la entrada del edificio. Cuando estaba a punto de tocar el timbre un enorme arrepentimiento la invadió por completo, así como el miedo de no estar haciendo las cosas bien. En ese instante la puerta de entrada se abrió y Olivia, por instinto, levantó la cabeza para ver quién salía. Las piernas comenzaron a temblarle.
Se había quedado muda, lo observaba avanzar y cuando por fin lo tuvo frente a frente dejó que una extraña sensación de miedo y ansiedad la avasallara. Sintió que caía, sintió que la tierra se abría y ella era devorada, pero también sintió unas manos que la aferraron con fuerza, con determinación y con prestancia. Se dejó sostener, se dejó arrullar por esas manos que en ese momento fueron sus salvadoras, las que no permitieron que terminase en el suelo y también las que le dieron seguridad.
Lo miró a los ojos, unos ojos tan extrañados como los de ella por la nueva coincidencia, un encuentro que parecía imposible de evitar. Se hundió en esa mirada café que la estaba traspasando y apartó la vista, pero esos labios rojos, carnosos, sugerentes, la extasiaron, y aunque quiso evitarlo no pudo dejar de mirarlos.
Olivia sintió que se desvanecía. Su cuerpo exhausto se entregó al cobijo que los brazos de Noah le ofrecían y se dejó sostener por él, y éste la asió con fuerza de las axilas y la afirmó contra su pecho, acunándola.
Era un desconocido, pero se sintió confiada y confortada.
Como una niña indefensa, comenzó a llorar hundida en su cuello.
—Chist, chist, tranquila. ¿Quién te ha hecho esto, preciosa? ¿Quién se ha atrevido a lastimarte de esta forma?
—Lo siento, discúlpame, estoy llenándote de lágrimas. No te preocupes, estoy bien.
De pronto se sintió muy avergonzada.
Ella comprendió que ese hombre era un perfecto desconocido y quiso apartarse, pero él no se lo permitió.
—Chist, no te angusties. —Le acarició la cabeza mientras le hablaba al oído rozándola con su aliento—. No te haré daño, te juro que soy de confianza. —Se apartó unos centímetros para mirarla, la cogió del mentón con delicadeza, mientras observaba las laceraciones y luego le habló muy cerca, con una voz calmada y arrulladora—. Me llamo Noah —le ofreció una media sonrisa—, Noah Miller.
Olivia vaciló antes de decir su nombre, luego con un hilo de voz le contestó:
—Mi nombre es... Alexa —mintió sin saber por qué.
—Estás muy herida, Alexa.
Su proximidad lo descontrolaba, pero verla así indefensa mucho más.
—Lo sé, qué vergüenza.
—Vergüenza debería tener la persona que te ha hecho esto.
—No quiero hablar de esa persona, por favor.
—Como prefieras, pero déjame decirte que podemos denunciarlo y meterlo en prisión.
—Tú no sabes...
Claro que no sabía, denunciar a su esposo era impensable para Olivia, algo que no tenía lugar en ninguno de sus planes. Entraría por una puerta y saldría por otra, siempre se lo decía cuando la golpeaba.
—Además, ¿por qué supones que ha sido un hombre? —agregó con un hilo de voz.
—Alexa... no hace falta que me lo digas. —Hizo una pausa—. Lo sé, simplemente lo sé.
No quiso decirle que por su trabajo estaba acostumbrado a ver a diario mujeres golpeadas por sus maridos, ni quiso decirle a qué se dedicaba, pues temió espantarla, Sabía que muchas mujeres víctimas de violencia doméstica huyen ante un oficial de policía, pues intentan cubrir al malnacido que las flagela, que las domina, que las hace sentir el ser más insignificante sobre la faz de la tierra.
Es difícil comprender por qué una mujer actúa de esa forma tras haber sido tan brutalmente golpeada, pero con el tiempo Noah lo había comprendido. La psique de la víctima va deteriorándose a diario con cada humillación, quien las domina va haciendo un trabajo muy fino, que las lleva a creer que no hay otra salida para ellas más que quedarse a su lado, las transportan a un estado de indefensión en el que creen que jamás podrán hacer nada por sus propios medios, incluso llegan a cubrirlos, a protegerlos, porque en el fondo necesitan creer en su arrepentimiento y en que ésa será la última vez. Anhelan aferrarse a la ilusión de que esa persona las quiere, de que esa persona volverá a ser la que alguna vez fue, la que las enamoró.
Olivia se sintió mareada y Noah la aferró con fuerza. Ella se quejó, el dolor era evidente en su rostro e imposible de ocultar.
—Dios, también te ha golpeado en el cuerpo.
Noah intentó contener la furia que sentía, quería saber quién le había hecho eso, agarrarlo con sus propias manos y hacerle pagar cada uno de los golpes que le había atizado a Olivia.
—No es nada.
—Déjame llevarte al médico, permíteme que esto quede documentado en algún lado, es lo correcto.
—No, por favor, no, déjame ir.
—Tranquila, Alexa, tranquila, sólo haré lo que quieras que haga, pero permíteme ayudarte de alguna forma.
—¿Por qué quieres ayudarme? Si no me conoces.
—Sí que te conozco, ya te he visto... con esta, tres veces. —Ella sonrió—. Eres hermosa cuando sonríes. Sí, así deberías estar siempre, feliz como el día que te conocí, irradiabas felicidad por cada uno de tus poros. —Oli se ruborizó—. ¿Vives aquí? —Ella negó con la cabeza— ¿Adónde ibas? —Se encogió de hombros sin contestar—. ¿Acaso pensabas regresar a...?
—No sé, Noah, no quiero volver, pero no tengo adónde ir —le confesó sin pensar lo que decía.
Se apartó de él quejándose del dolor que tenía en las costillas, metió la mano en su bolso, sacó el dinero hecho un bollo y se lo enseñó.
—Tengo dinero. Si pudieras ayudarme a conseguir un hotel, algo decente y económico, te lo agradecería.
—Te ayudaré en lo que me pidas —Noah cogió el dinero y lo guardó de nuevo en el bolso—, pero necesitas a alguien que te cure esas heridas. ¿Te duelen mucho las costillas?
Ella hundió la cara en el suelo.
—Alexa, por favor, te pido que confíes en mí. Te juro que soy decente, no quiero hacerte daño, sólo pretendo ayudarte.
De pronto, Olivia se dio cuenta de que estaban frente a la casa de su hermano Brian, y de que si Murray salía a buscarla, ése sería uno de los lugares adonde sin duda iría. Así que atemorizada por sus pensamientos, empezó a temblar, Noah se quitó la chaqueta y se la puso en los hombros.
—Hace frío, no te quites la chaqueta por mí —dijo ella.
—Si no quieres ser la culpable de la gripe que me dé, acompáñame al coche, está allí. —Señaló su BMW.
Olivia dudó, pero no podía seguir allí. Por otra parte, no tenía fuerzas, necesitaba sentarse y descansar, y sin saber la razón, sentía que Noah le infundía confianza.
—Alexa, sé que suena raro y si no aceptas podría entenderlo, soy consciente de que no sabes quién soy, pero... mi casa no queda muy lejos de aquí.
—¿No vives en este edificio?
—No, sólo he venido a traer a un amigo que ha bebido de más y no estaba en condiciones de conducir. Alexa, no quiero que te quedes sola, si quieres... y espero realmente inspirarte confianza —dudó antes de proseguir, temía que ella lo malinterpretara, así que pensó cada palabra antes de decirla— tengo un sillón bastante amplio. No es lo ideal, pero si aceptas te lo presto.