5

Ya habían pasado más de dos semanas desde la salida al bar. A pesar de los días transcurridos, y de que tan sólo lo había visto unos instantes, aquel hombre que le había ofrecido la copa tenía el atrevimiento de irrumpir en sus sueños; había soñado con él varias veces ya. En sus fantasías él nunca decía nada, simplemente la miraba de arriba abajo y sonreía, para luego esfumarse y desaparecer.

Adormilada aún, se sentó, se apoyó contra el respaldo y dio una ojeada a su alrededor. Reconoció sobre el sillón la ropa que Murray llevaba puesta la noche anterior y respiró agradecida: se había ido tranquilo y eso significaba que seguía sin enterarse de su salida.

Se puso una bata de seda y fue al baño. Tras lavarse los dientes, se dirigió a la cocina, donde la señora Anahí le preparó un exquisito desayuno.

—¿Sería tan amable de llevármelo al estudio? —le preguntó con amabilidad extrema, como era su costumbre.

—Por supuesto, señora.

Anahí siempre la trataba muy bien, jamás la hacía esperar y rara vez desatendía una de sus peticiones, pero si Murray estaba en casa la mujer andaba a hurtadillas, pues era evidente que le tenía pánico.

En el trayecto de la cocina al estudio Olivia se cruzó con el mayordomo.

—Buenos días, Cliff.

—Buenos días, señora.

—¿Hace mucho rato que el señor se ha ido?

—A la hora de costumbre, señora. Ha dejado dicho que lo llamase en cuanto despertara.

—Ahora mismo lo haré desde mi estudio.

Estaba desayunando junto al ventanal que daba a Park Avenue. Marcó el teléfono directo de su esposo, y tras cuatro tonos él contestó.

—Hola, Murray.

—Hola. Siempre igual de inoportuna: si ves que no te contesto enseguida es porque estoy ocupado; cuelga y luego me llamas. ¿Qué quieres?

—Lo siento, has dejado dicho que te llamara.

—Sí, es cierto, creía que iba a necesitarte pero se ha suspendido el evento, cuando llegue a casa te lo explico. Adiós, Olivia, estoy trabajando.

Wheels colgó el teléfono y siguió moviéndose dentro de Samantha, la tenía con las piernas abiertas sobre el escritorio, expuesta para él. Su asesora de imagen era su nueva amante, le había dado ese puesto precisamente para eso: para enterrarse en ella las veces que tuviera ganas, y donde fuese. Estaban en su despacho y Murray no se privaba de nada: la agarró del trasero y la llevó hasta el sofá, donde se tumbó sobre ella y siguió bamboleándose al ritmo que le apetecía, penetrándola con fuerza hasta que se alivió.

Olivia se quedó descolocada, como siempre que hablaba con Murray. Miró el teléfono en su mano, era evidente que entre ellos ya no existía comunicación de ninguna clase, y cada día se notaba más el abismo que los separaba. Los recuerdos de la salida con sus amigos invadieron su mente: había disfrutado tanto de la cena, del baile, de la música... Luego recordó al desconocido, intentó hacer memoria y visualizó vagamente la sonrisa que aquel extraño le había dedicado; en realidad no podía decidir si era como lo recordaba o sólo lo idealizaba, igual que en sus sueños. De pronto se sorprendió sonriendo como una boba y se sintió bien por un instante, incluso atractiva, ilusionada y con confianza en sí misma. Terminó lo que quedaba de su café Jamaica Blue Mountain y fue a darse una ducha rápida. En cuanto salió se metió en el armario para elegir qué ponerse. Se vistió elegante pero muy casual, con un vestido entallado de lanilla en color natural que le marcaba las formas, se arregló rápidamente el cabello y se aplicó un ligero maquillaje. Tras ponerse un abrigo de mezclilla fue hacia la sala en busca del mayordomo.

—Cliff, dile a Dylan que prepare el coche, necesito que me lleve hasta la galería.

Tras aquella escapada que había acabado felizmente estaba entusiasmada, animada, incluso por un instante volvió a sentirse la señora de la casa. Regresó al dormitorio para terminar de prepararse.

—Señor Wheels, le informo de que la señora me ha pedido que la lleve a la galería.

—¿Y para esa estupidez me llamas, Dylan? Resuélvelo, hombre, que es tu trabajo. Llévala, ya sabes que ahí puede ir siempre que quiera.

Murray colgó y siguió besando a Samantha. Iban por la segunda vuelta, desnudos en el sofá del despacho follando sin parar.

Olivia, a punto de salir, se perfumó nuevamente, cogió su bolso y se puso unas gafas oscuras que llevaba en la mano. Cliff la avisó de que el guardaespaldas la esperaba en el garaje.

—Ya voy.

Miró la hora y sonrió: habían pasado unos cuantos minutos desde que había dado la orden de que le prepararan el coche, de modo que era obvio que habían consultado a Murray. Pero no le importó: había encontrado la manera de salir y ni su marido ni su soplón parecían darse cuenta de lo que en realidad hacía.

Unos minutos después ya estaba en Clio.

—Espérame aquí, Dylan, quizá tarde algunas horas.

—Perfecto, señora.

Entró en la galería. Alexa y Edmond, al verla tan radiante, no se lo podían creer.

—¡Oli, qué sorpresa! —gritó Alexa corriendo a su encuentro.

Olivia saludó a ambos con un beso, y Edmond la cogió de la mano y la hizo girar para admirar lo elegante que estaba.

—Estás hermosa, Oli, radiante.

—¿Qué haces aquí? Me encanta que hayas venido, pero es extraño tenerte con nosotros.

—Quiero salir de compras.

—¿Qué? ¿Piensas salirte del protocolo esposa-del-senador-Murray-Wheels? ¿No vas a usar a tu asesora de vestuario?

Alexa no se lo podía creer.

—Exacto, lo haremos como la otra noche. Murray no tiene por qué enterarse. Ed, nos tienes que ayudar.

—Preciosa, ya sabes que siempre estoy a tus órdenes. ¿Qué quieres que haga?

—Vale, pues sal con tu coche, por favor, finge que te vas y déjalo en la parte trasera. Nos lo prestarás, cariño, e iremos a comprar ropa casual para dejarla aquí. La ropa que tengo en casa delata que no soy la mujer sencilla que pretendo ser, y quiero estar preparada para cuando volvamos a salir.

—¿Eso quiere decir que el ogro no se ha enterado y que piensas repetir?

—Por supuesto. Necesito volver a sentirme viva, necesito recuperar mi vida como sea, necesito volver a confiar en que puedo tomar decisiones y en que soy la única dueña de mi persona. Pero necesito tiempo, valor, y que no me dejéis sola.

Los tres se abrazaron de manera efusiva. No importaba la forma en que hubiera decidido hacerlo, lo que importaba era que Olivia comenzaba a darse cuenta de que podía volver a vivir.

Noah estaba sentado al volante de su Chevrolet Caprice. Eva había bajado a buscar unos donuts, era media mañana y ambos llevaban solamente un café negro en el estómago. Estaba distraído mientras la esperaba, sumergido en la letra de Wake me up,* de Avicii, tarareando y tamborileando con los dedos en el volante. De pronto oyó un bocinazo e insultos, se puso alerta y se volvió para localizar el incidente, que no fue más que unos cuantos improperios entre un conductor y un transeúnte. Increíblemente, en el instante mismo en que volvió a mirar al frente, creyó estar viendo una aparición extrasensorial.

Se quitó las gafas de sol con lentitud, pasmado. Quería corroborar que no estaba equivocado y al deshacerse de las lentes oscuras lo comprobó: definitivamente era ella.

Olivia ladeó la cabeza con delicadeza, mirando en dirección a Noah, y señaló algo mientras hablaba con su acompañante. De ese modo, sin nada que se interpusiera entre los dos, ella le ofreció una visión despejada y óptima de su rostro. Era hermosa, Noah no se había equivocado aquel día en el bar, y con la luz del día estaba aún más radiante que la primera vez. Su corazón palpitaba desordenado, buscaba en su mente una forma de acercarse, pero nada se le ocurría, se sintió un estúpido por no encontrar una excusa y comenzó a temer que se le escapara de nuevo.

La mujer que la acompañaba era la misma del bar, de aspecto casual y chispeante, pelo ondulado y rubia como el trigo. Sin perderse ninguno de sus movimientos, Noah vio que entraban en una tienda. Estaba determinado a no dejarla escapar, así que bajó del coche sin importarle que Eva no lo encontrara al volver. Cruzó zigzagueando entre el tráfico, ganándose un par de insultos por parte de los conductores, pero nada lo detuvo.

Entró en la tienda y una vendedora se acercó de inmediato para atenderlo. Noah no vio a ninguna de las mujeres en aquella estancia; seguramente habían pasado a la zona de probadores. Maldijo para sus adentros y al mirar hacia su coche vio a Eva desorientada, con la bolsa de donuts en la mano y buscándolo. Pero Noah tenía un propósito y no pensaba renunciar a él: debía acercarse a esa mujer de cualquier forma.

—Necesito un obsequio para una mujer joven... de su tamaño —le informó a la vendedora. Se sintió bastante infantil, pero ya estaba allí y debía representar el papel de comprador.

—¿Ha visto algo que le guste?

Miró rápidamente hacia el escaparate y señaló sin pensar uno de los maniquíes.

—Esa camiseta me gusta —afirmó intentando resultar convincente.

—Pase por aquí, señor, que se la enseñaré.

Noah sintió vibrar su teléfono, miró hacia delante y vio que Eva llevaba el móvil en la mano.

—Ya voy —le dijo al colgar—. Estoy comprando un regalo en una tienda aquí enfrente, cuando llegue te cuento.

—Está bien, Noah, te espero en el coche.

Las mujeres salieron de los probadores con varias prendas en las manos y riendo despreocupadamente. Olivia se había quitado el abrigo y enfundada en aquel vestido estaba despampanante. Alexa reconoció a Noah al instante y sin disimular le dio un codazo a su amiga.

Él dejó de atender lo que le decía la vendedora y con mucho desparpajo clavó su mirada almendrada de color café y largas pestañas en lo que de verdad le interesaba. Observó a Olivia con detenimiento y fijeza. Ésta, ruborizada e intimidada por esa mirada mordaz, fingió que se alisaba el vestido y revisó las prendas que llevaba del brazo para evitar mirarlo de frente; sentía unas cosquillas en el estómago, pero se instó a mostrarse indiferente y dueña de sí.

Aunque no disimulaba muy bien. Miller sonrió con insolencia al notar la incomodidad de aquella mujer, y sus carnosos labios destilaron sexualidad al hacerlo; era obvio que ella no era indiferente a su presencia. Reparó vagamente en la rubia, que parecía divertida y desenfadada y no apartaba la mirada de ambos.

Oli no quería olvidarse del hombre que había irrumpido varias veces en sus sueños, así que se armó de valor para memorizar sus facciones y saber, cuando apareciera en sus pensamientos, que no se trataba sólo de una ilusión. Lo estudió con disimulo. Precisó el color de su pelo —castaño claro, medio rubio— y le gustó que lo llevara corto casi al rape; se detuvo para estudiarle el rostro, cuadrado y de mandíbulas bien definidas; sus ojos estaban enmarcados por gruesas y pobladas cejas que le daban un aire de sabiduría, fuerza, sano criterio y talento. Esa mirada la hipnotizaba como en el sueño, era brava pero dulce a la vez. Sin perder tiempo, bajó la mirada hacia la carnosidad de sus labios, el inferior más grueso que el superior.

De pronto una mujer irrumpió en la tienda y se acercó a él. Olivia la consideró inoportuna; se había plantado a su lado sacándolos de su hechizo.

—¿Qué compras? Te he visto desde el coche y me ha picado la curiosidad. ¿Acaso es para tu novia?

—Te he dicho mil veces, Eva, que no tengo pareja —contestó Miller con muchísima naturalidad y una sonrisa indiferente—. Estoy comprando un regalo para la hija de un amigo, que mañana cumple años y me han invitado a cenar. No quiero llegar con las manos vacías.

Noah maldijo su suerte al ver que las dos desconocidas se preparaban para irse. Cuando pasaron por su lado, la de pelo castaño no le dedicó ni una mirada furtiva, en cambio la rubia, sin ningún remilgo, lo miró de arriba abajo y se mordió el dedo índice con mucha picardía.

—Vaya, Noah Miller, sí que despiertas pasiones —dijo Eva mientras él terminaba de pagar, y se preparaban también para salir.

El detective no hizo caso al comentario de su compañera, cogió la bolsa con las compras y la invitó a salir de la tienda.

Ya fuera, miró a su alrededor con disimulo, intentando localizar a las mujeres que acababan de salir de allí, pero no había ni rastro de ellas. Una vez más había perdido la oportunidad de acercarse a esa desconocida, de quien no había podido averiguar nada aún.

Contrariado al saber que quizá no existiría otra ocasión de volver a verla, se sintió doblemente desilusionado, pero tras pensarlo bien se dio cuenta de que acababa de hacer una payasada y se sintió como un adolescente estúpido.

Con manifiesto mal humor entró en el coche y arrojó en el asiento trasero la bolsa con lo que había comprado, se puso el cinturón de seguridad y se preparó para ponerse en marcha. Eva le acercó la bolsa de Dunkin’Donuts para que se sirviera un donut.

Pasaron la mañana concentrados en el trabajo, que parecía estar estancado; no daban con el paradero del vendedor de drogas que podría llevarlos directamente al policía corrupto. Estuvieron haciendo algunas averiguaciones y, como caído del cielo, llamó un confidente habitual de Noah para darles un dato muy concreto, por lo que se pasaron toda la tarde frente a un parque en el Bronx.

Llevaban varias horas, pero el tipo seguía sin aparecer y ya estaban empezando a dudar de la veracidad del dato. La espera era tediosa y aburrida, a ratos dormitaba Noah y a ratos lo hacía Eva. Cuando acabó su turno, ella no paró de fantasear con que aquella noche habían quedado para ir a cenar.

«¿Recordará que íbamos a salir?», se preguntó en silencio mientras lo observaba dormir.

No pudo evitar admirar sus facciones, calmadas y sosegadas. Sintió correr por su cuerpo unas cosquillas desconocidas ante su apreciación, y mientras se masajeaba la frente quiso deshacerse de sus pensamientos; no era bueno sentir eso por su compañero de trabajo.

Para dejar de lado sus sensaciones concentró la vista en el parque donde se suponía que el traficante debía aparecer en cualquier momento. De pronto advirtió que alguien cuyas características físicas coincidían con las de la persona que esperaban se sentaba en el respaldo de uno de los bancos. Noah se despertó y advirtió lo mismo que ella. Miraron la fotografía con la que contaban, se hablaron, Eva introdujo la mano bajo su chaqueta, desabrochó la funda para tener preparada su Glock 19 y dio un codazo a Miller sin apartar la vista del sospechoso.

—Creo que ha llegado nuestro botín, Noah.

Él observaba con detenimiento. La gorra de los Lakers que el hombre llevaba puesta no les permitía ver su rostro con claridad, pero todo hacía suponer que se trataba de él.

Miller metió la mano en su sobaquera y desprendió la traba para dejar su arma preparada también.

Muy pronto empezaron a acercarse varias personas que dieron dinero al sospechoso y recibieron algo a cambio. Noah y Eva se quitaron las gafas de sol y las dejaron apoyadas en el salpicadero del coche, agarraron la manija de la puerta para salir del Chevrolet y se separaron para rodear al sospechoso desde atrás.

En aquel momento una persona que debía de ser el vigía del distribuidor se percató del movimiento de los detectives y emitió un silbido muy particular que puso en alerta al sospechoso. Éste salió corriendo y Noah y Eva comenzaron a perseguirlos, de pronto la presa se había transformado en dos cacerías.

Eva, por indicación de Miller, fue tras el centinela que había estado atento. Corrió tras él un buen trecho, y cuando éste se internó en un callejón sin salida, trató de trepar una muralla, pero la detective fue más ágil, lo cogió por las piernas y lo bajó de un tirón. El joven era muy rápido y no pensaba rendirse sin dar pelea, de modo que volvió a ponerse de pie y tiró al suelo a Eva de una patada. Ella demostró estar muy atenta y con gran habilidad lo agarró de las piernas y volvió a derrumbarlo. Se trenzaron en una lucha cuerpo a cuerpo, y el malhechor le lanzó un golpe en la boca que Eva adivinó y logró esquivar a medias. Presa de la furia, utilizó una técnica de jiu-jitsu para inmovilizarlo. Fuera de sí, le lanzó un puñetazo en la quijada que lo atontó y dio por finalizado el forcejeo.

Le dio la vuelta, se subió sobre sus piernas mientras le retorcía el brazo y buscó las esposas en su cinturón.

En ese instante llegó Noah casi sin respiración, corrió para ayudarla y juntos lo esposaron.

—Al menos tú has tenido más suerte que yo, el otro desgraciado se ha escapado por poco. Parecía un guepardo, cómo corría. ¿Estás bien? —le preguntó al ver el corte que tenía en el labio.

—No te preocupes, estoy bien —contestó ella casi sin aliento—. ¿Qué ha pasado con el otro?

Noah hizo un chasquido con la lengua.

—Ha huido, el maldito ha tenido suerte: un camión se me ha atravesado en un cruce y se ha subido a un coche que estaba esperándolo. No he podido pillar la matrícula, pero era un Acura TL azul. Estoy que me llevan los demonios, odio que todo termine de esta forma.

El detenido rogaba que lo soltaran, pero llamaron a la patrulla para que lo trasladase al departamento de policía y mientras esperaban le leyeron sus derechos.

Ellos volvieron al Chevrolet, Noah abrió la guantera y sacó un kit de primeros auxilios para limpiar con antiséptico la comisura del labio a Eva. Ella se negaba, pero él tozudamente se salió con la suya.

—¿Seguro que estás bien?

—Claro, Noah, estoy de una pieza, ¿no me ves? Tranquilo, es mi trabajo y sé cómo hacerlo; después de todo yo he atrapado al sospechoso y tú no.

—No me lo recuerdes. Joder, estoy hecho una furia, ahora el desgraciado se esconderá muy bien para que no lo encontremos. —Golpeó el techo del Chevrolet.

—No es culpa tuya. Si nos hubiéramos dado cuenta de que no estaba solo...

Noah puso una mueca de fastidio.

Se trasladaron hacia el departamento de policía para terminar con el arresto, le imputaron al detenido los cargos de resistencia a la autoridad, al no haber otra cosa que pudieran endilgarle. Lo que buscaban en realidad era información para encontrar al vendedor que se les había escapado, así que lo retuvieron lo máximo que pudieron y lo interrogaron frente a un abogado de oficio que el acusado había solicitado acogiéndose a sus derechos, pero nada pudieron obtener de aquel tipo.

—¡Qué día de mierda! —se quejó Noah mientras terminaba el papeleo del arresto.

—Tan malo no ha sido, Miller, tenemos a uno en el trullo.

—No lo digas, Eva, sabes tan bien como yo que el que tenemos nos aleja aún mucho más de nuestro verdadero objetivo.

Aporreó el escritorio.

Rompe tu silencio
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