20
Ana estaba en el saloncito del fondo junto al leño, recostada en un cómodo diván y cubierta con una manta de lanilla, mientras leía relajada uno de sus clásicos favoritos de la literatura inglesa romántica, Cumbres borrascosas. Le encantaba esa historia de amor y de venganza, de odio y locura, de vida y de muerte, tal vez porque en un punto se sentía identificada con ella. Arrebatadora y romántica, una venganza que se prolonga hasta el final y un amor que va más allá de todo.
Cada vez que la releía sabía que algún día tendría que hablar con Noah para poner las cosas en su lugar, era necesario que su hijo pudiera deshacerse del odio visceral que sentía por su padre, pero remover esa historia era muy difícil para ella, era una parte muy dolorosa de su vida que siempre esquivaba por cobardía; pero sabía que tarde o temprano debería hacerlo, aunque entonces se encontrara con el desamor de su hijo. El miedo la paralizaba, porque era consciente de que al romper el silencio se expondría a eso por haberle ocultado por tanto tiempo lo que desde hacía mucho debería haber dejado de callar.
Había sido muy cómodo todos esos años que él creyera que su padre simplemente no lo quería, cuando la realidad no era ésa exactamente.
Sus culpas la atormentarían toda la vida, pero lo que había sucedido era una verdad humillante, una verdad que hasta su padre había preferido callar para que la deshonra y la vergüenza no fueran tantas.
Ella había sido débil de joven, se había debatido, como la Catherine de Emily Brontë, entre la pasión ardiente y el amor romántico y puro. Había sido capaz de alejar a dos hermanos, haciendo que por su culpa se enemistaran para siempre.
Cuando lo recordaba, se le helaba la sangre y el corazón se le estrujaba. Jamás olvidaría esa tarde de mayo en que ella y el hermano de su prometido se quedaron solos. Se dejó llevar por una atracción lujuriosa, por la seducción de un hombre que siempre había envidiado lo que tenía su hermano, y no le importaba nada con tal de arruinarle la vida. En ese momento en que el arrobamiento de la pasión la había hecho sucumbir al continuo acercamiento de Francis, el padre de Noah, Brandon Miller, los descubrió haciendo el amor en la casita del fondo de la alberca.
Durante mucho tiempo odió a Brandon por no haberla perdonado por su error, y luego consideró que no merecía saber que Noah era su primogénito, puesto que lo culpaba por haberla dejado sola y embarazada sin querer saber nada de ella. Pero ahora Noah tenía edad suficiente y tenía derecho a saber la verdad; se lo debía a Brandon, no podía seguir dejando que su hijo creyera que había sido un desalmado, cuando lo cierto era que no había podido con el engaño de ella y su hermano. Un engaño que empañó todo el amor que sentía, un engaño que fue más brutal que cualquier otro y que no sólo separó a dos hermanos, sino a ellos y a un padre de su hijo.
El ruido de la puerta la hizo regresar de la abstracción de sus pensamientos, y unas voces cada vez más nítidas la hicieron darse cuenta de que sus pensamientos habían sido premonitorios. La voz masculina que preguntaba por ella era verdaderamente inconfundible.
—Está en el saloncito del fondo —le indicó la criada—. Se pondrá muy contenta al verlo.
Noah entró por la puerta, ella lanzó el libro al suelo y se levantó tan rápido que hizo temblar los muebles.
—¡Hijo! Dime, por favor, que no estoy soñando.
Noah la cogió entre sus brazos, la levantó en el aire y la llenó de arrumacos.
—¿Por qué no me has avisado de que vendrías?
—No quiero mentirte, la verdad es que no pensaba hacerlo, pero como imagino que Josefina no se aguantará y te lo contará todo... por eso he venido.
—Gracias por tu sinceridad, aunque la verdad, no entiendo qué tiene que ver Josefina con tu visita.
Noah miró a su madre con cara de circunstancias, era difícil para él decir lo que estaba a punto de decir.
—Estoy pasando unos días en Austin, en La Soledad.
Ana lo miró atónita, si algo no esperaba era recibir esa noticia.
—Me parece perfecto. —Intentó restarle importancia, aunque no sabía si su cara había dicho lo que en realidad quería decir—. Ésa es tu casa, me alegra que al final hayas decidido ocuparla.
—No estoy ocupando la casa, ni pienso instalarme en ella definitivamente; no imagines en tu cabeza cosas que no he dicho.
—Noah, hijo querido, te digo que me agrada saber que estás ahí, no importa bajo qué circunstancias, pero has de estar al tanto de que me haría muy feliz saber que finalmente has espantado todos los demonios del pasado, tu padre descansaría realmente en paz si de una vez por todas pudieses perdonarlo.
—Las cosas están como siempre, continúo pensando exactamente lo mismo del viejo Miller.
—No lo llames así.
—¿Quieres que hablemos? Porque si vas a seguir con esta conversación, me voy.
—Cabezota.
Ana se colgó de su cuello y le dio un cálido beso en la mejilla y un golpecito en la base de la cabeza.
—He conocido a alguien que... madre, no sé si el amor es así, pero presiento que sí, porque últimamente hago cosas estúpidas como venir a La Soledad.
—Uno nunca debe arrepentirse de las cosas que se hacen por amor, no importan las consecuencias. Además, ya me agrada esa chica, porque si ella consigue que te reconcilies con esa parte de tu vida de la que no quieres hablar creeré que es un regalo del cielo.
—Es que yo te prometí que nunca pisaría esa casa y...
—Noah, esa casa es la de tu padre, la que te dejó, la que siempre debiste ocupar, y me encanta que estés ahí; además esa promesa no me la hiciste a mí, sino a ti mismo. Bien sabes que yo...
—Basta, no quiero hablar de él. Sólo he venido a verte y a decirte lo que no me apetece que sepas por Josefina, sino por mí.
—Me habría encantado que tú y tu padre hubieseis podido limar asperezas antes de que él muriera, habría supuesto un gran alivio para mí.
—¿Alivio? ¿Después de todos los desprecios que nos hizo? Mamá, sin duda tú te has ganado el cielo en la tierra.
Ana Rodríguez fue cobarde una vez más, pensó que podría seguir hablando, recapacitó que era el momento, pero temía demasiado perder el respeto de su hijo. Brandon, antes de morir, le había pedido que nunca lo hiciera, pero aunque ella en su lecho de muerte se lo había prometido era consciente de que su silencio era ruin, tan ruin como lo que había hecho aquella tarde de mayo. Aun así, aunque considerase realmente la posibilidad de romper su promesa, las palabras no salieron para expresar lo que verdaderamente quería decir.
—Háblame de la chica que está contigo. —Prefirió desviar el tema.
—La verdad es que estamos empezando una relación muy bonita. Es un poco pronto, pero me gusta mucho —ratificó con seguridad.
—Eso sí que es una buena noticia. Quiero saberlo todo, es la primera vez que hablas de esa manera de una mujer y presiento que estás más cautivado de lo que de verdad quieres demostrar.
—Prefiero no dar muchos detalles, te pido que lo entiendas, es que aún nos estamos conociendo.
—Al amor se apuesta, Noah, al amor no se le debe temer porque el tren puede pasar sólo una vez, y si no nos subimos puede dejarnos esperando para siempre en el andén, así que no andes con remilgos ni inseguridades: coge el toro por los cuernos y pelea.
—Te aseguro que es lo que estoy haciendo, mamá.
—Me alegro, entonces, pero, si es así, ¿por qué guardarte los sentimientos? ¿Tu madre no merece compartir tu felicidad?
—Si pensara eso, no estaría aquí.
—¿Cómo se llama? ¿Es bonita? Cuéntame.
—Se llama Alexa, y es hermosa, única, la mujer más bella de la tierra.
—¿Cuándo la podré conocer?
—¿Ves? Pones primera y arrancas acelerando para ganar posición. Ya llegará el momento, no te precipites. Te digo que estamos conociéndonos.
—Noah, si realmente no lo creyeras importante no la habrías traído a La Soledad. Si has compartido esa parte de tu vida que guardas con tanto recelo...
—No sabe que La Soledad es mi casa.
—¿Cómo? ¡Qué hijo tan cabezota tengo! ¿Por qué no se lo has dicho? ¿Acaso crees que es una cazafortunas?
—No, por supuesto que no, simplemente no me apetece compartir eso con Alexa; ella es de una familia bien y con mucho dinero, no está buscando a alguien con posición.
—Entonces no te entiendo. Eso es tuyo y te acompañará el resto de tu vida. No es bueno construir una relación sin sinceridad, a nadie le gusta que le mientan.
—No son mentiras, simplemente oculté ciertos detalles. —Ana lo miró meditativa—. No me mires de ese modo, no he querido decírselo y punto.
—Un momento, no me levantes la voz, que yo no soy uno de los reos a los que tú acostumbras a detener, así que conmigo no te pongas en plan autoritario, porque eso no funciona en esta casa. Cambiemos de tema: estás aquí y no quiero discutir. Supongo que sólo te quedarás un rato, sentémonos. —Ana se acomodó en el sillón y dio una palmada al asiento para que Noah se instalase a su lado—. Me encanta que hayas venido a verme, la verdad es que os extraño demasiado y aunque amo Texas, estoy pensando seriamente en irme a Nueva York para estar más cerca de ti y de Nacary.
—¿De verdad, mamá? Sería fabuloso, podríamos comprar una casa donde vivir los dos juntos.
—Calma, calma, tú tienes que hacer tu vida. Si decido irme, no quiero ser una carga para nadie.
—Mamá... hablas como si fueses una anciana, y tú estás muy joven aún.
—No me refiero a mi edad, sino a no interferir en vuestra vida. Si me voy para allá también quiero mi espacio, bien sabes que estoy acostumbrada a vivir sola.
—No eres vieja, pero eres una pesada.
Noah se quedó un rato más en casa de su madre, hablaron de todo un poco, se tomaron un café y luego regresó a Austin, no sin antes realizar las compras que necesitaba. Pasó por una tienda y se surtió de cerveza y preservativos, y en el camino de regreso puso la música a todo volumen y dejó que el buen humor se expandiera por todos los resquicios de su cuerpo. Estaba exultante, feliz, parecía un hombre nuevo.