12

Durante las siguientes noches, Noah fue cada día a visitarla, cenaban juntos con Tiaré y luego su amiga esgrimía una excusa y los dejaba solos para que se hicieran arrumacos y planes en la intimidad. Pero ese día, cuando había transcurrido casi un mes, los planes eran otros.

—Mi arma, estás radiante —dijo Tiaré cuando entró en el cuarto y encontró a Olivia frente al espejo; estaba terminando de arreglarse—. Definitivamente, el detective te sienta bien.

—¿Te parece que estoy bien?

—Tú siempre lo estás. Pero con ese vestido que te has puesto, al canijo le va a dar un ataque al corazón, se quedará ojiplático.

—¿No crees que parezco demasiado formal así? —Dio una vuelta para que su amiga la observara—. Mejor me pongo unos vaqueros, que es más el estilo de Noah.

—Mi arma, así salgas con unas bragas en la cabeza, para Noah estarás hermosa ¡Si te come con la mirá! Ese hombre sólo piensa en quitarte lo que llevas puesto, así que no creo que le importe mucho lo que te pongas. Pero déjame decirte que te ves elegante y sofisticá, pero no como la esposa del senador, si eso es lo que te preocupa; esa Olivia pertenece al pasao.

—Soy feliz, Tiaré, soy feliz como nunca creí que volvería a serlo. Además, ya me siento bien, la costilla casi ni me duele, ¿sabes? —Se aferró al cuello de su amiga y le habló al oído—. Hoy haremos el amor por primera vez, me siento bien, y creo que él también lo ha planeado, por eso cenaremos en su apartamento. Como no quiere presionarme en nada, sé que está esperando que le dé un indicio de que ya estoy restablecida del todo.

—Pues ya voy entendiendo por qué estás tan resplandeciente.

—Sí, mi sevillana hermosa, hoy por fin seré suya.

—Ese canijo tuyo te tiene prendá, y no es pa menos, porque es un buenorro. Hoy cenaré solita, no queda otra —hizo un mohín—, pero no os aflijáis. Creo que me meteré en el estudio, sabes que adoro el aroma a trementina y óleos, me prepararé un bocadillo de pechuga de pollo, que en mi tierra llamamos serranito, con pimiento frito, jamoncito, tortilla francesa y tomate. ¡Y le pondré también alioli, hummm, creo que me rechupetearé los dedos! Comeré allí mientras pinto. Tú diviértete y déjate llevar, que estoy segura de que ese chaval sabe muy bien cómo conducir. Óyeme: ponte bien perraca y deja que ese tío te cale bien calá y te lleve hasta el cielo. ¿Qué ropa interior llevas?

—Me he puesto un conjunto negro de encaje.

—Mi arma, se quedará con el ojo como bacalao cuando te vea, estoy segura de que te lo quitará con los dientes. —Soltaron una carcajada—. ¿Cuándo hablarás con él? Cuanto más tiempo dejes pasar, más mentiras le dices; no le hará mucha gracia enterarse de que tú no te llamas Alexa, como cree. Acepta mi consejo, no esperes más, no dejes pasar más tiempo.

—Déjame disfrutar el día de hoy. Te prometo que me armaré de valor y se lo diré todo, pero temo que quiera ir a enfrentarse a Murray y eso me hace temblar.

—No pongas excusas, Olivia. Lo que yo creo, mi arma, es que tú quieres enterrar a Olivia y por eso con él has tomado otra identidad. Pero ésa eres tú, y sé que llevas una historia de mierda a cuestas, y aunque te cambies el nombre, si no te enfrentas al pasado no lo dejarás nunca de lado. Noah no merece que le sigas mintiendo, es un buen tío y cree en ti, es paciente y no te exige, pero todo tiene un límite, y a nadie le gusta pasar por tonto; además, si las cosas continúan avanzando entre vosotros, tendrás que hablar. ¿Hasta cuándo crees que él seguirá sin preguntar?

—Lo sé, pero deja que haga acopio de valor. Como tú dices, debo enterrar el pasado y para eso debo sentirme segura, en mi cuerpo todavía guardo cada herida infligida por ese malnacido. Sé que con Noah conseguiré olvidarlo todo.

El timbre sonó. Olivia se abrigó rápidamente, cogió su bolso y salió al encuentro de Miller. Al verse se dieron un efusivo beso, él la devoró con los labios y la abrazó muy fuerte.

—Hum, qué buen recibimiento. —Hundió la nariz en su cuello—. Hueles a Jasmin Noir de Bvlgari; sin temor a equivocarme te digo que es el que llevabas puesto el día que te conocí en el bar.

—¿Cómo lo sabes?

—Sé reconocer muy bien el perfume de una mujer, y más el de una muy especial.

—Eres un marrullero.

—También.

—Y un vanidoso, que se las da de sabelotodo.

—No te digo que no. Pero subamos al coche, que nos helaremos aquí fuera, creo que nevará.

Le cerró la puerta del acompañante, frotó sus manos, les echó un poco de aliento y dio la vuelta para acomodarse dentro del coche.

—¿Cómo te ha ido el día? —preguntó ella.

—Muy bien, bastante tranquilo. ¿Y el tuyo?

—Aún sigo con Esperanza.

—¿Con quién?

Esperanza, así he decidido llamar el cuadro que pinto.

—¿Cuándo podré verlo?

—Cuando esté terminado. Confío en que te guste.

—¿Y falta mucho?

—Estoy dándole los retoques finales.

—Seguro que me encantará.

Llegaron al apartamento, se metieron en el garaje y tomaron el ascensor. Olivia estaba muy audaz. En cuanto se puso en marcha, se aferró al cuello de Noah.

—Estás muy guapo. Me gusta cómo te quedan los vaqueros con esta camisa y esta chaqueta de cuero.

—Tú estás preciosa.

Noah se apartó y le soltó el lazo de la gabardina de color burdeos que Olivia usaba como abrigo, deslizó su mano ansiosa por la estrecha cintura y la miró recorriéndola. Pasó su mirada café por el escote y se detuvo admirando la sensualidad de sus senos, le acarició la cintura y se cautivó con sus caderas; le recorrió el largo de las piernas, acariciándola sin tocarla, y así continuó vagando por su cuerpo, hasta detenerse en los tacones de ante granate que ella llevaba puestos.

—Me encanta cómo te queda este vestido gris, resalta tus formas, estás muy sexy, y esos tacones... ponen en alerta todos mis sentidos. Te contaré un secreto: lo que me atrajo de ti la primera vez que te vi fueron tus tacones; estabas soberbia, elegante, resaltabas entre todas las mujeres aquella noche. —Hizo una mueca calculadora— Es realmente una lástima, estás bellísima, pero este vestido —se acercó a su oído— te durará muy poco puesto, así que déjame admirarte bien, porque tengo planeado quitártelo en cuanto entremos en el apartamento.

—Eso es muy prometedor... la verdad. —Lo miró a los ojos—. La verdad es que había pensado desprenderme de él yo misma, si tú no te decidías.

Noah apresó sus labios, tentado por los deseos que no tenía intención de frenar más; le levantó el vestido y la arrinconó en el fondo del ascensor mientras le sostenía la pierna y acariciaba su muslo, enredada en su cadera; la aprisionaba a la vez que la besaba y le restregaba su sexo abultado bajo los vaqueros.

—No veo la hora de tenerte, esto es una tortura. Estoy así desde el día que te vi en The Counting Room. Te aseguro que no puedo desearte más de lo que te deseo.

Las palabras realmente sobraban, sus cuerpos estaban enardecidos. Noah quería tomarla ahí mismo, quería hacerla suya, perderse en ella de una vez.

Se apoderó de sus nalgas mientras le besaba el cuello, levantó la mano y apresó uno de sus senos por encima del vestido, sosteniéndolo con ganas; lo palpó, pero eso ya no era suficiente, era lo que venían haciendo desde hacía tiempo, besos, toqueteos y ponerse a mil. Olivia estiró la mano para oprimir los botones y detuvo el ascensor. Noah la miró incrédulo, pero aceptó el reto.

Le quitó el abrigo, que cayó en el suelo, y le dio la vuelta como si estuviera a punto de cachear a un delincuente. Le indicó que abriese las piernas y le levantó el vestido deslizándolo por sus caderas. Le admiró las nalgas, las palpó con la palma de la mano bien abierta, las acarició primero y luego las apretó con ganas. La piel de Olivia era tersa, perfecta, tal como la había imaginado. Le echó las bragas a un lado y deslizó la mano para acariciar su hendidura: estaba lista, preparada, su vagina lo esperaba ansiosa.

Noah se acercó a su oído para morderle el lóbulo de la oreja. El lugar donde se encontraban era muy ilícito, y eso lo hacía todo más excitante. Se oyó el sonido del cierre del pantalón de Noah y cómo se rasgaba el envoltorio de un preservativo. Aunque no había habido un interludio, en ese instante no importaba, puesto que llevaban un mes en el entreacto. Olivia sintió cómo su cuerpo se sacudía ante la expectación del momento, se acomodó para darle paso abriendo más las piernas y lo miró por el espejo del ascensor. Sus miradas, en ese instante, presa de la seducción que sentían, se encontraron devorándose una y otra vez. Noah tenía el pene preparado para penetrarla, lo sostenía en la mano, le acarició la vulva con él y finalmente, se enterró en ella.

—Eres extremadamente deliciosa —dijo mientras comenzaba a moverse.

—Tú también eres perfecto, te siento muy bien.

Miller se introducía en ella despiadadamente, y Olivia lo seguía con movimientos acompasados. De pronto se oyó que alguien gritaba a viva voz y sin pausa:

—¡Ascensor, ascensor...!

El ascensor, que hasta el momento permanecía detenido por la intrepidez de los amantes, reanudó la marcha. Sin más remedio, interrumpidos por el grito incesante, se recolocaron las ropas. Sin parar de reírse, ascendieron hasta el apartamento de Noah mientras éste intentaba guardar su erección, que era realmente dolorosa.

Ella acomodó su falda, se puso el abrigo y el bolso que recogió del suelo e intentó serenarse, pero era imposible. Salieron del ascensor risueños y casi corriendo. Rápidamente, Miller abrió la puerta y de un manotazo encendió el interruptor de la luz. Querían lidiar con la urgencia, sin embargo, era absurdo intentarlo. Noah apresó los labios de Olivia, la envolvió con los brazos y la abrigó contra su pecho. Ella, anhelando lo que ya había probado, le quitó la chaqueta de cuero, le desabrochó la camisa y sus manos candentes le acariciaron el pecho. Se besaron con desenfreno, con pasión y lujuria, siguieron probándose mientras se despojaban de toda la ropa y se admiraron al quedarse desnudos.

—No puedo creer que por fin te haya probado.

La voz de Olivia estaba cargada de deseo. Su pecho se inflamaba ante lo inminente, lo deseaba aún más que antes de haberlo experimentado en el ascensor. La expectativa terminaría aniquilándola; pensó si alguna vez se había sentido así y tuvo miedo, porque la fierecilla indomable que tenía dentro salía de sopetón y sin pedir permiso para desear a ese hombre, verdaderamente lo deseaba demasiado.

—No había imaginado que sería de esta manera, había planeado una noche muy especial para nosotros, quería que fuese muy romántica y la recordases para siempre. —Miró hacia la mesa del comedor y ella se sintió conmovida por cómo estaba dispuesta; le encantó saber que él se había esforzado tanto para agasajarla—. Pero en la escuela me enseñaron que el orden de los factores no altera el producto, así que empezaremos por el postre.

—Me parece la noche más especial que he vivido en mi vida. Sin reglas, sin protocolos, sólo haciendo lo que nos venga en gana, lo que deseamos. —Le regaló una sonrisa pícara, que evidenciaba su deseo. Estaba tan desinhibida que él la miró ilusionado—. Te deseo, Noah, hazme tuya, termina lo que has empezado en el ascensor, no aguanto más.

Era imposible controlar los latidos de su corazón. La cogió de una mano y la llevó hacia el dormitorio, apartó el cobertor con urgencia y, apoderándose nuevamente de sus labios, la empujó para que cayera sobre la cama. Su cuerpo cubrió el de ella mientras sus manos ansiosas recorrían cada centímetro de piel. Agarró uno de sus pechos y comprobó que eran perfectos, mejor de lo que suponía palpándolos sobre la ropa. Olivia tenía los pezones tan erectos que sintió dolor, la caricia parecía meterse bajo su piel. No obstante, las manos de Noah vagaban por su cuerpo, eran demoledoras y la obligaban a retorcerse por la expectativa. Miller se movía, friccionando su sexo erecto en la pelvis de ella, que había abierto las piernas y le había hecho un hueco en su intimidad, invitándolo a que entrara. Noah sentía que sus entrañas se desharían, pues esa mujer tenía en él el poder de una enfermedad. Así se sentía a su lado desde el instante mismo en que la había conocido, le hacía perder la razón. Sin perder más tiempo se colocó un condón y de un impulso experto se posicionó en la entrada de su vagina para penetrarla. Comenzó a moverse dentro de ella, entrando y saliendo varias veces. Olivia gemía en su boca y él necesitaba encontrar una armonía, porque de otra forma se perdería en el éxtasis del orgasmo.

Salió de ella y Oli protestó, él la miró sonriendo lujurioso.

—Necesito controlarme, necesito que nos calmemos para poder disfrutarte como deseo.

Tras hablarle rozándola con la calidez de su aliento, su lengua húmeda y tibia bajó por su cuello, y sin poder detenerse siguió bajando para tomar uno de sus pechos, rodear su pezón y succionarlo. Ella le revolvió el cabello mientras Noah continuaba bajando con su ávida lengua, marcando un rastro de besos. Lamió su monte de Venus, le abrió los labios de la vagina y la besó, la probó con deleite y comprobó lo exquisita que era. Volvió a pensar en ella como en una enfermedad, porque cada rincón de su cuerpo que podía poseer lo debilitaba. Levantó la cabeza y la miró extasiado, ella tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta mientras gemía, perdida en sus lametones.

—Alexa, mírame y dime que te gusta así. —Ella no reaccionó de inmediato, estaba perdida porque era la primera vez que estando con él se sintió Olivia, se sintió la que quería ser, la mujer amada, la mujer deseada—. Alexa, mi amor, dime que te gusta, sedúceme con tu cuerpo —volvió a llamarla y entonces ella abrió los ojos y asintió con su cabeza, las palabras no le salían, se contorsionó contra él arqueando su espalda.

—Continúa, por favor, no pares, á-ma-me —dijo entrecortadamente.

Noah estaba resucitando todos sus sentidos, su cuerpo volvía a renacer, sentía que era su depredador porque le robaba hasta el último dejo de cordura; laborioso, acometido y gallardo, seguía lamiéndola con afán. Luego se incorporó, se arrodilló frente a ella y cogiéndola de las caderas volvió a enterrarse; comenzó a moverse abriendo una brecha en su hondonada, perdiéndose en ella una y otra vez, y otra y otra, y otra vez más. Después de penetrarla varias veces, se apartó nuevamente para abrirse camino con más furia; él gemía roncamente cada vez que entraba en ella, sus cuerpos ya estaban preparados para la fase final, ella empezó a temblar y entonces abrió los ojos y los clavó en los de él, que estaban atentos a sus emociones.

—Me tienes cautivado, Alexa, estoy perdido.

Como un depredador que jamás abandona hasta no obtener todo lo que desea de su presa, Noah siguió entrando en ella, irrumpiendo en su cuerpo.

Entregados, abandonados a las modulaciones que se escapaban de sus gargantas, con una última penetración se corrieron, llegaron al orgasmo y se fusionaron, transformándose en un todo casi indivisible sólo separado por el látex del condón.

Olivia estaba aferrada a su espalda, lo tenía prisionero contra su pecho, y con la respiración entrecortada le habló al oído:

—Gracias. —Él levantó la cabeza, le costaba sostenerla porque había quedado abatido; el orgasmo había sido casi mortífero. Le dio un relajado beso en los labios—. Me has mostrado en todos los sentidos de la existencia que estoy viva, que mi cuerpo vive, siente, y se estremece con el tuyo.

—Me siento realmente privilegiado.

Noah salió de su interior, se retiró el condón, lo anudó, lo desechó y se tumbó de lado para mirarla.

Permanecieron en silencio admirándose. Él le acariciaba las caderas y ella jugaba con sus labios, mientras Miller le besaba el dedo que los trazaba.

—Sé que tenemos que hablar, que hay muchas cosas que quieres que te cuente, que estás a la espera de muchas revelaciones. Reconozco que has sido muy paciente, soy consciente de que muchas veces te has contenido y no me has preguntado, y que hasta has reprimido las ganas de investigar por tus medios; no sabes cuánto te lo agradezco, sólo te pido que me des un poco más de tiempo.

—Tranquila, tenemos tiempo. Hoy no está permitido que el pasado se entremeta entre nosotros, ha sido demasiado hermoso tenerte y es un día especial, porque por fin hemos podido entregarnos a lo que nuestros cuerpos deseaban.

—Me has hecho sentir muy especial.

—¿Cómo de especial? —le preguntó con una sonrisa dulce, mientras afianzaba su abrazo y rozaba con su nariz la de ella.

—La más especial. Además, me he sentido sumamente cómoda.

—Eso me gusta y me importa mucho. Me encanta que expreses todo lo que sientes.

—Todos estos días, mientras pensaba en nosotros, en el momento en que estuviéramos así, íntimamente, tenía mucho miedo de sentir pudor. Es que... eres mi segundo hombre.

—Sólo quiero ser el último.

—¿Es eso verdad?

—¿Por qué no tendría que serlo?

—No sé, sentirme así, cuidada, muchas veces me parece que no pertenece a mi realidad.

—Eso es lo que más quiero, que tú seas mi realidad y yo la tuya. Me tienes embobado.

—¿Lo has disfrutado tanto como yo?

—Ha sido increíble, mejor que como lo imaginaba. ¿No tienes hambre?

—Sí, mucha, pero no quiero salir de tu abrazo y mucho menos de la cama.

Se rieron y se removieron entrelazando las piernas.

—Luego volvemos.

—Necesito sentirte así muy cerca, espera un rato, por favor.

Sus ojos se pusieron acuosos y de pronto el llanto se hizo incontenible.

—Eh, ¿qué pasa? Eres mi princesa, y las princesas nunca lloran por nada. —Le besó el hombro, le llenó el cuello de besos mientras con las manos le recorría la columna vertebral, enroscó más sus piernas a las de ella y entre los besos que dejaba sobre su piel le susurraba para que se calmara—: Chist, Chist, quiero verte sonriendo, no tienes que sentirte así a mi lado, aunque si lo necesitas debes saber que puedes llorar en mi pecho todo lo que desees, eso sí, sólo si me prometes que luego me sonreirás como a mí me gusta. —Ella estaba inconsolable—. ¿Quieres contarme por qué lloras? Quizá si me lo cuentas, si te desahogas, te sentirás mejor. Sé que te he dicho que había tiempo para que habláramos, pero si lo necesitas, si tienes la necesidad, hagámoslo.

—Abrázame muy fuerte, Noah, necesito que todas las partes desgarradas que tengo se unan con tus abrazos, ahora sé cuán mágicos son. Tengo miedo.

—No debes tener miedo a mi lado.

—Lo sé, supongo que es cuando pienso en todo a lo que deberé enfrentarme...

—Estaré a tu lado acompañándote. Nadie, óyeme bien, Alexa —la cogió del mentón, obligándola a que lo mirase—, mientras yo esté a tu lado, nadie volverá a hacerte daño ni te obligará a hacer algo que no desees.

—Siento mucho haber arruinado este momento.

—No has arruinado nada; por el contrario, lo has hecho más íntimo aún, me encanta que confíes en mí de esta forma, me encanta poder ser tu muro de contención.

—No quiero que sientas lástima por mí.

—¿Acaso crees que por eso estoy aquí contigo? ¿Tan poco te transmito? —La abrazó más fuerte, abrió las manos y le rodeó toda la espalda con ellas—. Si hay algo que tú no me provocas es precisamente ese sentimiento, te doy permiso a que pienses en cualquier otro, menos en ése; tú me suscitas cariño, seducción, pasión, ganas de protegerte. Quizá al conocer tu historia tuve lástima por ti, pero ahora es diferente, ahora está naciendo un sentimiento que noto aquí. —Cogió su mano y la apoyó en su pecho; su corazón tamborileaba sin cesar—. Alexa, siento cosas por ti que realmente nunca he sentido antes por otra mujer. Sé que es muy pronto, pero sólo pienso en ti todo el día, estás metida en cada uno de mis poros. —La miró profundamente a los ojos—. Si tú te atreves, yo me atrevo; si tú estás dispuesta a intentarlo, lo intentamos.

Ella pegó el cuerpo al de él y tomó posesión de su boca, esa boca que acababa de decirle las palabras más bellas, las que toda mujer alguna vez desea escuchar. Sus lenguas tibias se acariciaron danzando y se convirtieron en ardientes deseos. Olivia se escapó del beso, estaba jadeante, y sobre sus labios le dijo:

—Sí, me atrevo, sí deseo intentarlo.

Volvieron a probarse, a confundir sus alientos y a interrumpir el paso del tiempo, en donde ellos se detenían para amarse, para saborearse y gustarse. Noah rodó sobre ella, separó levemente su cuerpo para acariciarle el rostro, para admirarla, porque ella era su princesa y él era el príncipe valiente que acudía a rescatarla, que entraba en su vida para que ningún conjuro maléfico pudiera alcanzarla.

—Lo lograremos, estoy seguro de que a tu lado encontraré mi tiempo perdido.

Ella asintió con la cabeza y enroscó las piernas en la cintura de él.

—No sé, Noah, cuánto tiempo habrás perdido, pero estoy segura de que no ha sido más que el que he perdido yo.

—No esperemos más, entonces, empecemos a recuperarlo.

Miller le mordió el labio inferior y se lo tironeó, ella se rio e hizo lo mismo.

—Amo tu boca, tienes una boca muy atractiva, detective Miller. Hoy no sonará el buscapersonas, en mitad de todo, ¿verdad?

—No, están apagados el buscapersonas, el móvil y he desconectado el teléfono fijo también. Tenemos toda la noche para nosotros.

—Eso significa... ¿que me cacheará toda la noche, detective?

—Pues necesito hacer un registro muy exhaustivo, el de esta noche es un procedimiento muy específico y trabajo solo, me han asignado como agente encubierto.

—¿Y piensa efectuar algún arresto?

—Espero que no sea necesario, sería muy desagradable que se resistiera a mi autoridad, porque puedo ser muy duro y agresivo. —Él cerró los ojos y se puso serio al darse cuenta de lo que acababa de decir—. Perdón, no he querido insinuar...

—Jamás te compares. —Le mordió el labio—. Sé que siempre vas a cuidarme.

—Siempre, que no te quepa la menor duda.

—Detective Miller —ella utilizó el mismo tono bromista de instantes atrás, quería retomar el momento—, quiero conocer su dureza, aunque ya tengo una idea de cómo es. —Movió la pelvis para frotarla contra su sexo, que pareció revivir—. Quiero conocer también toda su opresión, aunque también tengo noción de cómo es, pues en esta posición se siente muy bien todo el peso de la ley. —Él sonrió de lado—. ¿Sabe? Creo que me resistiré a su autoridad, porque quiero conocer el castigo que tiene para mí.

—Le aseguro que será el más placentero de los castigos.

—¿Más placentero que el que me ha impartido hace un rato?

—Puedo esforzarme un poco más y proporcionarle uno más placentero, voy a demostrarle que soy muy profesional y que sé lidiar con rebeldes.

—Entonces creo que me convertiré en su rebelde sin causa, porque quiero mucho más de ese castigo que he probado. Ahora sé que eso es todo lo que necesito para sentir que estoy viva.

Dejaron de hablar, ya no era necesario decirse nada más, necesitaban calmar con caricias y besos el fuego que surgía en ellos. Necesitaban aplacar las ansias, que los transportaban a un apasionado estado de embriaguez.

Noah comenzó a besar todo su cuerpo y fue dándole lametazos, mordisquitos, succiones, quería probarla toda. Mientras la besaba, admiraba la sedosidad de su piel, tersa, transparente, perfecta. Olivia se retorcía ante cada roce, la boca inquieta de Miller se había apoderado de todos sus sentidos y era la culpable de toda su excitación.

Él le indicó que se diera la vuelta, que la quería boca abajo, pero Oli se tensó.

—¿Qué pasa?

—No quiero que veas mi espalda.

Él la miró sin entender, aunque algo intuyó. No pensaba forzarla a nada, hizo un repaso en su mente de las fotos que guardaba en su móvil, pero sólo recordaba moretones.

Volvió a tomar sus labios, la besó con ganas, con arrebato, quería que olvidara, que se alejase del mundo cuando estaba con él.

Se arrodilló frente a ella, cogió una de sus piernas y la acarició de arriba abajo, comenzando desde el muslo, primero con la mano y luego con la boca, repitiendo la tarea con ambas. Cuando iba a continuar, Olivia, velozmente y de improviso, se sentó en la cama.

—Túmbate, también quiero darte placer.

Se subió a horcajadas sobre él y lo besó de la misma forma que Noah había hecho. Estaba tembloroso, muy receptivo; finalmente, ella fue bajando con sus besos hasta tomar su pene sin dejar de mirarlo con cierta picardía; primero pasó la lengua rodeando su glande y luego se lo metió en la boca. Lo succionó por un rato, hasta sentirlo inseguro, levantó la cabeza y lo miró.

—Ven aquí —dijo Noah.

Buscó rápidamente un condón y se lo puso. Ella gateó sobre su cuerpo y se acomodó sobre su sexo a la espera de que él la penetrara; el detective movió las caderas para enterrarse en ella punzante y sin demora. Se tomaron de las manos, Olivia bajó la cabeza para buscar su boca y descontrolados se volvieron a saborear al compás del balanceo de sus cuerpos, perdidos en la lujuria que emitían sus centros. No lograban quedarse quietos, arremetían con lascivia el uno contra la otra, gemían, gruñían, jadeaban mientras intentaban llegar al ápice de todas sus sensaciones, mientras intentaban llegar al éxtasis que sus cuerpos demandantes exigían.

Miller soltó sus manos y se aferró con fuerza a sus caderas, salió y volvió a enterrarse en ella, la cogió encajando los dedos en los muslos y le ordenó que lo mirase.

—Mírame. —Ella levantó la cabeza y se irguió sobre él—. Sedúceme —le ordenó mientras hundía mucho más las manos en su carne, para que ella arqueara más su cuerpo.

Olivia apoyó las manos sobre las de él y clavó la mirada en esos ojos café que le exigían placer; se movió con más arrobo sobre su pene mientras sus pechos danzaban acompasados.

—Ámame, Noah.

Él, extasiado, movió con más arrebato las caderas para hundirse más en ella, gruñó cuando sintió que Olivia estaba llegando al escalón más alto de sus sensaciones, notó cómo se tensaba y una serie de espasmos llegaron al pene. Se rio con deleite, sabiendo que ella estaba corriéndose y qué él era el artífice de todas sus sensaciones, en ese momento él también se tensó y entrecerró los ojos, dejándose ir al mismo tiempo que ella.

Olivia cayó sobre su pecho.

Sintiéndose aniquilado una vez hubo vaciado todo su esperma, Noah se aferró a su cintura y la rodeó con los brazos mientras la aprisionaba contra él, hundió la cara en su cuello mientras aguardaba a que sus alientos se apaciguaran. La besó.

—¿Estás bien? —se preocupó en saber.

—No podría estar mejor.

Se retiró de ella, pero permanecieron juntos unos cuantos instantes más, sin moverse; por fin Noah, con la respiración casi recuperada por completo, le habló:

—Me ha encantado. Eres increíblemente apetitosa. ¿Te has sentido cómoda?

Ella se movió y se puso de espaldas sobre la cama. Noah se tumbó de lado mirándola mientras le apartaba unos mechones de pelo que se habían cruzado en su rostro.

—Eres un prodigio, Noah.

—Uff, voy a estallar de soberbia.

Olivia levantó las manos y hundió los dedos en los mechones de su cabellera, luego las bajó y le acarició la boca.

—Gracias, detective. Después de haber probado su cacheo, creo que me resistiré mucho más a menudo a su autoridad.

Él bajó la cabeza, y le mordisqueó un seno.

—Y yo creo que me siento más orgulloso que nunca de mi profesión, porque tener bajo mi custodia a una rebelde sin causa como tú no es labor fácil.

Se rieron cono ganas.

—Ahora sí que me muero de hambre, Noah. El desgaste físico y el alivio emocional han despertado desmesuradamente mi apetito.

—¿Y tu apetito se calma con comida?

—Uno sí, el otro sólo con tus besos y tus caricias.

—¿Sólo con besos y caricias? —Hizo un mohín muy chistoso.

—Para empezar me causa bastante alivio, pero luego debo confesar que no es suficiente.

—Me ha gustado mucho hacerte el amor.

—Y a mí me ha encantado que me lo hagas. Tu amor y unas sesiones de sexo son mágicos, y eso sí que calma verdaderamente mi apetito.

—Me moría de ganas de estar así contigo.

—Yo también.

—¿Tenías muchas ganas?

—Muchísimas, Noah Miller. No puedo creer que formes parte de mi vida y que me hagas sentir tan libre.

—Eso ha sido muy bonito.

—Tú eres bonito.

Él se rio pudoroso.

—Entonces ¿puedo quedarme tranquilo sabiendo que he superado tus expectativas?

Olivia le guiñó un ojo.

—Y yo, ¿he superado las tuyas?

Miller puso un gesto pensativo y ella abrió los ojos a la espera de la respuesta.

—Has traspasado todos los márgenes de sensatez, me has vuelto loco, muy loco. No sé qué haré para dejar que te levantes de esta cama, creo que te haré mi esclava sexual. —Le hizo cosquillas—. Amo el sonido de tu risa; a veces, antes de dormir, te imagino riendo a mi lado, y no sabes lo placentero que es.

—Detective Miller, cuando me habla así realmente me deja sin voluntad.

—Quiero enamorarte y que me enamores, quiero más, mucho, mucho, mucho, mucho más —dijo mientras la besaba por todas partes, en el rostro, en el cuello, en los senos, en el vientre.

—Es usted insaciable, detective.

—Tu cuerpo me hace sentir así. Pero debemos alimentarnos, así que te demostraré que aún me queda un poco de cordura y me iré a lavar, así podrás levantarte de la cama y asearte también. Luego calentaremos la cena, que aún nos está esperando, y después volveremos, y nos quedaremos así toda la noche, y te haré el amor hasta que me pidas que pare.

—Hummm, qué propuesta más cautivadora. Pero debo corregirte algo: nunca conseguirás que te pida que pares, eso sencillamente no está en mis planes.

Se besaron una vez más y luego hicieron lo que habían planeado.

Rompe tu silencio
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