22

Sus obligaciones como detective lo reclamaban, pues debía regresar a la realidad, aunque lo único que él anhelaba era que Olivia fuera su realidad en todo momento.

Esa mañana Noah se despertó con bastante mal humor; durante la noche Oli se había encontrado mal y cuando llegaron de Austin le había solicitado que la llevara a casa de Tiaré, así que se había despertado solo y contrariado en su cama de Nueva Yok. Después de tantos días compartidos a su lado, supo que la extrañaba como nunca había imaginado que podría hacerlo.

Se metió en el baño y se preparó a desgana, era la primera vez desde que estaba en el cuerpo policial que iba sin ánimos al trabajo.

Cuando llegó al departamento de policía, antes de bajar de su coche le envió un mensaje a Olivia, que ella contestó de inmediato.

Hoy me he dado cuenta de que no soporto la soledad de mi cama, me haces falta.

También te he echado de menos, me has hecho falta. Creo que no fue una buena idea pedirte que me trajeras aquí.

Haberme llamado. Te juro que, de haberlo hecho, habría salido despedido a buscarte.

De pronto sintió que le golpeaban el vidrio del coche, apartó por unos segundos la vista de la pantalla del móvil y se encontró con Eva de pie junto a la ventanilla. Bajó el cristal y la saludó con una gran sonrisa.

—Buenos días, compañera.

—Buenos días, Noah. ¿Preparado para reincorporarte al trabajo?

—Preparadísimo —mintió intentando sonar convincente.

Tecleó una corta despedida sin esperar la respuesta y salió del coche.

Eva caminó a su lado y se sintió estúpida por alegrarse de verlo; la imagen de él en su deportivo junto a esa mujer se instaló en su memoria y en vano intentó esconder esos sentimientos. Presa de los celos, se contoneó a su lado, y eso la hizo sentir más estúpida cuando notó que él ni la miraba, incluso hasta pareció fastidiado por haberlo interrumpido dentro del coche.

—Me extrañó que decidieras tomarte unos días.

—Los necesitaba. Me fui a ver a mi madre.

—¿Fuiste solo o con tu hermana? Porque tienes una hermana, ¿no?

—Fui solo, mi hermana tiene trabajo, no podría haber coincidido con ella.

Noah caminaba con las manos en los bolsillos de los pantalones.

«Mentiroso», pensó ella, sintiéndose molesta al darse cuenta de que Noah ocultaba la relación con esa mujer.

Eva sintió una punzada en el pecho, bajó los párpados y continuó caminando a su lado. Si él escondía esa relación, era obvio que se trataba de alguien importante, pues se aprestaba a protegerla. Lo notó parco en su respuesta aunque intentó mostrarse despreocupado.

Ese día Olivia estaba muy perezosa, ni siquiera se había vestido, así que se dirigió en pijama a la cocina en busca de un almuerzo decente; mientras caminaba, no dejaba de estirar el cuerpo. Oyó que llamaban a la puerta, así que fue a abrir. Quitó el cerrojo y se asomó para ver quién era, y casi tuvo un infarto al encontrarse con Wheels en la entrada. De inmediato intentó cerrar, pero él, enfurecido y dispuesto a todo, le dio un empujón y entró en el salón con una mirada furibunda. Aunque ella trató de no demostrarle miedo, la verdad es que estaba paralizada.

—Vete, Murray, todo ha terminado entre tú y yo, no quiero verte ni saber de ti.

—Sinceramente, creo que tu cerebro no funciona. Nada ha terminado, y mucho menos porque lo digas tú.

—No te tengo miedo, vete.

—Creo que no lo entiendes, no me iré de aquí sin ti.

—No pienso ir a ninguna parte contigo.

Él dio un paso y ella otro hacia atrás mientras tragaba saliva.

«¿Dónde se ha metido Tiaré? —pensó desconcertada al ver que, a pesar de los gritos, su amiga no aparecía—. Debe de estar en el taller, no me oirá.»

—Oh, querida mía, sí que vendrás conmigo, y te digo aún más: saldrás de esta casa muy mansamente, te subirás al coche y regresaremos a nuestro hogar.

—Ni lo sueñes, he tomado una decisión y nada hará que me aparte de ella. Lo nuestro se acabó, quiero el divorcio —le espetó en la cara.

—Idiota. —La cogió de la barbilla con fuerza—. Jamás te daré el divorcio. Tu estupidez no va a tirar por la borda mi candidatura, no me veré envuelto en ningún escándalo amarillista por tu culpa.

Olivia le quitó la mano de la barbilla con ímpetu.

—Ni lo sueñes, no volveré contigo.

—Perfecto, mi amor, ¿no quieres volver? —Frunció los labios—. Tranquila, no te sulfures, mira lo calmado que estoy yo. —Sacó un sobre del interior de su chaqueta y se lo entregó de mala manera—. Toma, mira esto con calma, puedes leerlo con detenimiento, estoy seguro de que te va a interesar.

Olivia tiró el sobre al suelo, y manteniéndose en sus trece le volvió a gritar:

—¡No existe nada que pueda convencerme para que regrese a tu lado! Te desprecio, te odio, Murray, déjame en paz, olvídate de mí y sigue con tu vida como mejor te plazca.

Él la miró de forma despreciable, la recorrió con la mirada despectivamente y con gran cinismo chasqueó la lengua. Luego dijo:

—No, mi tesoro, no te conviene contradecirme, ni mucho menos ponerme más furioso de lo que ya estoy, sabes de sobra que no es bueno ponerme en ese estado. —Continuaba mirándola de forma nefasta, él se agachó, recogió el sobre del suelo y se lo entregó con furia poniéndoselo en las manos—. ¡Ábrelo! —Le dio un grito espeluznante, que hizo que Olivia se sobresaltara.

Pero a pesar del sobresalto, no estaba dispuesta a dejarse vencer por el miedo. Pensaba en Noah, en los días vividos a su lado, en lo feliz que se sentía junto a él, y eso le daba fuerzas para seguir enfrentándose a él.

—Un hombre no debe golpear a una mujer jamás. Ni con la palabra debe hacerlo, y tú me has humillado de todas las maneras posibles. Se acabó, Murray, se terminó todo. Ve a un psiquiatra, porque estás enfermo, necesitas ayuda.

—Pedazo de mierda, te he dicho que mires lo que hay en ese sobre.

Se lo quitó de la mano y sacó lo que contenía para exponerlo frente a sus ojos.

Eran fotografías...

Olivia posó la vista en ellas y no pudo apartarla al ver a Brian en la imagen que se descubría aplastante ante sus ojos: en ella se le veía claramente extendiendo la mano, saludando a alguien que Olivia no conocía. Los latidos de su corazón se aceleraron de golpe, tuvo mil y un pensamientos, sobre todo la apremiante necesidad de saber por qué Murray le estaba enseñando esas fotografías.

Cuando recapacitó, el sentido común de inmediato le hizo intuir que no se trataba de nada bueno si Murray las tenía en su poder y se las estaba enseñando. Un dolor familiar en el pecho la invadió de golpe, las sostuvo en la mano y empezó a pasarlas una a una. Era una secuencia de imágenes donde se notaba claramente que Brian le entregaba un sobre a ese desconocido. En cuanto terminó de ver las fotografías, comenzó a leer un informe detallado de la INTERPOL que las acompañaba.

En él pormenorizaban los delitos cometidos en México y Estados Unidos por Mario Aristizabal Montoya, apodado «El jefe», un narcotraficante buscado por múltiples crímenes: asesinato, fraude, tráfico de drogas, de armas y blanqueo de dinero entre otras cosas.

La lista era extensa y escalofriante, tanto o más que estar viendo a su hermano mezclado en supuestos negocios con ese hombre.

El informe estaba acompañado por fotografías que dejaban a la vista el rostro del citado narco.

Abrió las manos espantada y lo dejó caer todo al suelo. Se agarró la cabeza con las manos y permaneció inmóvil sin poder creer lo que estaba viendo. El asombro no le permitía razonar, así que continuó azorada ante el descubrimiento; no podía creer en lo que su hermano se había mezclado, y mucho menos quería imaginar lo que Murray sería capaz de hacer con esas fotografías.

Wheels se agachó y recogió las fotos en silencio, mientras una mueca de triunfo se asomaba a su rostro. La miró con cinismo y sonrió mordaz y autocomplaciente. Olivia tan sólo tuvo que estudiar su gesto unos instantes para comprender en ese mismo momento que estaba perdida, que nuevamente la esperaba una vida de sinsabores. Se sintió como un manso cordero acechado por su presa, a la espera de ser devorada.

Las manos que en ese instante sostenían su cabeza cayeron laxas a los lados de su cuerpo en señal de sumisión, y Murray lo disfrutó todavía mucho más. Los pensamientos que invadieron la mente de Olivia plantaron en su alma un desasosiego muy conocido, una inquietud que pensaba que ya no sentiría nunca más.

—Supongo que no querrás que le entregue estas fotografías a la DEA.

Olivia cerró sus ojos para imaginar la mirada calma, solícita y amorosa de Noah, y se puso a rezar en silencio para que cuando abriese los ojos Murray hubiera desaparecido de su vista y fuese una angustiante pesadilla. Entreabrió los ojos y comprobó que no era así: sintió auténtico terror y supo que la felicidad que días atrás había creído conseguir se esfumaba.

—Toma, querida, éstas son para ti.

La puerta de atrás se abrió y dejó filtrar una brisa que hizo ondear las cortinas de la sala. Era Tiaré.

—Hola, mi arma, ¿pasa algo? —preguntó en español al ver la cara de circunstancias de los allí presentes.

Olivia intentó recomponer la compostura.

—Tiaré —le dijo con un hilillo de voz, y en un intento por ocultar su congoja carraspeó para continuar hablando—: Te presento a Murray, mi esposo.

La sevillana buscó en el fondo de sus ojos las respuestas, pero sin evidenciar nada, y más recompuesta, Olivia escondió sus verdaderos sentimientos. Wheels, con su máscara de hombre intachable, le extendió la mano ofreciéndole un afectuoso saludo.

Si Tiaré no hubiera sabido lo que en verdad escondía ese disfraz, jamás habría podido suponer que se trataba de un lobo con piel de cordero.

—Siéntate, Murray, me pongo ropa decente y estoy contigo —dijo Olivia.

Él sonrió amablemente y se sentó mientras la veía alejarse por un pasillo. La anfitriona ofició como tal y le ofreció algo para tomar, pero lo rechazó, de manera que Tiaré se disculpó y salió tras su amiga.

—¿Te has vuelto loca, mi arma? ¿Adónde piensas ir con ese mardito? —protestó ceñuda.

—Tranquila, sólo pretende que hablemos. Iremos a un lugar concurrido, si eso es lo que te preocupa; me ha invitado a tomar un café y que aclaremos algunas cosas en buenos términos. Tú sabes que es imperioso definir mi situación cuanto antes, debo poner cada cosa en su lugar —mintió tragando saliva.

—¿Estás segura, Olivia? Tu actitud cuando he entrado no me ha parecido ésa.

—Sí, muy segura. Es difícil la situación pero creo que ha comprendido —le espetó, mientras terminaba de vestirse.

Tras arreglarse Olivia fue hacia la sala donde Murray la estaba esperando.

—Vamos —le dijo en un tono que no revelaba nada.

El senador se despidió muy cordialmente de Tiaré y salieron de la casa. En la calle, Dylan los esperaba con la puerta abierta del coche oficial, un Cadillac DTS.

—Buenas tardes, señora Wheels.

—Buenas tardes, Dylan.

Olivia temblaba como una hoja; Murray se sentó a su lado sin pronunciar palabra, mientras el ambiente se cargaba de un hedor a miedo insoportable. El automóvil se puso en marcha y se alejaron.

Rompe tu silencio
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