27
Olivia no estaba precisamente animada. Por la tarde, sus padres la habían telefoneado para avisarla de que se encontraban alojados en el hotel St. Regis de Manhattan. La amargó caer en la cuenta de que aunque ella vivía en un lugar con muchas habitaciones, ellos preferían alojarse en un hotel, pero entonces decidió no pensar en eso: así eran ellos, su trato siempre había sido displicente y no iban a cambiar ahora.
Debía asumir que sus padres no eran padres comunes, cariñosos y devotos de sus hijos; tenían otras prioridades, los negocios por encima de todo y el exclusivo círculo social al que pertenecían; en su modo de vida no cabía la posibilidad de viajar a Nueva York y alojarse en casa de su hija, no estaría bien visto que no lo hicieran en un hotel de primerísima línea.
Indefectiblemente, los pensamientos de Olivia se trasladaron a su hermano. Brian no era como ellos, pero de todas formas tenía un carácter bastante desapegado de los valores familiares y no lo culpaba, así los habían criado, aunque el alejamiento de sus padres había vuelto a Brian más terrenal.
Intentó desembarazarse de esos razonamientos que desde niña la atormentaban, pues la hacían sentir como un bicho de laboratorio entre los amigos que no pertenecían a su estatus, aquellos que siempre había intentado cosechar, porque para ella las clases sociales no contaban. Aunque había sido instruida en los mejores colegios, jamás había tenido en cuenta los escalafones y sí a aquellas personas que la hacían sentir bien y cómoda. Recordó a sus entrañables amigos, a quienes desde hacía muchos años consideraba parte de su familia, y sonrió orgullosa. Alexa la acababa de avisar de que ya salía hacia su casa, y Edmond, entusiasmado desde Londres, la había telefoneado antes de entrar en la subasta de la famosa casa Sotheby’s.
—No te preocupes, Ed, sabes que no te pierdes nada, tú conoces la verdad de por qué estoy aquí: esto no es más que una simple pantomima de prensa que muy poco tiene que ver con una fiesta de cumpleaños. Me encantaría decirte que nos resarciremos a tu regreso, pero Murray está bastante quisquilloso con mis salidas. Bah, no sé de qué me asombro.
—Igualmente, tesoro, no te preocupes que ya nos veremos, lamento que haya coincidido esta subasta con tu cumple, porque al menos si estuviésemos todos los que te queremos mucho te sentirías más acompañada.
—Ed, ojalá pudiera estar donde estás tú, de verdad, no te aflijas.
—Te he mandado un regalo que te encantará.
—Amigo, no hace falta que te gastes dinero. ¿Curt ya ha llegado?
—Aún no, llega de madrugada en un vuelo directo desde Barcelona.
—Sí, ya me lo habías comentado. Compra muchas cosas bonitas para la galería, aprovecha esta liquidez que tenemos en Clio para hacerte con buenas obras de arte. Y luego olvídate del trabajo y disfruta del viaje.
—Gracias, corazón, sabes que te adoro. No me cabe duda de que a pesar del desánimo que siento en tu voz sabrás encontrar el equilibrio y estarás soberbia. Prohibido pensar en el detective, porque eso te desmoralizará aún más.
—Como si fuese tan fácil no pensar en él. —No pudo evitar sentirse atormentada—. A veces creo que habría sido preferible no conocerlo, te aseguro que esto duele más que muchos golpes de los que he recibido por parte de Murray.
—Deja de decir gansadas y de ser tan negativa, ya encontrarás una solución. Además, sabes lo que pensamos Alexa y yo: Brian será tu hermano, pero no es justo que cargues con sus errores. Hoy regresa, y seguro que podrás hablar con él.
—Eso espero —dijo ella con evidente cansancio—. Con respecto a Brian, ya os lo he dicho: es mi hermano y si está en mi mano protegerlo lo haré, en eso no hay discusión.
—No sigamos hablando de eso, que sé que eres muy testaruda y no te convenceré; además, no es mi intención amargarte más de lo que estás. Ahora respira profundamente, céntrate en estar radiante en tu vestido de noche y sonríe exultante como sólo tú puedes hacerlo, aunque el mundo se derrumbe a tu alrededor. Te admiro, amiga, aunque tú no lo creas, te admiro por tu entereza. No hace falta que te diga que te quiero.
—Gracias, Ed, yo también te quiero, pero te aseguro que mi entereza está llegando a su fin; para la maquilladora no ha sido fácil cubrir mis ojeras, y aunque el vestido es realmente extraordinario, no sé si podrá disimular mi amargura.
Olivia cortó la llamada.
Sumida en el desánimo, se disponía a esconder muy bien el móvil, pero fue demasiada la tentación y se apoderó de ella. Sin querer ni poder resistirse, comprobó que el cerrojo del baño estuviera puesto y llamó a Noah. Marcó su número con el corazón desbocado, la sangre le bombeaba por el cuerpo a una velocidad anormal, sintió desesperación por escuchar su voz, necesitaba sosegarse oyéndolo; pero la suerte parecía que ese día no estaba de su lado: le salió el contestador y eso hizo que se sumiera más en el desánimo, se sintió abatida y muy pesimista; se había ilusionado con escucharlo, aunque sólo fuera para recobrar fuerzas y salir a hacerle frente a la noche. Noah era su calma, su esperanza, pero cada día ese anhelo por ser feliz se mostraba ante sus ojos más inalcanzable. Recordó los días en que Murray había viajado a Washington.
Confiada, se había alegrado de que no la obligase a ir con él, ya que quedarse sola en la casa le daría la oportunidad de poder registrarla y buscar los originales de las fotos de Brian, pero muy pronto ese entusiasmo se fue apagando, a medida que los lugares se acababan y no hallaba nada. Desgraciadamente, las ilusiones de poder marcharse de esa casa se disiparon en un tris al comprobar que allí no había nada; ni siquiera fue capaz de abrir la caja fuerte de la casa, que estaba disimulada tras un cuadro en la biblioteca: Wheels le había cambiado la combinación.
Recordó con pesar lo estúpida que se había sentido desde ese día, su ánimo había caído en un pozo del que cada vez le costaba más salir. Se sintió una fracasada.
Emitió un hondo suspiro y se obligó a deshacerse de sus pensamientos: era imperativo hacerlo, pues necesitaba centrarse en su papel de esposa del senador Murray Wheels.
Como la maquilladora y la peluquera ya habían terminado con ella, se quitó la bata de seda que llevaba puesta y se dispuso a enfundarse en un vestido de la colección de Armani Privé, de líneas muy simples en blanco y negro, que realzaba su busto y la estrechez de su cintura. Pensaba acompañarlo con joyas de diamantes de Le Vian; éstas habían sido regalo de Murray para jactarse especialmente esa noche y quedar ante todos como un esposo muy considerado. Llamaron a su puerta:
—Señora, su hermano al teléfono.
Olivia se apresuró a contestar al oír el aviso de Cliff.
—Hermanita, ¡feliz cumpleaños! —Como hablaba por la línea de la casa, donde todas las llamadas eran grabadas, Olivia se contuvo con cada una de sus palabras—. Mi móvil murió en Lisboa, ¿me estuviste llamando? No sé qué le pasó, creo que tendré que cambiar ese aparato, acabo de llegar a Manhattan y ya estoy preparándome para ir a tu fiesta.
—Te llamé para recordarte lo de la fiesta —dijo con fingida importancia.
—¿Papá y mamá ya han llegado?
—Me han llamado desde el hotel.
—Nos vemos en un rato. Iré acompañado, ya he avisado a la organizadora de la fiesta, no creo poder soportar a papá toda la noche con su verborrea exagerada. Sin duda tendrá preparado un sermón para darme, así que me llevaré a un acompañante.
—Bueno, no llegues tarde —lo conminó.
—No lo haré, sabes que tú eres siempre mi prioridad.
—Sí claro. —Aunque no quiso sonar incrédula, no supo si pudo disimularlo—. No llegues tarde, Brian, por favor —repitió antes de cortar.
Había terminado de arreglarse. Frente al espejo de su vestidor se dio una última mirada, se roció con abundante Sí de Armani y salió para dirigirse al salón de la mansión, donde ya se oía el bullicio de los últimos preparativos y una música de fondo muy suave. Asió el picaporte y cerró los ojos; con vacilación volvió tras sus pasos y regresó rápidamente al lugar donde había dejado escondido su móvil, entre las toallas. Se encerró rápidamente en el baño y volvió a marcar el número de Noah.
—Hola, hermosa.
Su corazón dio un brinco al escuchar su voz y una sonrisa se le dibujó en la comisura de los labios; oírlo era suficiente para que su corazón latiera desbocado de pasión, de amor, de felicidad, de esperanza.
—Te echo de menos —se animó a decirle, y no era mentira. Lo extrañaba tanto, añoraba sus besos, sus manos recorriendo su cuerpo, su aliento velándola en las noches y sus susurros desmedidos mientras le hacía el amor y la colmaba de muestras de cariño.
—No creo que tanto como yo, si no ya habrías regresado.
En ese momento, Murray llamó a la puerta del baño y ella presurosa cortó la llamada y apagó el teléfono.
—Sí —contestó con un hilo de voz.
—Han llegado tus padres, te esperan en el salón. Date prisa.
—Ya voy, sólo he venido al baño para no tener que hacerlo cuando lleguen los invitados.
Se arrepintió de dar tantas explicaciones, Murray no era tonto y no quería que advirtiera su nerviosismo por haberla pillado in fraganti. Se apresuró a esconder el teléfono y salió de allí; Wheels aún no se había ido. La miró estudiando su gesto.
—¿Qué ocurre?
—Nada, ¿por qué? —Intentó serenarse, respirar pausadamente, para que no se diera cuenta del susto que se había llevado. Él la siguió mirando, mientras entrecerraba los ojos.
—Vamos —le dijo mientras estiraba la mano para que se la tomara—. Espero que sepas comportarte.
—Sabes que sé hacer muy bien mi papel, seré la esposa ideal, tenemos un trato.
Murray sonrió burlón. Olivia, sin disimular su desprecio, le ofreció la mano.
—Cambia esa cara de culo entonces.
—La cortesía exige siempre reciprocidad, mis buenos modales los guardo para quien los merece.
Murray hizo caso omiso a sus palabras, continuó riéndose de manera irónica mientras caminaba junto ella con actitud pedante. Sabía cuánto le molestaba que la tocase, y lo hacía a propósito.
Al otro lado de la línea...
—Hola... hola... —Chasqueó la lengua—. Se ha cortado —dijo Miller con una mueca que demostraba su hastío. Intentó llamarla, pero le salía invariablemente el contestador.
—¿Qué pasa? Pareces contrariado.
—Era Alexa, pero se ha cortado y no logro retomar la llamada.
—Los sistemas de comunicación cada vez van peor —le dijo Brian al detective mientras se adentraba en el tráfico de Nueva York. Ladeó la cabeza mientras estudiaba el gesto decepcionado de su amigo, que no se resignaba y seguía intentando comunicarse—. Mira lo que me pasó a mí en Lisboa, aún no sé si fue el teléfono o un problema de la compañía de comunicaciones. Ya te volverá a llamar, ahora cambia esa cara e intenta divertirte, aunque no creo que sea una de las fiestas que nos gustan. La vida de mi hermana es tan aburrida y protocolaria... —sacudió los hombros—, pero dicen que para gustos no hay colores.
—Creo que ha sido un error aceptar acompañarte, no debí dejarme convencer.
Brian volvió a estudiarlo. Noah sacudía la cabeza aseverando sus palabras mientras se pasaba la mano por la frente y, rendido, depositaba su teléfono en el fondo del bolsillo interno de su chaqueta.
—Esa mujer te está haciendo daño. Mujeres... Yo por eso no me enrollo con ninguna en especial, sólo terminan complicándote la vida. Amo demasiado mi libertad, prefiero picotear en cada flor y no empecinarme con una.
En la sala, Olivia se encontró con sus padres. Benjamin Moore le dio un beso en la frente y la agarró de los hombros mientras la admiraba unos instantes, a la vez que deslizaba la mano por el brazo hasta cogerle la suya:
—Me alegra que te hayas puesto el brazalete que te regalamos.
—Gracias, papá, por hacerlo llegar con anticipación para que pudiera lucirlo esta noche.
—Hija querida, estás bellísima —dijo su madre, Geraldine Mayer, mientras abría los brazos para estrecharla.
Olivia se rebujó en ella esperando encontrar la contención que necesitaba, se aferró a su cuerpo con ímpetu y desesperación, mientras cerraba los ojos para profundizar en su abrazo.
—Bueno, bueno, no nos arruguemos la ropa, Oli.
Se separó sin poder ocultar su desilusión, bajó la vista y se lamentó por haber tenido la osadía de arruinarle a su madre el modelo de Cavalli. Geraldine la miró escudriñándola de pies a cabeza y sin percatarse del gesto contrito de su hija le dijo:
—Esos pendientes y ese collar no te los había visto. Murray... —Miró a su yerno y aseguró—: Apuesto por el buen gusto que éste es tu regalo.
—Acierta, suegra —le dijo mientras se aferraba a la cintura de Olivia y la pegaba a su cuerpo—. Se ven preciosas estas joyas en mi joya, ¿verdad? —La besó detrás de la oreja y Olivia sintió una náusea en el estómago y un repelús en todo el cuerpo.
—¿De qué diseñador son? —se interesó Geraldine con insistencia.
—Diamantes de Le Vian, querida.
Murray contestó con una postura claramente jactanciosa; no se apartaba de Olivia y permanecía con una mano en el bolsillo del pantalón.
Continuaron conversando, la campaña política fue el tema por excelencia, sólo se apartaron unos instantes de la conversación para hablar de los negocios de la familia Mayer-Moore. Los camareros, a petición del senador, sirvieron champán y algunos bocadillos que todos dejaron de lado. Olivia se decantó por un zumo natural de frutas, ella rara vez bebía alcohol y como ese día estaba tan apática, lo rechazó de plano; además, beber champán significaba integrarse en el festejo, y ella no tenía nada que festejar.
Al cabo de un rato, los invitados comenzaron a llegar. Políticos de las altas esferas, economistas, funcionarios del gobierno con sus esposas, prestigiosos periodistas de los medios más influyentes y poderosos empresarios, entre otros, se dieron cita en la mansión neoyorquina.
Quien no conocía el tormento que significaba para ella esa reunión habría dicho que Olivia se mostraba entusiasmada, sólo bastaba con verla para afirmarlo, porque en su rostro se veía una sonrisa que tenía ensayada al dedillo y que no desvelaba en absoluto el desdén y el agobio que sentía.
De pronto, vio entrar a Alexa y suspiró aliviada: por fin iba a dejar de sentirse desubicada y como un pez fuera del agua. Se pegaría a ella y pasaría el resto de la noche junto a su amiga del alma.
—Oli, mi vida, ¡feliz cumple! —Se abrazaron con efusividad. Desde la otra punta de la sala Wheels las miró con fastidio, no la soportaba y no podía disimular—. Amiga mía, toma tu regalo, me lo querían quitar en la entrada pero yo deseaba dártelo en mano. Joder con el protocolo estúpido de tu marido; con tal de llevarle la contraria, lo haría mil veces más.
Olivia la miró con dulzura, amaba la espontaneidad de su amiga y lo mucho que siempre la hacía sentir querida.
—Gracias, Alexita. Ven, vayamos allá sobre esa mesa, así lo abriré. Estás muy guapa, ese vestido de color natural te sienta muy bien, apuesto a que serás objeto de muchas miradas esta noche.
—No me interesa en absoluto, aquí sólo hay estirados y son todos de la misma calaña que el ogro. Para muestra, basta un botón.
Las dos se rieron a carcajadas, el humor de Olivia había cambiado considerablemente. Se retiraron unos metros hacia una mesa que estaba junto a una de las contraventanas y Olivia abrió el obsequio con ilusión.
Era un camafeo, una réplica da la famosa obra La primavera de Botticelli, el pintor favorito de Olivia.
Ella lo admiró embelesada, conocía muy bien la pintura y la reproducción estaba muy bien lograda: copiaba casi a la perfección cada detalle del original. En ese mismo instante quiso quitarse el pesado collar de diamantes que llevaba puesto y colocarse ese camafeo.
—¿Te gusta? Es de un artista florentino del siglo pasado. El camafeo es de plata antigua y para pintarlo utilizó la misma técnica que el genio de Botticelli: temple de huevo.
—Es magnífico, me has dejado sin respiración.
—Qué bien que te guste. También estuve a punto de ir a comprar un frasco de tu perfume favorito para acompañar esto.
—Alexita, ambas cosas me habrían encantado, pero esto habla de lo mucho que me conoces. Me has dejado sin palabras, amiga.
En ese momento vio con el rabillo del ojo que Brian entraba en el salón. Se movió para tener una mejor visión de la entrada de su hermano, que parecía un dandi enfundado en un traje negro de Dolce & Gabbana. Era guapo por cualquier lado por donde se lo mirase, y traía un bronceado perfecto que sin duda había adquirido en las playas de Lisboa. Olivia lo quería muchísimo, e iba a protegerlo pasara lo que pasase.
De pronto, sintió que el suelo se movía bajo sus pies, la boca se le secó de pronto y las piernas se le quedaron como un flan. Palideció hasta tal punto que Alexa la cogió por el codo y le preguntó:
—¿Te encuentras bien? —Olivia se dio la vuelta con ímpetu para esconder su rostro—. ¿Qué pasa, Oli?
—Vuélvete, no mires atrás —consiguió advertirle, y con un hilo de voz siguió hablando para poner al tanto a su amiga—. Brian acaba de llegar, pero no ha venido solo, está con...
—¿Con quién? —Intentó darse la vuelta pero Olivia se lo impidió.
—Con Noah —susurró.
—¿Qué? ¿Estás de broma?
—¿Tengo cara de estar de broma?
—No, por supuesto que no, tienes cara de muerta, así que debe de ser cierto.
—No puede ser, no puede serlo.
—Tranquila, respira profundamente, no vaya a ser que te me desmayes aquí. Pensemos...
—¿Qué quieres que pensemos? Noah cree que estoy en casa de mis padres, acaba de entrar con mi hermano y Brian vendrá a saludarme y me lo presentará. ¿De qué coño se conocen?
—Dile: «Hola soy Olivia Moore» y listo.
—Alexa, no es momento para bromas. Esto desatará la furia de Murray, por Dios, las fotos de Brian... —Se cubrió la boca—. ¿Qué voy a hacer?
—Jódete. Sí, no me mires así, con esa cara de cordero degollado: esto pasa por no haber hablado con Noah cuando debiste hacerlo. Hazte cargo, no te queda otra opción. Yo te lo advertí en más de una ocasión.
—Oli, me están entrando ganas de hacer caca de los nervios.
—Ni se te ocurra dejarme sola —la miró a los ojos—, te lo haces encima, Alexa,
Olivia cogió una fuerte inspiración, se aferró a la mano de su amiga y se dio la vuelta. Era en vano ocultarse, porque lo inminente estaba a la vista y el encuentro era impostergable e ineludible.
Sus padres detuvieron en el camino a Brian, los momentos se hacían eternos.
Noah todavía no la había visto; como ellas estaban al final de la sala permanecían ocultas tras la concurrencia.
Olivia aprovechó para mirarlo bien. Estaba magnífico, sin temor a equivocarse podía asegurar que él también llevaba un traje de D&G —sabía reconocer el corte de tanto vérselo a su hermano— azul oscuro de tres piezas y con rayas finas, acompañado con una camisa blanca de cuello italiano y una corbata azul con rayas transversales; los zapatos, de cordones, eran de piel acharolada. La musculatura de sus piernas se marcaba visiblemente en los muslos, que se adherían al pantalón de corte perfecto.
Dio un respingo al ver la familiaridad que sus padres mostraban con él; Alexa y ella no pudieron dejar de mirarse, absolutamente pasmadas por la situación. Benjamin Moore parecía conocerlo muy bien, abrazaba a Noah y le daba palmadas en la espalda con entusiasmo. Se apartó un instante pero le dejó una mano apoyada sobre el hombro mientras le hablaba, intercambiaron algunas palabras y sonrisas y pronto la madre señaló hacia el final del salón, en dirección a donde ellas se encontraban. Brian, esbozando una gran sonrisa, buscó entre los presentes hasta dar con Olivia. Casi en el mismo instante Noah la descubrió, y ella tuvo que aferrarse a la mesa para no caerse.
—Sonríe, sonríe... —dijo Alexa entre dientes—. Murray está pendiente de todo.
Brian salió caminando, Noah lo seguía.
—Allá está mi hermana, ven, que te la presento —le dijo mientras señalaba a las dos mujeres que permanecían de piedra, sin saber qué hacer.
Notó un gran escozor en los ojos, sintió cómo la vista se le nublaba, apretó la mandíbula y experimentó un gran dolor por la presión que ejercía: había descubierto a quien él creía Alexa en la fiesta. Cerró el puño y lo apretó con fuerza, intentando serenarse y encontrar su centro; sin embargo, respiraba de manera desacompasada y las aletas de la nariz se le agitaban, demostrando la furia que sentía; el efecto sorpresa lo había dejado tambaleando, percibió cómo cada músculo de su cuerpo se tensaba, cómo cada tendón se le anudaba, y entonces la ira se apoderó de todo su ser.
Para sumar más sorpresas a la que ya sentía y exaltar su contienda, Brian no abrazó a quien él creía Olivia, sino a quien él conocía como Alexa.
—Hermanita de mi corazón, ¡feliz cumpleaños! —La cogió de una mano y la hizo girar—. Hola, Alexa. —Le dio un beso en la mejilla a la rubia—. Vaya, debo reconocer que tú también pareces una dama de la alta sociedad de Nueva York, estás muy guapa con ese vestido.
—Siempre eres desagradable con tus comentarios —le contestó Alexa sin disimular su fastidio.
—Algún día terminarás reconociendo que mis halagos te gustan.
Noah no apartaba los ojos de Olivia, estaba furioso.
—Os presento a mi gran amigo Noah Miller. Alexa es la amiga de mi hermana Olivia —explicó.
Olivia estiró tímidamente la mano y Noah la sostuvo en la suya, mientras la saludaba con un movimiento de cabeza. Ella había dejado de respirar, pero no se había dado cuenta.
—Hola, Noah, encantada —dijo Alexa con la clara intención de que separasen el contacto de sus manos. Se acercó a él y lo besó en el pómulo mientras aprovechaba para hablarle entre dientes—. Cambia esa cara, por favor —lo conminó—. Disimula.
Si algo no tenía Noah eran ganas de disimular, quería coger del brazo a Olivia y llevársela de ahí para que le diera una explicación.
«Me has visto la cara, ¿tan estúpido puedo ser para haber caído en tu juego?», pensaba mientras mataba con la mirada a Oli. En ese instante Murray se acercó.
—Cuñado. —Brian lo saludó con formalidad, con un correcto apretón de mano—. Te presento a un gran amigo, Maximiliam Miller, dueño y presidente de Industrias Miller en Texas.
Presentó a su amigo con todas las florituras y utilizó su segundo nombre porque él siempre bromeaba con que sonaba más importante, ya que se trataba del nombre del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y del rey de los romanos. Alexa elevó una ceja y Olivia de pronto comprendió muchas cosas. Miller masculló un insulto por dentro, ante lo que Brian había revelado.
—Amigo, te presento a mi cuñado, el senador Murray Wheels.
Miller clavó la vista en ese asno e intentó por todos los medios dominarse, ya que en ese momento lo único que deseaba era desenfundar su Beretta y pegar un tiro entre ceja y ceja al desgraciado.
Wheels, después de saludarlo, aferró a Olivia de la cintura y la pegó a su cuerpo. Noah, sin poder disimular, miró con fastidio su mano apoyada en la cadera y creyó que estallaría.
—Toma, éste es tu regalo —señaló Brian mientras sacaba una caja de joyería.
—¿Por qué no lo has dejado en la entrada? Es muy vulgar que Olivia se ponga a desenvolver un regalo aquí —le recriminó Murray.
—Cuñado, no te enfades por no seguir tu protocolo y pongámosle un poco de espontaneidad a la fiesta. Es el cumpleaños de mi hermana, no un entierro.
Con manos temblorosas, Olivia abrió el obsequio y quedó pasmada ante lo que halló: era la nueva versión del Rolex Oyster Perpetual, que conjugaba materiales preciosos con un engastado de ensueño; la caja y el brazalete eran de oro de 18 quilates y estaban enaltecidos por un bisel y eslabones que contenían de forma maravillosa incrustaciones de deslumbrantes diamantes.
—Mira lo importante que eres para mí, hermanita, que me he gastado todo el salario de la campaña que he ido a hacer a Lisboa, y más también —dijo Brian fanfarroneando; quien lo conocía sabía que siempre bromeaba así.
Olivia pensó en ese momento de dónde provendría en realidad ese dinero, de dónde lo habría sacado Brian para comprar una joya tan costosa.
—Y esto es para tu estudio. —Le extendió una bolsita—. Sabes que de cada lugar que voy siempre te traigo un souvenir. Éste es el Gallo de Barcelos, símbolo de Portugal —explicó.
—Gracias, Brian.
A pesar de que había tenido la lucidez necesaria para elucubrar la procedencia del dinero de Brian para el regalo, la mirada cetrina y mortífera que Noah le destinaba hacía que sus pensamientos perdieran peso y razón.
Murray no se había percatado del intercambio, porque estaba concentrado en el embajador de Colombia, que acababa de llegar con su esposa. Miraba hacia la entrada.
—Ven, querida, déjale eso a Alexa y acompáñame, quiero presentarte a alguien.
Murray la arrancó del círculo y ella caminó como pudo, intentando clavar los pies en el suelo.
—Voy a buscar algo para beber —dijo Brian.
—Tranquilízate, Noah, sé que estás que se te llevan los demonios, pero te aseguro que hay una explicación para todo —intervino Alexa.
—La verdad es que no sé si quiero oír alguna explicación, lo que he visto me basta y me sobra.
Sus ojos desprendían rencor.
—No es lo que crees. —Alexa quiso tranquilizarlo.
—¿Ah, no? ¿Y qué debo creer, según tú?
—No me corresponde explicártelo a mí.
—¿Sabes qué? —le dijo acercándose de manera intimidatoria y hablándole en un tono que hizo que Alexa temblara—. Ya me habéis tocado demasiado las pelotas con las explicaciones que tú no me puedes dar y con las que tu amiga nunca me dio. Me importa una verdadera mierda lo que tenga que decirme, me he hartado de que me veáis cara de idiota, A-l-e-x-a —expresó su nombre de forma despectiva.
—Bueno, tú tampoco eres ningún santo. Por lo que he oído también tienes tus secretitos; ¿no eras detective y te llamabas Noah?
—Ése soy yo —afirmó de forma categórica sin molestarse en dar más explicaciones.
—Brian no te ha presentado de ese modo.
Brian llegó con copas y una botella de champán y Benjamin Moore se acercó en ese momento.
—¿Cómo va esa empresa, muchacho? Espero que te hayan servido mis consejos para decidirte y hacerte cargo de todo.
—Aprecio su ayuda, señor Moore, pero tengo a gente muy idónea dirigiéndola.
—Déjame decirte que no deberías ser tan confiado; a un capital tan grande como el que tú posees no es bueno quitarle el ojo. Es increíble que tu compañía sea la que me provee la tecnología de seguridad durante tantos años.
—Los negocios y ese mercado tan complejo no son lo mío.
—No me digas que no son lo tuyo, si sé muy bien que estudiaste ingeniería; deberías retomar tu carrera y alejarte de tu oficio de detective. No puedo creer que con el imperio que amasas hayas sido compañero de este badulaque y ahora seas un funcionario público.
Noah estaba realmente fastidiado, todo su pasado había sido expuesto ante Alexa, que lo miraba de forma inquisitiva.
—¿Interrumpo? —dijo Murray acercándose por detrás de Benjamin. Había quedado intrigado con el hombre con el que su cuñado había llegado.
—Mi querido yerno, tú nunca interrumpes —dijo Moore—. Aquí estoy, hablando de negocios con mi proveedor de ingeniería electrónica; su empresa es la que nos pone todos los circuitos de seguridad y los de los ordenadores de los barcos que construimos.
—Muy interesante. ¿Sólo se especializa en lo que mi suegro destaca, señor...?
—Miller. —Noah le indicó de manera pedante que lo llamase por su apellido.
Alexa, al ver que Olivia miraba la escena desde lejos sin atreverse a acercarse, se apiadó de su amiga y fue a hacerle compañía.
Noah le refirió muy por encima lo que su empresa hacía.
—Ofrecemos servicios de ingeniería electrónica, básicamente diseñamos y desarrollamos partes o equipamientos electrónicos, completos o no. Nos encargamos del diseño, del ensamblado y a veces hasta de la producción de los mismos. Realizamos prototipos específicos para un medio determinado, software, hardware, microcontroladores; en fin, la ingeniería electrónica y sus ramas son muy extensas, y en nuestra empresa simplemente nos ajustamos a las necesidades de cada uno de nuestros clientes.
—¿Diseñan circuitos de detección perimetral?
—También lo hacemos.
—¿Circuitos que detecten hasta el vuelo de una mosca?
—No sé cuáles son los requerimientos a los que se refiere exactamente y la finalidad y las necesidades del proyecto, conviniendo esas necesidades es que nuestros ingenieros lo trazan para que abarque el rango requerido.
—Debería dejarme su teléfono, porque resulta que tengo un amigo que tiene una constructora y está buscando esta tecnología punta en materia de seguridad. Necesita que sea un circuito sin fallos, que le garantice protección segura y sea impenetrable. Si mi suegro dice que su empresa es de confianza, seguro que es la indicada para el trabajo.
A Noah le extrañó que una empresa constructora necesitase de tantas medidas de seguridad, pero como no quería desatar un escándalo, no se detuvo demasiado en el análisis de las palabras de ese payaso.
Su voz lo enardecía, y se estaba conteniendo de no romperle la cara ahí mismo, aunque si pensaba en las mentiras que Olivia le había dicho su ira se disparaba por otro lado.
—Después te daré los teléfonos y te indicaré con quién debes hablar —le dijo el viejo Moore a su yerno; a Noah le agradeció su orientación dándole un apretón en el hombro.
—Perfecto, Benjamin, esta semana espero todos los datos.
El detective no sabía hasta cuándo iba a poder contener sus impulsos, todas sus emociones eran una maraña de desprecio, sus entrañas se revolvían con cada palabra, con cada gesto, estaba furioso y al igual que un depredador, sólo quería salir a la caza de ese ser que le repelía.
Desde una distancia considerable, Olivia observaba.
—Me van a estallar el corazón y la cabeza; acompáñame al baño.
Olivia y Alexa se alejaron del salón. Noah, atento a todo, vio por dónde se escapaban y comprendió que era el momento perfecto para abordarla.
—Necesitaría ir al baño —Miller se excusó ante los presentes.
—Por ese pasillo —le indicó Brian, que estaba aburrido y no se molestaba en disimularlo.
Cuando se quedaron solos, su padre aprovechó para ofrecerle una retahíla de reproches, los mismos de cada vez que se veían. Murray, cuando vio de qué iba la cosa, así que se retiró sin que lo advirtieran.
—No entiendo por qué te empeñas en seguir viviendo la vida loca cuando podrías estar haciendo una gran carrera, o al menos empapándote de los negocios de la familia.
—No empieces, papá, por favor. —Brian se bebió todo el contenido de la copa de champán de una vez—. Cuándo te enterarás de que no seré nunca lo que tú quieres que sea, porque... —Frenó sus palabras, no quería que todo terminara en una discusión, como siempre que se veían, y estropearle el cumpleaños a su hermana.
—Termina la frase, ni siquiera tienes la hombría suficiente para hablar sin tapujos.
—Papá, no es el lugar ni el momento. Te aseguro que hombría me sobra, y aunque no me dedique a vivir la vida como tú pretendes, eso no me hace menos digno. Pero claro, tus estándares sólo se adaptan a tu dogma de empresario y ceguera moralista como miembro de la high society. Eres un hipócrita que sólo se preocupa por el qué dirán y vives tu vida vacía de sentimientos. No sabes cuántas veces Olivia y yo necesitamos un abrazo tuyo y de mamá en vez de un sobre con dinero como regalo de cumpleaños, que además, como nos despertábamos tarde, lo traía nuestra niñera, porque vosotros ya no estabais en la casa.
»Y encima vas de predicador, cuando toda la vida has tenido a tus amantes trabajando para ti. Y mi madre... cuando no es el chófer, es el jardinero, o el entrenador personal... Por favor.
Aunque se había querido contener, la locuacidad había aflorado de su boca, y esta vez, además, había dicho más de lo que otras veces se habría atrevido.
Brian se apartó y se fue al patio trasero a fumarse un cigarrillo, necesitaba endemoniadamente una dosis de tabaco para apaciguar su ira.
Noah se metió por el pasillo. No le costó descubrir las cámaras de seguridad que pondrían al descubierto a quien las vigilase que estaba introduciéndose allí, así que caminó esquivándolas.
En aquel preciso momento Alexa y Olivia salían de la habitación de ésta, y se toparon con Noah, que iba decidido a encontrarla aunque tuviera que abrir cada una de las puertas. Las dos se pararon en seco, él clavó su mirada adusta cargada de rencor, reproche y cuestionamientos en Olivia, y arremetió como un toro de lidia, furioso, en su dirección.
—Tranquilízate, Noah.
Alexa intentó detenerlo, pero sus palabras ni siquiera fueron tenidas en cuenta.
Miller cogió a Olivia de un brazo, por la altura del codo, y la metió nuevamente en la habitación de donde la había visto salir. Alexa entró tras ellos.
Sin poder refrenar su ira, la arrinconó contra la pared, mirándola de forma acusadora. Olivia temblaba, jamás lo había visto en ese estado, él siempre había tenido buenos modales y mucha paciencia con ella.
—Me has mentido, me has usado, esperaste a recuperarte y me tuviste como tu enfermero personal y resulta que ahora vuelves con...
Ni siquiera podía pronunciar su nombre del asco que le daba. Le hablaba muy de cerca, su aliento no la acariciaba como otras veces, por el contrario, la golpeaba en la cara, la acicateaba con ferocidad. Parecía una fiera, un tigre de Bengala asediando a su presa y mostrándole los dientes. Ése era un lado que ella no conocía en él, un lado animal que la asustaba. Cerró los ojos, no quería pensar así; «Noah no es como Murray», se repetía para desechar esos pensamientos dolientes que le oprimían el pecho. Alexa lo agarró desde atrás y quiso apartarlo.
—Por favor, Noah, te arrepentirás, no actúes como un troglodita, no hagas que ella termine viéndote de la misma forma en que lo ve a él.
Alexa parecía haber leído los pensamientos de Olivia, pues era un poco la voz de su conciencia; muchas veces sabía lo que su amiga pensaba antes de que lo dijera, le bastaba con verla para imaginar lo que estaba sintiendo. No obstante, apenas pronunció esas palabras le invadió el arrepentimiento por haber dicho aquello de ese hombre: Noah no tenía nada que ver con el bárbaro de Wheels.
Miller, mostrando un atisbo de raciocinio, se apartó de Olivia, se agarró la cabeza y profirió un insulto.
Olivia permanecía contra la pared tiesa, muda, no podía articular una palabra, por más que lo intentaba ni siquiera se sentía con derecho a llorar.
—Hace semanas que has vuelto con él, hace semanas que te burlas a diario de mí, inventando una mentira tras otra para que me conforme. ¿Hasta cuándo pensabas seguir mintiéndome? ¿Hasta cuándo me ibas a ver la cara de estúpido? El bueno y comprensivo de Noah, necesito tiempo, me dijiste... tiempo... ¿para qué necesitabas tiempo? No te entiendo, te traté como a una reina, dejé mi orgullo de lado por ti, fui tu títere, te burlaste de mí.
Golpeó la pared a escasos centímetros de ella.
Y en ese momento, se le formó una mueca más sombría, la miró a los ojos y la detestó. Se asustó por sentirse así, pero fue lo que experimentó al darse cuenta de todo lo que había dejado a un lado por ella, se sentía humillado en todos los sentidos, asqueado, sin fuerzas; por ella había traspuesto el umbral al mundo de su padre, a una parte de su vida que siempre había detestado.
—Olivia, ¡explícaselo, por Dios! —rogó Alexa.
Se sentía trastocada por la desesperación de Noah: como él decía, no era justo.
Pero Olivia no podía y tampoco quería revelar nada, no iba a exponer a su hermano: el mismo Noah podía ser quien lo encerrara por mantener tratos con el narcotráfico.
—Lo siento, Noah, o Maximiliam, no sé cómo debo llamarte.
Él la miró letalmente.
—Como más te guste, ambos nombres son míos, no voy por la vida inventándome identidades falsas.
Olivia cogió aire antes de volver a hablar.
—Murray ha cambiado, ya no es el que era. Que yo me alejase le hizo darse cuenta de cuánto me ama, y he decidido darle otra oportunidad a nuestro matrimonio.
Alexa no daba crédito a lo que decía su amiga, que parecía haberse vuelto loca. La miraba pasmada.
Las palabras de Olivia provocaron en Miller un efecto destructor, dejó caer las manos a los costados del cuerpo y se sintió más humillado aún, más insultado, abochornado, herido en su amor propio. Había vuelto con su esposo, eso era lo único cierto. Entonces, pensó en el rol que él desempeñaba y se preguntó desorientado si alguna vez había ocupado un verdadero lugar en su vida; se dijo que no, que tan sólo había sido un objeto de uso.
«Eso es lo que Alexa ha hecho conmigo: usarme.» Sonrió con desánimo, ultrajado; en su inconsciente seguía llamándola Alexa.
—Falsa, sin escrúpulos, eso es lo que eres, una mujer que sólo toma lo que necesita para su bienestar, un fiasco en todos los sentidos, Olivia Moore, o debo decirte Olivia Wheels, porque creo que ése es el apellido que te gusta llevar.
Le tiró en la cara una tarjeta personal, pero antes escribió rápidamente en el anverso.
Línea directa de violencia doméstica de la ciudad de Nueva York (las 24 horas) 1-800-621-HOPE (4673)
—Suerte, quizá a su lado consigas lo que anhelas.
Lapidario, preciso, y sin moderar su cinismo, le lanzó esas palabras filosas antes de girar sobre su cuerpo; con un movimiento rápido su chaqueta se batió en el aire del ímpetu con el que se contorsionó, y casi llevándose por delante a Alexa salió de la habitación dando un portazo.
No podía quedarse en ese lugar, así que regresó al salón y buscó a Brian. Lo encontró apartado de la crème de la crème, y aunque no tenía ánimos, una sonrisa deslucida asomó por la comisura de sus labios: su amigo no perdía la oportunidad e intentaba seducir a una de las camareras, que preparaba una bandeja de blinis, unas tortitas finas de origen eslavo a base de harina, huevos, leche y levadura, acompañadas con crema de limón y caviar.
—Noah, ¿dónde te habías metido?
—Lo siento, Brian, sabes que te aprecio y por eso accedí a acompañarte, pero este ambiente de víboras adineradas no es lo mío. Me voy.
Ni siquiera le permitió esgrimir una súplica para que se quedara un rato más. Noah se marchó dejándolo con la palabra en la boca.