21

Un profundo sopor la había adormecido por completo, estaba acurrucada en el mirador en uno de los divanes mientras hojeaba un libro de la surtida biblioteca de la casa.

Cuando entró en esa estancia le fue difícil escoger un libro, ya que los títulos que atesoraban esos estantes eran a cuál más sorprendente. Finalmente, su vista se fue hacia un anaquel que reunía libros de arte valiosísimos, tanto en precio como en valor espiritual. Para una persona como ella, que adoraba el arte y todo lo que tuviera que ver con él, leer esos títulos le hacía verdaderas cosquillas al corazón.

Noah entró en el gran salón y no vio a nadie, se dirigió al dormitorio creyendo que allí podría encontrar a Olivia, pero tampoco estaba allí, regresó sobre sus pasos y se encaminó resuelto a la cocina, donde se oían ruidos de cacharros. Al entrar se encontró con Josefina, que estaba preparándolo todo para el almuerzo, que casi estaba listo. La halló a punto de poner la mesa.

—Jose, ¿y Alexa?

—Ven conmigo.

Lo cogió de una mano y lo guio hasta el mirador.

—Se ha quedado dormida. Es hermosa hasta cuando duerme, no te culpo porque tengas esa cara de papanatas cuando la ves, la he cubierto con una manta para que no tenga frío. —Le guiñó un ojo. Noah se quedó embelesado y su madrina se retiró dejándolos solos—. No tardéis, la comida ya casi está.

—De acuerdo —dijo él en un susurro.

Se aproximó con sigilo hasta donde ella estaba descansando, se quedó extasiado viendo la belleza particular de esa mujer, que lo sumía en un estado de ensoñación permanente, le despejó la frente y con el dedo índice definió sus facciones con mucha sutileza, como quien toca las frágiles alas de una mariposa. No quería despertarla bruscamente, le acarició la fina y respingada nariz, le perfiló los labios y se acercó para darle un cálido beso en el lunar de su rostro. Olivia se movió ante el contacto, y el libro que tenía bajo la manta se deslizó cayendo al suelo. Noah lo recogió y miró la página que ella estaba leyendo. En ella se podía admirar una de las pinturas más famosas de Sandro Botticelli.

Leyó el pie de página:

Venus y Marte

Autor: Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi, apodado Sandro Botticelli (1445-1510)

Fecha: 1483.

Museo: National Gallery de Londres.

Características: 69 x 173,5 cm.

Material: Óleo y temple sobre tabla.

Estilo: Renacimiento italiano.

Miró durante un rato, y aunque le pareció una imagen sugerente, no era un tema del que él entendiera, así que no pensó demasiado en el significado del cuadro.

Olivia sintió la proximidad de él y abrió los ojos, ofreciéndole un suave aleteo de pestañas mientras se rebullía adormilada en el diván. Lo miró holgazaneando y posó la vista en el libro que él sostenía en la mano.

—Es una de las pinturas más hermosas de Botticelli, se cree que la hizo para un cabezal de cama de la familia Vespucci.

Noah volvió a mirar la imagen y dijo:

—Soy muy ignorante en esto, realmente me encantaría saber de qué hablas.

—El tema de la tabla es el triunfo del amor sobre la guerra. Venus —señaló a la mujer que estaba en la imagen— es la diosa del amor y la belleza, y aquí aparece vigilante mientras su amante, Marte, el dios de la guerra y símbolo del deseo violento, duerme. La pintura está inspirada en la mitología romana. Las joyas y los peinados están tomados de la moda quattrocentista —continuó explicándole—, sin embargo, se interpreta como contemporánea la idea de que hacer el amor agota al hombre y da fuerzas a la mujer, que era algo con lo que bromeaban entre sí los esponsales de la época.

—Pues no estaban nada equivocados. —Ambos se rieron—. Tú me agotas, y el resto no sé si decirlo, porque no quiero que me mires jactanciosa como Venus mira a Marte.

Se miraron a los ojos profundamente, se desearon una vez más.

—¿Estabas aburrida?

—Para nada, sólo que aquí —inspiró con fuerza mientras se incorporaba y lo agarraba del cuello— se respira paz, y mientras miraba esta hermosa pintura de Botticelli me adormecí un rato.

Olivia cogió el libro y se quedó mirando la pintura unos instantes más.

—¿La has visto en persona alguna vez? —preguntó Noah.

—No —dijo apenada.

—La verdad es que me encantaría llevarte a verla, pero no entendería qué es lo que debo mirar. Claro que si tú haces de maestra podría aprender y disfrutar a tu lado. Con tu explicación de ahora me ha resultado muy fácil entender por qué la mujer miraba de esa forma y por qué el hombre yacía indefenso. —Hizo una pausa mientras consideraba el cuadro, pensando: «Así me tienes, derrotado frente a tu dulzura, eres una diosa, comprendo muy bien cómo se siente ese hombre». Sin embargo le dijo—: Sé que es algo que te fascina, y quisiera compartir contigo tu pasión.

—Noah Miller, no puedo creer lo que me dices, eres tan bueno.

—Quiero complacerte y halagarte, que te sientas cuidada, acompañada, quiero que a mi lado no te falte nada, quiero cuidarte y que me permitas hacerlo.

—Eres increíble, Noah, eres mi paz.

—Quiero ser tu paz y creo que también empiezo a querer ser mucho más.

—También yo quiero ser alguien muy importante en tu vida. —Olivia se sentía en falta con ese hombre que le ponía el corazón en la mano—. Quiero que hablemos... es necesario que sepas algo.

Se quedaron mirándose fijamente a los ojos, su profunda mirada de color café indagaba en la de ella, que intentaba buscar en su cerebro las palabras adecuadas para confesarle su verdadera identidad. En ese momento Josefina se asomó en el mirador y los llamó a comer. Noah no iba a forzarla a nada, ya llegaría el momento en que ella pudiera sacar de su magullado corazón todo lo que anidaba de forma dolorosa y punzante.

—Vamos a comer, luego hablaremos, seguro que lo que tienes que decirme puede esperar, pero te aseguro que mi apetito no.

—Glotón, vamos a comer.

A la mañana siguiente, mientras Oli dormía, Noah se fue a la ciudad y regresó con un equipo completo para pintar. Cuando ella se despertó la cogió en volandas, le vendó los ojos con un pañuelo de seda italiana y la llevó hasta el mirador, donde la depositó en el suelo y le quitó la venda. La sorpresa hizo que a Olivia le cosquilleara el alma. ¿Cómo podía haberse dado cuenta ese hombre de que cada vez que ella se sentaba en ese mirador lo único que ansiaba era tener sus pinceles, sus óleos y un caballete con un lienzo para plasmar ese maravilloso paisaje obra de la naturaleza? Se movió con ligereza y lo atrapó por el cuello, pegó un salto, gritando alborozada, trepó enredando las piernas en las caderas de él, que la recibió gustoso, y juntos dieron vueltas mientras ella tiraba la cabeza hacia atrás y cerraba los ojos, para que la brisa del lugar la acariciara de manera insolente, casi tan insolente como las manos de Noah, que se hundían en su trasero y tomaban de ese cuerpo armonioso que deseaba a cada instante sin poder contenerse.

Se detuvo con ella en brazos y se besaron apasionadamente hasta que la falta de aliento les impidió continuar con el beso y los obligó a apartar los labios.

—Gracias por estar tan atento siempre; me siento egoísta. Dime, en este mismo instante, ¿qué podría regalarte para que te sientas tan contento como yo?

—Tu sonrisa, tu alegría, tus besos, tu compañía son mi regalo, no necesito otra cosa más que verte feliz y complacida. Cuando te conocí, tu belleza era indiscutible, pero tu mirada estaba apagada, taciturna; en cambio, ahora tus ojos brillan y quiero que siempre sea así, que siempre conserves esa expresión en tu rostro. Prometo que voy a trabajar arduamente para que así sea. Tu felicidad es mi mayor regalo.

El resto de los días en La Soledad pasaron volando. El tiempo parecía no ser suficiente y las horas del día eran pocas para la pasión que sus cuerpos reclamaban. En varias ocasiones, Olivia intentó buscar el momento adecuado para sincerarse, pero cada vez que pretendía hacerlo ocurría algo y no se lo podía decir, o simplemente terminaba decidiendo que no quería estropear el romance de esos días. En realidad, aunque se negara a reconocerlo, sus amigos tenían razón: lo único que estaba haciendo era evadir la realidad, una realidad que quería enterrar en el pasado, una realidad que sólo de pensar en ella la paralizaba.

El último día en Austin, Olivia despertó con fuertes dolores, ya que le había venido la regla y tenía cólicos. Aunque estaba apenado por verla dolorida, Noah se sintió aliviado; tras la imprudencia de no usar condón esperaba la regla de Olivia como los niños esperan la Navidad.

Oli se había quedado acostada en la cama, no se encontraba bien, así que se tomó un calmante y guardó reposo hasta la hora en que deberían partir.

—Lamento no ser la mejor compañía y haber arruinado nuestro último día en Austin.

—Tú siempre eres la mejor compañía para mí, y no has arruinado nada: la madre naturaleza es parte de esta relación y hay que aceptarla.

Rompe tu silencio
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