28

Maldijo por no haber ido con su coche y haber permitido que Brian lo pasase a buscar. No quería ir a su casa, sabía que se agobiaría allí, donde guardaba recuerdos vividos con ella, necesitaba despejarse.

Levantó las solapas de su chaqueta para resguardarse del frío, que de todas formas se coló sin permiso.

Era una gélida noche en Nueva York y una ráfaga de viento lo azotó en la cara; como si los golpes que había recibido no hubieran sido suficientes, el viento insolente le arreboló las mejillas y empujó su cuerpo. Se sentía pulverizado, sin fuerzas, Olivia con sus palabras lo había atravesado, como un torero atraviesa con el estoque al toro, y lo había herido de muerte.

Una voz que surgía de sus entrañas, sin embargo, le gritaba: «Resiste, levántate, brama y embiste con la furia con que lo haría un toro acorralado con un par de banderillas clavadas en el morrillo».

Inspiró con fuerza; no obstante, su resolución no hallaba calma, sentía terribles punzadas en las sienes y las palabras no cesaban de repetirse en su cabeza: «Lo siento, Noah. Murray ha cambiado, ya no es el que era. Que yo me alejase le hizo darse cuenta de cuánto me ama, y he decidido darle otra oportunidad a nuestro matrimonio».

Miró hacia el firmamento, nubarrones grises amenazaban con una lluvia inminente, metió las manos en los bolsillos de su pantalón y caminó por Park Avenue hasta conseguir un taxi.

—¿Adónde lo llevo, señor? —le preguntó el taxista con acento extranjero.

Se quedó mirándolo unos instantes, porque en realidad no sabía hacia dónde ir.

—¿Adónde va? —repitió aquel hombre para sacarlo de la sumisión en que estaba.

—Al Connolly’s de la Cuarenta y Cinco. ¿Sabes dónde queda?

—¿Quién no conoce el Connolly’s?

—Eres inmigrante, ¿verdad?

Se puso a charlar con el taxista, necesitaba que los sonidos dentro del automóvil se metieran en su cerebro para dejar de pensar en ella.

—Sí, señor.

Lo notó tímido al darle la información.

—¿Dominicano?

—Salvadoreño, señor. William Javier Mena Rojas, para servirle.

—¿Tienes tus papeles en regla?

—Sí, claro.

Pero la forma escueta en que ese hombre contestó le dio a entender a Noah que no era así.

—¿Estás casado?

—Así es, tengo dos hijos y mi esposa está embarazada.

—Supongo que sabes que aunque ahora vayas a tener un hijo estadounidense, eso no cambia tu estatus de inmigrante.

El salvadoreño lo miró por el espejo retrovisor.

—¿Es usted policía?

—El lugar adonde te he pedido que me lleves me ha delatado, ¿verdad?

El hombre asintió con la cabeza mientras elevaba las cejas.

Noah sacó un bolígrafo y una tarjeta personal y garabateó en el anverso. Se la pasó cuando se detuvo en su destino, de pronto sintió la necesidad de ayudar a ese hombre; ya que no podía ayudarse a sí mismo, decidió hacer algo por un semejante que también sufría, aunque su padecimiento no pudiera compararse con el de Noah.

—Toma, William, ve a Inmigración y pregunta por Thomson Bloomberg, dile que vas de mi parte y entrégale esta tarjeta. Él te ayudará a ti y a tu familia con la documentación.

También le dio el dinero del trayecto.

—Oh, señor, muchas gracias. No me debe nada, descuide, el viaje corre por mi cuenta.

—Toma, hombre, es tu trabajo y debes pagar el alquiler del coche. Con este frío no debe de haber muchos pasajeros, así que supongo que no será una buena noche.

—Gracias, señor —leyó la tarjeta— Miller.

Noah le hizo una seña con el pulgar hacia arriba y bajó del automóvil ágilmente.

—Que Dios lo bendiga.

El detective entró en Connolly’s y se dirigió a la barra, donde no tardaron en atenderlo. Pidió una cerveza Guinness negra. Miró en torno al recinto, que estaba casi a tope a pesar del clima. Siempre era así; entre asiduos clientes y turistas no era extraño que ese bar de estilo irlandés, regentado por un exmiembro del Departamento de Policía de Nueva York, se encontrase a rabiar. Al realizar su escrutinio, Noah halló algunas caras conocidas, pues al igual que él muchos colegas preferían ese lugar para relajarse y pasar un agradable momento entre amigos.

El barman le acercó su cerveza y Noah se la terminó de un trago, miró fijamente a los ojos al camarero y le pidió otra mientras le extendía el dinero para pagar.

Cuando llegó su segunda Guinness, a diferencia de la primera, se quedó mirando el contenido mientras estudiaba la pinta, pasó el dedo por el contorno del recipiente y apoyó un codo sobre la barra.

Lo enfurecía que Olivia, con aquellas palabras, tuviera el poder de devastarlo como lo había hecho.

Dominado por la violencia, volvió a beberse la pinta de un tirón.

«Debo sacarla de mi cabeza, debo olvidarla —se exigió, y supo al instante que sería imposible, porque ella estaba fundida en su piel y en su alma como nunca lo había estado otra mujer; balbuceó un insulto por sentirse así—. Es increíble que justo haya decidido abrir mi corazón a la única mujer que no puedo tener.»

Sus pensamientos no tenían justificación ni sosiego, parecía imposible alejarla de sus recuerdos y se atormentaba pensando en ella. Se acordaba una y otra y otra vez del momento en que la vio de pie al final del salón, aún no sabía que era Olivia Moore. Sonrió a desgana, con una mueca incrédula, elevando apenas las comisuras de los labios: ella era la hermana de su mejor amigo, qué ironía, ¿cómo era posible que no lo hubiera sabido?

«Es simple, ninguno de los dos habló de nuestras familias, y nos respetamos.»

De pronto la sonrisa cínica del senador Murray Wheels tomó posesión de sus recuerdos y se presentó con frenesí en su memoria, exacerbando mucho más esa veta furiosa que se había apoderado de él. Rememoró el instante en que asió a Olivia por la cintura y eso le agrió mucho más el humor, a niveles exorbitantes. «Bastardo.»

Se preguntó si acaso sabía lo que había entre él y ella. Repasó en el resto de la conversación mantenida con él, rebuscó algún indicio entre las palabras y llegó a la conclusión de que no. Ese malnacido le hablaba amigablemente, aunque quizá con astucia había escondido sus verdaderos sentimientos; después de todo era un zorro y, aunque se asemejaba a otros, tenía la total percepción de que éste además escondía muchos secretos.

Se maldijo y se arrepintió por no haberle advertido de que si la volvía a golpear, le clavaría una bala en el medio de los ojos, pero rio de manera inconsciente y se preguntó con qué derecho, si Olivia ya había elegido.

«Olivia, Olivia, Olivia», repitió varias veces su nombre en silencio para acostumbrarse a llamarla así.

—¿Has visto la forma en que me ha mirado? Lo he perdido para siempre.

—Ah, no me vengas con llantos ahora, porque solamente tú, Oli, eres la culpable de que se haya ido mirándote de esa forma.

—¿Y qué querías que hiciera? Estoy atada de pies y manos, y lo sabes muy bien.

—Decirle la verdad, hablarle de una vez con la verdad y de frente, era tu oportunidad de sincerarte de una maldita vez, pero en cambio... preferiste contarle esa sarta de estupideces. ¿Acaso no has visto el dolor en sus ojos? Olivia, ¿cómo has podido? Se ha ido muy dolido, creyendo cosas que no son.

—¡No puedo enviar a Brian a la cárcel! —le gritó de forma desesperada, y se fue a llorar mientras se cubría la cara con ambas manos.

—Olivia, escúchame, por favor, tranquilízate. Brian es su amigo, buscará la manera de ayudarlo, no lo dejará a su suerte. Ahora, sabiendo que entre ellos existe una amistad, las cosas cambian.

—No... no... no... no lo entiendes, será una vergüenza para mi familia, mi padre y mi madre estarían en boca de todos. Y por otra parte, Noah no va a comprometer su puesto por cubrirlo a él, una cosa es que sean amigos y otra es pedirle que haga la vista gorda a un delito. ¿Cómo piensas que él accedería a eso?, ¿te has vuelto loca?

—Ah, no, basta, no entiendes nada, nadie le va a pedir que se salga de la ley. —Alexa elevó los brazos al cielo—. Ya está bien, si quieres convertirte en santa mártir Olivia y pensar en todos menos en ti, hazlo, pero no cuentes conmigo. Estoy harta de escucharte mientras te lamentas y que no haces nada. Lo peor de todo es que piensas en todos menos en Noah, y después dices que lo amas.

Alexa salió de la habitación, dejándola sola para que reflexionara. En el pasillo se topó con Murray.

—¿Dónde está Olivia?

—En el baño. —Wheels hizo ademán de ir a buscarla—. ¿No puedes dejarla ni cagar tranquila? —Murray la miró fulminándola—. Perdón, perdón, es que hemos discutido por un tema de la galería, déjame decirte que me alegro mucho de que hayáis arreglado vuestras diferencias.

Murray estaba muy lejos de caer engatusado como Alexa pretendía con sus palabras, pero de todas maneras, decidió dejarle creer que sí lo estaba.

—Ven, acompáñame a beber una copa de champán y brindemos por una nueva etapa. Oli me ha explicado que estáis yendo a terapia y que eso os ha ayudado mucho.

«¿Conque ésa es la mentira que esa idiota ha inventado? Bueno, o esta zorra miente muy bien o de repente las luces de mi esposa se han encendido y ha logrado convencerla. ¿Qué digo? Si ésa es otra zorra y ésta es su cómplice.»

—Murray, ¿me escuchas?

—Sí, por supuesto; ¿decías?

—Que la fiesta está muy bien, que has pensado en cada detalle para agasajar a Oli y eso me gusta; tienes a una gran mujer a tu lado, y es bueno que lo valores.

—¿Por qué te empeñas en hacerme creer que te agrado cuando tú y yo sabemos que me detestas? —Chasqueó la lengua y agitó la cabeza—. Mientes muy mal, Alexa —le habló muy cerca echándole el aliento a alcohol mezclado con tabaco, que a ella le repugnó.

—Imbécil.

—Zorra.

Dio un respingo cuando sintió una mano posándose en su hombro y se volvió bruscamente para encontrarse con la persona que lo tocaba.

—Eva...

Ella se acercó y lo besó en la mejilla. Noah se levantó del taburete que ocupaba y le cedió su lugar quedándose de pie junto a ella.

—¿Qué haces aquí? Me habías dicho que tenías una fiesta.

—Ha acabado temprano —contestó él sin darle importancia.

—Estás muy guapo... —Lo miró de pies a cabeza—, ¿Dolce & Gabbana?

Noah le sonrió sin responderle, pues no le gustaba ostentar; le devolvió la pregunta.

—¿Y tú qué haces?

Eva levantó su pinta.

—Bebiendo una cerveza.

—Por cierto, hoy, cuando me he quedado terminando los informes después de que te fueras, ha llegado el de balística del caso Leonard LeBron.

—¿Ah, sí? ¿Y cuáles son los resultados? ¿Se ha podido obtener algo de eso?

—Más bien poco. —Noah se mostró preocupado—. Se han utilizado balas subcalibradas sabot. —Eva elevó las cejas mientras bebía un sorbo de su cerveza—. Por la presencia del anillo de Fish, se ha determinado que la herida ha sido pre mórtem, y el único disparo indica que ha sido el mortal. No se encontró un halo de enjugamiento, lo que hace presuponer que el arma fue limpiada minuciosamente para que no quedasen rastros de ella en el cuerpo, y también hallaron el halo de contusión, y esto verifica la presunción de que la herida fue pre mórtem.

»Además, por los signos de quemaduras en la ropa y en el cuerpo, se ha determinado que fue un disparo a distancia, lo que nos indica que bien pudieron utilizar un fusil, pero es casi imposible determinar el calibre por el tipo de bala, ya que no presenta estrías porque la punta está enfundada en polímero y éste es el que agarra las estrías del caño, así que no hay ningún tipo de marcas. Como sabemos, son las ideales para no dejar rastro, porque escapan por completo a toda prueba de balística, ya que es imposible saber desde qué calibre de arma fue disparada esa punta. —Eva silbó mientras seguía bebiendo su cerveza Harp—. Tampoco se encontró tatuaje, y esto asegura que el disparo sí fue hecho a distancia, pero no se sabe a cuánta. Como vimos allí, el disparo ingresó por el orificio ocular, y como supusimos a priori ése es otro indicio a simple vista que nos asevera las primeras presunciones de la distancia.

—Y no se encontraron casquillos, lo que indica que estamos en presencia de un profesional.

—Exacto, nada de huellas, nada de casquillos, nada de nada, tampoco nadie vio nada. Los indigentes aseguran que dos días atrás el cadáver no estaba, porque ellos durmieron ahí, y las pruebas demuestran que no mienten.

»Por la zona y ahora que hemos determinado la lejanía del disparo, podemos suponer que la víctima fue citada en el lugar y su atacante la estaba esperando. De estas presunciones nace la idea de que, si asistió al lugar, es posible que conociera a quien lo esperaba.

—También pudo ser citado por otra persona y que lo estuvieran esperando para matarlo.

—Nuestra experiencia nos dice que es así, Eva. Quiero que vayamos nuevamente a la escena, a ver si encontramos el lugar desde donde fue efectuado el disparo.

—Me aburro, Noah. No he venido a Connolly’s para hablar de trabajo, cuéntame algo más divertido, por favor.

Él se la quedó mirando. «Mi vida es un desastre, ¿qué quieres que te cuente? Te aburriría aún más», pensó.

—Será mejor que tú me cuentes algo a mí, creo que últimamente no tengo muchas cosas agradables que contar.

—¿Mal de amores tal vez?

—Eva... —mientras hacía una pausa, le hizo una seña al barman para que le sirviera otra cerveza—, ¿amores has dicho? —Frunció la boca y negó—. Soy un gran partidario de las relaciones sin compromisos.

A Eva le saltó el corazón, porque eso significaba que la mujer con la que lo había visto no significaba nada.

—Cuando me besaste en mi casa no me lo pareció, porque... si mal no recuerdo, te negaste a seguir.

Noah se acercó bastante sin apartar los ojos de su boca.

—¿Tú querías que siguiera?

—Si hubieses seguido te habrías dado cuenta.

Ambos se rieron con lascivia.

—¿Y es muy tarde para averiguarlo?

Ella cogió su mano y miró la hora en su reloj, dándole claras muestras de que se moría por tener contacto físico con él.

—Son las 23.30, ¿te parece tarde? A mí no.

—Estoy sin coche.

—Tengo el mío. Te espero allí en cinco minutos, así no nos verán salir juntos.

Miller la acompañó con una mirada al irse, le clavó los ojos en el trasero e intentó imaginarse poseyéndolo. De inmediato el rostro de Olivia acudió a su memoria, pero decidió desecharlo. Bebió unos cuantos sorbos de su nueva pinta y luego, decidido a pasar un buen momento que le permitiera olvidar los malos, salió a la calle, se detuvo en la entrada para localizar dónde estaba Eva estacionada y, al advertir que ella le hacía luces, caminó a paso firme hacia el lugar.

Se metió en el automóvil, y en cuanto lo hizo apresó sus labios. La cogió por la nuca, apremiado por poseer su boca la engulló por completo. Eva, laxa y entregada, lo dejó entrar sin remilgos y le ofreció su lengua ansiosa por sus besos. Ella sintió que flotaba, había añorado mucho el contacto que había establecido en su apartamento, lo había ansiado demasiado, ahora entendía cuánto.

Insolente, bajó la mano y le resiguió el pabellón de la oreja, y esa caricia provocó que él intensificara el beso. Bajó con sus dedos ávidos por sus pectorales mayores, lo acarició de forma desmedida por encima de la camisa y luego decidió seguir su recorrido de dedos ansiosos bajando hasta su cintura. Sin detener el camino que había emprendido, y al notar cómo Noah se tensaba con su contacto y abarcaba con posesión su omóplato, continuó bajando hasta apoyar su mano en la bragueta, la cerró con apremio sobre su bulto y pudo palpar de inmediato que su miembro estaba caliente y duro. Noah se separó, apartó la boca interrumpiendo el beso, miró la mano ansiosa de Eva en su bragueta, se rio de modo licencioso y le ordenó que arrancara.

—Vamos a mi casa, estamos más cerca —le indicó Noah mientras se ajustaba el cinturón de seguridad. Necesitaba llevarla a su apartamento, porque de inmediato pensó que de esa forma podría borrar las huellas que Olivia había dejado en su cama.

Llegaron, y Noah, con un ademán de la mano, la invitó a pasar. Eva se quedó de pie en la sala y rápidamente estudió el lugar.

—¿Qué quieres tomar?

—Nada.

Agitó la cabeza mientras le contestaba, la detective no quería demoras. Decidida a conseguir lo que había ido a buscar, con el índice señaló las dos puertas que estaban visibles.

—¿Cuál es tu habitación?

—La de la izquierda —le indicó Noah mientras se desembarazaba de su chaqueta y la dejaba apoyada sobre el respaldo del sillón.

Eva caminó hacia donde Noah le había dicho, de pronto el móvil de él sonó y sin mirar de quién se trataba lo apagó y la siguió.

En la habitación los besos tomaron preponderancia, se desnudaron mutuamente y se entregaron al deseo que sus cuerpos irradiaban. Eva Gonzales demostró ser una amante muy buena y desinhibida, pero aunque Noah disfrutó y el sexo sirvió para saciar su instinto animal, no pudo evitar en cierto momento cerrar los ojos y figurarse a Olivia extasiada en sus brazos; eso le bastó para poder conseguir el orgasmo. Imaginó que la estaba penetrando y con cada empellón intentó descargar su ira, su fastidio y su mal humor.

Eva quedó tendida boca abajo mientras Noah le acariciaba la espalda; estaba agotada. A pesar de que había echado un buen polvo, para él no había sido suficiente para transformar su mala energía; le enfadaba haber tenido que necesitar imaginarse con Olivia para poder correrse.

—Me siento extraña en tu cama.

—¿Es muy incómoda? —preguntó con talante bromista. Eva se incorporó ligeramente y le besó la punta de la nariz.

—No, tonto, no lo digo por eso, sino por estar así contigo. —Lo miró a los ojos, expectante por saber lo que él le contestaría.

Noah la abrazó, hizo que apoyara el rostro en su pecho y le besó la base de la cabeza, mientras le acariciaba la espalda con la palma extendida.

—Somos adultos, Eva, tú y yo convinimos en venir aquí y que esto ocurriera; ¿te arrepientes?

—Para nada, solamente me pregunto cómo seguirá esto ahora.

Noah hizo una mueca imperceptible para ella, una sonrisa desganada de lado, mientras elevaba las cejas.

—Mañana iremos a trabajar como de costumbre y seremos los buenos compañeros que siempre hemos sido —le contestó de forma pausada y serena—. ¿Estás de acuerdo?

Ella cerró los ojos con fuerza antes de contestarle, le habría encantado que de su carnosa boca saliesen otras palabras.

—Me preocupaba que no fuera así. —Levantó la cabeza y le depositó un casto beso en la boca. No sabía cómo lo iba a hacer para quitarse a Noah de la cabeza.

—Creo que será entretenido ser compañeros y amantes.

Volvieron a tener sexo, y aunque a Noah le costó concentrarse en su rostro, finalmente disfrutó de su cuerpo. Eva era una mujer muy tentadora y de profusas curvas, y Miller, apelando a su control y su experiencia, se mostró bastante imaginativo. Aunque a ratos, indefectiblemente, caía en el derrotero de sus pensamientos y sus recuerdos, se instaba a despojarse de ellos, cerraba los ojos y se exigía sentir; entonces la inventiva de Eva tomaba la iniciativa y lo rescataba, para llevarlo de regreso al momento que estaba viviendo con esa mujer de pelirroja cabellera y curvas sinuosas.

Sudorosos, jadeantes y excitados, frotaron sus cuerpos, chocaron y enredaron manos y lenguas, una y otra vez hasta llegar al orgasmo.

Inmediatamente después de obtener el alivio, y tras cerciorarse de que ella también lo había alcanzado, se levantó al baño.

Se aseó y se paró frente al lavabo con los brazos en tensión mientras se miraba en el espejo. Un dejo de amargura y desilusión era evidente en sus ojos chispeantes, que estaban apagados y sin brillo; se odió por sentirse así, e incluso tuvo ganas de romper el espejo que osaba descubrir ese dejo de flaqueza en él.

Descorazonado y entregado, sabiendo que nada lo sacaría de ese estado, dejó caer la cabeza y el agobio lo invadió por completo, aunque se resistiese era inevitable sentirse así. El recuerdo de Olivia no lo dejaba en paz.

Exhaló el aire con fuerza por la nariz y chasqueó la lengua amonestándose, pues no le parecía posible que una mujer actuara de esa forma y le quitara todo el dominio de sí mismo; maldijo su nombre y su existencia, aunque en el fondo sabía que se trataba solamente de palabras que se aprestaba a absorber sin conseguirlo; eso lo frustraba aún más y exacerbaba más su mal humor.

En ese instante, sintió que nada de lo que acababa de ocurrir con su compañera tenía mayor sentido, y a pesar de lo que le había manifestado a ella, no estaba muy seguro de si quería que se volviera a repetir.

Salió del baño y la encontró dormida, siguió hasta la sala y miró tras los cristales de la ventana: había comenzado a llover.

Recordó que cuando entraron había recibido una llamada, así que atravesó el salón desnudo y buscó el móvil. No recordaba dónde lo había dejado, finalmente lo encontró apoyado sobre una mesa que estaba junto al sofá. Lo encendió y buscó la llamada; era Olivia.

«¿Qué quiere?», se preguntó fastidiado.

Vio que le había dejado un mensaje de voz, pero no se molestó en escucharlo, no le interesaba oír lo que tenía que decirle.

Volvió a apagar el teléfono y regresó a la cama; Eva se rebulló con el movimiento que él hizo al acostarse, pero por suerte no se despertó; no creía poder seguir lidiando con ella más tiempo esa noche.

Puso los brazos tras la nuca, apagó la luz de la lámpara y se quedó en silencio en la oscuridad, intentando que sus pensamientos se limpiaran con el sonido de la intensa tormenta que se desataba fuera.

Rompe tu silencio
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