47
La semana había pasado casi volando, tan sólo un día más y volverían a verse.
Estaba terminando su turno cuando recibió una llamada de Collin.
—C.C.
—Hola, amigo. Tengo noticias del tal Pedro Morales —soltó sin rodeos.
—¿Qué has sabido?
—Lo siento mucho, ha aparecido muerto en Phoenix.
—¡¡Mierda!! No es posible. Otra vez esa ciudad.
—Es todo un maldito acertijo. Tengo el informe de balística, ha sido fusilado con un AK47.
—El fusil preferido de los narcos.
—Y algo más, hemos encontrado varias armas en su morada. Te lo envío todo por fax, a ver si alguna coincide con la que utilizaron para matar a la detective Gonzales; desde luego, los informes periciales de esas armas todavía no están; no sabía si ya habías visto la alerta en tu ordenador, por eso te he llamado.
—Te lo agradezco, la verdad es que me estaba yendo y no había visto nada.
—Bien, en un rato te lo mando todo.
Noah, tras colgar con su amigo, esperaba ansioso que llegara el fax. Cuando por fin lo tuvo en sus manos su vista voló a la semiautomática Herstal Five-Seven calibre 5,7 mm que cargaba municiones de 5,7 x 28 mm y era más conocida como Matapolicías, la cual coincidía con el calibre y el tipo de arma utilizado para matar a la detective Gonzales y al portero.
Llamó a la oficina de su capitán:
—Miller, ¿qué haces aún aquí?
—Tengo novedades —le dijo mientras le hacía extensivo el informe con lo requisado en la casa de Pedro Morales.
Duncan echó una rápida hojeada al informe mientras el detective le indicaba:
—Necesitamos seguir de cerca esa arma.
—No la pierdas de vista —exteriorizó el capitán mientras agitaba la cabeza—. ¿Quién mierda está detrás de esto? Estoy casi rogando, Noah, que no sea esa arma, porque no quiero que la muerte de Gonzales quede archivada sin castigo.
En ese momento Noah sintió que se le helaba la sangre y el estómago le daba vueltas, se mostró impotente y abrigó el mismo temor que su superior.
Ya en la tranquilidad de su casa el detective Miller permanecía concentrado frente a la pantalla de su ordenador, comprobando la información del caso de Eva y también todo lo concerniente al senador Wheels y a Montoya, los temas que le quitaban el sueño y se habían vuelto su obsesión.
De pronto parecía haber entrado en una espiral, en la que giraba y giraba sin remedio y siempre volvía al principio de todo: la decepción lo había inundado.
Cerró su portátil de un manotazo antes de que la cabeza le estallara; le urgía hacer un alto, porque sentía que se estaba consumiendo. Se preparó un sándwich y cogió una cerveza de la nevera. En el momento en que sorbía la bebida, el teléfono le indicó que estaba recibiendo una llamada, y de inmediato se le iluminó el rostro al reconocer la melodía asignada; ya había hablado con ella, pero escucharla siempre funcionaba como un bálsamo que alejaba cada uno de sus tormentos.
Su voz era tranquila y varonil.
—¡Hola, hermosa!
Un cosquilleo de emoción brotaba en su pecho mientras Olivia le contestaba radiante.
—¿Qué hacías?
—Estoy cenando.
—¿Ahora? ¿Has visto la hora que es? Luego soy yo la que tiene desórdenes alimenticios. —Noah se rio.
—Lo sé, tienes razón, me he entretenido con el trabajo. ¿Y tú qué haces?
—Ya estoy en la cama, Brian y Alexa viven enganchados ahora que han decidido sacarlo todo a la luz.
—Ya veo, les ha dado fuerte a esos dos. Mañana por la noche seremos nosotros los enganchados.
—No veo la hora de que sea mañana.
—Me encanta que estés impaciente.
—Muy impaciente. Necesito una sobredosis de mimos, besos y muchos, pero muchos abrazos.
—Me parece que tengo muchos para darte. Te aseguro que no pienso escatimar ninguno.
En su boca se formó una seductora sonrisa, que demostraba cuánto disfrutaba de ese flirteo.
Impulsada por la emoción que desataba en ella, coquetearon un poco más por teléfono hasta que finalmente se despidieron. Olivia dejó caer su móvil al lado del cuerpo, mientras soñaba desde ese mismo momento con esos besos y esas caricias prometidas.
Convencida de que ahora podría dormir, apagó la luz, se puso de lado aferrada a la almohada y se echó en los brazos de Morfeo.
Miller se quedó como un bobo mirando la pantalla de su móvil, se sentía feliz, satisfecho con la relación que poco a poco iba afianzando con Olivia. Su corazón martilleaba en su oído, así de inseguro lo ponía la artista plástica únicamente con un simple flirteo por teléfono. Su cuerpo despertaba sólo con oírla, y ya se había figurado una y mil veces cómo sería el fin de semana junto a ella. Tenía grandes planes para ellos, esperaba que Olivia estuviera dispuesta a todo, porque tenía intención de extenuarla de amor.
Sonrió al advertir el mal uso que hacía de sus bienes, teniendo en cuenta que él nunca había pensado en tocar la herencia de su padre; ahora disponer de esa forma descontrolada de su propio avión particular y volar para ver a la mujer que amaba resultaba demasiado increíble.
—Papá... querías que disfrutara de lo que me dejaste y es lo que estoy haciendo. No obstante, reconozco que tendría que esforzarme un poco más por cuidar lo que con tantos años de trabajo te costó conseguir.
«Papá» esa palabra sonaba cada vez más normal en su boca; le gustaba el sonido de esas sílabas y las probaba más a menudo, quería familiarizarse con el término. Anotó mentalmente que llamaría a Harrison para que le diera nombres de los amigos de su padre, quería empezar a recabar datos de su vida.
Olivia se despertó. Le pareció que había dormido muchas horas, pero aún no comenzaba a amanecer; adormilada y confusa, miró hacia la ventana, pero no se veía ni un solo vestigio del sol. Buscó a tientas el teléfono, que recordaba haber dejado junto a su cuerpo cuando por la noche había hablado con Noah, miró la hora y, efectivamente, era muy temprano; estaba inusualmente ansiosa por ver a Miller, pero le fastidiaba que las horas se negaran a pasar.
No pudo volver a conciliar el sueño, así que se levantó a una hora considerable, desayunó en el estudio, donde admiró sentada desde el sillón Chesterfield la pintura a la que había titulado Esperanza, y que Tiaré le había hecho llegar la mañana anterior. Era nada más y nada menos que un retrato de Noah que había pintado durante sus días en Glen Cove. Eso era él, su esperanza para ser feliz, su salvador, porque él la había salvado sin duda de seguir sintiéndose alguien intrascendente en la vida. A su lado ella tenía un lugar, él la consideraba un ser pensante y siempre podía tomar sus propias decisiones. Además, entre ellos no todo se basaba en la cama que compartían, y en la cual se llevaban de maravilla, era más que evidente que la relación poco a poco crecía en otros aspectos, y aunque no hablaban demasiado del futuro, sabía que él se moría por hacerlo, pero se contenía para no agobiarla.
El reloj parecía haberse detenido esa mañana, y para colmo a todos les había dado por salir: Brian y Alexa tenían planes para almorzar en Houston; Josefina, aprovechando el viaje, había decidido ir a pasar el día con Ana; al menos se quedaba Julián, que debía ir a buscar a Noah al aeropuerto. De todas formas, que estuviera Julián en la casa no significaba mucho, ya que él siempre tenía algo que hacer y era como si no estuviera.
—Nos vamos —la avisó Alexa mientras se asomaba por la puerta—. Deja de babear mirándolo, tienes cara de tonta.
La había pillado viendo el retrato de Noah.
—Más o menos la misma que pones tú al mirar a mi hermano. —Ambas se rieron a carcajadas—. Divertíos mucho.
—Tú también.
Olivia hizo un mohín.
—Hasta que llegue Noah, me aburriré como una ostra.
La puerta se cerró y ella volvió a quedar envuelta en sus pensamientos; a pesar de la ansiedad que la embargaba, se sentía inmensamente feliz, finalmente creía que la vida le había dado una oportunidad para serlo. Volvió a mirar la hora y suspiró con cansancio, los minutos avanzaban pero no de la forma que ella quería, era pasado el mediodía y aún faltaban unas ocho horas para verlo.