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Los días transcurrían con dificultad, habían pasado otras dos semanas y a esas alturas el ánimo de Olivia estaba claramente por los suelos; ya no soportaba más tener a Noah tan lejos.
Estaba casi recuperada por completo, le habían quitado la férula de la mano y las costillas ya casi habían soldado; rara vez le molestaban, sólo si se extralimitaba haciendo algún movimiento brusco.
Julián le había acondicionado una de las muchas habitaciones que estaban desocupadas para que ella la transformara en su estudio. Pintar era su pasión, y como ya estaba bastante bien y podía levantar los brazos sin sentir dolor, era en lo que se entretenía.
Había terminado de bañarse y estaba metida en la cama. Cogió su portátil para revisar sus correos; no tenía muchos, ya que muy pocas personas conocían su nueva cuenta. Noah la había obligado a que dejara de utilizar la anterior, para que no la pudieran rastrear. Incluso Edmond, Brian y Alexa habían tenido que cambiar las suyas para comunicarse entre ellos y que nadie pudiera interceptar los correos.
Entre otras medidas de seguridad, Noah se encargó de proporcionar teléfonos seguros a todos para que pudieran comunicarse con ella.
En su bandeja de correo tenía uno de Tiaré, pues Noah les había indicado a los técnicos de su empresa que le vincularan ciertos contactos a esa cuenta; llegaban a su antigua cuenta pero rebotaban a otro servidor encriptado para que ella pudiera leerlos desde la nueva.
Olivia se alegró al saber de su amiga. Tiaré le contaba que había regresado a Sevilla, y también le manifestaba que se había arreglado con su canijo, le decía que las cosas marchaban bien y que finalmente habían decidido suspender los trámites de divorcio; al parecer, lo estaban intentando nuevamente, porque con la distancia los dos se habían dado cuenta de que realmente se querían y que estaban hechos el uno para el otro. En el extenso correo, en el que le relataba con detalle el viaje emprendido y la decisión de no regresar a Estados Unidos, le pedía también una dirección para enviarle sus pinturas, las que habían quedado en Glen Cove y que sabía que eran muy importantes para ella; sobre todo quería hacerle llegar la que ella había titulado Esperanza.
Olivia, entusiasmada, contestó el correo, le debía mucho a Tiaré y le prometía que en cuanto pudiese la iría a visitar. Le facilitó la dirección de La Soledad, su nuevo hogar.
Cuando dio al botón de enviar, Alexa asomó su cabellera rubia por el resquicio de la puerta.
—¿Se puede?
—¿Qué preguntas? Claro que se puede. —Alexa de un salto se subió a la cama—. Ven, métete bajo las mantas, que hace frío.
Olivia le dejó sitio, y Alexa se instaló rápidamente a su lado.
—Ay, amiga, como voy a extrañar estas charlas nocturnas cuando estas vacaciones se terminen.
—Yo también te echaré de menos.
—Mentirosa, cuando esto termine estarás tan pegada a tu detective que ni te acordarás de esta pobre amiga, que no tiene quien le caliente los pies.
—Eso siempre y cuando yo también consiga quien me los caliente a mí.
—¿Qué dices, Olivia? Si Noah está loquito por ti.
—Hace tres semanas que no lo veo; al parecer, su trabajo y yo no somos compatibles.
—Olivia, te escucho y realmente no puedo creer lo que estoy oyendo. Ese hombre se desvive por ti, lo que pasa es que ahora estamos en Austin; ¿crees acaso que si estuviéramos en Nueva York no buscaría la manera de verte a diario?
—No lo sé.
—Hoy estás pesimista. Te recuerdo que si estamos aquí exiliadas no es por culpa de Noah, sino por el desgraciado y roñoso de Wheels, que está metido en miles de chanchullos.
—Este exilio empieza a pesarme; ¿hasta cuándo tendremos que estar confinadas aquí?
—Hasta que Noah lo diga, hasta que Collin y él atrapen a tu ex y a los que lo secundan. Por otra parte, esta casa es más que acogedora, es un palacete y es segura; la verdad, no me quejo de este exilio, yo lo paso de maravilla en este páramo soñado.
Olivia se puso de lado y Alexa la imitó quedando amabas cara a cara.
—Es que lo echo tanto de menos... ¿por qué ser feliz me es tan difícil, por qué mi vida es tan complicada?
—Al menos tienes a alguien que te quiere, que vela por ti, que te llama a diario. Mírame a mí, nadie me espera, nadie me llama, a nadie le importo.
—¿Y Collin? Pensaba que hablabais a diario.
—Sí... —dijo con desgana—, puro tonteo, sólo quiere meterse entre mis piernas porque se quedó con las ganas cuando estuvo aquí, y en cuanto lo consiga será como todos, a otra cosa mariposa y si te he visto no me acuerdo.
—Creo que la que está pesimista eres tú. Ayer parecías entusiasmada con su llamada.
—Trato de entusiasmarme, si no mejor me pego un tiro.
—Un tiro me tendría que pegar yo, que Noah está a miles de kilómetros y su compañera le tiene más ganas que Eva de probar la manzana. Para colmo se llama Eva.
—Pero el caramelito sólo te tiene ganas a ti.
—Voy a contarte algo que nunca te he contado.
Alexa se apoyó con el codo en la almohada y se sostuvo la cabeza, poniéndose alerta ante lo que su amiga le revelaría; intuyó que era algo que a Olivia realmente le pesaba, y si se lo había guardado hasta ahora, debía de ser importante.
—El día de mi cumpleaños, cuando encontré a Noah en su casa con una mujer durmiendo a su lado... —Hizo una pausa y cerró los ojos, para recrear esa imagen que la torturaba a diario.
—Creí que eso ya estaba enterrado y perdonado, ¿vas a continuar mortificándote?
—Ni enterrado, ni perdonado, lo pasé por alto porque el condenado detective me tiene a mal traer; cuando lo tengo cerca dejo de razonar, incluso si me descuido, hasta dejo de respirar en su presencia. Me atonta, hace que me desmorone con tan sólo mirarme. Bueno, pero no quiero desviarme de lo que iba a contarte. —Alexa asintió con un movimiento de cabeza—. Esa mujer era pelirroja, y su compañera también lo es; aunque esa noche por el aturdimiento no puede verle la cara, estoy segura de que era ella. Cuando nos reconciliamos, una noche llegué a su casa y estaban ahí en una situación muy hogareña. Noah preparaba la cena para compartir un momento juntos.
—Son compañeros, Olivia, pasan muchas horas juntos, por eso advertiste familiaridad entre ellos.
—No soy boba, Alexita, ella intentaba insinuar que eran muy íntimos y se lo comía con la mirada, su vista casi todo el tiempo se iba a sus labios descaradamente.
—Ah, es que el detective tiene unos morros que la comprendo, provoca querer comérselo.
—Estoy hablando en serio, Alexa.
—Y yo también. Veamos, él ese día, ¿cómo te trató?
—Bien, estuvo atento... medido pero atento. Pero me extrañó que delante de ella no dijera mi verdadero nombre.
—Te protegió, aunque ella es su compañera no te expuso.
—Lo sé, pero lo que me pesa es que sé perfectamente que era ella la que estaba en su cama aquella noche, sé que se la tiró.
—Bueno, te recuerdo que tú lo habías dejado aquel día.
—Por eso me tragué el orgullo. Pero no soy estúpida: era ella; además, él no lo negó con vehemencia cuando se lo pregunté, sólo se dedicó a restarle importancia.
—Los hombres a veces son muy obvios. Pero, Oli, estoy segura de que tu detective está que se muere por ti, no debes desconfiar.
—Es que esta abstinencia de no tenerlo cerca me está matando, pienso que a diario están juntos y se me encoge el corazón.
—Cómo te envidio, amiga, cómo deseo sentir algo así por alguien.
—¿Por qué no te das la oportunidad de conocer a Collin? Parece un buen chico.
—Porque sé que no funcionará. Estoy harta de hombres que sólo buscan meterse entre mis piernas y nada más, necesito a alguien que no sólo me haga pasar un buen momento, necesito más, necesito que me consideren como mujer. Lo peor de todo es que hay alguien... —hizo una pausa—; nada, no me hagas caso.
—¿Qué ibas a decirme? ¿Que hay alguien que te interesa seriamente?
—No lo sé en realidad, pero te juro que se metió entre mis piernas y el muy desgraciado me folló como nadie y me hizo sentir lo que ninguno en todos estos años.
—Alexita, ¡¿estás enamorada?!
—Pero es el peor de todos, y sé que no sirve más que para un muy buen polvo.
—¿Quién es, Alexa?
—No me preguntes, no puedo decírtelo, lo mejor es que lo olvide.
—¿Cómo que no puedes decírmelo? A mí, a tu casi hermana. —Olivia se sentó en la cama y Alexa escondió el rostro en la almohada—. Alexita, ¿lo conozco? Lo conozco. —Olivia rebuscaba en su mente—. Al último que conocí es el actor. ¿Es él? No seas boba, Alexa, sabes que en mí puedes confiar.
Alexa se descubrió la cara lentamente y la miró a los ojos, a punto de echarse a llorar; sus lágrimas asomaban casi rebasando sus ojos, inspiró y se desahogó exponiendo su nombre, lo hizo como el culpable que por fin se confiesa buscando un poco de sosiego en su conciencia, ese nombre era el que llevaba atragantado y el que le partía el corazón y le llenaba el estómago de mariposas.
—Brian... —Se puso a llorar.
—Mierda, te has tirado a mi hermano. ¿Hablas de Brian, mi hermano?
—Más bien él me dejó tirada a mí, después de follarme como una máquina.
—Bueno, bueno, ahórrate los detalles, por favor. ¿Cómo ocurrió?
—No sé, la verdad es que ni yo misma sé cómo ocurrió, pero pasó. Fue cuando estuvo aquí y fue sólo eso, un polvo descomunal. Yo habría querido que se quedara a mi lado y me dijese que para él también había sido único. Pero no lo hizo, se vistió y se fue a la mierda. Lo odio, lo odio con todas mis fuerzas, es un desgraciado de mierda.
Alexa se echó a llorar con más desconsuelo. Olivia la recibió entre sus brazos, era la primera vez que la veía llorando por un hombre y el que le había roto el corazón era su hermano.
—¿Quieres que hable con él?
—Ni se te ocurra, te lo prohíbo, no quiero alimentar más su ego. Jamás debí dejar que pasara.
—Alexa, pero si se notaba que os teníais ganas.
—Ése es el problema, yo creí que sólo eran ganas y me dejé llevar, pero el muy desgraciado me puso patas arriba y ahora no sé qué hacer.
—¿Has probado a hablar con él?
—No pienso hacerlo, te digo que se burló de mí. Folló, se levantó y se fue.
—Me encantaría que tú y él os entendierais, los dos sois explosivos, pero creo que seríais un buen complemento para el otro. Tú con tu carácter estoy segura de que podrías bajarle un poco ese egocentrismo que lo tiene por las nubes, y él a ti también te tendría a raya, porque no te dejaría tomar todo el control en la relación, como siempre haces con los hombres de tu vida.
—No me digas más, amiga, que se me parte el corazón. Ay, Dios mío, ¿cómo he podido caer con un ególatra como él? Yo que siempre he rehuido de esa clase de tipos.
El móvil de Olivia sonó y las notas musicales de This Love,* de Maroon 5 inundaron el ambiente.
—No digo yo que tienes suerte, ahí tienes a tu detective.
Olivia atendió la llamada entusiasta.
—¡¡Hola, mi detective favorito!!
—Hola, nena, tengo buenas noticias: al fin esta semana podré ir a Austin.
—¡¿En serio?!
—Sí, pensaba darte una sorpresa, pero lo cierto es que yo también estoy impaciente.
—Gracias por calmar mi ansiedad, no te lo habría perdonado si no me lo hubieras dicho.
Alexa se levantó y la dejó para que hablara tranquila; además, estaba tan deprimida que verla tan feliz le daba envidia y no quería sentirse así con su amiga. Le tiró un beso al aire, y aunque Oli le hizo señas para que se quedara, no le hizo caso.
—Hummm, apuesto a que yo sé un método con el que me habría ganado tu perdón.
—¿Ah sí? ¿Y cuál es ese método que según tú es tan efectivo? Olivia, lo siento, tesoro, tengo que cortar, mi buscapersonas está sonando.
—Odio ese maldito aparato, siempre nos interrumpe y me deja con el corazón en un hilo, porque no sé cuánto peligro hay a donde vas.
—Prometo que en cuanto me libere te vuelvo a llamar.
—Cuídate, Noah, no te arriesgues, por favor, mi amor.
—¿Cómo?
—Que no te arriesgues.
—No eso no, lo último que has dicho.
—Si serás tonto.
—Tonto o no, quiero oírlo nuevamente.
—Mi amor, sabes que eres mi amor —le dijo con voz solapada e incitante.
—Esa vocecita... me encanta cuando me dices mi amor. Creo que esta noche soñaré contigo, Olivia Moore.
—¿Sólo esta noche? Yo sueño a diario con usted, señor detective, me desilusiona saber que no piensa tanto en mí como yo en usted.
—Sabes que vivo pensando en ti.
—Tendrá que demostrarlo.
—Estoy acostumbrado a conseguir pruebas que validen cada uno de mis actos, no me será difícil probarle que lo que digo es cierto.
—Pues realmente estaré esperando esas pruebas de las que tanto alarde está haciendo.
—Te sorprenderé.
—Hummm, qué impaciencia, detective Miller, ya estoy deseando que sea viernes.
—Ni te imaginas cuánto lo deseo yo. Te dejo, cariño, tengo una llamada por la otra línea; es que me distraes, aún no he contestado al busca.
—De acuerdo, detective, no sea cosa que le pongan un expediente sumarial en su hoja de servicio por mi culpa.
—Adiós.
Noah le lanzó un beso estrepitoso a través de la línea y ella otro. Luego ambos cortaron la comunicación.
Inmediatamente el detective contestó la otra llamada mientras miraba su buscapersonas. La cara se le transfiguró al leer la dirección adonde debía acudir. Al escuchar en la línea la voz del capitán, las alertas dejaron de sonar.
—Miller. —No lo dejó hablar.
—¿Qué pasa con Eva?
—Ven, por favor, ven cuanto antes.
—Pero... ¿está bien?
—No, Miller, me temo que no, es preciso que vengas.
Se colocó la chaqueta rápidamente, puso la pistola en la sobaquera, enganchó la placa en el cinturón y cogió la gabardina, bufanda y los guantes, pues la temperatura en Nueva York había descendido considerablemente. A ciegas, cerró su apartamento y salió diligente hacia el parking para montarse en su Chevrolet Caprice. Rechinaron los neumáticos en cuanto salió la calle, y colocó la sirena para abrirse paso. Aunque pisaba el acelerador a fondo, parecía que los 268 caballos de fuerza del motor no tenían potencia para mover su automóvil según sus necesidades. Finalmente, saltándose semáforos y sorteando calles y avenidas que sabía que estarían congestionadas, llegó al lugar.
Dejó el coche aparcado y se bajó de él casi antes de quitar el contacto del motor. La zona bullía con diferentes vehículos de la policía, que aullaban acudiendo al lugar tras recibir un código 10-00, el cual indicaba que había un oficial en el suelo y que todas las patrullas debían acudir.
El perímetro ya estaba cerrado. Cuando quiso entrar un agente intentó impedírselo, así que rápidamente Noah se abrió la gabardina y le enseñó su placa. El oficial en servicio le entregó un par de guantes de látex para que se los colocara, que Noah se puso como acto reflejo, porque no pensaba con claridad, sólo actuaba por instinto. Levantó la cinta amarilla que rezaba «Escena de crimen, no traspasar » para trasponer el perímetro delimitado y entrar en la escena del crimen.
En el vestíbulo se encontró con el encargado del edificio, que yacía muerto, pero no se detuvo. Parecía que las piernas no pertenecían a ese cuerpo. Subió los doce pisos, y en el momento en que entró en el apartamento el capitán quiso detenerlo para advertirlo, pero fue en vano: Noah entró como una tromba. Le faltó el aire y sintió que todo se cernía sobre él, necesitó afirmarse, así que tuvo que agacharse y apoyar las manos en las rodillas en busca de sostén. Luego se agarró la cabeza sin poder creer lo que allí sucedía. La unidad especial que investigaba la escena del crimen ya estaba allí, los paramédicos que habían acudido al lugar para intentar una reanimación se marchaban y daban paso a los uniformados, que vestían unos monos oscuros con las letras «Escena del crimen D. P. N. Y.», que indicaban que pertenecían a la Unidad de la Escena del Crimen del Departamento de Policía de Nueva York. Sintió una mano en su espalda, pero no podía apartar la vista del cuerpo que yacía en el suelo.
—Lo siento, Miller, sé por lo que estás pasando, he perdido a dos de mis compañeros en servicio y es como si una parte de uno mismo se muriese.
—¿Quién está a cargo, qué ha sucedido? Quiero el caso.
—Sabes que no puedo dártelo. Strangger y Conelly se encargarán, pero te tendrán al tanto de todo.
—Lo quiero yo, déjeme colaborar con ellos, se lo debo a Eva y a su familia, necesito obtener justicia por ella.
—Te dejaré participar, pero no estarás a cargo de la investigación, tus emociones no te permitirían ser objetivo. Créeme, es mejor así, muchacho.
—No es posible, ¿qué ha sucedido? ¿Han avisado a su familia?
Noah no escuchaba, formulaba una tras otra las preguntas, su cabeza era un tormento.
—Uno de los nuestros se ha ocupado de ir a avisarlos, supongo que de un momento a otro llegará alguien.
Se acercó al cuerpo donde los forenses estaban levantando pruebas y, protegiendo la escena, se acuclilló junto a ella y le echó hacia atrás un mechón de pelo del rostro, admirándola un buen rato. Los peritos se hicieron señas, al igual que los detectives que estaban a cargo, y le dieron espacio para que tuviera unos minutos con su compañera.
La miraba atónito, incrédulo, él estaba acostumbrado a ver cuerpos mutilados, pero ella no era cualquiera. Su camiseta, allí donde había recibido el disparo, presentaba rastros de quemaduras; la levantó ligeramente para comprobar el orificio por donde le había entrado la bala y tenía un halo muy claro.
—¿Habéis hecho una foto de este halo de quemadura? —preguntó.
Strangger, el detective que llevaba el caso, le palmeó el hombro y le dijo:
—Aún no hemos empezado, estábamos esperándote a ti y al fiscal, pero tranquilo, te prometo que descubriremos quién lo hizo.
Noah se levantó, no podía contener las lágrimas y no quería contaminar la escena, así que se sorbió la nariz, se pasó el puño de la gabardina por los ojos y se alejó. De pronto apareció el fiscal y de inmediato comenzaron con el barrido para levantar indicios que pudieran ayudar a esclarecer el crimen.
—En la planta baja yace el encargado, también le dispararon a quemarropa —indicó Conelly—. Será una noche larga.
—¿Han revisado las cámaras? —preguntó MacGraw, el fiscal a cargo—. Siento mucho lo de su compañera, detective Miller.
Se conocían muy bien, varias veces habían trabajado juntos en otros casos.
—Gracias.
—Las cámaras han sido destruidas, suponemos que lo hicieron enseguida, pero ya tenemos las cintas, lo que no sé es si lograremos saber cuántos irrumpieron en el lugar. Lo veremos cuando las examinemos —apuntó el otro detective a cargo.
—¿Posible móvil? —continuó MacGraw.
—Está todo revuelto, así que por el momento vamos por el robo —volvió a contestar el detective, y Miller se había apartado, porque estaba barriendo el lugar a la par que los demás.
—¿Han advertido si falta algo? —se interesó el fiscal.
—Faltan su portátil y sus teléfonos —se apresuró a decir Miller, mientras volvía a acercarse.
—Hay un joyero intacto, su cartera está con todo el dinero, junto a su placa y sus armas, y en su mesita de noche tenía el reloj y algo de dinero y tampoco se los llevaron —indicó Strangger saliendo de la habitación—. O se tuvieron que ir muy deprisa y no pudieron terminar el robo, o lo que los trajo fue otra cosa.
—Un poco extraño que sólo se hayan llevado un portátil y sus teléfonos si han entrado a robar. Creo que aquí hay algo más que un simple robo —se atrevió a asegurar el fiscal.
—¿Qué habría ahí? ¿Quién no quería que se supiera lo que contenía ese portátil? —se preguntó Conelly.
Noah no decía ni una sola palabra, tan sólo escuchaba y guardaba toda la información en su cerebro para después poder hilvanarla.
—Eso es lo que tienen que investigar, señores —dijo el capitán Donovan.
—¿Algún caso en particular en el que estaban trabajando? —preguntó MacGraw directamente a Miller. Noah levantó la vista y miró a su capitán.
—Miller y Gonzales estaban trabajando encubiertos, buscando un infiltrado entre nosotros. —Strangger y Conelly se miraron ante la revelación de su superior.
—¿Hay un topo entre nosotros? ¿Y cómo es que el equipo no está intervenido por Asuntos Internos? —preguntó Conelly.
—Los tengo pegados a mi nuca —dijo Donovan—; después de esto, mañana mismo los tendremos en el departamento de policía.
—¿Había alguna pista del infiltrado? —quiso saber Strangger.
—Nada, teníamos cercados a dos que nos podrían llevar a él y aparecieron muertos —dijo Miller lamentándose—. Los informes de balística informaron de que en ambos casos utilizaron balas sabot, así que de eso no se pudo obtener nada, fueron dos trabajos muy limpios.
Los detectives silbaron.
—Obviamente quien lo hizo conocía muy bien nuestros procedimientos —acotó Conelly.
—Es posible que la detective se hubiera acercado al topo y éste lo advirtiera —conjeturó Strangger.
—Si Eva había descubierto algo, no estoy enterado, pero creo que no, porque habría sido el primero en saberlo; éramos un buen equipo —aseguró Miller.
—¿Algún testigo que haya visto o escuchado algo de lo que acaba de ocurrir? ¿Ya habéis interrogado a los vecinos? —quiso informarse MacGraw.
—Los agentes están en ello, pero al parecer nadie vio ni escuchó nada —dijo Strangger.
—Quiero una copia de todas las declaraciones —pidió Noah.
—La tendrás, por supuesto —le aseguró el capitán para tranquilizarlo.
—Permiso —interrumpió uno de los agentes—. La anciana del piso de arriba dice que es la que dio aviso al 911 y manifiesta que cuando ella entró, acababa de arrancar un coche negro con vidrios tintados, pero que no vio quién conducía y tampoco sabe la marca, porque no sabe de coches.
—Quiero interrogarla —dijo Noah de inmediato.
—Toda tuya —contestó Conelly.
—Llévame con ella —le pidió al agente; en ese momento los de la policía forense estaban ingresando una camilla para levantar el cuerpo de Eva—. Con cuidado por favor, trátenla con cuidado —les indicó Noah a los encargados, que le contestaron afirmativamente apiadándose de él.
Noah fue a la planta baja, donde se encontraba la anciana. Se acercó con mucha amabilidad y se dio a conocer, ordenó que le llevaran una silla para que la señora estuviera más cómoda. En ese instante, se oyó un alboroto en la zona del acordonamiento, Noah estiró la cabeza y reconoció de inmediato a los hermanos Gonzales, que pugnaban por atravesar el vallado, así que indicó a uno de los agentes que le llevara algo de beber a la anciana mientras él se ocupaba de atender a los familiares de Eva.
—Abuela, enseguida regreso. Está bien, agente —miró su placa para saber su nombre— Hutton, yo me encargo de los señores.
Levantó el vallado y los hizo pasar al otro lado.
Le tocó dar la noticia más triste, que nunca pensó que daría, rebuscó cada palabra que expresó, pero sabía que no había ninguna que no fuera dolorosa; se envolvió en una coraza de acero y sacó fuerzas que no sabía que tenía en su interior para explicar lo que no tenía explicación. Los tres hermanos se abrazaron, sólo faltaba el menor, Julio, que se había quedado haciendo compañía a sus padres.
—Queremos verla —pidieron Roberto, Esteban y Luis.
El detective cerró los labios con fuerza, demostrando el gran pesar que sentía, les palmeó la espalda y finalmente asintió apiadándose de ellos.
—Seguidme, por favor, no toquéis nada y caminad por donde yo lo hago.
En el momento de llegar al piso, justo estaban subiendo el cuerpo al ascensor. Noah los detuvo.
—No la toquéis —les indicó a los hermanos mientras solicitaba un par de guantes para ser él mismo quien abriese la bolsa que transportaba el cadáver—. Su cuerpo es la prueba principal, por favor no se acerquen.
Los hermanos Gonzales se quebraron, profirieron insultos y estallaron en llanto, Noah, que se sentía responsable de ellos, los consoló como pudo. Mientras liberaba a los encargados de transportar el cuerpo les hizo una seña con la cabeza para que se la llevaran de allí.
A altas horas de la madrugada, el levantamiento de cuerpos, pruebas, huellas y los análisis forenses habían terminado, se dejó custodia en el lugar para preservar la escena, por si hacía falta regresar. De esa forma estarían seguros de que nadie sin autorización irrumpiría allí.
La anciana no aportó ningún dato nuevo. Noah subió a su coche y fue directo hacia el departamento de policía, entró en el recinto y sus compañeros se asombraron al verlo llegar.
—¿Qué haces aquí? Ve a tu casa a descansar —le sugirió Strangger, que acababa de servirse un café en la máquina expendedora.
—Quiero hacer los informes con vosotros, necesito ser el portavoz de Eva y poner todo este caos en orden.
—Noah —le manifestó Conelly, apoyándole una mano en el hombro—, has trabajado todo el día sin descanso, nosotros elaboraremos los informes y mañana tú puedes leerlos para ver si estás conforme y no se nos ha pasado nada.
»Ve a tu casa y descansa, necesitas asimilar todo lo que ha ocurrido, estoy seguro de que si estás más tranquilo tu mente rendirá mucho más.
Les costó convencerlo, pero finalmente accedió a irse.
De pronto, Miller se encontró frente a la Oficina Forense de Nueva York. No podía concebir que el cuerpo de Eva estuviera en ese lugar, cerró los puños con fuerza asiéndose del volante, hasta que pensó que lo arrancaría si seguía ejerciendo presión. Se sintió impotente y, cuando se quedó solo, se deshizo de la coraza de detective y se puso en la piel del hombre, compañero y camarada; golpeó el volante con la palma de la mano, luego con el puño cerrado, finalmente dejó caer la cabeza sobre él y sintió que se desmoronaba mientras farfullaba insultos. Sabiendo que no podía continuar de esa forma, se exigió mantener la cordura, pero le resultaba difícil. Arrancó el Chevrolet Caprice haciendo crujir los neumáticos, necesitaba alejarse, pasaba de un estado de ánimo a otro en segundos.
Llegó a su casa y se sentó a oscuras en el sofá del comedor, intentando encauzar sus pensamientos, pero el teléfono lo sacó de sus cavilaciones. Miró la pantalla de su móvil. Era Olivia, temió por la hora que era.
—¿Qué sucede, Olivia?
—Eso mismo quisiera saber yo, no he pegado ojo esperando tu llamada. Sabes que me quedo muy intranquila cuando tienes una alerta.
—Perdón, te pido disculpas. Tienes razón, te he dicho que te llamaría, pero ha sido una noche muy larga. Acabo de llegar.
—¿Ahora? Noah, terminarás enfermando por trabajar tantas horas. Te noto abatido.
Miller lanzó un suspiro claramente audible y se puso de pie. Con movimientos lánguidos se quitó el abrigo, mientras se dirigía hacia el dormitorio. Desabrochó su pistolera y se desembarazó de ese peso dejándola sobre la mesilla de noche.
—Tienes razón, no estoy bien. Aún me cuesta creer lo que ha ocurrido.
—¿Qué ha pasado, Noah?
—Mi compañera —hizo una pausa—, Eva ha sufrido un asalto. —No entraría en detalles—. Está muerta.
—¡Santo Dios! ¿Cómo estás, mi amor?
—Me siento incrédulo, en mi profesión estoy acostumbrado a esto, pero cuando te toca de cerca se hace muy cuesta arriba.
—Quisiera estar a tu lado.
—No te preocupes, escucharte ya me ha devuelto a la realidad, gracias por haber llamado y discúlpame que te haya tenido en vela toda la noche.
—No te aflijas, olvídalo, es obvio que no tenías la cabeza para pensar en llamarme. ¿Hay alguna pista de quién pudo haber sido?
—Aún no, los encargados están procesando todas las pruebas recogidas en el lugar, veremos qué se puede obtener de eso y de la autopsia. No descansaré hasta encontrar al culpable.
—Ten confianza, y también mucho cuidado. Noah, ¿por qué no tienes una profesión menos complicada? Vivo con el corazón encogido.
—No debes preocuparte. Ahora ve y descansa.
—Tú eres quien debe descansar, te siento hecho trizas.
—Lo estoy, creo que estoy empezando a acusar el cansancio de la adrenalina que ha circulado en la noche por mi cuerpo.
Después de que se despidieran se sentó en el borde de la cama, se inclinó para desatar los cordones de sus zapatos y notó que algo se le incrustaba en el abdomen; se dio cuenta de que no se había quitado la placa. Se quedó mirándola, sosteniéndola en sus manos como en trance. Su vista se fijó en el molino de viento, representativo de los primeros colonos alemanes. Estudió también el reflejo del marino, que simbolizaba el comercio marítimo de la bahía, y el del nativo americano, que representaba a los habitantes de Manhattan. «Una tierra para todos» se dijo, y entonces pensó en Eva, y en su familia, que habían llegado desde México hacía muchos años. Siguió estudiando la placa y paseó la vista por el águila, símbolo nacional; «en Dios confiamos», expresó al mirarla. Luego reparó en las cinco estrellas, representativas de los cinco distritos neoyorquinos, y se detuvo finalmente en la balanza de la justicia, cuyo reflejo es la misión legal de la policía.
—Haré justicia, Eva, no descansaré hasta conseguirla, porque si no, esta placa que tengo entre mis manos no tendría sentido.