51

Se habían dado un baño relajante y estaban tumbados en la habitación del hotel de Albuquerque. Olivia permanecía de costado con el albornoz puesto y los dos se miraban a los ojos con una mirada que transmitía devoción; durante el tiempo en que se habían duchado, ella le había contado todo lo que había pasado y él no podía creer lo valiente que había sido. Se sentía orgulloso de aquella mujer, la admiraba por la entereza con que siempre lo asombraba.

Olivia también lo miraba con orgullo, él también le había contado a grosso modo cómo había sido todo el operativo.

Se miraban con anhelo, por más cansancio que sentían no conseguían apartar sus miradas.

—Creí que me moriría cuando no te encontramos allí —le decía mientras acariciaba el valle entre sus senos; esa caricia le resultaba desestabilizante, tanto a él como a ella.

—Pero ahora estamos juntos, creo que nuestro amor es imbatible.

—Te amo, Olivia, quiero que seas mi mujer.

—Soy tu mujer.

—Sé que eres mía, pero yo me refiero a otro tipo de compromiso.

—¿Acaso hay un compromiso más fuerte que el que sienten nuestros corazones? —Ella se bajó y le besó el pecho.

—No, ninguno, pero... me rijo por la ley, la represento, y me gustaría que te cases conmigo. Sé que no has tenido una buena experiencia, pero eso no significa que...

—Acepto —lo interrumpió.

—¿De verdad? No quiero que te sientas obligada, puedo esperar.

—De hecho tendrás que esperar —ella le acariciaba los labios—, tendré que divorciarme primero.

—Por eso no hay problema, tengo al mejor abogado y estoy seguro de que conseguiré el divorcio en un abrir y cerrar de ojos.

—Deseo además que Murray pague por sus actos de violencia doméstica. ¿Me apoyarás?

—Siempre, sabes que puedes tomar las decisiones que creas convenientes y siempre tendrás mi apoyo; bueno, a veces te llevaré la contraria, tampoco es que vaya a convertirme en un blandengue que ande todo el tiempo bajo tus faldas y te diga a todo que sí.

—No pretendo eso, me gusta cómo eres, me encanta tu carácter y no pretendo cambiarlo. ¿Quién es ese abogado? ¿Crees que también podrá encargarse de acusarlo por violencia familiar?

—Te aseguro que el que tengo en mente es el mejor. Damien Christopher Lake es su nombre, jamás ha perdido un juicio. Es muy temido en los juzgados y nadie quiere ir contra él.

—Uff, lleva el nombre del diablo.

—Créeme, es un demonio en la piel de un hombre, no tiene piedad en el estrado.

—Me encanta, creo que es lo que necesito.

Se besaron, entrelazaron sus lenguas y disfrutaron de sus alientos abrasadores hasta que ambos se quedaron sin resuello.

—Quisiera tener un anillo para darte en este momento.

—No importa, este momento es único de todas formas.

—Espera. —Él le plantó un beso y se levantó de la cama; llevaba una toalla envuelta en su cintura.

—¿Adónde vas?

La chistó para que se callara. Abrió una lata de gaseosa que había en el refrigerador de la habitación y quitó la anilla. Enseguida regresó a la cama y se arrodilló ante ella, luego tomó su mano y se la colocó.

—Prometo reemplazarla por uno mejor cuanto antes, pero ahora es lo único que hay y quiero hacer solemne este acto.

Ella se rio.

—Me encanta.

—No mientas.

—No miento, me encanta. —Olivia admiró la anilla de hojalata que Noah le había colocado en el dedo.

—Cuando te conocí te prometí que te haría muy feliz, y ahora reafirmo cumplirlo las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana.

—¿Dejarás de trabajar para eso?

—Por supuesto que no. —Volvió a acostarse a su lado y la cogió por la cintura, en un gesto demandante, mientras pegaba su pelvis a la de ella—. Eso no está en mis planes, pero te juro que los momentos en que estemos juntos serán tan intensos que te saciarán hasta que regrese del trabajo.

—Y... me pregunto algo, ¿podrías empezar a enseñarme cómo serán de intensos esos momentos?

—Hummm, creo que podría empezar ahora mismo. —La besó con intensidad, enterró los dedos en su cintura y el momento fue perfecto—. Tu cuerpo es afrodisíaco, tu boca es embriagadora. Quiero fundirme en ti eternamente.

Rompe tu silencio
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