38

Su cabeza, en el momento de acostarse, se había convertido en un hervidero de pensamientos. Ella, sin embargo, dormía gracias a los calmantes. Noah se acostó a su lado, y aunque su mente y su cuerpo estaban exhaustos, no podía dejar de observarla. No conseguía perdonarse a sí mismo por haberla dejado en aquella casa, se consideraba responsable del estado en que Olivia se encontraba.

«Tendría que habérmela llevado mucho antes de Nueva York y podría haber evitado la tremenda paliza que ese cabrón le ha dado. Dios, ¿en qué estaba pensando para dejarla en sus manos, expuesta de esa forma?»

Se preguntaba una y otra vez por qué se había dejado convencer aquella mañana. ¿Por qué le había permitido que regresara a esa casa?

El miedo de Olivia, el de Brian y el de Alexa no eran excusa; él había obrado de forma poco profesional. Tendría que haberse atenido a lo que sabía por norma, como procedimiento ante las pruebas que tenía en sus manos. Conocía la respuesta y la eludía, pero aunque no la dijera, era una verdad. Saberla lo enfadaba mucho más: se había cegado por la ira y los celos de haberla visto en la fiesta con Wheels, de que le hubiera permitido que pusiera sus manos en su cuerpo, pavonearse con ella ante todos; Noah había decidido castigarla por mentirle, por haberlo apartado de su lado, por no haber confiado en él, y ahora las consecuencias estaban ante sus ojos.

Era el único culpable, la verdad le atizaba como un mazazo en la espalda. Deseaba tener la oportunidad de poder cobrarse cada uno de esos golpes que ella había recibido para aplacar su culpa, que no tenía perdón. Hablaría con C.C.; de una forma u otra él debía tener esa posibilidad.

Por los ventanales se colaba la iluminación nocturna que iluminaba tenuemente la habitación. Noah continuó mirándola en silencio, contrariado, descolocado y presa de las sensaciones que Olivia conseguía arrancar de él. Se removió en la cama y se quedó boca arriba, colocó los brazos tras la nuca y miró a su alrededor, y de pronto, en esa habitación, se sintió como un completo desconocido. Suspiró.

Él, un hombre pragmático, rígido, de pensamientos sólidos, se volvía dubitativo ante esa mujer.

Siempre había renegado de sus orígenes, y ahora por el amor de Olivia era capaz de dejar a un lado todo su orgullo y mostrarse vulnerable y maleable; había olvidado todos sus principios y creencias, sentía que por primera vez tenía la felicidad entre sus manos. Ella le hacía olvidar todo, los tiempos de infelicidad inconsciente en que nada de lo hecho parecía ser suficiente para sentirse colmado, el desprecio e inexistencia de su padre y los días de soledad infinita que le habían moldeado un talante resentido y amargado. No obstante, aunque la vida le ponía a esa mujer en su camino y le daba una oportunidad para ser feliz, su contienda emocional en esa casa estaba levantada en armas y no le daba paz. Se preguntaba por qué, si su amor por un lado le hacía tanto bien, por otro le hacía sentir que estaba perdiendo el honor. En esa casa, su pasado, su historia, sus recuerdos más dolorosos estaban impregnados, pero paradójicamente, ahí se erigían los más bellos que formaban parte de su presente, esos días que había pasado con Olivia allí constituían el deseo de una vida apacible junto a ella.

Con la mente llena de cuestionamientos, un impulso lo llevó a levantarse de la cama. Oli se rebujó, pero continuó durmiendo. Miller salió de la habitación y bajó la escalera, y aunque era tarde llamó a su madre. No sabía cómo iniciar aquella conversación, pero su conciencia le decía que era preciso hacerlo. Ana se asustó por recibir una llamada a esas horas:

—¿Qué pasa, hijo? ¿Estás bien, le pasa algo a tu hermana?

—Nada, mamá, no te alarmes. Perdona la hora pero necesitaba hablar contigo; estoy en Austin —comenzó diciendo.

Frustrado por no poder abandonar la lucha entre sus sentimientos y su conciencia, comenzó a explicarle todo lo que sentía, le habló como nunca antes lo había hecho, se desintegró y se despojó de sus angustias; necesitaba que su madre le diera su aprobación, sentía que le estaba fallando.

—Tesoro de mi corazón, ¿cómo puedes pensar así? ¿Cómo puedes creer que me estás ofendiendo? Mira, voy a decirte algo: sabes que en esa casa fui muy feliz con tu padre, en ella pasé los momentos más dichosos de mi vida, y creo que también los más amargos, pero... —Pensó en decirlo todo, pero no era apropiado hacerlo por teléfono, así que, hundida por una nueva oportunidad perdida, se avino a decirle a Noah lo que éste ansiaba escuchar—. Aunque la historia entre él y yo no acabó bien, me hace ilusión que la tuya con Olivia sí sea una historia con un buen final. Tesoro, vive tu vida, sé feliz y no mires atrás. Olvida el pasado y céntrate en vivir el presente, en vivir tu amor, en hacerla dichosa, en ser feliz. Noah, no importa cuándo, dónde ni cómo, sólo se trata de aprovechar el momento.

»Hijo querido, creo que la vida te está dando, a través de Olivia, la oportunidad de reconciliarte con tus orígenes; ella ha venido a quitarte ese agobio que no te deja disfrutar de lo que por naturaleza te pertenece.

—Pero...

—Pero nada —lo cortó en seco—, déjate de nimiedades estúpidas y de culpabilidades.

Continuaron hablando largo rato, y Ana se interesó más en el estado de Olivia. Miller intentó sincerarse todo lo que pudo, pero obviamente escatimó información.

Por último le manifestó su agobio por tener que regresar a Nueva York y dejarla allí. Su madre intentó calmarlo, alegando que la dejaba en buenas manos.

Estaba dormido profundamente. A altas horas de la madrugada por fin lo había conseguido.

—Noah... Noah... llaman a la puerta.

—¿Qué pasa, te encuentras mal?

—No te asustes, están llamando a la puerta.

Al ver que no contestaban, la persona desconocida abrió tan sólo una rendija y sin entrar ni dejar que se oyera su voz se metió en el dormitorio.

—Tesoro, despiértate.

Noah, al oír esa voz, se sentó en la cama.

—¡¿Mamá?!

—Sí, tesoro, soy yo.

Volvió a cerrar la puerta para no invadir la privacidad de la pareja.

—¡¿Tu madre?! Oh, Dios, estoy horrible... —dijo Olivia sin aliento.

—No te alteres, ella lo comprenderá.

—Cariño, os he traído el desayuno, he venido a mimaros —les dijo Ana desde fuera.

—¿Cómo ha sabido que estábamos aquí? —preguntó Olivia.

—Anoche hablé con ella. No pensé que vendría, pero debí suponer que no se aguantaría. Voy a levantarme y le digo que no entre.

Noah se puso en pie y se pasó la mano por su corto cabello para alisarlo, estaba en bóxer.

—Pero ¿cómo? Va a pensar que soy una desconsiderada y una mal educada. No es precisamente en el estado en que me habría gustado conocerla, pero ya está aquí.

—Te caerá bien... —Él la miró con ilusión mientras se ponía un pantalón de pijama—. Entra, mamá.

—He llegado y Josefina os estaba preparando el desayuno, así que he querido sorprenderos trayéndolo yo misma a la cama —dijo al tiempo que empujaba una mesa con ruedas.

—No tienes remedio.

Noah salió a su encuentro y se abrazaron cálidamente mientras él la arropaba en sus brazos y le besaba la base de la cabeza. Olivia, observando la escena entre madre e hijo, no pudo evitar sentir unas enormes ganas de llorar, pero logró contener las lágrimas; ese abrazo tan sentido entre ellos la había emocionado, se alegró de que su hombre fuera tan afortunado. Ella no recordaba haber recibido un abrazo así de su madre, y en ese momento lo necesitaba.

Desde su posición estudió a Ana a conciencia. Se la veía impecable, sencilla, con un corte de pelo escalado hasta la base de la nuca que le daba un estilo desenfadado y muy actual. Su rostro era rectangular, con pómulos marcados y labios medianos, del mismo tamaño, en armonía con el resto de su cuerpo. Continuó observándola y finalmente llegó a la conclusión de que esa mujer tenía la mirada y la sonrisa más dulces que jamás había visto.

Noah la cogió de la mano y la instó a acercarse a Olivia.

—Hola, tesoro.

—Hola —contestó Oli tímidamente.

Ana se sentó en la cama con mucho cuidado, le cogió la mano y se la besó.

—Estoy horrible, lo siento. Ésta no es la forma en que imaginé conocerla, señora.

—No te preocupes por nada y llámame Ana. Como he dicho al entrar, he venido a mimaros. Anoche Noah me explicó lo que te ha ocurrido. —Buscó la mano de su hijo y aferró las de ambos—. Espero que no me consideres una entrometida, en realidad he dudado mucho si venir, pero noté a Noah muy preocupado por tener que regresar a Nueva York y dejarte aquí. Entonces pensé que tal vez podría venir y quedarme a cuidarte para que mi hijo se sienta más tranquilo.

—Mamá, ¿harías eso?

—Por supuesto, ¿no ves que estoy aquí? Siempre y cuando Olivia quiera que me quede; no deseo agobiarte —le dijo volviendo la vista a ella.

—Pero, Ana, usted tendrá sus cosas, y dejarlas de lado por mí no me parece justo.

—Uf —elevó los ojos al techo—, tengo tanto que hacer... Mi hijo me ha puesto personal para todo lo que antes hacía sola, tengo quien cuide de mis plantas y del parque, también a una persona que organiza las compras y la casa y que pasea y asea al perro; en fin, el tiempo me sobra y me paso el día leyendo, tejiendo, bordando o haciendo caridad en la iglesia, cosa que por supuesto me encanta, pero que por venir aquí y quedarme contigo no significa que no pueda seguir haciéndolo.

—Gracias, mamá. —Noah le besó la mano.

—Muchas gracias, Ana, pero no quiero irrumpir en su vida como una carga.

—Quítate esos pensamientos de la cabeza, la verdad es que me sedujo la idea de que tú y yo podamos conocernos durante estos días en que te recuperes. ¿O es que no te interesa conocerme?

—Todo lo contrario, me fascina la idea.

Ana le dio una suave palmada en la mano y le ofreció una sonrisa franca y muy sincera.

—Además, tengo unos remedios caseros que acelerarán el proceso de desaparición de esos moretones —explicó—. Quiero cuidarte, quiero ayudarte a que cures esas marcas que te atormentan cuando te ves en el espejo, y también quiero poner mi granito de arena para que sanen las que están en tu alma y que no se ven.

De repente la emoción la embargó y Olivia comenzó a llorar, se sentía sensible.

La consolaron entre los dos y, cuando se hubo calmado, Ana los dejó para que desayunaran; todo estaba enfriándose con tanta conversación. Se marchó, prometiendo volver luego con unas compresas de vinagre de manzana y agua para aplicarle en los moretones y que se desinflamara más pronto.

Por la noche, después de cenar, Noah estaba sentado en el despacho comprobando una información que C.C. le había enviado: la grabación de una cámara de seguridad de un hotel que localizaba a Mario Aristizabal Montoya en el Country Inn & Suites By Carlson de Mesa Arizona, a sólo unos treinta kilómetros de Phoenix, el día en que se encontró con Brian Moore.

Noah lo llamó por teléfono, quería saber con detalle lo que había averiguado.

—El tipo sabe moverse, lo siento; no hay ningún rastro, después de todo un día por Phoenix, Tempe, Glendale y Sun City, esto es lo único que he conseguido. Del senador, nada que lo relacione, antes de llegar recibí el análisis de las huellas de las fotografías (no te desesperes, quien lo realizó me debía un favor, así que no se sabrá nada), pero lamentablemente sólo se encontraron cinco huellas: las de Olivia, las del senador, las de Brian, las tuyas y las de la amiga de tu chica.

—¿Qué hay de los teléfonos?

—Están consiguiendo las órdenes. ¿Cuándo vuelves?

—Pasado mañana, no puedo estirar más mi ausencia.

—¿Y Olivia cómo está?

—Mucho mejor, me asombra lo fuerte que es, a veces la miro y parece muy frágil, sin embargo... Hoy la he llevado a ver a un oftalmólogo y por suerte no hay daños en su ojo. Es increíble que después de semejante paliza sólo tenga dos costillas fracturadas. ¿Por qué no te vienes y regresamos juntos?

Collin no lo pensó dos veces y aceptó de buen grado el ofrecimiento de su amigo. Recorrer el trayecto en un vuelo privado, casi en mitad de tiempo de lo que lo haría en un vuelo comercial, no era para despreciarlo; además, ir allá significaba que podría ver a la rubia que lo había dejado más caliente que una brasa.

Se despidió de su amigo porque tenía otra llamada entrante, y suponía que era la que estaba esperando.

En la planta superior Alexa no dejaba de bromear, intentando animar a Olivia, que continuaba cabizbaja y no lograba contagiarse de su entusiasmo. La rubia era un cascabel por naturaleza, y ella sentía admiración por su buen talante, le habría encantado ser como Alexa, siempre servicial, risueña e independiente, con una sonrisa perpetua en los labios y eternamente feliz y agradecida con la vida, como si lo tuviese todo, cuando en realidad había crecido con muchas carencias. La había criado su abuela materna, jamás había conocido a su padre y su madre la había dejado con aquélla para irse tras un hombre que no la aceptaba con una hija.

Baddie, así se llamaba su abuela, la había criado con mucha firmeza, obligándola a estudiar porque no quería que fuera una bruta sin cultura como ella ni como su madre; con su nieta quería enmendar todos los errores que había cometido con su hija, a quien había consentido demasiado y jamás había obligado a nada. Olivia no consideraba que Baddie fuera una bruta, pues aunque no poseía títulos universitarios era una anciana muy culta, que leía todos los libros que caían en sus manos, y además una mujer muy experimentada por los años y la vida que le había tocado llevar.

—Es asombroso cómo Noah te cuida, me das envidia.

Oír el nombre del hombre que amaba la sacó de la cavilación en que Olivia estaba sumergida.

—¿Tú envidia de mí? Si tienes al hombre que quieras a tus pies.

—No es así, si fuese como tú dices no estaría sola; sin embargo, a la hora de encontrar un hombro en quien apoyarme estoy más sola que una viuda en la cama.

—Eso es porque no te tomas a ningún hombre en serio, siempre les encuentras un pero y terminas apartándolos de tu lado. En realidad, las veces que han querido algo serio contigo has huido despavorida.

—Bah, no empieces con el bobo de Charles, sabes perfectamente que lo único importante para él era su madre. Yo no estoy para casarme y convivir con mi suegra, aunque si fuera como Ana, la verdad es que no me molestaría. Me ha caído bien la madre de Noah, ¿y a ti?

—A mí también, me parece una mujer súper agradable y con nobles sentimientos.

Un golpeteo en la puerta interrumpió la conversación de las amigas. Alexa habló en voz alta para que quien fuera entrase.

—Hola, vengo con las compresas de vinagre y agua helada.

—Muy bien, Ana, te ayudo y lo hacemos entre las dos —dijo Alexa.

—¿Desde qué teléfono me estás llamando?

—Desde uno público, como me indicaste. ¿Qué pasa?

—Estoy en Austin con tu hermana.

—¿Qué?

—Vete a mi casa, no quiero que te quedes en la tuya. Da unas cuantas vueltas y antes de entrar cerciórate bien de que nadie te ha seguido. Llamaré al portero y le diré que te facilite la llave para que puedas entrar, cancela tu agenda hasta que yo te lo diga; pasado mañana regreso.

—Pero ¿qué ha pasado? ¿Por qué tantas recomendaciones?

—Murray destrozó a golpes a Olivia, tiene dos costillas fracturadas, la cara lacerada y el cuerpo es un solo moretón.

—Lo mato, te juro que te cuelgo y yo mismo voy y lo mato. —Apretaba los puños, pateaba la cabina telefónica y blasfemaba sin parar.

—Tranquilízate, Brian, no vas a hacer nada.

—Empiezo a creer que no tienes sangre en las venas, y después dices que estás enamorado de mi hermana. Si fuera así, tú mismo habrías ido a despedazar a ese bastardo.

—Por favor, cállate y escúchame. No está en Nueva York.

—Entonces está en Washington, el muy cobarde se ha ido a esconder tras su investidura. Pero te juro que no me importa nada, me subo ahora mismo en un avión y voy a buscarlo.

—¡Joder, Brian, escúchame y deja de decir estupideces! —Se oyó un resoplido en la línea—. ¿Te crees que no es eso lo que deseo hacer? Te juro que no sé cómo me aguanto, pero cuando miro a Olivia encuentro las fuerzas, porque ella me necesita y eso me hace darme cuenta de que no vale la pena apartarme de la ley y de que tengo los medios para hacerle pagar de otro modo. De algo estoy seguro, y es que mientras yo viva nunca más va a acercarse a ella, porque entonces sí te juro que lo mato. —Un profundo silencio se había cimentado en la línea—. ¿Me has escuchado?

—Aquí estoy.

—Créeme, amigo, cuando vi a Oli en el estado en que estaba lo único que quería era que la viese un médico, cuidarla y protegerla; además ella me imploró que no hiciese nada por ti. Me siento en una encrucijada —se dejó caer en el respaldo del sillón—; por un lado mi instinto animal quiere hacer justicia por mi mano, pero por tu hermana, por ti y tu familia quiero hacer las cosas como corresponde. La justicia tiene un largo brazo, Brian, y si no lo creyera así nada de lo que una vez creí tendría sentido, mi profesión no la tendría.

—Pero alguien tiene que vengar a Olivia.

—La venganza es sólo el placer de las pequeñas almas —dijo, citando a Juvenal—, y tú y yo tenemos que ir a por todo. Lo voy a meter en la cárcel, lo voy a denostar como persona, lo voy a arruinar, a bajarlo del pedestal en el que se encuentra. Le voy a demostrar que no es invencible ni intocable...

«Y llegado el momento, te lo prometo por mi vida, también tendré mi oportunidad de ser su verdugo y cobrarme cada uno de los golpes que se atrevió a impartirle a Olivia», se dijo en una promesa muda que se hizo a sí mismo, porque no podía alentar a Brian a que quisiera hacer justicia por él.

—Confía en mí —añadió Noah.

—Siempre he confiado en ti, pero es que esto me supera.

—Te entiendo.

—¿Cómo está mi princesa?

—Ah, no... ahí tendremos nuestro primer encontronazo, porque ahora es mi princesa. Quédate tranquilo, Olivia es fuerte, mucho más de lo que nosotros creemos, y se está recuperando.

—Me siento tan poco hombre por no haberme dado cuenta de todo esto. Yo... yo creía que ella era feliz.

—No te atormentes, no podías saberlo, ella estaba adoctrinada por él para que nadie lo supiera.

—La idiota de Alexa debió haber abierto la boca mucho antes.

—Eh, no la tomes con ella, es su amiga y la acompañó como pudo; es difícil ayudar a alguien que no quiere ayudarse.

—Eres un buen amigo, Noah Miller, y me honras con tu amistad. Sé que en este momento estás separando las cosas y me estás hablando como el gran hombre que eres. —Oyó cómo sonreía—. Gracias por dejar de lado tus demonios y comerte tu orgullo. Sé que no es fácil para ti estar en ese lugar, y eso me demuestra lo mucho que ella te importa. No puedo creer que vayas a ser mi cuñado, ¡de haber sabido que os ibais a gustar, te la habría presentado antes!

—De haber sabido que tu hermana era tan hermosa yo mismo te lo habría pedido.

—Me está dando un poco de repulsión lo que estoy pensando; te conozco demasiado, tú y yo hemos compartido muchas noches de descontrol sexual y la verdad, prefiero no imaginarte en plan de macho en celo con mi hermana. Sé que eres muy morboso con tus mujeres, así que... en este preciso momento me estás dando asco.

—Tu hermana es una dama.

—En la cama, y calientes, todas dejan de serlo.

Ambos se rieron a carcajadas.

Noah, después de colgar con Brian, se quedó revisando nuevamente el video que C.C. le había enviado. Aisló parte de las imágenes para separar los rostros de los que acompañaban al narcotraficante. Los técnicos de su empresa de desarrollo electrónico, que habían estado por la mañana mejorando los sistemas de alarmas de la casa, habían encriptado la IP de su computadora y de su teléfono, y le habían provisto de otras medidas de seguridad como una línea fija de teléfono encriptada para que pudieran comunicarse con él cuando estuviera en Nueva York. Finalmente, Noah había hecho acopio de su orgullo y había decidido usar los beneficios de Industrias Miller; Olivia los necesitaba, se dijo para convencerse y no sentirse tan frustrado faltando a su palabra.

Metió las fotografías en un programa de identificación facial que utilizaban en el departamento de policía y se quedó a la espera de resultados.

Mientras tanto, cogió los mapas satélite de la región y empezó a buscar en ellos; su instinto le decía que si el encuentro había sido en Phoenix y Montoya se había hospedado en Mesa, su escondite no estaba tan lejos.

Los miraba sin saber por dónde empezar. Haciendo un repaso de la información que manejaba, y teniendo en cuenta las actividades de los sospechosos, asumió una suposición acerca de la forma en que podían llevar a cabo el acto delictivo, lo que lo llevó a pensar que, para transportar la mercancía, lo indispensable para ellos podía ser una pista clandestina de aterrizaje. Dedujo también que estaban casi en la frontera con México, y Montoya era mexicano. Esto lo hizo incidir en la búsqueda de propiedades con esas características, pero debía establecer un lugar, así que, teniendo en cuenta posibles pasos entre una y otra frontera, buscó los que lindaban con el límite norte del desierto de Sonora. Recorrió el mapa de un extremo a otro, pero era como buscar una aguja en un pajar; era tarde y los ojos le ardían de fijar tanto la vista en la pantalla del ordenador. Volvió la atención al software de reconocimiento facial, pero éste seguía en marcha sin arrojar resultados. Se tumbó en la butaca para descansar su agarrotada espalda, sentía que su estado de ánimo se estaba agriando por no encontrar respuestas.

Cogió el informe del perfil psicológico de Montoya y lo releyó, esperando encontrar en él algo que le permitiera desentrañar dónde buscarlo.

«Se lo considera un hombre falto de sentimientos de culpa, angustia o remordimiento, con importantes carencias en el discernimiento de valores. Ventajista, peligroso criminal con desmedidos deseos de poder y un líder nato ante cualquier grupo. Se adapta medianamente a la sociedad y es manipulador y seductor en sus relaciones personales. Astuto para evadirse, muy peligroso por su rol de líder. Es un hombre ubicuo. No tiene objetivos definidos más que el poder que le otorga el dinero; por tal motivo, no tiene miramientos para buscar la forma de obtenerlo. Es inquieto y busca constantemente lo inalcanzable, no tiene límites de poder. No le gusta tener una vida rutinaria, por lo tanto no acata discernimientos establecidos, es poco paciente y sus caprichos y deseos deben tener una satisfacción inmediata.

»Establece muy escasas relaciones emocionales o lazos afectivos estables. No desarrolla un sentido de los valores sociales. No acata órdenes y cree que lo que hace lleva ganancias al país en donde se asienta, por esa razón se cree digno de vivir por encima de la ley, rompiendo las reglas. Los únicos ideales que persigue son lograr dinero y bienestar materiales, y controlar a otras personas para lograr satisfacciones inmediatas. Es egocéntrico, ordenado y perfeccionista, no acepta errores y jamás asume los propios.

»Según su anterior lugarteniente, Ramón Chávez, quien se alejó de sus filas para formar su propio imperio pero fue capturado, Mario Aristizabal Montoya tiene una especial fascinación por el oro y en la casa que habita en Juárez tiene grifos, duchas, llaves, picaportes y ornamentaciones de este material precioso.»

Era primordial dar con el paradero de Montoya para poder ubicar de alguna forma al miserable de Wheels.

De pronto, un golpeteo en la puerta lo hizo salir de su abstracción. Se abrió una rendija y Ana se asomó por ella.

—¿Interrumpo?

—Tú nunca interrumpes.

Noah cambió la pantalla del ordenador para que no viera lo que hacía.

—¿No piensas acostarte? ¿Quieres tomar un café?

Miller miró su reloj.

—No creí que fuera tan tarde, creo que mejor me iré a dormir —dijo estirando los brazos y cada una de las vértebras de su columna.

—Pareces cansado, hijo.

Noah se puso en pie, dio la vuelta al escritorio y abrazó a su madre.

—Lo estoy. Pero tenía que atender unos asuntos del trabajo que mi jefe me ha pedido. —Puso una excusa para no revelar sus verdaderas investigaciones, no quería darle a su madre la oportunidad de que indagara—. Ahora me pregunto, ¿qué haces tú levantada a esta hora?

—Nos hemos quedado charlando con Alexa para entretener a Olivia y se me ha pasado la hora.

—¿Oli todavía está despierta?

—Con la sarta de estupideces que hemos dicho Alexa y yo, creo que la hemos desvelado.

Rompe tu silencio
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