32
Muy temprano, el senador Murray Wheels cogió un vuelo a Washington acompañado por su asesora de imagen, la señorita Samantha Stuart. Necesitaba que todos creyeran que el suyo era estrictamente un viaje oficial. Aunque pasaría por el Capitolio para hacerse cargo de algunas de sus actividades como senador, su destino para el fin de semana era otro.
Llegaron al aeropuerto nacional Ronald Reagan de Washington, en el condado de Arlington, Virginia, el más cercano a Washington D.C.
Desde ahí se trasladaron al barrio Capitol Hill, a su oficina ubicada en el Hart Senate Office Building, donde pasaron toda la mañana y gran parte de la tarde atendiendo asuntos de Estado. A eso de las cinco, se trasladaron al hotel Jefferson, donde cada uno ocupaba una suite de lujo.
En el ascensor se separaron y Murray le indicó a Samantha que estuviera lista para las ocho.
—Nos encontraremos fuera del hotel.
—Perfecto, ahí estaré.
—Recuerda todo lo que hemos hablado estos días y descuida, te prometo que lo pasaremos muy bien.
A la hora prevista se encontraron. Samantha llegó primero y se saludaron con corrección, sin evidenciar el trato verdadero que entre ellos existía.
—¿Preparada?
—Sí, Murray.
—Ya nos están esperando, así que pongámonos en marcha. Te aseguro que nos divertiremos mucho el fin de semana.
—No me cabe duda de que si es contigo, lo pasaré de fábula, quiero ser parte de todo tu mundo.
Caminaron hasta la esquina, donde los esperaba un Lincoln MKS de color negro con vidrios oscuros. Quien los había ido a recoger les abrió la puerta para que se acomodaran en el interior y luego se ocupó de sus equipajes.
El viaje fue corto, llegaron al aeropuerto Ronald Reagan y en un vuelo previamente arreglado, partieron en un Learjet 70 a Houston, Texas, donde los aguardaba otro avión privado que abordaron de inmediato y que los trasladó hasta Albuquerque, Nuevo México.
Después de un tranquilo viaje, y alrededor de la una y media de la madrugada, aterrizaron en una pista privada donde los esperaba una Lincoln Mark de doble cabina en color negro. En ella se trasladaron hasta una villa de tres acres de estilo mediterráneo a los pies de las montañas de Sandia. Era una verdadera fortaleza infranqueable. La casa relucía en medio del desierto, y la intensa actividad que en ella había no se correspondía con la hora que era.
Bajaron de la camioneta, y la persona que los había recogido en el aeropuerto se ocupó del equipaje.
—Tranquila, relájate, todo está bien. —Murray cogió a Samantha de la mano y la besó en el cuello—. Recuerda lo que te dije en el vuelo: no llames a nadie por su nombre si no te lo indican.
Antes de entrar, otros dos hombres, con pistoleras axilares y conectados a un sistema de comunicación interno por medio de micrófonos inalámbricos que se divisaban tras su nuca, los revisaron con sensores, buscando micrófonos ocultos, y los cachearon.
—No te preocupes, esto es por nuestra seguridad; verás que sólo ahora te sentirás intimidada, pero te aseguro que te sentirás muy bien aquí.
Samantha sólo asentía y sonreía aferrándose a la mano de Wheels.
Una parte de la casa estaba ambientada con el mejor arte español, mientras que en la otra descollaban claramente las reminiscencias de México. Entraron en un vestíbulo circular donde preponderaba el estuco, las mayólicas españolas y el mármol travertino. Allí, un hombre muy hospitalario con aspecto de rudo los recibió con muy buen talante: el tipo medía no menos de metro ochenta, tenía una ancha espalda que revelaba un muy buen estado físico, pelo castaño peinado hacia atrás, mandíbulas marcadas, nariz aquilina y una barba no muy cuidada. Vestía ropa de marca y fumaba habanos, y hablaba inglés con muy mala pronunciación.
—¡Ha llegado mi querido diplomático favorito!
—¿Qué cuentas, Jefe? —Ambos se estrecharon en un abrazo—. Te presento a la señorita S.
—Un placer. —Aquel hombre le cogió la mano y se la besó mientras le recorría sin disimulo cada una de sus curvas—. Mi amigo siempre con tan buen gusto.
—Muchas gracias —contestó ella tímidamente, y Murray la aferró de la cintura para darle confianza mientras le guiñaba un ojo al anfitrión.
—Aaah, siempre tan extravagante en tus gustos, mi querido senador, nunca una enchiladita, lo tuyo es la centolla o el caviar.
Los tres se rieron mientras ingresaban en la mansión. El mexicano, cuando hizo el comentario, acarició con el revés de la mano la mejilla de Samantha; ella se puso alerta, pero luego intentó serenarse.
—Como te habrá explicado nuestro amigo, no sabemos cuándo las paredes oyen aquí, así que debemos ser cuidadosos con la mención de nuestros nombres. —Samantha sonrió—. Pero tranquilos, todo está en orden —asintió con la cabeza—, Murray, Samantha, el equipo de detección de micrófonos acaba de hacer una pasada previendo vuestra llegada y la casa está muy limpia.
—Muchas gracias, Mario, por la consideración —dijo Wheels mientras entraban en la lujosa mansión.
—Adelante, por favor, sentíos como en vuestra casa. Sabes que así es como debes sentirte en mi humilde morada, tu casa es mi casa, mi güey. —Una mujer en bata de seda apareció en la escena bajando la escalera muy sensualmente—. Aimara, cariño. —El mexicano estiró la mano y la escultural rubia de ojos azules se acercó a ellos; cuando la tuvo a mano, la besó escandalosamente en la boca frente a los recién llegados, le metió la lengua hasta la campanilla y le apretó las nalgas—. Les presento a la luz de mis ojos.
Era su nueva amante.
Tras los saludos se sentaron en la amplia sala y el atento personal de servicio trajo una cubitera con champán francés.
A comienzos de la década de 1980, la ruta de la heroína era una gran industria a nivel mundial. En el este de Asia, donde no tenía parangón ni competencia, estaba a cargo del general Khun Sa, el rey del opio, también conocido por el alias Chang Chifu. Controlaba el setenta por ciento del negocio al mando de un ejército de rebeldes shan equipado con fusiles, lanzagranadas, aparatos de radio y mulas. Pero la consolidación de los cárteles colombianos de Medellín y Cali, a mediados de la década, transformó el escenario del comercio internacional de drogas. Por ese entonces, los capos Pablo Escobar Gaviria y Gilberto Rodríguez Orejuela conquistaron el lugar del general Khun Sa y fueron acusados por la DEA de inundar de cocaína y heroína el mercado estadounidense. Estaban asociados con la Cosa Nostra, la antigua mafia estadounidense, que amplió su dominio en Europa asociándose con la Camorra y la ‘Ndrangheta de Calabria, y por ese entonces también ejercían una clara hegemonía sobre el conocido Triángulo de Oro, región urbana colombiana, a través de una alianza con los traficantes de opiáceos asiáticos a partir de intereses recíprocos.
A finales de la década de 1990 todo parecía estar organizado a la perfección, y la cocaína procesada por los cárteles de Medellín y Cali, que salía hacia Europa y Estados Unidos a través de ocho rutas marítimas, parecía no tener obstáculo alguno. Pero con la administración Bush llegó el cambio, y tuvieron que empezar a cambiar su itinerario, pues durante su gobierno la guerra al narcotráfico se volvió prioritaria.
Desde entonces, los mercaderes de la droga han tenido que modificar constantemente las rutas, y los cárteles que tenían concentrado su poder fueron perdiéndolo. La cocaína y la heroína colombiana, pero también la peruana y boliviana, sustituyeron la tradicional ruta marítima del Caribe, con eje en Panamá y destino final en Miami, por la del Pacífico, con base en los puertos mexicanos, otorgándoles, de esta manera, poder a los cárteles de México y permitiéndoles convertirse en los amos del narcotráfico por su estratégica ubicación.
Estas organizaciones criminales, con el correr de los años, han tenido cambios medulares y reajustes que han permitido la formación de nuevos grupos, llegando así a crear nuevos pactos y alianzas que han llevado a treguas. De esta forma es como surge el poderío de Mario Aristizabal Montoya, un narcoterrorista de la nueva era.
Desde 2008 se había afianzado en el poder y había sembrado el terror en una franja de su ciudad, dándose a conocer como un narco al que no le importaba nada con tal de acceder al control del cártel que lideraba. Con actos de violencia similares a los que cometen las organizaciones Al Qaeda, el IRA y las FARC, y a fuerza de violencia desmedida, se había dado a conocer imponiéndose como un líder indiscutible, que fusilaba a cuantos se le atravesaran, si colaboraban con el gobierno para su captura y para decomisar los estupefacientes que él traficaba.
A Aristizabal Montoya se le adjudicaba un buen número de ejecuciones indiscriminadas en bares, el estallido de varios coches bomba en ataques contra policías y medios de comunicación, y se sabía que era el autor de masacres a expatriados, logrando de esta manera infundir el terror al instalar una guerrilla urbana utilizando a su propia comunidad como escudo.
El poderío económico de este individuo constituye su principal arma, porque con él financia su red de inteligencia, su logística operativa y la adquisición de recursos técnicos, equipos y armamentos. Ahora incluso conseguía codearse con el poder de Estados Unidos para darle un viso de legalidad a sus actividades. Su rastro se había perdido hacía ya algunos años, estaba siendo buscado por todos los organismos y las autoridades tenían un amplio conocimiento de que aún lideraba el cártel que él mismo fundó como rama paralela al de Juárez.
Montoya en la actualidad le seguía causando incomodidad al gobierno mexicano, pues su escape era la clara pauta de la debilidad y la ineptitud de los organismos de seguridad del país y del creciente poder de los cárteles de la droga, con redes de inteligencia dotadas de tecnología de alta gama que tenían un mayor grado táctico que las autoridades mismas.
Los negocios se dejarían para el otro día, ahora, como buen anfitrión que era, Montoya les daba la bienvenida en su fortaleza y los agasajaba como él sabía, con excesos y demostrándoles que a su lado era posible una vida donde sólo regían sus propias leyes, proporcionándoles de esa manera diversión asegurada.
Se acercó a Wheels y le habló en complicidad.
—Mi buen amigo, qué suerte que nuestra relación finalmente haya llegado a un buen entendimiento y juntos podamos hacer tantos negocios beneficiosos para ambos.
—Tu poder y el mío son una mezcla explosiva.
—Hermosa chica, mi buen amigo, ¿te parece que podría probarla?
—¿Quién puede decirte que no?
Los dos rieron a carcajadas y se acercaron a sus mujeres.
El champán estaba haciendo su efecto y la droga consumida también; las risas, los besos y las caricias a altas horas de la madrugada ya eran casi incontrolables.
—¿Por qué no nos damos unos chapuzones en la piscina? —sugirió el anfitrión y todos estuvieron de acuerdo.
En cuanto llegaron a la piscina cubierta y climatizada la rubia debilidad del narco, que parecía la más achispada, se quitó la poca ropa que llevaba y se lanzó al agua. Su hombre, sin pensarlo, se deshizo de la suya y se tiró tras ella, la buscó de inmediato sin preocuparse de esconder las ganas que tenía por poseer su cuerpo.
—¿Prefieres irte a cambiar? —le preguntó Murray a Samantha, pues la notó vacilante. Ella observaba tímida, pero excitada, la manera en que Mario y Aimara se acariciaban—. No tenemos por qué hacer lo que hacen ellos si no quieres.
Wheels se acercó a su boca, la cogió de la nuca y la besó con extrema pasión, tentándola con la esperanza de despertar todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo. Mientras la acariciaba con sus manos ansiosas, sintió cómo Samantha comenzaba a vibrar entre sus brazos. Avivada por la mezcla de alcohol y droga que había en su organismo, y por las caricias y los gemidos de la otra pareja, se sintió incitada a lo mismo. Murray comenzó a desvestirla, y ella no se negó. Dentro del agua, caricia va, caricia viene, beso va, beso viene, terminaron los cuatro disfrutando de un alocado sexo compartido.
Era de madrugada, y Olivia daba vueltas de un lado al otro en la cama sin poder conciliar el sueño. Había sido un día muy intenso, y aunque hacía dos días que no pegaba un ojo, las preocupaciones y los problemas no disminuían, no le daban paz. De pronto su móvil vibró bajo su almohada.
—Hola... ¿estás bien?
Aunque no hubiera mirado la pantalla antes de atender, habría reconocido su voz de inmediato. No le contestó.
—Sé que estás ahí, porque oigo tu respiración. Siento muchísimo cómo han terminado las cosas. —Noah seguía hablándole pero ella permanecía muda, se hizo otro silencio en la línea—. Sólo he llamado para tranquilizarte, y que sepas que ya me estoy ocupando de todo.
—No hacía falta que llamases, ya dijiste que lo harías.
—Quiero que me avises en cuanto él regrese. Adiós.
Miller cortó la comunicación, sintiéndose muy contrariado por no poder refrenar su instinto. Se dijo que Olivia tenía razón, esa llamada carecía de sentido, y se amonestó por haberla hecho.
Se dirigió a servirse otro café y regresó a su mesa de trabajo, donde estaba recabando toda la información posible acerca de Murray Wheels y de Mario Aristizabal Montoya.
Ahondó en los registros financieros del senador. Había decidido comenzar por él para dar con la forma de relacionarlo con el narcotráfico. No le fue muy difícil encontrar un incremento de su patrimonio, que distaba mucho del declarado hacía dos años. Buscaba en su cabeza la fórmula mágica de cómo lo había conseguido, y en ese instante vino a su mente lo que éste había comentado acerca del perímetro de seguridad para una empresa de construcción. Recordó que le había dicho que era para un amigo, aunque era probable que no quisiera revelar en ese momento sus otras actividades. Su instinto le dijo que debía buscar por ese lado; finalmente encontró una empresa con sede en Miami en la que el senador figuraba como uno de los socios mayoritarios con el noventa por ciento de las acciones.
Anotó el nombre de la empresa, SADOX. Buscaría páginas de informes bancarios, relaciones de pago, cartas, transacciones, agendas y lista de bienes de la empresa.
Siguió indagando y consiguió relacionar a Wheels con otras cuatro empresas constructoras. Sonrió con sorna.
—El hijo de puta está blanqueando dinero.
Se adentró en la campaña política y en los fondos declarados para la misma. Muchos provenían de personalidades muy conocidas, pero nada relevante en las sumas de dinero, hasta que, finalmente, encontró una donación de 500.000 dólares de una empresa constructora con sede en Nueva York. Según lo declarado, la donación había sido de un amigo suyo.
—Hijo de su madre, se autodonó y utilizó un testaferro.
Necesitaba investigar también las propiedades que Wheels poseía y si se le había ocurrido poner alguna a nombre de Olivia. Tembló sólo de pensarlo; inconscientemente se encontró rogando que no la hubiera involucrado directamente en nada.
Tras otra hora más buscando una aguja en un pajar se apretó los ojos. Tenía la cabeza congestionada, estiró los músculos y se exigió seguir, pero estaba exánime, el cansancio comenzaba a pesarle. Decidió guardar toda la información recabada en un archivo encriptado e hizo una copia en un disco externo que colocó en una caja fuerte disimulada en un falso acabado de una de las paredes del gimnasio. Luego se exigió tranquilizarse, sabía que no sería una investigación fácil, pero tan pronto como se apremió supo que no sería posible, ya que el tiempo no era su aliado y lo único que él quería era sacar a Olivia cuanto antes de allí.
Encontrar información de Montoya era lo que menos le preocupaba; era pan comido, ya que se trataba de un delincuente muy conocido y buscado. El problema sería vincularlo con Wheels.
Se quitó la ropa y se metió en la cama. Aunque estaba muerto de cansancio, Morfeo parecía haberlo abandonado, y seguía haciendo anotaciones mentales de cosas que quería verificar.
Se dio cuenta de que sus pensamientos no tenían sosiego, y así llevaba varios días. Finalmente, cuando el sueño pareció vencerlo, consideró muy bueno que Wheels no supiese que él era detective.
«Por fortuna, Brian en la fiesta no lo mencionó, aunque su padre lo sabe», se dijo amargamente antes de dormirse.