CAPÍTULO 39
EL día de ayer fue uno de esos momentos dignos de atesorar en la memoria. Un cumpleaños sencillo en compañía de las personas a las que quiero. Después, ante la insistencia de Héctor, nos desplazamos hasta un parador cercano ubicado entre las montañas. Solos, él y yo.
Fue una velada íntima y romántica en la que charlamos de temas triviales e hicimos el amor tantas veces que me es imposible enumerarlas. Héctor fue todo lo que yo necesitaba, y mientras nos besábamos y nuestros cuerpos se fundían en un abrazo eterno, nos miramos a los ojos y dijimos sin palabras todo lo que ambos ya sabíamos.
Ahora, Héctor conduce de vuelta a la rutina. Por suerte para mí, tener un hombre sexy y maravilloso con el que compartirla hace que la vida parezca un continuo soplo de aire fresco. Renovante y vivaz.
—¿Te llevo al trabajo? —me pregunta.
Su mano continúa descansando sobre mi muslo, y ese contacto sincero y espontáneo me provoca una sonrisa. Me gusta la forma natural en la que él siempre busca mi contacto, como si ni siquiera se diera cuenta de ello.
Ahora he conseguido entenderlo todo, y me es imposible no sentir amargura por el niño indefenso y el adolescente solitario que un día fue, y que ha dado paso al hombre de innato instinto de protección. Al hombre a quien amo.
Estoy a punto de decirle que me lleve directamente a la oficina de Musa cuando unos inconfundibles ojos grises llaman mi atención, ejerciendo un magnetismo que arrasa con toda mi calma.
—¡No! —exclamo alterada.
Héctor se vuelve hacia mí y me observa extrañado. Mi creciente malestar se plasma en mi rostro rojo y el sudor que empaña mi frente.
—¿Te pasa algo? —me pregunta preocupado, al percatarse de mi estado de inquietud.
Trato de tranquilizarme. No quiero que Héctor advierta cuál es el foco de mi preocupación.
—Estoy un poco nerviosa. Tengo que entrevistar a un importante político—improviso sobre la marcha.
Rezo para que él no me pregunte de qué se trata.
—Pensaba que la línea editorial de Musa era distinta. —advierte, sorprendido.
—¡Qué sabrás tú de revistas de mujeres! —me burlo. Coloco una mano en la puerta del coche, deseando salir del mismo—. He olvidado mi bolso en el apartamento. Tú quédate aquí. Ya sabes que es imposible encontrar aparcamiento en esta calle —le digo.
Héctor se queda sentando en el coche, no sin antes mirarme de arriba abajo. Me besa la punta de la nariz y me sonríe.
—Lo harás genial. Eres la mejor —me anima.
Salgo del coche de mejor humor. Héctor siempre consigue animarme con unas pocas palabras cariñosas. Pero el letargo de romanticismo me dura, exactamente, dos segundos. En cuanto diviso el portal, me encamino decidida, con las aletas de la nariz temblando ante la inminente confrontación.
Abro la puerta de un tirón, y me encuentro, para mi sorpresa, con Claudia, quien mantiene una mano sobre el brazo de Julio Mendoza. Parece inquieta al verme llegar, y yo no entiendo lo que hacen esos dos juntos.
—¿Interrumpo algo?
La cara de Claudia refleja el estupor más absoluto, como si en realidad, hubiera sido descubierta en un acto censurable. No me extraña, la visita sorpresa del famoso periodista y escritor pone en evidencia que ya se conocían de antes. Entonces, la pregunta que toca es la siguiente: ¿De qué se conocen y por qué Claudia no ha mencionado tal detalle?
La expresión de Julio, al contrario que la de Claudia, demuestra que él se encuentra donde quiere estar, y ha sido cazado porque así lo ha deseado. Sin duda, Julio quiere seguir atormentándome, y utilizar el pasado de mi hermana es demasiado fácil para conseguirlo. La amenaza que leí en sus ojos el día que me negué a ayudarlo a destruir a Héctor resurge ahora en toda su determinación, pero yo no voy a ponerle las cosas fáciles. Si Julio Mendoza cree que va a poder destruirme es porque no conoce bien a Sara Santana.
—Sara, esto ha sido una casualidad. Antes de que saques conclusiones precipitadas... —comienza a excusarse Claudia
La interrumpo sin dejarla terminar.
—Estoy segura de que a la Policía le encantará saber que dos personas relacionadas con el pasado de mi hermana se conocen, cuando en realidad aseguraron lo contrario. Qué sospechoso...
El rostro de Claudia palidece, pero el de Julio sonríe abiertamente.
—La Policía tiene mejores cosas que hacer que investigar el asesinato de una jovencita encontrada en el fondo de un lago de un pueblo olvidado donde todo el mundo parecía adorarla. Más aún cuando la investigación apunta a un mero suicidio y el único que piensa lo contrario es un joven inspector enamorado de la hermana de la fallecida. Esto da para una de mis novelas, ¿no crees?
Siento cómo la bilis me sube por la garganta. Julio, al notar el efecto que sus palabras han tenido sobre mí, otorga el toque maestro.
—Tengo material suficiente para mi próximo libro. A ver qué te parece el principio. La joven que debía investigar a Héctor Brown abrió la puerta de la casa de sus tíos y corrió a recibir al verdadero amor de su vida, el apuesto inspector de Policía. Lo besó con ardor, se separó de él y le juró que cada noche con Héctor era una pesadilla. ¿Qué te parece? Por una historia como esta seguro que me conceden el premio Planeta.
Me quedo lívida, sin entender cómo sabe Julio lo sucedido en casa de mis tíos.
—Además, podría adornarlo con un par de fotos. Al público le encantará ver tu estado de evasión mientras recibes el apasionado beso de tu verdadero amor.
Es imposible que él tenga fotos. Sus falsas palabras, las fotografías y su faceta como escritor consagrado le darían una credibilidad total a la historia, a pesar de no ser más que una mentira para destruirme. A mí y a Héctor, quien en el fondo, es a quien desea destruir y hacer daño.
—¿Me has estado espiando? —le espeto, llena de rabia.
—Es evidente. Tenía que hacerlo —me explica, como si las circunstancias lo hubieran obligado—. Te dije que te destruiría.
Finjo una determinación que no siento y lo encaro.
—Has iniciado un juego muy peligroso. Te recuerdo que yo también soy periodista —lo amenazo.
Julio sonríe como un lobo haría ante el peligro. Se relame de placer, y dedica una mirada cargada de significado a Claudia antes de marcharse. Esta la rechaza.
—En ese caso, espero que seas una digna rival. —No lo dudes —espeto malhumorada.
Rezo para que el periodista salga por el lado contrario a donde se encuentra Héctor, pues imagino su reacción si lo encuentra por aquí. Dejo de pensar en ello, pues ahora, mi atención está centrada en Claudia, una mujer que oculta más de lo que muestra. Y yo pienso descubrirlo.
—Ese hombre es peligroso —me advierte.
—¿Preocupada por mí? —me burlo, llena de rabia.
—Eres la hermana de mi mejor amiga. Sólo por eso —me aclara.
—Harías mejor en estar preocupada por ti. Te mudas a mi lado y alguien intenta allanar mi casa, robas el collar de mi hermana, y ahora, por si fuera poco, descubro que lo conoces.
—No lo conozco —se defiende.
—Y entonces, ¿a qué se debe su visita? —inquiero.
Claudia rehúye mi mirada.
—No puedo contártelo —me dice, y noto una súplica sollozante en su voz para que me detenga.
—En ese caso tendré que descubrirlo —determino.
Salgo a la calle y dejo que el viento frío del invierno me despeine el cabello. Me quedo allí parada durante unos minutos, tranquilizándome para que Héctor no note mi estado. Al llegar al coche, me siento en el asiento sin decir nada.
—¿Y el bolso? —me pregunta. Mierda.
Me encojo de hombros y le hago un gesto con la cabeza para que ponga el coche en marcha, sin ganas de inventarme ninguna otra excusa. Héctor me mira durante lo que a mí me parece una eternidad, pero al final, arranca el coche. Me coloca una mano en el hombro para tranquilizarme.
—No te preocupes. Todos los políticos mienten —me dice.
A mí, por añadidura, en este momento me parece que todo el mundo
miente.
Abro la puerta del copiloto y coloco los pies sobre el asfalto, dispuesta a centrarme en mi trabajo para olvidar los funestos acontecimientos de esta mañana. La voz de Héctor me detiene antes de que me baje del vehículo.
—Sara, sabes que puedes contarme lo que sea, ¿verdad?
Le ofrezco una sonrisa agotada.
—Seguro —dudo.
Él aprieta mi mano en señal de confianza mutua. Y por un momento, siento el impulso de narrarle la visita sorpresa de Julio Mendoza, pero luego recuerdo todos los fantasmas del pasado que le impiden seguir hacia delante y soy incapaz de hacerlo. No quiero preocuparlo, ni abrir heridas del pasado que aún no se han cerrado del todo.
Por otra parte, está el tema de Erik. No sé cómo Héctor reaccionará si le cuento lo sucedido el día que estuvimos en casa de mis tíos. Aunque, pensándolo mejor, si lo que ha dicho Julio es cierto, existen unas fotos que muestran una versión totalmente distinta a lo sucedido en realidad aquel día.
—¿Lo que sea? —pregunto.
—Lo que sea —admite él.
—¿Y no me juzgarás erróneamente?
—En absoluto —promete.
Yo suspiro y me aclaro la garganta. Como dice el refrán: "lo bueno, si breve, dos veces bueno'". En fin, lo que voy a contarle dudo que sea una buena noticia, pero si es breve, mejor.
—El día que estuvimos en casa de mis tíos, cuando iba a marcharme, Erik se me declaró y me besó —le digo, resumiéndolo todo en pocas palabras.
Mi profesor de lengua del instituto debería estar orgulloso de mí.
Observo con detenimiento la expresión de Héctor.
Al principio su expresión no cambia. Luego, abre los ojos ligeramente, está a punto de hablar, pero aprieta los labios y se detiene. Me mira fijamente, en lo que me parece el minuto más largo de toda mi vida, y al final, habla.
—No puedo culparlo porque le gustes —me dice al fin, tan serio y natural que he de parpadear varias veces para creerme que esa reacción es verdadera.
—¿En serio?
—Sí —responde, tan normal.
—¿Eso es todo? —pregunto asombrada.
—¿Mi reacción te ha decepcionado? —me rebate, algo incrédulo.
Giro los ojos hasta la alfombrilla.
—No...es sólo que...esperaba que...da igual —finalizo.
—Estás disgustada —declara.
—¡Que no!
—¿Estás enfadada?
—¡No!
—Lo estás.
Héctor me coge las muñecas y me obliga a mirarlo. —Pensé que querías que confiara en ti —me dice, sin entender lo que me sucede.
¡Oh...cómo se lo explico!
—Y me gusta que confíes en mí. Es sólo que me hubiera gustado que estuvieras un poco.bueno, es que ni siquiera te has preocupado. Yo en tu lugar estaría muy molesto —replico agitada.
Héctor asimila mis palabras, niega con la cabeza y comienza a reírse, tan fuerte que eso me molesta aún más y decido salir del coche. Pero él es más rápido, me coge de la cintura y me lleva hacia sus labios. Me besa una y otra vez, a pesar de que yo intento apartarlo lanzándole cuantos improperios surgen por mi boca.
—¿Así que quieres que esté celoso.? —adivina, todavía riéndose.
Yo lo miro, un poco avergonzada por mi actitud infantil.
—Un poco. Sí —admito a regañadientes—. Si Linda se te hubiera declarado, yo.querría agarrarla de los pelos hasta dejarla calva.
Omito decir que ya la cogí de los pelos hace unos días.
Héctor vuelve a reírse, y yo intento darle un golpe para que se detenga, pero él vuelve a besarme y me muerde el labio.
—Sara, Sara. —niega con la cabeza—. Confío plenamente en ti, pero si vuelves a besar a Erik no me voy a controlar.
Mi rostro se ilumina de satisfacción.
—¿Eso significa que estás un poquito celoso?
Los ojos de Héctor se oscurecen.
—Eso significa que tus labios son míos —gruñe, y me planta un beso que me deja sin aliento.