CAPÍTULO 11
ME despierto con un dolor de cabeza del copón. Aunque se me pasa al ver el espléndido desayuno que Héctor me ha preparado. Deja la bandeja del desayuno en la mesita de noche y me besa.
—Tienes la reunión con la maestra del colegio de Zoé en tres horas, aunque si te sientes mal puedo ir yo.
—No, estoy mejor. Quiero aclarar un par de cosas con los profesores —le digo.
La idea de que Zoé vaya al colegio durante estos meses ha sido mía. No quiero que la niña pierda lecciones, y además, opino que relacionarse con otros niños le vendrá bien para superar la fobia social. Tiene que vencer su timidez, y estoy segura de que la manera correcta es relacionarla con otros niños de su edad.
—Tengo que irme a trabajar, hoy llegaré a la hora de cenar —me informa Héctor.
—¿Tan tarde?
—Sí, tengo mucho trabajo atrasado. Por culpa de una mujer insufrible que me vuelve loco —añade, dándome un beso en la nariz.
Yo asiento con una sonrisa y me despido de él. Cuando se marcha, desayuno en la cama, me ducho y me visto. Trato de camuflar inútilmente el bulto que tengo en la frente. Por mucho corrector que utilizo, el chichón se ve a kilómetros de distancia. ¡Qué buena impresión voy a causar en el colegio! Genial...
Tres horas más tarde he vuelto del colegio, y la directora ha estado de acuerdo conmigo en que lo mejor para Zoé es que se integre con los niños de su edad. Al llegar a casa, un estruendo de música proveniente de la casa de al lado hace temblar los cimientos de mi remanso de paz.
Lo que me faltaba: un vecino ruidoso.
Aguzo el oído y aprieto los dientes.
¡Esto sí que no!
Tiene puesto el último single de Apocalypse. ¡Por ahí sí que no paso!
Dispuesta a tener unas palabritas con mi vecino acerca de la educación cívica en la convivencia vecinal, salgo al jardín de la casa, que colinda con el suyo. Entonces lo veo, con una lata de cerveza en la mano, la manguera del agua en la otra y la camiseta quitada. El torso desnudo desvela varios tatuajes. Un tiburón en el brazo derecho, un tribal, notas musicales en el izquierdo y una sugerente enredadera en el pecho que va descendiendo y se oculta bajo el inicio de sus pantalones.
Se me seca la boca al echar un vistazo rápido a ese cuerpo serrano. Uncuerpo atlético y fibroso, sin un gramo de grasa. Muy definido.
La verdad es que está muy, muy bueno, pienso. Hasta que me fijo en
la cara.
Cabello despeinado, ojos claros y un sexy hoyito en la barbilla. —¡No! —grito horrorizada, sin darme cuenta de que lo he hecho en voz alta.
Mike se vuelve hacia mí, y su cara se contrae en el estupor más absoluto. Sigue regando las plantas y dirige un dedo acusador hacia mi persona.
—No me jodas. —murmura, entre divertido e irritado.
—¡Tenías que ser tú! ¡Claro que tenías que ser tú! —exclamo alterada y señalo despectivamente hacia el altavoz colgado de la fachada de la casa.
—¿Eres tan pretencioso que incluso escuchas tu propia música?
—Me gusta mi voz —dice con simpleza.
Arrogante.
Yo suspiro y trato de mantener la poca calma que me queda.
—¿Puedes bajar el volumen? —le pido con educación. Mike se echa una mano a la oreja y me grita, claramente para provocarme.
—¿Cómo dices? ¡No te he escuchado!
—¡¡¡Que bajes el volumen!!!
Mike vuelve a echarse la mano a la oreja y me sonríe. Yo siento cómo me voy tensando por momentos, hasta que toda mi diplomacia se va al garete.
—¡Quita esa canción tan horrorosa, cantas fatal!
Mike pone mala cara y deja de regar las plantas.
—¡Eh, monada, nadie se mete con mi voz!
Apunta hacia mi cara y me empapa con la manguera. En pleno invierno, estoy calada hasta los huesos. Él sigue mojándome, por lo que corro a esconderme de nuevo en la casa y lo oigo reírse desde lejos. La estrellita de rock se va a enterar de quién es Sara Santana. Busco la manguera del patio hasta que la encuentro y enciendo el grifo del agua. Agarro con satisfacción la goma y me dirijo de nuevo hasta el jardín. Lo veo de espaldas, cantando a grito pelado e imitando, lo que imagino que es tocar una inexistente guitarra.
El pobrecito es tonto.
Apunto el chorro de agua directamente a la parte baja de su espalda, y él suelta un alarido poco glamuroso que hace disfrutar a la malvada que llevo dentro. Mike se vuelve y me observa con sorpresa, mientras se defiende como puede del chorro de agua, que esta vez le empapa la cara.
—¡Eh, monada, mira quién se ríe ahora! —exclamo, riendo como una histérica y disfrutando de lo lindo.
Y entonces, la jugada magistral. Dirijo el chorro de agua a su entrepierna y lo empapo. Mike se tapa como puede, hasta que yo me doy por satisfecha y cierro el agua. Agarro la manguera y soplo como si se tratara de una pistola y yo estuviera en el salvaje oeste. Entonces lo miro. La cara de Mike es un poema.
—Tocado y hundido —le digo.
Y corro a meterme dentro de casa. Por si acaso, echo el pestillo. No me cabe duda de que la estrellita de rock querrá vengarse.
Al verme con la ropa mojada, Ana me pregunta qué me ha pasado.
—Un incidente regando las plantas. El agua sale con mucha presión —miento.
Ana se queda conforme con la respuesta y no pregunta nada más. Yo subo las escaleras y me cambio de ropa. Durante el resto de la mañana, estoy jugando con Zoé, quien no para de estudiar mi chichón, como si un alien fuera a salir del mismo. Me miro al espejo, y sí, soy la reencarnación del chichón de Kanouté.
Eso me pone de mal humor, pero pienso en Mike empapado y con cara de sorpresa, y se me pasa.
La tarde es aburrida, y me doy cuenta de que tengo que buscar algo en lo que ocupar mi tiempo libre. No puedo estar tres meses en la casa sin hacer nada. En Madrid sólo tengo un amigo, y dado el incidente con Héctor, no creo que tenga muchas ganas de volver a verme. No me gusta hacer deporte, por lo que lo de salir a correr queda descartado. Me sobran horas para leer y escribir, y con Zoé en el colegio y Ana haciendo todas las tareas de casa, sin dejarme fregar un plato o barrer el suelo, está claro que sólo me queda una opción: buscar un trabajo.
Dicho y hecho, busco en Internet las ofertas de empleo. Basura, basura y más contratos basura. Estoy a punto de lanzar el portátil por la ventana cuando una oferta llama mi atención. Mis ojos se encienden con la emoción del momento y mis dedos tiemblan sobre el teclado, mientras escribo una carta de presentación.
¡Esta sí!
Vaaaaale... no es el trabajo de mi vida. Pero está bien pagado y si consigo el puesto, será otra experiencia que añadir a mi curriculum.
La oferta proviene de una importante revista de moda, cotilleo y belleza orientada al público femenino. Algo así como la Vogue española, sólo que un poco más frívola. En vez de hablar de política, tendré que redactar artículos sobre cremas anticelulíticas que no sirven para nada, tratamientos de estética demasiado caros y famosos inalcanzables para la gente de a pie. Si me contratan, al menos será divertido.
Me paso el resto del día pegada a la pantalla del ordenador. Al final de la tarde, recibo un e-mail de confirmación que me cita para una entrevista a las diez de la mañana del próximo día.
¡Bien!
Estoy el resto de la tarde de buen humor, hasta que alguien llama a la puerta y me saca de mis fantasías acerca de un ordenador, una colección de Manolo Blahnik y yo, sobre los que escribir.
Al abrir la puerta, me encuentro con Mike Tooley y su cara de pocos amigos. Estoy a punto de cerrarle la puerta, pero veo que lleva un paquete en la mano y me pierde la curiosidad.
—¿Qué quieres? —gruño.
—Venía a darte las gracias por tu baño de esta mañana, no te jode —me responde, en un tono peor que el utilizado por mí.
Yo me apoyo en la puerta y me cruzo de brazos.
—Culpa tuya, tú empezaste.
—¡Porque tú criticaste mi música!
—¡La tenías a toda voz!
—Oye, yo estaba muy tranquilo viviendo en esta casa sin vecinos quejicas hasta que tú llegaste.
—¡Oh, cuánto lo lamento! —ironizo—. Pero si te atreves a poner la música alta a horas inhumanas te las verás conmigo. Mi sobrina está viviendo en esta casa y no tiene por qué escuchar esas letras tan groseras.
—Altas horas inhumanas. extraño concepto viniendo de una mujer sin corazón.
—Yo, una mujer sin corazón. Tú, un completo capullo. Gano yo.
Él pone las manos en alto, y se da por vencido.
—Me encantaría seguir con esta encantadora tertulia acerca de quién es peor de los dos, pero dado que ya sé la respuesta, voy a hacer las dos cosas que he venido a hacer aquí.
—¿Y se puede saber qué has venido a hacer?
Mike me da la caja que sostiene entre las manos, y su rostro cambia de manera automática. Parece preocupado. Es un correo certificado a mi nombre. —El que envió ese paquete se equivocó de dirección y llegó a mi casa. Yo me guardo el paquete para abrirlo luego. —¿Tienes algún problema con alguien? —me pregunta. —Sí, contigo. ¡Qué tonterías dices! —exclamo alterada. Mike señala el paquete y niega con la cabeza.
—Lo he abierto al pensar que era para mí, pero dentro hay una carta y había un. Bueno, te he ahorrado que lo vieras.
—¿Que has hecho qué? ¿Has robado lo que había dentro? —pregunto indignada.
—Sí, un pájaro destripado era lo último que faltaba en mi colección —masculla.
—¿Un.pájaro destripado? Tiemblo.
El estómago se me revuelve sólo de imaginarlo, y reprimo una arcada. Mike asiente muy serio.
Puesto que ya lo ha leído, no pierdo el tiempo. Abro la caja y saco una carta, manchada de sangre. A pesar de no haber visto el pájaro, no puedo evitar una arcada de asco. Leo lo carta.
"Para Sara:
Sólo hay una cosa que odie más que una zorra: una cobarde. Te he encontrado. No importa dónde vayas, siempre lo haré". —Deberías llamar a la Policía —me advierte.
—Eso haré —le confirmo, tratando de sonar con la mayor entereza
posible.
Doblo la carta entre mis manos temblorosas y lo miro. —No le digas nada de esto a Héctor, no quiero preocuparlo —le pido. Él asiente, sin decir nada más. Está a punto de marcharse cuando lo detengo.
—¿Cuál es la segunda cosa que venías a hacer? —le pregunto con curiosidad.
Mike se vuelve, con una sonrisa arrebatadora. —No quieres saberlo. —Claro que sí.
—En serio, ya has tenido demasiado por hoy, ¿no crees? —¡Oh, vamos! Dilo de una vez. —Déjalo estar —me recomienda. —Gallina —le suelto.
Mike suspira, se encoge de hombros y se acerca hacia mí. Saca un papel de su bolsillo y me lo da.
El tique de compra de sus pantalones.Sí, esos pantalones que he mojado. Estrujo el papel entre mis manos y se lo lanzo a la cara.
—Estás de broma —comento escéptica.
Él no mueve ni un músculo de su cara.
—No.
—¡Ni de coña! —grito, y cierro de un portazo.
Me meto en la casa y camino de uno a otro lado, hirviendo de rabia. Saco la carta y vuelvo a releerla. Al final, opto por llamar a Erik e informarle de la situación.
—Tienes que tomar ciertas precauciones. No salgas sola a la calle, díselo a Héctor, él te pondrá protección.
¿Salir a la calle con guardaespaldas? No, gracias. —Sí, claro —miento. —¡Sara, no mientas! —me recrimina. ¿Cómo puede notarlo por teléfono?
—Oye, no me apetece tener a un guardaespaldas todo el santo día pegado a mí.
—¿Prefieres vivir con el miedo a que te pase algo malo? Eres tan
lógica.
Como siempre que hablo con Erik, acabo de mal humor. —Mira, da igual. Tú sigue investigando acerca del asesinato de Érika —le digo, algo cansada.
—Sara, ¿estás bien? —me pregunta su voz preocupada.
—Claro que no, alguien intenta matarme. —Me refiero a que a ti te pasa algo más, ¿o me equivoco? Sí, que la estrellita de rock pretende que le pague los pantalones. Ver para creer.
—No, te equivocas.
Me despido de Erik y le aseguro que le contaré a Héctor la verdad. Aunque no le he dicho cuando.
A las doce de la noche, y puesto que Héctor no lleg a a casa, decido que es hora de irse a la cama. Lo cierto es que las preocupaciones acerca de un posible asesino merodeando por la casa no me dejan dormir. Intento ser positiva: estoy en la casa de Héctor Brown, posiblemente la casa más segura de toda la Península Ibérica. No tengo de qué preocuparme.
Excepto que salga a la calle y un extraño me parta el cuello en dos cuando estoy paseando al perro, mientras Leo ladra ridículamente tratando de avisar a alguien. Entonces el asesino lo cogerá y lo venderá a una tienda clandestina e ilegal que es dirigida por un chino extorsionador de animales que la ha tomado con mi preciosa bolita de pelo blanco. Pobrecito.
No tengo de qué preocuparme, me digo. No tengo de qué preocuparme. No tengo de qué preocuparme. No tengo de qué preocuparme.
—¡Ah! —grito, al sentir una mano sobre la espalda.
—Soy yo —me tranquiliza Héctor—. No quería asustarte.
Yo suspiro aliviada.
Héctor entrecierra los ojos, captando mi cara de terror. —¿Te encuentras bien? —Sí, es que no te esperaba. Me has asustado. Héctor me besa y se mete en la cama.
Vuelve a besarme, desciende hasta mis pechos y coge mis pezones entre sus labios. Los succiona hasta que se vuelven tensos y agonizantes. —¿Te asusto si hago esto? —me pregunta. Yo me río tontamente y niego con la cabeza.
Él vuelve a besarme, esta vez, bajo el ombligo. Su lengua traza círculos alrededor de mi piel, tentándome.
—¿Y si hago esto, te da miedo? —En absoluto —digo sin apenas voz.
Sus labios se paran sobre mi monte de Venus y me muerden. Yo me agarro a las sábanas y cierro los ojos.
—¿Y esto? —pregunta con voz ronca. —Mmm.tal vez más abajo —sugiero.
Héctor sonríe y baja hasta mi hendidura. Pasa un dedo por mi vagina, húmeda y receptiva, y a continuación comienza a pasar su lengua por mis labios, bebiendo toda mi humedad. Yo me agarro a su cabello, apremiándolo. Él envuelve mi clítoris con sus labios, lo coge y tira de él. Luego mete un dedo en mi interior, lo arquea hasta encontrar mi punto más débil y yo muevo las caderas, apremiándolo.
—Esto sí debería darte miedo... —comenta divertido.
Yo le lanzo una mirada de reproche cuando él saca el dedo. Entonces, coloca su polla en la hendidura y la mueve, masturbándome de una forma exquisita. Cierro los ojos y aprieto los labios, conteniendo esa sensación tan intensa que me provoca.
Héctor me agarra de las caderas y me da la vuelta. Yo me sobresalto, pero él no se detiene. Me coloca las manos en el cabecero de la cama, se agarra el pene y me penetra. Yo grito y echo la cabeza hacia atrás. Él me agarra del pelo y vuelve a penetrarme, hundiéndose en mi interior por completo.
—¡Joder! —se agarra a mi pelo y me susurra al oído—. Tu pelo me encanta. Su olor me vuelve loco.
Sus palabras me calientan. Me hacen sentir viva. Sexy. Hermosa.
Héctor entra y sale de mí. Su aliento cálido me eriza la nuca. Cada embestida es más furiosa. Capto el mensaje acerca de una necesidad primitiva, angustiante. Me necesita tanto como yo a él.
Nos vamos al unísono, con nuestros cuerpos fundiéndose en el mismo fuego del orgasmo. Me quedo abrazada a Héctor, descansando la cabeza sobre su pecho. Él me acaricia el cabello, de una forma que me encanta. No sabría definirla. Lo cierto es que hay un instinto de posesión innato, como si él quisiera protegerme de todo lo malo.
Debería contárselo. Sí. Debería contarle la verdad.
Me apoyo sobre su pecho y voy a hablarle, cuando algo me detiene. Me acuerdo de Jason, Erik, esos tres días que me largué sin decir a dónde. Si Héctor fuera sólo un poco más comprensivo. si él no se comportara como si tuviera derecho a darme órdenes. entonces podría contarle la verdad.
—¿Qué pasa? —me pregunta.
—Estaba pensando en que el otro día me alegré al ver a Zoé preocupada por mí. Sé que es estúpido, pero significa mucho para mí. Héctor me besa con ternura. —Lo sé. La niña te quiere, sólo dale tiempo. —Ya —acepto.
Me abrazo a él inconscientemente, sintiéndome tan segura en sus brazos que me dan ganas de llorar. Es una sensación extraña. Me siento completa, como si por primera vez en mi vida perteneciera a algún sitio. Por otra parte, siento un miedo atroz a perder lo que tengo. Escondo la cabeza en su pecho, y con voz rota, le pido que me abrace. Héctor me acoge entre sus brazos sin decir nada. No pregunta. No exige. Sólo me protege.
El sonido de una llamada en mi teléfono móvil me despierta sobresaltada. Héctor duerme profundamente a mi lado, de espaldas y con una mano sobre mi cintura. Aparto su mano con delicadeza y me levanto sin despertarlo. Cojo el teléfono y salgo de la habitación.
—¿Sí? —pregunto con voz gangosa.
Me paso la mano por los ojos, sintiéndome demasiado exhausta y pesada.
La respiración entrecortada de mi interlocutor me horroriza. Jadea. Sólo jadea. Lo hace produciéndome una repentina sensación de asco. Me llevo el teléfono a los labios y le hablo furiosa.
—¡Maldito asqueroso, te encontraré y acabaré contigo! —le grito.
Clic.
El extraño me cuelga, dejándome demasiado conmocionada para volver a la cama. Bajo las escaleras y voy a la cocina, donde me sirvo un vaso de leche helada. El líquido se desliza por mi garganta, y de repente, se hace la oscuridad más absoluta.
La boca se me llena de agua, y mis pulmones se encharcan cuando trato de buscar aire. No entiendo lo que sucede... ¿Dónde está la cocina? ¿Por qué todo está tan oscuro?
El pecho me duele, y siento como si algo me oprimiera por dentro y tirara de mí hacia un fondo oscuro, sumiéndome en un sueño al que no quiero sucumbir. Pero por alguna razón mis miembros se vuelven pesados, y mi cuerpo se llena de líquido.
Me ahogo. Ahora lo comprendo. Me ahogo.
El pánico se apodera de mí, durante tan sólo unos segundos. Mis párpados comienzan a pesar, y la oscuridad se hace más borrosa, conduciéndome hacia el inicio de una luz. Resplandeciente. Tan bella que sólo quiere tocarla. Levanto mi brazo para rozarla con las yemas de los dedos, y es entonces cuando dos manos tiran de mí hacia arriba y me alejan de la luz.
—¡Sara, Sara! —me grita una voz masculina.
Alguien golpea sobre mi pecho, abre mi boca, posa la suya sobre la mía y me insufla aire. Los labios son tan suaves que deseo que vuelva a hacerlo una vez más. Sólo una, para volver a saborear esa deliciosa mezcla tan dulce como la canela, y tan profunda como la menta.
—¡Despierta, vamos, despierta!
No puedo hacerlo. Por más que intento abrir mis ojos, la luz blanca vuelve a aparecer, y me arrastra hacia el camino contrario a la voz. Pero la voz es tan hermosa que sólo quiero obedecerla, y ahora, la luz resplandeciente se ha convertido en una sombra espectral de la que quiero escapar. Miles de cuerpos pálidos y flotantes susurran mi nombre, pero yo me niego a hacerles caso. Quiero ir con la voz. Quiero acompañar a esos labios que rozan los míos, y exhalan aire dentro de mí.
Uno de los cuerpos se da la vuelta, y el rostro se hace familiar. Mi hermana Érika abre los brazos, como si quisiera recibirme en su mundo de sombras. Pero eso no es lo que intenta. Ella señala con un dedo hacia el camino contrario, y yo consigo darme la vuelta, hasta que logro vislumbrar el rostro masculino de suaves curvas y sonrisa prometedora.
Poco a poco la oscuridad se desvanece, y noto cómo mi cuerpo vuelve a la normalidad. Los labios abandonan los míos, aun cuando yo deseo que él continúe. Noto su cuerpo pesado sobre el mío, que se va incorporando, con sus manos colocadas en mis hombros. Mike Tooley.
Mis ojos se abren de par en par, sin entender lo que ha pasado. Estoy en el jardín, empapada y con Mike Tooley a mi lado, apretándome los hombros. Me mira asustado, con el rostro empapado de sudor y los ojos brillantes. Suspira al verme, y una sonrisa de alivio disipa todas las arrugas de preocupación que había antes.
Yo sigo sin comprender lo que ha sucedido.
—Qué susto me has dado —me dice.
Se echa las manos a la cara y se ríe, como si no pudiera creer lo que acaba de suceder. No es una risa alegre. Casi parece que él tuviera ganas de gritar. Se aparta las manos del rostro, y ahora, me mira muy serio.
—¿Qué pretendías? ¡Estás loca!
Yo trato de levantarme, pero me sobreviene un leve mareo. Mike me detiene y vuelve a tumbarme sobre el césped.
—¿Qué. qué. ha pasado? —pregunto sin entender. Él me mira extrañado, compartiendo ahora mi expresión. —¿No lo sabes? Niego con la cabeza.
—Estaba fumando un cigarrillo en mi balcón cuando te vi salir de tu casa y andar hacia el jardín. Te saludé, pero tú no me escuchabas. Incluso llegué a meterme contigo.
Enarco una ceja. Él se ríe.
—Fue entonces cuando supe que algo iba mal. Tú parecías dormida, y cuando vi que te tirabas a la piscina y te hundías sin salir del agua, bajé los escalones, salté la valla que separa las dos casas y me metí a buscarte.
¿Mike Tooley ha saltado una valla y se ha metido en una piscina para salvarme? Ver para creer.
—Yo no recuerdo nada. Estaba en la cocina, y de repente comencé a ahogarme.
Él me ayuda a levantarme. Está tan empapado como yo, y el cabello rubio se le pega a la cara, confiriéndole un aspecto rebelde y desenfadado. Es jodidamente guapo.
—Creo que estabas sonámbula —me dice.
Me echo las manos a la cara, tratando de relajarme.
—Gracias por salvarme la vida —le digo sinceramente.
Él va hacia la puerta de la entrada y me acompaña.
—¿Estás bien? Deberías llamar a tu novio, por si vuelve a sucederte.
Yo niego con la cabeza.
—No.no quiero contarle nada. No quiero preocuparlo.
Me meto en la casa y Mike se da la vuelta para marcharse. Se para de repente y gira la cabeza hacia mí.
—Ese tejido no es el mejor para darse un chapuzón —comenta burlonamente.
Yo me doy cuenta de lo que él está mirando, y automáticamente me tapo los pechos sintiendo una gran vergüenza. Mike esboza una sonrisa ladeada, y yo lo fulmino con la mirada. Cierro la puerta dando un sonoro portazo y me miro en el espejo. Mis pechos se adivinan fácilmente bajo el pijama de tela tan fina. Furiosa y avergonzada, me desvisto y corro escaleras arriba, tratando de olvidar lo que acaba de suceder.