CAPÍTULO 2
ODETTE me contempla con ojos tristes y compasivos mientras sostiene un "Frappélatte" en las manos. Su habitual aire altivo e indiferente ha desaparecido, y en su lugar, existe una palpable preocupación en su rostro. Le da un sorbo a su "Frappélatte" y sigue en silencio, procesando todo lo que le he contado.
—¿Entonces vas a ayudarme? —pregunto desesperada.
—¿Y ganarme la antipatía de Héctor pour sempre? —me recrimina teatralmente.
—¡Sólo tienes que llamarlo y preguntarle dónde está! Yo me encargaré del resto.
—Mais... si él sabe lo que he hecho se enfadará, ¡lo conoces! Ganarse su confianza es muy difícil pero perderla no lo es tanto.
—Por eso te estoy pidiendo ayuda. Necesito que me perdone y no tengo ni idea de dónde puede estar —le explico, aún conmocionada por lo que acaba de suceder hace unas horas.
Odette parece estar pensándoselo de verdad, y yo, por un momento, creo que aún tengo esperanzas.
—No sé si hago lo correcto. ¡Oh! Y pensar que sólo te llamé para pedirte pardon y ser buenas amigas.
—Sólo te estoy pidiendo su localización. ¡No seas exagerada! —protesto acalorada.
Odette entorna los ojos, sin estar segura de colaborar en lo que le pido. Retuerce los flecos de su bufanda color gris perlado, a juego con el gorrito de punto que cae de manera ladeada y graciosa sobre su cabello, cubriéndole parte del flequillo y otorgándole el típico aspecto afrancesado y burgués.
—Oui.pero tú no sabes cómo debe de sentirse Héctor en este momento. Por primera vez en su vida logra confiar en una mujer y abrirle su corazón y ella lo defrauda. En la vida de Héctor sólo ha existido una serie de mujeres en las que podía confiar, hasta que llegaste tú. Su madre, su hermana, su tía y Moi. Todas somos familiares o amigas, pero ninguna de nosotras llegó a su corazón como lo hiciste tú.
Trato de contener el pinchazo de culpabilidad que siento en mi pecho. Recuerdo los ojos de Héctor brillando con el dolor de la traición y eso me hace sentir una persona horrible. Necesito arreglar lo nuestro. Sobre todo, ahora que entiendo lo mucho que él significa para mí.
—¡Me lo debes, Odette! No hemos empezado con buen pie y esta es una manera de que lleguemos a ser amigas, ¿no crees?
Odette tuerce el gesto, como si en realidad, ser mi amiga en este preciso momento fuera lo último que le apeteciera. No me extraña, al fin y al cabo, yo he hecho daño a su mejor amigo.
—Recuerda que yo sólo quería llevarte a la cama. No entiendo por qué Héctor se negó...siempre fue un hommeplus liberale.
—Porque sois amigos —siseo enfadada—, y porque a mí no me gustan las mujeres —añado cortantemente.
—¿Tu... est sure? —me cuestiona, pasando un delicado dedo por mi labio superior.
—Je suis sure —aseguro en su idioma natal.
Odette aparta el dedo y se encoge de hombros, restándole importancia.
—Supongo que si no puedo ser tu amante tendré que conformarme con ser ta amie. Llamaré a Héctor, pero no le digas que he sido yo quien te ha chivado donde se encuentra. Si no logra perdonarte, no quiero saber nada de esto.
Doy un grito de satisfacción, me levanto de la mesa y planto un sonoro beso en la mejilla de Odette. Dos minutos más tarde, Odette ha logrado comunicarse con Héctor a través de otra línea telefónica, pues su móvil privado continúa estando apagado.
—¿Dónde está? —pregunto sin ocultar mi ansiedad.
—En Madrid. Y él suena tan apagado... Querida, me temo que no te será fácil convencerlo —me explica Odette, como si el hecho de que yo no pudiera llegar a convencer a Héctor le afectara de una manera que escapa a mi entendimiento.
Reconozco la amistad sincera de Odette y Héctor, y recuerdo con sorna el haber creído que ellos eran amantes. No son más que amigos, obviamente. Dos personas muy distintas que parecen comprenderse.
Tranquilizo a Odette con mi respuesta.
—Odette, se nota que no me conoces. No hay nada que pueda interponerse en mi camino. Cuando quiero algo lo consigo —afirmo con convicción.
Dos horas más tarde estoy montada en el AVE para iniciar el trayecto con destino a Madrid. No tengo ni idea de qué es lo que voy a hacer para entrar en las oficinas de la empresa de Madrid, y ya que Héctor no ha manifestado a Odette donde se hospeda, puesto que asegura que necesita pasar unos días solo y alejado de cualquier mujer, no tengo otra opción que ir a visitarlo a su trabajo.
Intento disipar mis nervios durante el trayecto y mantengo una actitud positiva. A pesar de que Odette me ha comentado que notaba a Héctor distante y sin ganas de cruzarse con otra figura femenina, estoy segura de que él será capaz de perdonarme. Tiene que hacerlo, puesto que no voy a dejarlo marchar hasta que me perdone. A menos que llame a los agentes de seguridad porque "una loca no lo deja en paz", en cuyo caso, lo seguiré hasta su domicilio y me quedaré esperando en la entrada hasta que se dé por vencido y vuelva a abrirme las puertas de su vida. Sí, lo tengo todo pensado. Y aunque este parece más bien el plan de una fanática psicótica que de una exnovia despechada dispuesta a recuperar a su amor, no me importa parecer desesperada si con eso logro que Héctor me perdone.
Tras el trayecto en tren, cojo un taxi que me lleva hasta las oficinas que la empresa Power Brown tiene en Madrid. El edificio es imponente y tiene unos controles de seguridad que me hacen vacilar. Aun así, cojo aire y me encamino hacia la recepción.
—Buenos días, busco al señor Héctor Brown —explico a la joven recepcionista en un fingido y convincente acento francés.
La recepcionista me mira de arriba abajo haciéndome una disección propia de un cirujano.
—¿Y usted es? —me pregunta ella, en un tonito altivo que no me pasa desapercibido.
Recuerdo la manera de hablar sensual e indiferente de Odette y la imito. —Soy Odette Florit, amiga de Héctor Brown.
—Señorita Florit, no tengo ningún aviso de que el señor Brown la esté esperando.
—He venido a darle una sorpresa. Hace mucho que no nos vemos —le
aclaro.
La recepcionista enarca una ceja, claramente dudando de lo que le digo. Al final, coge el teléfono y habla con alguien.
—He hablado esta misma mañana con Héctor. Él puede confirmárselo —le explico.
La recepcionista cruza unas palabras por teléfono. La escucho pedir disculpas al señor Brown, y yo me estremezco al saber que está hablando con él. La simple mención de su nombre me eriza el vello, y comprendo que Héctor se ha colado en mi corazón de una manera que, hasta hace un tiempo escaso, no estaba dispuesta a admitir. La chica cuelga el teléfono y me mira pálidamente.
—Discúlpeme, señorita Odette. Soy nueva en esta empresa y no sabía que usted era una íntima amiga del señor Brown. El señor Brown le pide que pase a su despacho en la última planta.
—No hay ningún problema —le aseguro a la chica.
Camino triunfalmente hacia el ascensor, pero toda mi fachada se derrumba en el momento en el que las puertas se cierran. Subo con un nudo en el estómago, y me pego a la pared cuando el ascensor se llena de gente. Escondida tras el tumulto de gente, escucho la conversación de dos mujeres jóvenes.
—¿Te has enterado de que Héctor Brown está aquí? —pregunta una voluptuosa rubia a su compañera.
—¡No me digas! Hace tiempo que no pasaba por aquí. Siempre está en Nueva York.
—Al parecer va a quedarse unos meses aquí porque la empresa está trabajando en un nuevo proyecto que embolsará millones de euros a la compañía. ¿Y sabes quién es la nueva secretaria de Mr. Brown?
—¡No jodas! —exclama la morena, algo celosa de su compañera.
—¡Sí! Y ahora que voy a tener la oportunidad de estar muy juntita a él, voy a utilizar todos mis encantos para seducirlo —explica la rubia, con los ojos llenos de codicia.
—No te ilusiones. Fue visto en la fiesta benéfica de París con una "atractiva morena española". Eso es lo que dicen los periódicos norteamericanos. Y al parecer, se la presentó a toda su familia.
Observo cómo la rubia tuerce el gesto.
—Con novia o sin novia no voy a dejar que se me escape —asegura, esbozando una sonrisa maliciosa que augura sus oportunistas intenciones.
El ascensor llega a la última planta y las dos mujeres salen. Yo voy detrás de ellas y sigo a la rubia, quien para mi irritación, resulta ser la secretaria de Héctor. La rubia lleva un ceñido vestido color rojo ciruela y bambolea sus caderas a cada paso, lo que le granjea las miradas lujuriosas de algunos de sus compañeros de oficina. Paso por delante de ella y me dirijo a grandes zancadas furiosas hacia el despacho de Héctor, pero su voz chillona me detiene.
—¿Eh tú, adónde te crees que vas? —me pregunta, interponiéndose entre la puerta y yo.
—Al despacho de Héctor —le explico, con la mayor naturalidad del
mundo.
La rubia me señala con una uña pintada de color rojo y sofoca una
risilla.
—¿Y se puede saber quién eres tú?
La aparto de un manotazo y alcanzo el pomo de la puerta, ante su incredulidad.
—Lo vas a saber en unos momentos —la amenazo.
Entro en el despacho y le cierro la puerta en las narices, dando un sonoro portazo que retumba en las paredes del despacho. Lo veo sentado frente al ordenador, y él alza la cabeza para observar al intruso, con un gesto de severa molestia. Entonces me ve. Sus ojos brillan con sincera incredulidad. Luego con rabia.
La puerta se abre y una furiosa rubia entra y me coge del brazo.
—Lo siento mucho, señor Brown. Esta loca ha entrado sin mi permiso.
Yo me suelto de su agarre y estoy a punto de lanzarle una de mis lindezas cuando Héctor se levanta de su asiento y habla.
—No importa, Rebeca. Déjanos solos —le ordena a la secretaria con voz formal, bajo la que se puede entrever la ira contenida.
La tal Rebeca parpadea incrédula, se recompone, dedica una sonrisa convincente a Héctor y me echa una mirada cargada de odio antes de marcharse. En cuanto la puerta se cierra, Héctor da un golpe con el puño cerrado sobre el escritorio, lo que hace que mis piernas se tambaleen.
—¿Se puede saber qué demonios estás haciendo aquí? —me grita.
Pues sí que se alegra de verme.
—Creo que es evidente —le digo, sin dejarme amilanar ante su enfado.
He percibido las sombras grises bajo sus ojos y ciertas arrugas en su entrecejo, lo que demuestra que lo ha pasado mal desde que nos hemos separado. Todavía tengo una oportunidad. Lo sé.
—¿Cómo me has encontrado?
—He leído en el periódico lo de la inversión de varios millones para la sucursal de Madrid y supuse que estabas aquí dirigiéndolo todo. Me he hecho pasar por Odette en recepción, espero que no culpes a tu recepcionista. No parece mala chica —le explico—. No quiero meter a Odette en esto, pues ella ya ha hecho suficiente al ayudarme.
—Te dije que no quería verte —me dice con dureza. Camina hacia donde me encuentro y me esquiva pasando por mi lado y alargando la distancia entre nosotros. Sin apenas mirarme, abre la puerta de su despacho y se dirige a mí—. Tienes que marcharte. No puedes estar aquí.
Furiosa por su trato indiferente, me dirijo hacia la puerta y la cierro de un portazo.
—No me voy a ningún lado —lo reto.
—Márchate —me ordena, con una frialdad que me deja desolada.
—Te prometí que no me iría a ningún lado, y no lo haré. Héctor, no me diste la oportunidad de explicarme. Déjame hacerlo ahora.
—No tengo nada que escuchar de ti. Tus mentiras hablan por sí solas.
—Lo dices porque estás dolido. Si me dejas que te explique que todo lo que he sentido por ti ha sido verdad podemos empezar de nuevo.
—¡Haz el favor de no decir más mentiras! ¿Qué es lo que querías de mí? ¿Salir con un tipo rico, hacerte famosa a mi costa y tener la oportunidad de escribir un libro? ¡Todas las mujeres sois iguales! —grita furioso.
Yo me caliento por sus palabras. Noto la vena de mi sien crecer, y el pulso me palpita en la cabeza.
Tac, tac, tac.
Y en este momento, no hay nada que pueda detenerme.
—¡Eres un capullo! ¿Pero tú quién te crees que soy? ¿Acaso no te dejé claro que no me importaban tus regalitos y que yo sólo quería estar contigo, pedazo de burro?—me defiendo, sintiéndome ultrajada por sus palabras.
—Sí, otra mentira más. Y te aseguro que el juego de la mujer digna te salió genial. Si no consigues ser escritora siempre podrás dedicarte al mundo de la interpretación. Se te da de lujo —comenta con desprecio.
Perpleja por sus palabras, no logro contener las lágrimas que salen atropelladamente de mis ojos. Me giro para que él no pueda verme llorar y le respondo con rabia contenida.
—He cometido muchos errores, pero nunca te he mentido en lo relativo a quién soy. Me ofende que pienses que yo soy una mujer aprovechada que pretendía sacar tajada de estar contigo. Sí, te he mentido. Pero no de la forma que crees. Todo lo que viví junto a ti fue real, y cuando te dije que te amaba lo decía en serio. Pero estaba tan herida y confundida por el asesinato de mi hermana que decidí investigarte. Y cada vez que descubría algo nuevo de ti me gustabas más. Me importa un comino tu dinero y tu fama, y si no entiendes eso, definitivamente no sabes nada de mí. He sido sincera con mis sentimientos, Héctor.
Me seco las lágrimas con el puño de mi chaqueta y me giro hacia él. Parece ligeramente contrariado por mis palabras, como si la barrera de odio hubiera desaparecido y en su lugar las defensas comenzaran a descender para empezar a creerme. Sin embargo, sus palabras expresan lo contrario.
—No te creo. Sal de aquí —me espeta, señalando con un gesto cansado hacia la puerta.
—Héctor, todo lo que vivimos fue real. Te lo juro. Dame la oportunidad de demostrarte que todo lo que siento por ti es demasiado intenso como para haberlo fingido.
Acerco una mano a su rostro para tocarlo, pero él agarra mi muñeca y me detiene.
—Haz el favor de marcharte.
Yo asiento y sé, en este momento, que he perdido mi última oportunidad. No hay nada que pueda hacer para que él me crea. Me doy media vuelta y salgo del despacho, encaminándome hacia el ascensor y tratando de hacerme a la idea de que Héctor ya no forma parte de mi vida.
Puesto que creía firmemente en el hecho de que Héctor me perdonaría, no había comprado billete de vuelta. Ilusa de mí. Así que paso la noche en un hotel y decido que el día siguiente compraré el billete. Por la mañana, después de una terrible noche repleta de lágrimas por el recuerdo de Héctor, desayuno y me dirijo a la estación. Como la suerte nunca me sonríe, resulta que hay una huelga de RENFE y sólo mantienen el servicio para los que ya habían comprado el billete con anterioridad. Al parecer, se prevé que la huelga dure tres días. Busco en Internet un billete de avión asequible para mi mermado bolsillo, pero el alto coste del viaje está fuera de mis posibilidades. Mis menguados ahorros no pueden permitírselo, por lo que me veré obligada a pasar tres días en Madrid, esa bonita ciudad donde Héctor me ha dado carpetazo.
Llamo a Adriana y le pido el favor de que siga cuidando de Leo durante tres días más, a lo que ella no pone ninguna objeción.
—¿Ha habido suerte con Héctor? —me pregunta.
—No —respondo secamente, sin ganas de dar mayor explicación.
—Nena, no te preocupes. He visto cómo ese hombre te mira y estoy segura de que tarde o temprano será capaz de perdonarte. Tiempo al tiempo.
La visión optimista de Adriana difiere radicalmente de la mía.
—Adriana, deberías haber visto cómo me miraba esta vez. Se acabó. Él no es capaz de perdonarme, ¡además, ha dicho unas cosas horribles de mí que no son verdad! —exclamo herida.
—¿Estás segura de que lo vuestro no tiene arreglo? Hacíais tan buena pareja...
—Segurísima —aclaro.
Aunque yo estaría encantada de que lo nuestro tuviera arreglo. Aun así, no estoy dispuesta a seguir haciéndome ilusiones. Héctor ha puesto punto y final a nuestra relación, y con lo que me dijo ha dejado claro la visión que tiene de mí.
Me despido de Adriana y llamo a mi amiga Marta. La conversación se repite y al final, me queda claro que lo mejor que puedo hacer es irme a la habitación de mi hotel y atiborrarme de helado de chocolate mientras veo alguna comedia televisiva y me olvido de mis penas. No sé por qué, el caso es que la película termina siendo un romance de esos que siempre acaban bien. Lo que me faltaba. La película se titula "Amory otras drogas", y consigue que yo me sume en un estado depresivo del que me es difícil salir. Me paso toda la noche llorando.