CAPÍTULO 6
LA salamandra comienza un camino ascendente hacia la estrecha grieta de la pared del porche. Se cuela, y lo último que veo es su rabo perdiéndose dentro de la abertura. El lagarto me recuerda una dolorosa visión del pasado en la que Érika, que tenía doce años, me demostraba que las lagartijas podían regenerar su propia cola. Yo entornaba los ojos y la miraba con evidente recelo, y ella, mosqueada porque yo osara dudar de sus conocimientos sobre reptiles, pisaba la cola de una lagartija y ésta seguía viva como si nada, hasta que se deslizaba por el suelo y corría a esconderse de la maldad de una mocosa llamada Érika. Yo me quedaba fascinada y asqueada por su demostración, y al final, tenía que admitir que mi hermana Érika llevaba razón.
Cosas de críos.
Riego la última de las plantas de mi tía Luisa, cuyo porche, entre tantas macetas, tiene un parecido sospechoso a la selva amazónica. Estoy guardando la regadera dentro del armario de los instrumentos de jardinería cuando una pelota impacta contra una maceta llena de margaritas. El cuenco se rompe en pedazos y la tierra se esparce por el suelo recién fregado.
Aprieto la mandíbula y entorno los ojos hacia el mocoso entrometido.
—Paquito, ¿por qué no te vas a jugar al porche de tu madre? —le pregunto al hijo de la vecina, quien ha tomado por costumbre estropear el porche de mi tía Luisa cada vez que yo termino de limpiarlo.
—Porque no me deja jugar dentro de casa —responde con total sinceridad.
Bufo y me aparto un mechón de la frente, manchándome la cara de
tierra.
—No me extraña —gruño—, dile a tu madre que con esta son tres las macetas que rompes. Como vuelvas a jugar con la pelota dentro del porche, le diré yo misma que te descuente los desperfectos de la paga.
El niño se pone lívido.
—Mi madre dice que estás amargada porque tu novio te ha dejado.
—¡No estoy amargada! —replico indignada— Y dile a tu madre que es una cotilla, y que en boca cerrada no entran moscas.
El niño no parece entender esto último, pero cuando avanzo hacia él para quitarle la pelota, me esquiva con la habilidad de la juventud y sale corriendo hacia la salida. Bufo y me dejo caer en una silla cercana.
Desde que he vuelto a casa de mis tíos, tengo que aguantar los constantes cuchicheos de todos los vecinos. Casi estoy arrepentida de no haber aceptado la oferta de Héctor. Casi, porque la simple idea de deberle algo al hombre al que amo con todas mis fuerzas me espanta y me duele.
—¿Sara Santana? —pregunta una voz desconocida a mi espalda.
Me vuelvo, extrañada porque alguien me llame utilizando mi apellido. Dos hombres vestidos de negro y con gafas oscuras que ocultan su mirada están en la entrada del porche. De inmediato, me producen una total desconfianza, y me acerco a la puerta de casa, dispuesta a meterme dentro si noto algo que parezca peligroso.
—¿Quiénes son?
—Venimos de parte del señor Goyathlay —me informa uno de los desconocidos, y ahora, percibo un acento que no logro ubicar. —¿Goya...qué? —pregunto sin entender. —En su lengua significa Gerónimo —me informa el otro. —Gerónimo. No conozco a ningún Gerónimo. Un momento.
Mi mente comienza a atar los cabos. Goyathlay.Gerónimo. La piel rojiza de los hombres, que se percibe en la parte del cuello y del rostro que dejan al descubierto. Gerónimo. Gerónimo fue uno de los jefes de los Apaches, aquella tribu india.
Aferro el pomo de la puerta y doy un paso hacia atrás.
—El Apache —digo inconscientemente en voz alta.
Observo el rostro de cada uno de los hombres, oculto por las gafas, buscando alguna semejanza con los dos atacantes del bosque que acompañaban a "El Apache" aquel día. No son los mismos, pero la simple mención de ese individuo me ha perturbado.
Escucho a mi tía Luisajugar con mi sobrina, y me tenso, interponiéndome entre la puerta y esos extraños. No voy a permitir que se lleven a Zoé. Antes tendrán que pasar por encima de mi cadáver.
—Él nos ha dicho que no le hagamos daño. No tiene de qué preocuparse. Sólo quiere verla.
—No la verá —gruño, entrecerrando la puerta y metiéndome en casa.
—Se refiere a usted —me corrige uno de ellos, entendiendo mi desconfianza—quiere verla a usted.
—¿A mí? —mi desconcierto da paso a la rabia más absoluta —la última vez que lo vi estuvo a punto de.
—Goyathlay le recuerda que son ustedes familia, y que para nosotros, los Apaches, el vínculo familiar es sagrado.
Abro los ojos inconmensurablemente, y aferro el pomo de la puerta
con ira.
—¡Dígale a ese malnacido que yo no tengo nada que ver con él! El único lazo que me une a ese maltratador es mi sobrina, y la pienso alejar tanto de él que no recordará el nombre de su padre.
El más fornido, al escuchar mis palabras, avanza hacia mí, pero el otro lo detiene apoyando una mano sobre su hombro.
—Goyathlay entiende su rabia. Dijo que es usted una mujer muy temperamental y que la admira. Quiere que cuide de su hija ahora que él está en prisión. La insta a ser una buena madre.
—Que no le quepa la menor duda —replico muy seria.
—Quiere pedirle perdón por el daño causado. Preferiría hacerlo en persona.
—Ni hablar. Si no se aleja de mí lo pondré en conocimiento de la
Policía.
—Usted tiene la última palabra, pero si cambia de opinión, Goyathlay la espera en prisión.
—Pues que espere. Tiene todo el tiempo del mundo para esperar entre
rejas.
Cierro la puerta dando un portazo, y por si acaso, echo la llave y me apoyo contra ella. El corazón me palpita sobre el pecho, y puedo sentir cómo la sangre se me ha agolpado en la cabeza. Me siento furiosa e indignada, sin entender a qué han venido las palabras de Goyathlay. O como quiera que se llame.
Maltrataba a mi hermana. Intentó violarme. Raptó a mi sobrina. Y no contento con eso, ahora espera que yo le haga una visita.
—¿No sientes curiosidad por saber lo que quiere decirte? —la puñetera que hay en mí mete el dedo en la yaga. —Ni la más mínima.
Tengo suficiente con un perturbado acosador que me llama de madrugada como para visitar en la cárcel al exmarido maltratador de mi hermana que intentó violarme y me destrozó la cara.
No obstante, como la curiosidad mató al gato, paso el resto del día con mi mente armando el rompecabezas en el que se ha convertido mi vida. Es peor que un puzle de cinco mil piezas que, después de armarlo, te das cuenta de que falta la última pieza. Mi vida antes era aburrida, pero al menos, sencilla. Ahora es un laberinto con una única salida y miles de caminos como posibilidad. Y por si fuera poco, tengo que añadir al boxeador de "El Apache", un narcotraficante poderoso que, si se empeña, puede utilizar a sus hombres para destrozarme la vida y arrebatarme a mi sobrina.
Héctor no lo permitiría.
La mención de Héctor me tranquiliza, y sin saber por qué, tengo la certeza absoluta de que aún estando alejado de mí, Héctor no permitiría que me pasara nada. El Apache está entre rejas y no va a salir de la cárcel en unos años. Y mientras tanto, puedo sentir la poderosa sombra de Héctor vigilándome y protegiéndome desde la lejanía.
—Sara, tu amigo el policía ha venido a verte. Está abajo esperándote —me anuncia mi tía, y por si no fuera evidente, me echa una mirada que pretende amonestarme por ello.
—Es un buen hombre —defiendo a Erik—, y no seas malpensada. No tiene nada que ver en la ruptura con Héctor.
—¿En serio? —me pregunta sorprendida.
Mi tía niega con la cabeza y va bajando las escaleras.
—Qué chica más tonta. Si yo fuera ella, pecaría con ese chaval una y mil veces —la oigo decir.
Hago como que no la he escuchado y bajo las escaleras para encontrarme con Erik. Por su cara de pocos amigos, entiendo que no trae buenas noticias.
—Te juro que no estoy para disgustos —le advierto.
Sin darme tiempo a reaccionar, Erik me coge por el codo y me arrastra sin contemplaciones hacia el porche, sacándome de la casa y del oído curioso de mi tía.
—¿Pero qué ha.?
—¿Cuándo pretendías contármelo? —me interrumpe furioso. —¿A qué te...?
—¡No ibas a contármelo! —exclama alterado. —Si me dices de qué va todo eso.
—¡Para de una vez de comportarte como una cría! —vuelve a interrumpirme, visiblemente fuera de sí.
Lo miro sin entender a qué viene todo esto. Nunca he visto a Erik tan exaltado. La imagen que tengo de él, de ese chico indiferente e irónico al que parece no importarle nada más allá de su trabajo, se ha desvanecido por completo en este preciso instante.
Le pongo una mano en el hombro para calmarlo, pero él se aparta de mí como si mi contacto le quemara.
—Ni se te ocurra tocarme —me espeta.
Aparto la mano, impresionada por su ferocidad.
—Pues explícame de una puñetera vez a qué viene todo esto —replico
yo.
Sus ojos castaños me fulminan.
—Los hombres de "El Apache" han venido a verte y tú ni siquiera me lo has contado, ¿en qué estabas pensando? —me reprocha, y puedo notar el brillo de la decepción en sus ojos.
—No.no sé. No creí que fuera importante —respondo desconcertada porque algo tan simple lo pueda afectar de esa manera.
Impulsa los brazos hacia arriba y alza la voz.
—¡¿No creíste que fuera importante?! —repite con inquina.
—No —admito sinceramente.
Erik da dos pasos y se coloca frente a mí. Su pulgar da un par de golpes en mi frente, y por un momento me siento tonta.
—Métetelo en esta cabecita. Si no me cuentas las cosas, es imposible que te proteja. Me exasperas, Sara.
Le aparto la mano de un zarpazo.
—No pensé que fuera tan importante. De haberlo sabido, te habría informado.
—No lo habrías hecho. Te crees que puedes manejarlo todo tú sola. Ese es tu gran problema —me espeta.
—Me desconciertas. No entiendo por qué te pones así. No me han dicho gran cosa.
—Déjame que yo lo decida.
Me encojo de hombros.
—El Apache quería verme —noto cómo Erik se tensa y sus ojos me fulminan—, antes de que digas nada, no he ido a verlo. No se me ocurriría hacer semejante locura.
—De ti me espero cualquier cosa —estoy a punto de responderle algo malsonante cuando él continúa—. Apostaré varios policías en tu casa. No voy a permitir que ese malnacido o sus hombres vuelvan a acercarse a ti
Sorprendida por su preocupación, le hablo con toda la calma del mundo.
—Erik, creo que estás sacando las cosas de quicio. El Apache no va a hacerme daño. Está en prisión.
—¿¡Y si te equivocas!? —estalla Erik. A continuación me coge de los hombros y me zarandea, hasta un punto que llega a asustarme. Sus ojos castaños y apasionados se clavan en los míos, y el brillo desolador que capto en su mirada golpea en mi interior.—. ¿Y si no tienes razón? ¿Y si te hace daño? Yo. ¡Maldita sea, Sara! Hazme caso aunque sólo sea por una vez en tu vida.
Su rostro está a escasos centímetros del mío, y su respiración jadeante se mezcla con la mía. La intensidad de sus palabras me abruma, y asustada, me alejo de él.
—Me estás asustando —le digo.
—Yo también estoy asustado —me responde mirándome a los ojos.
Me sobresalto ante sus palabras, y ambos nos quedamos callados, mirándonos y sin saber qué decir. Él parece volver a querer hablar, pero cuando sus labios se separan, los cierra de inmediato y se queda callado.
—Me desconciertas —digo al fin, pues no encuentro nada mejor para definir cómo me siento.
Erik permanece callado, e irracionalmente, deseo que el chico irónico y frío vuelva a aparecer, pues no sé cómo actuar ante este nuevo Erik que acabo de conocer.
—No quiero policías merodeando por casa de mis tíos —decido. —Sara. —me dice más calmado. —¡No hay Sara que valga! —exploto, alejándome de él. Doy un paso hacia atrás para meterme dentro de la casa. En las cuatro paredes en las que me siento segura.
—Realmente no sé a qué has venido —digo, con un hilo de voz. Voy hacia la casa pero la mano de Erik me detiene. —Si te pasa algo, yo. —su voz se quiebra.
Antes de que pueda continuar, me meto dentro de casa y cierro la puerta. No le doy tiempo a mi tía Luisa a que me pregunte por lo sucedido, pues corro escaleras hacia arriba y me encierro bajo llave en mi habitación.
¿Al fin y al cabo qué voy a decirle? Ni yo misma entiendo lo que acaba de suceder.