CAPÍTULO 16

LLEGO a la oficina cinco minutos tarde. Sandra me informa de que Mónica no ha llegado, por lo que me relajo. Me enseña mi escritorio, un despacho abierto junto al resto de despachos de la inmensa oficina. Uno de los pocos chicos de la redacción, al verme, viene a saludarme.

—Soy Víctor, encantado de conocerte.

—Lo mismo digo, yo soy Sara.

—Aquí todo el mundo te conoce —me explica, sin perder la sonrisa. —¿Ah sí? —pregunto asombrada.

—Eres la novia de Héctor Brown. La noticia corrió como la pólvora el otro día.

—Entiendo.

Genial, lo que me faltaba. Ahora todos pensarán que soy una enchufada.

—Estás en una redacción, aquí todos son un poco cotillas —bromea Sandra, para quitarle importancia al asunto.

—Se dice que no le has caído bien a Mónica. No te preocupes, no es muy difícil. Lo raro es caerle bien. Pero creo que a ti te ha cogido especial manía —me explica Víctor.

Trato de aparentar serenidad, pero lo cierto es que por dentro soy un amasijo de nervios.

—No tengo ni idea de por qué, la verdad —miento.

Veo llegar a Mónica, y todas las miradas se vuelven hacia ella. La redacción queda sumergida en completo silencio, y la mayoría se pone a escribir en su ordenador o a centrar su atención en el papeleo. La verdad sea dicha, Mónica es una mujer imponente. Lleva unas oscuras gafas de sol que ocultan su taladrante mirada, y está subida a unos tacones con los que yo sería incapaz de caminar con dignidad. Me quedo de piedra al percatarme de la persona que la acompaña.

¡Es Linda!

Son como dos Barbies. Muy rubias, con los ojos claros y las pestañas muy negras. Tendría que haberlo imaginado. Son tal para cual. Dos víboras deseando marchitar con su veneno mi pura e inocente alma.

Mónica llega hasta donde estamos los tres, y al reparar en Víctor y Sandra, los mira fijamente sin quitarse las gafas.

—¿No tenéis nada que hacer? —les espeta con tono brusco.

Ellos se largan sin mirar atrás, dejándome sola con las dos brujas.

¡Traidores!

—Santana, ven a mi despacho.

La sigo, sin quitarle ojo a Linda. Ella me sonríe dulcemente, o al menos, con lo que intenta ser una dulce sonrisa. Sus ojos afilados quieren decir otra cosa.

—Me alegro de verte, Sara.

Yo no digo nada.

—¿Qué tal estás, todo bien?

Imagino que desde que Héctor la puso en su lugar, quiere aparentar ser todo corazón y sonrisas conmigo. Lo siento, Linda. No cuela. —Genial —respondo de manera cortante.

—El otro día almorcé con Héctor, ¿no te lo dijo? Se nota que lo tratas bien, tiene un aspecto increíble —me dice, con una vocecita de mosquita muerta que se me atraganta.

Pues no, no me lo dijo.

Héctor y yo vamos a tener unas palabritas en cuanto lo vea.

—Me alegro de que te agrade su aspecto. A mí me fascina verlo al despertar todas las mañanas, a mi lado —la informo, dejando caer la información con mi voz más cantarina y dulce.

El rostro de Linda se turba ligeramente. Tal y como yo esperaba. Donde las dan, las toman. Estamos las dos paradas a la entrada del despacho de Mónica, retándonos con la mirada.

—¿Qué haces ahí parada, Santana? ¡Muévete!

Entro en el despacho. Mi jefa es todo amor.

—Imagino que Sandra te ha mandado el correo —echa un ligero vistazo a mi ropa—. Pasable. No voy a andarme por las ramas, soy una jefa exigente y no entiendo por qué te ha elegido Daniela. Aun así, la admiro como profesional y respeto su criterio. Pero si metes la pata, aunque sólo sea una vez, estás en la calle, ¿entendido?

—Claro como el agua —respondo, mirándola a los ojos y sin dejar que me amedrante.

Mónica se quita las gafas y me echa una mirada de: "te voy a joder todo lo que pueda y más...".

—Hoy es tu primer día, pero eso a mí no me importa. Si has trabajado para El Sur, imagino que sabrás lo que es la seriedad, ¿o es mucho suponer? En fin, no tengo muchas esperanzas puestas en ti. Tengo preparada tu primera entrevista. Hazlo bien, es una orden. Entrevistarás a Linda. Ella ya ha hecho el reportaje fotográfico, sólo le quedan las preguntas.

Mónica y Linda, mi peor pesadilla hecha realidad.

Como soy muy malpensada, y las miraditas que se echan las rubias me avecinan lo peor, creo que esto se trata de una encerrona orquestada por ellas. Mónica no me soporta. Linda quiere a mi novio. Ambas me odian.

Dispuesta a demostrarle a esas dos que para vencer a Sara Santana hace falta más que palabras, me dirijo a Mónica y le hablo en un fingido tono afable.

—¿Cuándo empezamos?

—Aquí y ahora.

Al percatarse de mi expresión de sorpresa, Mónica asiente con un brillo malicioso en los ojos.

—Sí, quiero verte trabajar en directo. Coge tu grabadora y haz las preguntas—me ordena Mónica.

Me quedo sin habla.

—¿No sabes qué preguntar? —sugiere Mónica, encantada de la vida.

Vale, no tengo ni idea de qué preguntar. Pero se supone que antes de entrevistar a un personaje te informan con mayor antelación. Así tienes tiempo para prepararte la entrevista.

¿Qué sé yo de modelaje? Que hay que estar delgada, ser guapa.

¡Guapa!

—Estaba pensando en que tienes muy buen aspecto. Las chicas como yo estamos acostumbradas a que nos digan que la genética y beber mucha agua son vuestros secretos, pero en serio Linda, ¿cómo te cuidas?

Dejo desconcertada a Mónica con mi desparpajo, quien no se esperaba esto. No es la típica pregunta de una entrevista, ¿pero qué puede interesar más a los lectores de Musa que los consejos estéticos de una modelo?

Linda aprieta los labios, rabiosa por mi ingenio. Se ve obligada a contestar a la pregunta, y yo grabo su respuesta. Dice lo típico. Habla de fruta, verduras, mucho ejercicio y una dieta sana y equilibrada. El cirujano ni lo mienta. Qué mentirosa.

Al oír la palabra dieta, le hago una nueva pregunta. Tal vez sea demasiado atrevida, pero tengo que poner toda la carne en el asador si quiero mantener mi recién adquirido puesto de trabajo.

—Hablando de comida; últimamente se han hecho grandes críticas a las pasarelas más importantes. Según el testimonio de algunas modelos, se han visto presionadas a adelgazar por debajo de su IMC, ¿qué opinas al respecto? ¿Te has visto alguna vez presionada en ese aspecto?

Dejo a Linda desconcertada. No se lo esperaba. Por el rabillo del ojo observo a Mónica, y veo que sonríe. Mi pregunta, sin que yo entienda el porqué, parece haberle gustado.

Linda responde a mi pregunta. Una respuesta un tanto evasiva. Yo la presiono con otra nueva pregunta acerca de la misma temática, pero ella vuelve a evadirse y a contestar lo gratificante que es trabajar como modelo. Al final, me doy por derrotada y la abordo con una nueva cuestión.

—Algunas personas creen que las modelos sois un tanto arrogantes. El mundo de la moda, con esa imagen inalcanzable, a veces ofrece ese aspecto. ¿Cómo eres en realidad?

Yo grabo su respuesta, aunque no la escucho. Yo sé cómo es Linda: una creída insoportable con ganas de tirarse a mi novio. El resto de su biografía me sobra.

Sigo haciéndole preguntas durante media hora, y al terminar, lo hago con una sensación de satisfacción. Lo he hecho bien. He sido profesional, y mis preguntas han sido interesantes y poco comunes. Linda se marcha con mala cara, y yo me quedo sentada en la silla, observando a Mónica.

—Buen trabajo, Santana. Pero todo no será así de fácil —me explica

Mónica.

—Me encantan los retos.

Estoy a punto de marcharme, cuando Mónica me detiene. —Tráeme un café con sacarina —me ordena. —Pensé que todo no sería así de fácil —me burlo. —Y una galleta baja en calorías —me ignora.

Me quedo parada, debatiéndome entre seguir a mis principios o arrojarlos a la papelera.

—¡Muévete Santana, tengo hambre! —me grita la reencarnación de

Satanás.

Me voy a la cafetería de mal humor. Ese no es mi trabajo, y ella lo sabe. Pero si me quejo, estoy en la calle. Paso el resto del día haciendo tareas absurdas. Le pido cita para la peluquería, le leo algunos informes y atiendo sus llamadas. Hago todo lo que debería hacer su secretaria. Mónica está disfrutando de lo lindo, y cuando todos sus caprichos de diosa quedan cumplidos, me tengo que poner a trabajar en la entrevista de Linda. Salgo la última de la oficina, ante la mirada compasiva de Sandra y Víctor.

Llego molida a casa. Cuando Héctor me ve, me saluda y señala el plato en la mesa.

—Esta vez no he llegado el último —bromea.

Me siento en la mesa y me pongo a comer, agotada por llegar a las once de la noche a casa.

—¿Qué tal el trabajo?

—Una maravilla —respondo con evidente sarcasmo.

—Se te ve encantada.

Yo dejo de comer y lo miro.

—En realidad, estoy encantada porque hoy he entrevistado a Linda. —Seguro que lo has hecho genial —dice, sin que yo pueda apreciar ningún signo de culpabilidad.

—¿Por qué no me dijiste que almorzaste con ella el otro día? —exijo

saber.

—No le di importancia. Almorcé con ella y varios amigos. Odette también estaba allí. No estuvimos solos. Suspiro aliviada. —Soy una malpensada.

—Ajá.

Él está de acuerdo.

Termino de comer, y abogo por hablar de lo que me dijo la otra noche. —Héctor, no quiero que Jason me siga. No te lo estoy pidiendo.

Él tuerce el gesto.

—Cariño, alguien intenta matarte. No me puedo quedar de brazos cruzados —trata de hacerme ver el peligro que corro.

—Voy y vuelvo en coche al trabajo. La urbanización tiene un vigilante de seguridad, y el aparcamiento de la oficina también. Héctor, el resto del día lo paso en casa. ¿Qué va a pasarme?

Él no parece tranquilo con mis palabras.

—¿No quieres que Jason te vigile?

—No.

—¿Te importa que sea yo quien lo haga? —me pregunta con suavidad. —¿A qué te refieres?

—Te acompañaré y te recogeré del trabajo. Así Jason no te vigilará, yo estaré tranquilo y ambos pasaremos más tiempo juntos, ¿qué te parece? Me lanzo a sus brazos y le devoro los labios. ¿Qué va a parecerme que mi novio me lleve al trabajo? —Héctor, te adoro cuando no eres un cretino.

Héctor me muerde el labio, me sienta en la mesa del salón y vuelve a besarme.

—Dame tiempo, nena. No voy a cambiar de un día para otro. —Entonces cambiarás algún día. —Por ti, lo que sea.

—¿Un masaje en la espalda? —sugiero. —Concedido.

—¿Ir a cantar a un karaoke?

—No quiero torturar a esa pobre gente con tu voz —se ríe.

Le doy un guantazo y me río.

—Como quieras. Pero yo no pienso cantar.

—Aburrido —lo ataco de broma.

—Esta vez no va a funcionar, mi amor.

—Tenía que intentarlo.

Héctor me da la vuelta y me hace apoyar las manos sobre la mesa. Me da un sonoro tortazo en el culo, me baja los pantalones y me arranca las bragas. Se acerca a mi oído y susurra.

—¿Quieres que te enseñe lo aburrido que soy?

—¡Sí!

Él entierra su boca en mi sexo, lamiéndolo de arriba abajo. Un dedo me penetra por el ano, mientras que las acometidas de su lengua me provocan jadeos de placer. Lo siento bajarse los pantalones y liberar su erección, que se coloca en la entrada de mi ano. Héctor pasa la punta de su pene por mi hendidura, y se humedece. Así, me penetra por detrás lentamente. Me coge de las caderas, y yo apoyo mi estómago en la mesa. Poco a poco, se introduce en mí, hasta que me penetra por completo.

La presión es increíble. Una sensación deliciosa. Él bombea dentro de mí, se agarra a mis glúteos y me da un sonoro cachetazo. Su respiración calienta mi espalda, y su mano derecha va a parar a mi moño. Lo desata con brusquedad, y mi cabello queda suelto. Su puño agarra mi pelo, lo retuerce y tira de mi cabeza hacia atrás. Su otra mano va directa a mi clítoris, acariciándolo. Perturbándome.

—Eres tan estrecha..me vuelves loco —dice con voz tensa.

Yo suspiro cuando sus embestidas se hacen más furiosas. Descontroladas.

—Me haces perder el control. Y no es justo, Sara, porque estoy acostumbrado a tenerlo siempre.

Se corre dentro de mí lanzando un grito gutural, y yo caigo en sus brazos extasiada por el placer.

—Tengo la impresión de que contigo no hay límites, cariño.

Una hora más tarde, de madrugada, estamos preparando tortitas en la cocina. Estoy sentada en la encimera, con el bol que contiene la masa sobre mi regazo y una cuchara sopera. De vez en cuando tomo una cucharada, mientras Héctor cocina las tortitas en la sartén.

—Adoro cocinar juntos. Tú te comes la masa cruda y yo hago todo el trabajo —me echa en cara, sin perder la sonrisa.

Lo veo feliz. Tranquilo y relajado, con el torso desnudo y unos vaqueros desgastados que le caen sobre la cadera. Me gusta verlo así: despeinado y descalzo, cuando esa fachada de pétrea firmeza desaparece, y en lugar de Héctor Brown, es sólo Héctor, el chico que me prepara tortitas a las doce de la noche, se ríe al ver la reposición de Friends y me folla sobre la encimera de la cocina. Ese es el Héctor que a mí me enloquece.

—No sé cocinar. Y Ana no me deja ayudarla. Así no conseguiré aprender nunca —me defiendo.

—Estoy seguro de que Ana tiene una buena razón.

Enarco una ceja, de manera inquisitiva.

—Ella teme que quemes la cocina.

—¡Qué tontería! —protesto indignada.

Él parece recto en su convicción, como si en realidad, estuviera hablando totalmente en serio. Se acerca a mí, me coge del trasero y me tumba con la espalda apoyada en la piedra de la encimera y las piernas rodeando su cintura.

—Eres un peligro, nena.

Sus ojos brillan provocativos, y sus manos me agarran la nuca, llevando mi boca directa a la suya. Me muerde el labio inferior, tirando de él y obligándome a responder a su beso feroz. Su lengua toma mi boca con desesperación, y suelta un gruñido áspero cuando se separa de mí, y coge el teléfono móvil de su bolsillo, que está sonando. Está a punto de lanzarlo contra la pared, pero observa la pantalla, refunfuña y lo coge. Sé que cuando está conmigo, él me trata como una prioridad, por lo que imagino que debe de ser importante.

—¿La has encontrado? Entiendo, ¿no puedes hacer nada? Insístele, dile que la ayudaré en todo lo que necesite, pero quiero hablar con ella. ¡Me importa una mierda si es imposible, Jason, consigue que se ponga en contacto conmigo!

Héctor frunce el entrecejo durante toda la conversación, me mira a mí mientras habla y tiene una mano colocada sobre mi muslo. Cuelga el teléfono, suspira y se queda callado.

—¿Sucede algo malo?

—Más o menos. Una buena y una mala noticia.

—La buena primero —le aconsejo.

—He dado con el paradero de Claudia.

Asiento, tratando de asimilar lo que me acaba de contar. Ahora soy yo la que me quedo callada.

—La mala noticia es que se niega a hablar conmigo. Cree que yo sigo siendo amigo de su exmarido por unas fotos que vio en Internet, y en cuanto ha sabido que quiero hablar con ella por el tema de Érika, ha colgado a Jason. Ella ignoraba que Érika estuviera muerta, y parece que eso la ha afectado.

—Necesito hablar con ella —le pido ansiosamente.

Héctor pasa su pulgar por mi mejilla, en un gesto comprensivo y lleno de afecto.

—No puedo obligarla, Sara. Tienes que comprenderlo. —Lo sé.

Trato de ser racional. Aunque en el fondo, mi egoísmo por encontrar al asesino de mi hermana está por encima de terceras personas.

—Haré todo lo que esté en mi mano para convencerla. Te lo juro. Quiero hacerte feliz. Esa será siempre mi mayor prioridad.

Me abrazo a su torso desnudo y escondo la cabeza en su pecho. Aspiro su olor, que es demasiado bueno y me eclipsa.

—Ya me haces feliz, Héctor —le digo emocionada.