CAPÍTULO 28
ABRO la puerta de casa tratando de hacer el menor ruido posible. Me quito los tacones y los llevo en la mano, ando de puntillas y enciendo la luz de la entrada. Nada más llegar al salón, me encuentro con la cara descompuesta de Héctor.
—¡Sara!
Corre a abrazarme pero inmediatamente se detiene.
—¿Dónde has estado? Has pasado la noche fuera y Jason dijo que te dejó en el trabajo. Tu jefa me informó de que deberías haber llegado del trabajo por la noche. ¡No tienes ni idea de lo preocupado que he estado!
—Estás muy informado de todos mis movimientos, así que no tienes de qué preocuparte —le respondo fríamente.
La cara de Héctor se contrae y se refleja en ella cierto malestar, hasta que se percata de mi aspecto. Echa una mirada rápida a mi vestido, mis tacones en la mano y mi maquillaje estropeado.
—¿Has estado de fiesta?
Su voz está marcada por el tono acusador.
—¿Importaría mucho si te digo que no? Tuve que ir a la fiesta de los premios de la MTV. Me quedé encerrada en un ascensor y no pude salir hasta hoy por la mañana.
—¡Podrías haber llamado! —me recrimina alterado.
Saco su teléfono móvil de mi bolso y se lo tiro a la cara.
—¿Adónde? Linda no dejó de llamar a tu maldito teléfono. La encontré en la fiesta, y dijo que lo pasó estupendamente comiendo fresas con chocolate contigo en el Ritz. No te atrevas a recriminarme nada porque mientras yo he estado encerrada toda la maldita noche en un ascensor tú has estado con ella en la habitación de un hotel ....haciendo...¡A saber lo que habréis estado haciendo!
Héctor ni siquiera parece afectado por mis palabras.
—No estuve comiendo fresas con chocolate con Linda en la habitación del Ritz —me explica, y su manera de decirlo hace que algo así suene absurdo.
Mi cuñada Laura con Zoé en brazos, seguida de otra figura femenina, baja las escaleras. Laura me abraza.
—¿Lo ves? Te dije que no le había pasado nada.
Yo sólo tengo ojos para la otra figura femenina: Odette.
La miro sorprendida.
—Odette, ¿qué haces aquí?
Su aspecto enfermizo me alarma. Tiene ojeras y la piel más pálida de lo normal. Además, parece haber adelgazado, lo que no ha sentado demasiado bien a su ya de por sí esbelta figura.
—Es una larga historia... —comenta sin ganas.
Yo ignoro a Odette, aún sigo demasiado enfadada con Héctor como para olvidar las fresas con chocolate del hotel Ritz. Me acerco a él, lo cojo de la camisa y le hablo al oído para que nadie más pueda oírlo.
—No tienes ni idea de lo humillada que me he sentido. Merezco una explicación.
—No la tendrás. Es algo que sólo me incumbe a mí. Entiéndelo. Lo miro anonadada.
¿Se supone que tengo que conformarme con eso?
Al parecer, no hablo tan bajo como yo me creía, puesto que Odette se interpone entre Héctor y yo, me coge la mano y me dice:
—Héctor no te ha engañado, todo esto ha sido culpa mía.
—Odette, no es necesario que le cuentes nada a Sara. Es tu vida. Ella tiene que confiar en mí.
—Y yo he decidido confiar en ella. Voy a quedarme unos días con vosotros, así que será mejor que le cuente la verdad.
No entiendo a qué se refiere, pero por la expresión de su rostro lleno de amargura, imagino que se trata de algo que la hace sufrir. Guardo silencio y la miro comprensivamente.
—La otra noche estaba en el hotel Ritz. Dio la casualidad de que Linda estaba por allí y me encontró en un estado lamentable. Le rogué que no llamara a mi familia, y ella decidió avisar a Héctor. Cuando Héctor llegó, me llevó al hospital y estuvo toda la noche conmigo. No se separó ni un minuto de mí. Puedes estar segura de que no comió fresas con chocolate en compañía de Linda.
Yo le cojo la mano a Odette. Su piel está temblorosa y húmeda. —¿Qué es lo que te pasa, estás enferma? —Podría decirse que sí —se lamenta.
En su voz hay una latente humillación que no me pasa desapercibida. Ella se recompone, alza la barbilla y recupera parte de la entereza de la mujer francesa que yo conocí.
—Soy una adicta a la heroína desde que tenía quince años.
No sé qué decir, por lo que opto por quedarme callada. Su confesión me ha pillado desprevenida. No esperaba que Odette, la bella y delicada Odette, fuera una adicta a las drogas.
Laura le toca el hombro.
—Odette, tienes que descansar.
Las dos suben las escaleras y nos dejan solos. Héctor me mira con rabia, como si yo no tuviera derecho a escuchar lo que Odette acaba de revelarme.
—No me mires así. Ella ha decidido confiar en mí, aunque tú no seas capaz de hacerlo.
—Te equivocas. Estoy de acuerdo en que Odette puede confiar en quien le dé la gana. Eres tú la que hoy se ha equivocado. Pensabas que estaba comiendo fresas con chocolate con Linda, ¡eso es absurdo!
Me muerdo el labio, bastante arrepentida.
—La culpa ha sido de ella. Me ha provocado.
Héctor me agarra la mano.
—¿Confías en mí?
Yo sonrío. El enfado que sentía se ha evaporado. —Sí, ¿y tú, confías en mí? —Ciegamente —me responde.
Yo hundo la cabeza en su pecho aunque no consigo relajarme por completo. Mañana, a primera hora, podré descubrir si él confía en mí tal y como afirma en este momento.
—He estado muy preocupado por ti. Te busqué por todo Madrid y puse a varios hombres en tu búsqueda.
En la cara de Héctor luce el agobio más absoluto. Mi pobre hombre, él parece sincero en sus palabras.
—He estado encerrada en un ascensor. Por eso no he podido llamarte. No he estado sola, ¿quieres saber quién había conmigo?
Le doy la oportunidad de que me lo pregunte para que yo pueda observar su reacción. Él no parece interesado y me abraza. Me relajo al sentir su cuerpo junto al mío. Tal vez diga la verdad y haya aprendido a confiar en mí.
Nos besamos y Héctor me coge de las caderas y me sube encima suya, con mis piernas rodeándole la cintura. Sin darme tiempo a reaccionar, me mete en el baño de invitados y echa el pestillo. Aún conmigo en brazos, me mete en la bañera y abre el grifo del agua caliente. Suelto un suspiro de satisfacción cuando el agua caliente masajea mis doloridos pies.
—Tienes un aspecto lamentable.
Señala a mi rostro, lleno de churretes a causa del maquillaje corrido. Yo alzo los brazos para que él me quite el vestido. Luego hace lo mismo con mi ropa interior. La bañera se llena por completo y Héctor me obliga a echar la cabeza hacia atrás para lavar mi cabello. Me encanta que él sea tan atento conmigo, y él se toma todo el tiempo del mundo en lavar cada poro de mi piel. Sus manos recorren mi cuerpo y se detienen en mi hendidura. Me acarician por encima de mi humedad, y yo abro las piernas para darle un mejor acceso. Cierro los ojos cuando siento sus dedos pasar por los pliegues de mi vagina. Héctor tan sólo me acaricia, pero eso consigue que yo me empape. Mis pezones se vuelven tensos y afloran por encima del agua. Héctor los acaricia con su mano libre. Nada más sentir el contacto de su pulgar, hace que yo enmudezca y entrecierre los ojos. Él me besa mientras me acaricia. Su lengua va devorando cada recoveco de mi boca. Yo quedo expuesta a él. Abierta y desinhibida. Atrapada en el placer de sus manos expertas. Me voy en un orgasmo que deja todo mi cuerpo laxo, y Héctor me saca de la bañera y me envuelve en una toalla que yo rechazo, dejándola caer al suelo del baño. Con mi cuerpo húmedo y excitado, me acerco a él y le rodeo el cuello con los brazos.
Héctor pasea sus manos ávidas por mis pechos, los coge y se los lleva a la boca. Yo jadeo y le pido más. Él me sienta en la encimera del cuarto de baño, me abre las piernas y comienza a pasar su lengua por mi hendidura. Me clavo el grifo del agua en la espalda cuando me retuerzo de placer, pero eso no me importa.
—¡Más.oh.sí!
Él me penetra con dos dedos que se empapan de mi humedad. Los arquea buscando mi punto más débil, y cuando lo encuentra, yo sollozo de placer y mi cuerpo se llena de espasmos que me retuercen.
Estoy a punto de llegar al clímax cuando un rostro que no debería aparecer en mi mente, y mucho menos en este momento, me habla en el silencio de mis pensamientos. Su lengua pasea por mi cuello y sus palabras me hacen temblar.
"El amor no debería hacerte daño. El amor debería hacerte feliz".
Me agarro a Héctor y le clavo las uñas en la espalda, pidiéndole que me penetre con un tercer dedo. Eso no me hace olvidar a Mike, ni a lo que él me dijo.
¡Maldito Mike! Desaparece de mi vida. ¡Gilipollas! ¿Por qué sus palabras me han hecho dudar?
Amo a Héctor, de eso estoy segura...pero su amor...las constantes discusiones.me duele. Me duele amar a Héctor. Me duele pensar que puedo separarme de él.
Cierro los ojos y trato de hacerlo desaparecer de mi mente.
Mike coge mi clítoris entre sus labios, tira de él y me hace gemir. Yo hundo los dedos en su pelo y lo insto a que me folle con la boca. Él lo hace. Aprieta su boca sobre mi sexo y me grita cosas obscenas. Joder, me pongo a cien. Me encanta lo que me hace.
Me gusta.
Me gusta lo que me ofrece.
¡Sí Mike, así! ¡Esto es lo que quiero!
¡Mike!
Abro los ojos de par en par y me llevo la mano a la boca. No, gracias a Dios no he hablado en voz alta. Siento un gran malestar en el estómago que me impide disfrutar del orgasmo que me provocan las manos de Héctor.
¿Por qué ha tenido que aparecer Mike para hacerme dudar de lo que tengo con Héctor?
Me doy la vuelta, enterrando mi cabeza en la encimera para que Héctor no vea la expresión de mi rostro. Él no se merece esto. Ninguno de los dos nos merecemos esto. Un amor que nos haga sufrir. Una relación en la que nos estamos haciendo daño.
Me trago las lágrimas que intentan aflorar por mis ojos.
¡Quiero a Héctor! ¡Amo a Héctor!
Mañana....mañana sabré si él confía en mí. Si nuestra relación tiene futuro. Quiero que tenga futuro. Deseo con todas mis fuerzas que ambos podamos ser felices.
Héctor me coge de las caderas y me penetra. Su polla bombea dentro de mí y yo jadeo. Me agarro a la encimera y me dejo llevar. No logro disfrutar del todo. Mi dicha es agriada por sus palabras. Por esas palabras.
"El amor no debería hacerte daño. El amor debería hacerte feliz".