CAPÍTULO 27

—¿SE puede saber por qué te busca ese hombre? —le recrimino a Mike.

Él se abrocha la camisa y se peina, mirándose al espejo. Se limpia el resto de carmín de su cuello, y cuando me percato, suelto un bufido de irritación.

—No tenía ni idea de que Caty Savannah estaba saliendo con un boxeador —se disculpa.

Caty Savannah es la nueva cantante de moda. Pechos grandes, cintura de avispa y moreno de rayos uvas. Para que te hagas una idea.

—Eres un cerdo, ¿no te importa destrozar relaciones ajenas?

Él me mira asombrado.

—No tengo la culpa de que las mujeres me encuentren irresistible. Yo me río abiertamente.

—¿Y qué hacías tú gritando que iban a matarte?

—El gorila de la entrada no atiende a razones. Carece de neuronas.

—¿Dónde está tu identificación? —se interesa.

—Una modelo neoyorkina me la ha robado después de que yo le... —busco las palabras correctas— pidiera amablemente que deje en paz a Héctor. Linda. una zorra, ¿la conoces?

—¿Me la presentas? —sugiere.

Yo pongo los ojos en blanco, pero el gesto no me dura demasiado. El ascensor se detiene abruptamente, lo que no sugiere nada bueno. Mike y yo nos miramos, a continuación observamos la pantalla del ascensor y luego volvemos a mirarnos.

—No puede ser. —me echo las manos a la cabeza—. Menudo día de mierda que llevo.

—El mío estaba siendo bueno hasta que te vi. Me has pegado tu mala

suerte.

Lo ignoro y pulso el botón de apertura de las puertas sin que pase nada. Hay una pegatina con el número del servicio técnico, por lo que saco mi teléfono móvil y marco el número. Me percato de que no tengo cobertura y se lo muestro a Mike. Él me enseña su teléfono. Ninguno de nosotros tiene cobertura.

—¿Quién sería el imbécil que pondría una pegatina de servicio técnico en un ascensor? ¡Nunca hay cobertura dentro de un ascensor! —protesto alterada.

Mike me coloca una mano conciliadora en el hombro, lo que supongo que es para infundirme ánimo. Entonces habla.

—¿Quieres dejar de quejarte? Me estás contagiando tu negatividad.

—¡No me habría quedado encerrada si no te hubiera seguido! Todo esto es culpa tuya —le recrimino.

A él no parece importarle. Se sienta en el suelo del ascensor, con la espalda pegada a la pared y los ojos fijos en el techo.

—¿Qué haces?

—Sentarme y esperar. Tarde o temprano se darán cuenta de que estamos

aquí.

Yo me quedo de pie, negándome a seguir su conducta. Al final, viendo lo absurdo de estar de pie encerrada en un ascensor, me siento a su lado. Pasamos más de una hora sin dirigirnos la palabra. Yo sumida en mis pensamientos y enfurruñada con el mundo. Él, no tengo ni idea de lo que piensa, la verdad. Al final, Mike se vuelve hacia mí y me habla.

—Ya que vamos a estar aquí encerrados durante bastante tiempo podríamos dirigirnos la palabra.

—No tengo nada que hablar contigo.

Mike pone mala cara, pero no dice nada. Yo me arrepiento de ser tan grosera en el momento en el que las palabras salen de mi boca. En fin, le debo a Mike no haber perdido mi trabajo. Puede que él sea un cretino mujeriego, pero mi novio tampoco se queda atrás. Ha pasado una noche con Linda en el hotel Ritz, y a saber lo que habrán hecho. Y por si fuera poco, golpeó a Mike sin razón alguna.

—Lo siento. Podríamos charlar y tratarnos cordialmente.

Mike no parece agradado por mi intento de conciliar la situación. Sé que mi mal carácter ha terminado por enfadarlo.

—No, tienes razón. Será mejor que nos ignoremos. Consigues que acabemos enfadados siempre.

—¿Y eso es culpa mía?

—Lo es. Tú estás decidida a pensar lo peor de mí, y no habrá nada que te haga cambiar de opinión.

—Huir del novio de tu nueva amante no causa buena impresión. No es culpa mía que tus actos sean tan censurables.

—Te aseguro que no le puse una pistola en el pecho a Caty Savannah para que se acostara conmigo. Ella sabía lo que hacía. Yo soy un hombre libre, ¿por qué tengo que preocuparme de la conciencia de los demás?

Él tiene razón. Mike es un hombre atractivo por el que las mujeres suspiran. No tiene que pedir perdón por ello.

—Supongo que tienes razón. Hoy he tenido un mal día. Olvida lo que he dicho.

—¿Quieres hablar de ello? —se interesa.

Quizá mi cambio de opinión le haya disipado el enfado, pero el caso es que mi vecino, al cual considero un ser frívolo, parece estar hablando en serio, como si en realidad le apeteciera escuchar lo que me pasa.

—No, prefiero no hablar de ello.

Mike no insiste, y ambos volvemos a sumirnos en otro largo silencio. Yo opto por romperlo con lo primero que se me viene a la cabeza.

—Me gusta Apocalypse. Siendo sincera, me encanta Apocalypse. Tengo todos vuestros discos, pósteres, camisetas, tazas.

Mike no se burla de mí, como yo hubiera esperado. Él me sonríe. Es una sonrisa de agradecimiento.

—Me alegro de que te guste.

—Cuando me tiraste a la carretera aquel día no estaba de buen humor. Creo que en cualquier otro momento te hubiera pedido un autógrafo.

—Casi nunca pareces de buen humor. No es una ofensa, sólo una aclaración—puntualiza.

—No importa, es verdad. Últimamente no estoy pasando por mi mejor momento.

—Sin embargo, pareces enamorada.

—Lo estoy —le aclaro.

—No quiero meterme donde no me llaman, pero el amor no debería hacerte daño. Debería hacerte feliz, y cuando te miro, no pareces una persona feliz.

Lo que me dice me afecta, y no porque se trate de un tema que a Mike no le competa, sino porque, en el fondo, y aunque me cueste aceptarlo, tiene razón.

—¿Alguna vez has estado enamorado?

—No —responde con naturalidad, como si fuera lo más normal del

mundo.

—¡¿No?!

Él se encoge de hombros, restándole importancia.

—A ver, tienes veintisiete años.

—Has leído mi biografía —comenta burlonamente.

Sí, la he leído. Yo le hago caso omiso y continúo.

—¿Cómo puedes hablar de amor en tus canciones cuando nunca has estado enamorado?

—No es tan difícil. Hay muchas clases de amor. Yo amo a mi familia y a mis amigos.

—¿Nunca te has interesado por alguien?

—¿Te habías interesado tú por alguien antes de que Héctor Brown llegara a tu vida?

No se me pasa por alto el tono de rechazo con el que menciona su nombre.

—No —me sincero.

—Yo nunca he mirado a nadie como tú miras a Héctor. Hay cierta amargura en su voz, como si en realidad, él deseara encontrar a esa persona especial que le cambiara la vida. ¿Será Mike Tooley un sentimental?

Imposible.

—Así que eres fan de Apocalypse —comenta.

—No te rías —lo amenazo.

Él no lo hace. Sólo me mira fijamente y dice:

—Si te hubiera conocido en otro momento y me hubieras pedido un autógrafo, te habría pedido una cita.

Mike se acerca a mí y yo retrocedo instintivamente. Lo que ha dicho me pone nerviosa. Muy nerviosa.

—Qué mentiroso —bromeo, tratando de restarle tensión al momento.

—No miento —asegura—, hay algo en ti. "Hay algo en ti".

Esas palabras me dejan descolocada. Y no es sólo lo que puedan significar, sino el tono en el que se ha expresado. Uno oscuro que me lleva a desear preguntarle qué es lo que hay en mí. No lo hago, rogando que las puertas del ascensor se abran y yo pueda escapar de allí.

—¿No quieres saber lo que es?

Vuelve a utilizar ese tono provocativo, unido a esos apasionados ojos azules que me impulsan a perderme en su juego. Yo le hablo con franqueza.

—En este momento estoy muy enfadada con Héctor, y creo que cualquier cosa que me digas podría hacerme cometer una locura. No sería justo. —¿Por qué no? —Porque sé que lo quiero.

Mike apoya la cabeza en el cristal del ascensor, cerrando los ojos y sumiéndose en sus pensamientos. Es imposible saber qué es lo que lo absorbe en ese momento.

Yo cierro los ojos, dejo la mente en blanco y me quedo dormida.

Me levanto con la cabeza en el hombro de Mike. Miro el reloj y constato que son las siete y media de la mañana. Él está dormido, por lo que trato de moverme sin hacer el menor ruido. Entonces escucho unos pasos que se acercan y lo zarandeo. Mike abre un ojo y protesta con voz ronca.

—¡Estamos aquí, ayuda, nos hemos quedado encerrados!

Mike se levanta de golpe.

—¡Eh, ayuda!

Ambos gritamos y los pasos se acercan.

—Tranquilos, voy a buscar algo con lo que abrir la puerta —nos dice una voz masculina.

Pocos minutos después se acercan varios pasos. Desde fuera intentan hacer palanca para abrir la puerta, y poco a poco, la puerta va cediendo hasta que se abre. Luces de cámaras me ciegan cuando estoy a punto de salir, y oigo maldecir a Mike en voz alta, mientras yo sigo sin comprender lo que pasa. Hasta que mis ojos se acostumbran a la luz exterior y puedo observar con claridad a los periodistas. Las cámaras nos graban y los periodistas nos acorralan. Mike se

abre paso y me ofrece una mano que yo cojo sin dudar para salir de allí.

Los periodistas nos agolpan, nos ponen los micrófonos en la boca y nos cierran el paso. Uno de ellos se acerca a mí.

—¿Qué tiene que decir de esto, señorita Santana?

¿Cómo sabe mi nombre?

—Nos hemos quedado encerrados en el ascensor, ¿qué quiere que le diga? —le espeto de mal humor. Los periodistas se ríen.

—Es usted la novia de Héctor Brown y acaba de ser grabada por nuestras cámaras con Mike Tooley en un ascensor. ¿Qué tiene que decir a eso?

Palidezco al entender el lío en el que me he metido. Mañana a primera hora una fotografía mía estará en el titular de todos los periódicos. Siento ganas de vomitar y me mareo. Mike me agarra y empuja a un periodista que se acerca a grabarme.

—¡Iros a la mierda! —les grita.

Nos abrimos paso entre la avalancha de periodistas hasta que logramos llegar al aparcamiento. Yo no he traído coche, y le echo una mirada desesperada a Mike, quien sin importarle el resto de periodistas, me abre la puerta del copiloto de su coche y se monta rápidamente. Pone el coche en marcha, aprieta el acelerador y los deja atrás. Yo me miro en el espejo. Tengo el pelo revuelto, el maquillaje estropeado y el vestido arrugado. Me hago una idea de la imagen que tengo que dar. Por si fuera poco, he sido pillada en un ascensor con Mike Tooley. Mi vecino, y ahora, supuesto amante.

Me echo las manos a la cara, a punto de llorar. Esta situación me supera. Yo soy periodista. Jamás he sido el objetivo.

Mike me pone una mano en la rodilla y me mira preocupado, entendiendo el problema en el que me encuentro.

—Tranquila, sobrevivirás a esto.

Él no parece preocupado por lo que puedan decir de él.

Yo no contesto. Siento unas ganas terribles de llorar que se acumulan en mi garganta. Mike me coge la barbilla y me obliga a que lo mire. En su cara existe la determinación más absoluta.

—Eh, no te preocupes. Tú y yo sabemos la verdad, y dentro de ese ascensor no ha pasado nada. No le des el placer de hundirte a esos buitres.

—Pero Héctor.

—Héctor tendrá que entenderlo.