CAPÍTULO 34

—¡SARA! ¿Qué hacías con Mónica? Toda la redacción ha estado comentando vuestra salida nocturna —me comunica Sandra al llegar a casa.

—¿Y qué decían, que somos lesbianas? —me burlo.

No, obvio que desde que aparecí en los medios de comunicación por el incidente en el ascensor, algunos de mis compañeros de trabajo me ven más como un objetivo a cazar y sobre el que especular que como una compañera de profesión. A esto he decidido responder con indiferencia y grandes dosis de humor.

—Sólo hemos estado charlando. Mónica es una buena tía. Sandra se muestra reticente.

—¿Una buena tía? Desde que la conoces la has descrito de mil formas, pero nunca como una buena tía.

—Las primeras impresiones engañan —le aseguro.

—No sé. Mónica es una buena jefa. Es justa y exigente, pero la redacción no la traga.

—¿Qué tal se ha portado mi sobrina? —le pregunto para cambiar de

tema.

—Genial, ya se ha dormido. Como siempre, abrazada a su muñeco del monstruo de las galletas. Es un amor, aunque sigue sin decir una palabra.

—Los profesores dicen que tampoco habla en el colegio. Me preocupa que no lo haga. Tiene cuatro años.

—Se está adaptando, no te preocupes.

Eso espero, me digo a mí misma. Cada vez estoy más preocupada por el comportamiento de observadora no activa que mi sobrina mantiene con el resto del mundo.

—Casi se me olvidaba. Ha llegado un correo para ti —me informa

Sandra.

Abro el sobre que Sandra me tiende. Hay una nota y dos entradas para el concierto de Apocalypse.

"Te espero en el backstage después del concierto. Mike".

A pesar de su brevedad, leo la nota un par de veces. No puedo evitar que los nervios se acumulen en mi bajo vientre y que mis mejillas se ruboricen. No sé cómo lo hace, pero Mike tiene razón. Él me pone nerviosa. Me pone nerviosa incluso sin estar a mi lado, con una simple carta y dos entradas para un concierto.

Ya es hora de pasar página, me digo.

—¿Quieres venir a un concierto mañana? —pregunto a Sandra.

Esta noche es el concierto de Apocalypse al que Mike me ha invitado. Las entradas del concierto se agotaron en la primera semana que salieron a la venta, y con lo que me gusta el grupo, voy a disfrutar como una enana. Sandra, por su parte, está tan nerviosa que tengo que pedirle que se calme. Yo no estoy nerviosa por ver a Apocalypse, sino por volver a ver a Mike.

—¿Estás segura de que tu prima es lo bastante responsable para cuidar de Zoé? —le pregunto por enésima vez.

Me preocupa dejar a mi sobrina con una extraña.

Sandra suspira y pone los ojos en blanco, pero al percatarse de mi cara de angustia, intenta tranquilizarme.

—Violeta tiene veintidós años y es estudiante de Magisterio infantil. Está acostumbrada a trabajar como canguro y todos los niños de mi familia la adoran. Te aseguro que dejas a Zoé en buenas manos.

No me quedo tranquila hasta que Violeta llega a la hora convenida y puedo observar con mis propios ojos que no es una cocainómana "robaniñas" disfrazada bajo el aura celestial de canguro. Después de constatar que Violeta parece buena chica y de que Zoé se queda encantada cuando ella le enseña el dvd de Barbie Rapunzel, mis preocupaciones se evaporan.

—Mi sobrina no habla, pero es una niña obediente y tranquila. Si surge algún problema, llámame a este número.

Le tiendo una tarjeta en la que he escrito mi número de teléfono.

—No te preocupes, ¡que os divirtáis!

Lleno de besos el rostro de Zoé antes de irme, por lo que Sandra me tiene que llevar a rastras hasta la salida. Vamos a montarnos en el ascensor cuando una mujer morena sale del mismo. Ambas nos miramos sorprendidas.

—¡Claudia! —la saludo.

—Sara, ¿qué haces por aquí?

—Vivo aquí desde hace unos días.

Claudia se queda momentáneamente desconcertada, pero agradezco que no haga observación alguna al respecto de mi nuevo domicilio. Hoy he salido para despejarme, y pensar en Héctor no me hace ningún bien.

—Yo me mudé aquí hace un par de días. Qué bien que seamos vecinas. Si quieres podemos tomar café un día de estos —me dice.

—Me encantaría.

Me despido de Claudia sin poder evitar el malestar que se agolpa en mi estómago. Desde que la conozco, Claudia me produce sensaciones contradictorias. Por un lado, agradezco su cariño sincero hacia mi hermana. Sin embargo, eso mismo hace que el recuerdo de Érika vuelva a mi memoria, y eso me hace daño.

Llegamos al concierto de Apocalypse quince minutos antes de la hora convenida. No tenemos problemas en encontrar un sitio desde el que visualizar al grupo, puesto que Sandra y yo estamos de acuerdo en no querer jugarnos nuestra integridad poniéndonos en primera fila del campo de batalla que se ha formado alrededor del escenario. Además, las miradas de soslayo que me lanzan algunas chicas no me pasan por alto. Saben que soy Sara Santana, esa chica que durante la última semana ha sido portada de numerosas revistas al lado de Mike Tooley, el vocalista de la banda de rock a la que adoran.

La banda aparece en escena y los gritos del público no se hacen de rogar. El espectáculo comienza con un solo del guitarrista del grupo, Kevin McDonald. Los focos de luz iluminan el escenario. Mike aparece el último, y los gritos del público se hacen más fuertes. Lleva unos vaqueros desgastados y una cazadora de cuero negro. Durante más de dos horas su voz rasgada seduce el oído del público.

Al final del concierto, Mike agradece a todo el público su presencia y se despide cantando la canción con la que Apocalypse se dio a conocer por primera vez hace cinco años. El público aplaude enloquecido, las luces se apagan y el concierto termina.

Sandra y yo esperamos a que el auditorio se quede vacío para acercarnos a la zona del backstage. Yo dudo, pero la insistencia de Sandra me lleva a aceptar la invitación de Mike. Dos fornidos porteros franquean la puerta, lo que me recuerda al gorila que fue el causante de todos mis problemas desde hace, exactamente, ocho días.

—¿Sara Santana? Mike te está esperando en el backstage —el portero nos abre la puerta sin ponernos impedimento alguno.

Sandra se ríe histéricamente y yo sonrío al ver a Mike reunido con el resto del grupo. Voy a saludarlo y olvido a Sandra, quien está embobada mirando al batería de Apocalypse.

—Buen concierto —le digo.

Lo saludo con un beso en cada mejilla y saboreo la calidez de su piel. Mike huele genial, como si no hubiera pasado dos horas cantando y tocando la guitarra.

—Pensé que no vendrías. Te he estado buscando durante todo el concierto.

—¿En serio? Creo que estabas más concentrado en la chica de la primera fila—bromeo.

Mike se acerca a mi oído, y nuestros rostros se rozan a escasos centímetros. Ahora puedo percibir mejor su olor. Una mezcla de cítricos que me abruma y me impulsa a pensar cosas malas. Muy malas...

¡Stop! Me digo a mí misma.

—Sabes que no es verdad —me dice con voz provocadora. El vello de mi piel se eriza y yo me estremezco al notar la calidez de su aliento sobre mi oído.

—¿Qué, no vas a presentarme al resto del grupo? —pregunto con excesivo entusiasmo, tratando de ocultar lo nerviosa que él acaba de ponerme.

—Claro.

Mike hace las presentaciones oportunas, aunque al batería lo omite. Él y Sandra están demasiado ocupados charlando íntimamente. ¡Quién lo hubiera imaginado! Mi tímida amiga Sandra no parece nada reservada esta vez, y para mi sorpresa, ambos deciden marcharse juntos olvidándose de nosotros.

—Sara, déjame decirte que eres tan encantadora como Mike me contó —me informa Kevin.

—Estoy segura de que encantadora no fue la palabra con la que Mike me describió.

Todos nos reímos.

Nos vamos a un pub cercano en el que el grupo tiene un reservado. Todos los chicos de la banda me caen bien. Son buenos amigos y se hacen bromas continuas los unos a los otros. Algunas chicas se cuelan en el reservado y Mike pide que las dejen pasar, aunque en realidad no les presta atención alguna. Él y yo charlamos sobre cosas triviales y para cuando quiero darme cuenta, el resto del grupo se ha esfumado con alguna compañía femenina. Mike y yo nos quedamos solos.

Rehúso otra copa cuando Mike pide una para él. El alcohol y Mike no son una buena combinación para mí. Ambos estamos sentados demasiado cerca el uno del otro. La rodilla y el brazo de Mike rozan los míos, y hablamos en un tono excesivamente bajo e íntimo para estar tan cerca.

—Es imposible que vaya a decir esto, pero te echo de menos. Desde que ya no eres mi vecina, regar las plantas dejó de ser divertido —me dice.

—Admítelo. Nunca tendrás una vecina tan divertida como yo —lo provoco.

—Tú tampoco tendrás un vecino como yo —me reta él.

—¿Uno tan imbécil? Seguro.

Mike me roza deliberadamente la muñeca.

—Uno que te ponga tan nerviosa —me contradice.

Yo trato de mantenerme indiferente.

—Tú no me pones nerviosa.

—Lo hago.

—No lo haces. Si me pusieras nerviosa no habría aceptado tu invitación —replico.

—Has aceptado mi invitación porque estabas deseando volver a verme. Su seguridad aplastante y la verdad intrínseca de sus palabras me molestan.

—Te recuerdo que has sido tú quien me ha invitado.

—Sí. Te echaba de menos —me dice sinceramente.

La naturalidad de sus palabras me desarma. Sin quererlo, golpeo con el pie la mesa en la que se encuentra la cubitera, la botella y las copas, que se desparraman por el suelo. Mike y yo lo recogemos sin decir nada. Ambos vamos a coger la misma copa y cuando nuestras manos se tocan, yo aparto la mía como si el contacto quemara.

Durante unos segundos nos mantenemos en un tenso silencio. O al menos, es lo que yo percibo por mi parte. Mike parece estar disfrutando con la situación y no parece intimidado en lo más mínimo. Se echa en el sofá y coloca ambos brazos sobre el respaldo, con uno de ellos envolviendo mi espalda.

—Ahora es el momento en el que me preguntas qué tal está Héctor. Somos vecinos, lo veo todos los días —se burla.

Le echo una mirada helada.

—No quiero saberlo —le espeto.

Mike me mira seriamente.

—¿Y tú qué tal estás? —se interesa.

Lo miro cabreada.

—¿De verdad te importa? —pregunto fríamente.

Mike se acerca a mí y me envuelve por la cintura.

—Me importa lo que te pase —asegura.

No puedo evitar mirar a sus tentadores labios cuando hablo.

—He tenido momentos mejores —me sincero.

Mike me empuja contra el respaldo del sofá, y mi cuerpo se aprieta contra el suyo. Sus manos descansan en mi cintura y mis pechos rozan el suyo. El calor y la excitación envuelven todo mi cuerpo, deseoso de fundirse bajo el suyo. Mi respiración se vuelve pesada y mis manos descansan sobre sus hombros.

—Yo podría hacer que te sintieras mejor —sugiere Mike, mirándome a los ojos.

Esa promesa me tienta y me hace acalorarme aún más. Sé que tengo que decirle que no, pero el deseo que siento por aceptar lo que él me ofrece es más fuerte que todo mi autocontrol.

—Hazlo —le pido.

Mike me abraza por la cintura y baja hacia mis labios. Yo cierro los

ojos.

El sonido de mi móvil me aparta inmediatamente de él. Estoy a punto de apagar el teléfono y volver a sus brazos cuando observo la pantalla.

—¿Violeta, qué pasa? ¿¡Cómo dices!? ¡Voy para allá!

Me levanto y miro a Mike, quien me observa con una expresión entre fastidio y preocupación.

—Han intentado entrar en mi casa —le explico.

—Te acompaño —se ofrece sin dudarlo.

Durante el tiempo que dura el trayecto, no puedo evitar moverme incómoda sobre el asiento y maldecir en voz alta. Mike me mira de soslayo sin atreverse a decir nada. Al llegar al portal, mis nervios aumentan cuando veo un coche de la Policía aparcado en la calle. Salgo corriendo escaleras arriba con Mike siguiéndome.

—¿Qué ha pasado?, ¿dónde está Zoé? —le pregunto a Violeta.

Corro dentro de la casa sin dejarla responder y me tranquilizo al ver a mi sobrina viendo una película de dibujos animados. Suspiro y voy a hablar con Violeta. La chica está llorando mientras habla con uno de los policías.

—¿Es usted la propietaria del inmueble? —me pregunta un policía.

—Estoy de alquiler. Vivo aquí con mi sobrina y una amiga —le explico.

—Al parecer, la niñera oyó cómo alguien intentaba forzar la cerradura. Se metió en el baño, echó el pestillo y nos llamó. El extraño no logró abrir la puerta pero la cerradura está forzada.

Me angustio al oír lo que el policía me explica.

Mike me echa un brazo por el hombro, y yo se lo agradezco.

—¿Tiene usted algún enemigo? ¿Alguien que pueda querer hacerle daño? —me interroga el policía.

—Mi hermana murió hace unos meses. La asesinaron. He recibido algunas amenazas, pero nunca han llegado a este extremo.

Noto cómo el brazo de Mike se tensa a mi alrededor al escuchar mi confesión, pero él no dice nada.

—Tiene que poner la denuncia pertinente. También le aconsejo que llame a un cerrajero —me explica el agente.

Durante media hora vuelvo a explicar a varios policías las amenazas que recibí en el pueblo y en casa de Héctor. Poco después, voy a poner la denuncia y llamo al cerrajero. Los agentes se marchan después de haber desplegado el dispositivo policial para buscar pruebas. Le pido a Mike que lleve a Violeta a su casa porque la joven está tan afectada que no quiero dejarla marchar sola.

Como soy una miedica, cierro todas las ventanas y le pido al cerrajero que ponga una cerradura doble. Por si las moscas.

Acuesto a mi sobrina, pero yo soy incapaz de conciliar el sueño, por lo que me mantengo vigilante. El timbre de la puerta suena y me dirijo a ver quién es con un candelabro en la mano.

—¿Pretendes matar a alguien con eso? —se burla Mike.

Suelto el candelabro y cierro la puerta.

—Gracias por volver —le digo, complacida por tenerlo en este momento conmigo.

—No quería dejarte sola, aunque si tú no quieres puedo marcharme.

—¡No! —exclamo alterada.

Lo cojo de la mano y lo llevo hasta el salón.

—Quédate —le pido más tranquila.

No quiero pasar la noche sola después de lo ocurrido.

Mike me enseña un dvd.

—La Guerra de las Galaxias —leo el título sin ganas.

—Una película para tranquilizarte.

—Odio las películas de acción—replico.

—¡La Guerra de las Galaxias no es una película de acción! Es la mejor película del mundo.

Bufo y me tiro en el sofá.

Mike pone la película, y durante varias horas estamos sentados en el sofá viendo la película. Agradezco que Mike esté conmigo y no intente nada. Con lo que ha pasado, lo último que necesito es una noche de sexo apasionado con Mike.

Bueno, vale, tal vez no sea lo último que necesite, sino todo lo contrario, lo primero que me hace falta. Pero sinceramente, no puedo hacerlo con Mike teniendo a mi sobrina en la habitación de al lado y a un posible asesino merodeando alrededor de mi casa.

Cuando la película acaba, me desperezo y abro los ojos.

—Una película muy buena —digo, reprimiendo un bostezo.

Levanto la cabeza del hombro de Mike, quien me mira con una ceja enarcada.

—No la has visto —me acusa—. Vete a dormir, estás cansada.

—¿Y tú?

—No te preocupes, dormiré en el sofá. Dudo antes de marcharme.

—Apuesto a que nunca has pasado dos noches con una chica que te haya obligado a dormir en un sofá —bromeo, sin poder reprimirlo. —Qué graciosa —ironiza.

Me despido de Mike y voy a mi habitación, pero lo que ha sucedido hoy no me deja dormir. Durante más de una hora estoy dando vueltas en la cama sin conseguir pegar ojo, por lo que al final, me levanto y voy a la cocina. Allí está Mike, al que esperaba dormido en el sofá.

—¿Tú tampoco puedes dormir? —le pregunto.

Mike está fumando un cigarro y su rostro es la viva imagen de la preocupación. Se relaja al verme, tratando de infundirme ánimo.

—Tengo el sueño ligero —me explica.

Yo le quito un cigarro pero Mike me lo arrebata.

—Creí que no fumabas.

—No lo hago, pero hoy lo necesito.

Mike vuelve a colocar el cigarro en la cajetilla y la guarda dentro del bolsillo del pantalón.

—No tienes ni idea de lo que cuesta dejarlo. No voy a permitir que fumes. Es una mierda —me dice.

Yo le quito el cigarro que tiene en la boca y lo tiro al fregadero, ante los ojos anonadados de Mike.

—Entonces tú tampoco fumas. Te estoy haciendo un favor.

Mike me mira con fastidio.

—Ya que no podemos dormir. ¿hacemos tortitas?

—Me gustaría hacer otra cosa —sugiere él, con una sonrisa pícara.

Yo miro hacia otro lado para que él no pueda ver cómo me muerdo el labio. Jodido Mike.

—Tortitas —declaro finalmente.

Comienzo a poner ingredientes encima de la mesa mientras Mike me observa hacerlo. No dice nada, ni tampoco insiste. Parece notar mi malestar.

—Tendría que haber estado aquí —le digo, arrepentida por lo que ha sucedido.

—No te eches la culpa. Habría pasado igualmente.

—Sí, pero al menos yo habría estado aquí. Soy la peor tía del mundo.

—No lo creo. Te desvives por esa niña. Eres joven, cualquiera no habría aceptado hacerse cargo de una niña.

Echo un vistazo a la pulsera de color rosa que Mike lleva en la muñeca derecha. Se la vi puesta en el concierto. Mike se da cuenta de lo que estoy mirando.

—Mi sobrina dice que la tengo que llevar puesta porque me dará suerte —me explica.

—¿Y tiene razón? Mike me mira a los ojos.

—Desde que la llevo puesta me han pasado cosas muy buenas —me

dice.

Me vuelvo para darle la vuelta a una de las tortitas. Por eso y porque si no ignoro las continuas provocaciones de Mike, voy a tirarme a sus brazos, pidiéndole que me posea sobre la encimera de la cocina. Aquí. Ahora.

—¿Zoé aún no habla? —se interesa Mike.

—Ni una palabra. Me preocupa muchísimo. Todo el mundo me dice que ya cambiará, pero no veo que eso vaya a suceder. —¿Has probado con la música? —¿No decías que canto muy mal?

—¡Lo haces! —exclama él—. Tendrías que contratar a alguien muy

bueno.

Me vuelvo para mirarlo. —¿Y a quién me sugieres?

—A mí, por supuesto —responde sin dudarlo—, pero te advierto que mis honorarios son muy caros.

—Tendrás que demostrarme que vales la pena —lo provoco.

Mike coge la masa de las tortitas y me mancha la nariz. Ambos nos reímos y tratamos de mancharnos el uno al otro, poniendo la cocina perdida. De nuevo, demasiado cerca el uno del otro.

Mi sobrina aparece en el umbral de la puerta.

—¡Zoé! ¿No puedes dormir?

Me separo de Mike, a quien inconscientemente he agarrado la mano. Zoé parece feliz de ver el espectáculo que ha presenciado en la cocina. —Pequeña, ¿te gusta la música? —le pregunta Mike. Mi sobrina asiente sin dudarlo. Mike me mira satisfecho.

—Te lo dije, las vuelvo loquitas.