CAPÍTULO 32

ANTES de marcharme al apartamento de Sandra, voy a casa de Héctor a recoger mis pertenencias. Tengo un nudo en el estómago cuando llamo a la puerta. No quiero verlo. En realidad, no estoy segura de poder hacerle frente. Lo quiero, y el simple hecho de que él me trate con indiferencia me duele más de lo que puedo soportar. Aun así, no estoy dispuesta a evadir esta situación. Tengo que recoger todas mis cosas, y entre ellas, no puedo olvidar las cenizas de mi hermana ni a mi perro Leo. Lo cierto es que de no ser por esto, no volvería a pisar la casa de Héctor. Simplemente llamaría a una empresa de mudanza para que se encargaran de recoger todas mis pertenencias.

La puerta de la casa se abre y aparece Laura.

—¡Sara! ¿Dónde has pasado la noche? Siento mucho lo del otro día. Mi hermano se comportó como un verdadero imbécil —se lamenta.

No hago nada por contradecirla. La verdad es la verdad.

—Tú no tienes la culpa. No quiero molestar, sólo he venido a recoger mis cosas —respondo.

—¡Tú no molestas! Si Héctor te oyera decir eso se enfadaría. Él te quiere.pero es un celoso compulsivo. Ayer no durmió en toda la noche, y hoy ha salido muy temprano a trabajar. Si lo hubieras visto. él está sufriendo mucho.

—Laura, si no te importa, quiero pasar a recoger mis cosas. No tengo ganas de hablar de lo sucedido.

Laura se aparta de la puerta y me abre el paso. Me sigue escaleras arriba y observa cómo voy metiendo la ropa en la maleta sin vacilar. Luego me dirijo al cuarto de Zoé y hago lo propio. Laura me coloca una mano en el hombro e intenta detenerme al percatarse de que mis intenciones son serias.

—¿Por qué no esperas a que venga mi hermano? Podéis hablar las cosas e intentar solucionarlo. Nunca he visto a dos personas tan enamoradas empeñadas en que lo suyo no puede funcionar.

—No hay nada que hablar, ¡Héctor me echó de su casa! Ni loca voy a esperar a que él me apremie para que me largue cuanto antes.

—Mi hermano nunca haría eso —replica Laura, bastante herida por la acusación.

—Lo hizo. Tú no escuchaste lo que me dijo en su habitación.fue horrible. Jamás me sentí tan juzgada injustamente como la otra noche. Yo necesitaba que él me apoyara. Que me dijera que nada de lo que había pasado tenía importancia. Que confiara en mí. No he hecho nada para desmerecer la confianza de tu hermano —mi tono de voz es duro, aunque totalmente calmado.

La rabia de la noche anterior ha dado paso a una dolorosa aceptación.

—Sara.entiende que para él es muy duro verse en esta situación. Ahora está en el foco de la opinión pública. Lo ponen de cornudo.

—¿Y qué hay de mí? —pregunto rabiosa.

Oh, a mí me ponen como a una vulgar zorra interesada.

—Yo no querría estar en tu lugar, pero tampoco querría estar en el lugar de mi hermano.

No presto atención a sus últimas palabras. Simplemente me apresuro en guardar todas mis pertenencias en las bolsas y maletas.

—Quiero terminar antes de que Héctor llegue, ¿puedes ayudarme? —le

pido.

Sé que Laura quiere que yo me quede hasta que Héctor llegue, pero al ver la angustia que desprende mi rostro, ella es incapaz de negarse. Me agrada Laura, y en otra situación, estoy segura de que hubiéramos llegado a ser buenas amigas.

En menos de quince minutos tenemos todo el equipaje ordenado y lo metemos en el coche. Yo entro de nuevo en la casa y llamo a Leo. El perro salta del regazo de Odette y corre obedientemente hacia mí. Odette y yo nos miramos tensamente. Al final, opto por recoger la urna que contiene las cenizas de mi hermana y marcharme sin decir una palabra. Aún estoy dolida por el comportamiento de Odette la noche anterior. Odette me habla antes de que yo vaya a cruzar la puerta.

—Siento mucho lo ocurrido —me dice.

—Yo también —respondo, sin darme media vuelta.

Salgo de la casa y guardo el resto de las cosas en el coche. Laura me está esperando con el gesto ofuscado al saber que no puede hacer nada por detenerme.

—Me hubiera gustado que las cosas fueran distintas. Mi hermano es un imbécil, ¿sabes? Pero tú no te quedas atrás. Eres una cabezona.

Me lo dice con una sonrisa, y yo sé que sus palabras están imbuidas de una gran verdad. Sí, soy una cabezona. Por eso mismo no puedo estar con Héctor. Porque no estoy dispuesta a acatar sus órdenes, sucumbir a su desconfianza y convertirme en una persona distinta de la que soy.

—Yo también te quiero —le digo, tratando de sonar alegre por las dos.

Echo una mirada lánguida al coche. Genial, de vuelta al mundo de los mileuristas.

—En cuanto haga la mudanza le devolveré el coche a Héctor. Es lo

justo.

—Mi hermano dijo que era tuyo. Sabes que no va a aceptarlo.

Sí, él me lo regaló. Pero del mismo modo que he dejado el colgante de diamantes encima de la cama, me encuentro obligada a devolverle las llaves del vehículo. No puedo aceptar un Aston Martin o un collar de diamantes como algo normal. En primer lugar, porque yo no podría comprarme ninguna de las dos cosas ni después de toda una vida trabajando en Musa. En segundo lugar, porque tal y como hemos acabado, no quiero deberle nada a Héctor.

—Se lo devolveré igualmente —me mantengo firme.

Laura suspira.

—No pienso insistir. Estoy segura de que no serviría de nada.

Ambas nos fundimos en un intenso abrazo de despedida. Nos separamos y yo me monto en el coche, de camino a iniciar una nueva vida, ya alejada del hombre al que amo.

Al llegar a casa de Sandra, agradezco que mi nueva compañera de piso no me pregunte nada acerca de mi ruptura con Héctor. Sandra es una persona gentil, sencilla y tímida, por lo que estoy segura de que la convivencia con ella será fácil. Me ayuda a desempaquetar las cosas, y al toparse con la urna no dice nada. La coge con cuidado y la coloca en una de las estanterías de mi habitación.

Pasamos el resto del día pintando la habitación de Zoé. Elegimos el color rosa y nos ponemos manos a la obra. Algunos dibujos de corazones, varios juguetes de las princesas Disney y el monstruo de las galletas en la cama le confieren el aspecto de un dormitorio infantil femenino. Estoy segura de que a mi sobrina le va a encantar, aunque espero que el cambio de hogar no le afecte. Lo que necesita es estabilidad. La estabilidad proporcionada por un verdadero hogar, y me temo que desde que está conmigo yo no he sabido darle lo que necesita. Quizá, mudarme con Héctor sin pensar en Zoé fue un acto egoísta y precipitado.

Voy a recoger a Zoé al colegio e informo a la directora del nuevo cambio de domicilio. La directora del centro se muestra interesada y yo me niego a darle ninguna explicación al respecto. Vuelvo con mi sobrina al piso que ahora comparto con Sandra y ambas le enseñamos el dormitorio. La niña lo mira todo con detenimiento. Al final, opta por abrazarse al monstruo de las galletas que le regaló Mike. Yo me siento en la cama y hago un nuevo intento por relacionarme con ella.

—¿Te gusta tu nueva habitación, Zoé? —le pregunto con un fingido entusiasmo que no siento.

La niña asiente, poco convencida.

—Es de color rosa, y hay muchas princesas Disney —la animo.

Mi sobrina deja de prestarme atención, de nuevo centrada en su mundo interior. Un lugar íntimo al que sigue sin permitirme el acceso. Yo le doy un beso en la frente y la dejo jugando con su nuevo muñeco.

—¿Puedes quedarte con Zoé un momento? Voy a salir. Tardaré lo menos posible.

—Claro, no te preocupes. Me encantan los niños. Ve tranquila. —Gracias Sandra. Sé que no estás obligada a quedarte con mi sobrina, pero me ayudas mucho.

—¡No seas tonta! Tú eres mi amiga y puedes contar conmigo para lo que sea, ¿de acuerdo? Para lo que sea.

Acepto su ayuda, muy agradecida por poder contar con alguien como Sandra. La verdad, no habría podido encontrar mejor compañera de piso. No obstante, la angustia que siento al tener que volver a casa de Héctor para devolverle las llaves del coche no me permite alegrarme por ello. Conduzco más tensa que de costumbre, con la espalda agarrotada y las manos firmes sobre el volante. Al llegar a casa de Héctor, me tranquilizo al llamar varias veces a la puerta y no obtener respuesta. Decido dejarle las llaves en el buzón junto con una nota muy escueta.

"Te devuelvo las llaves del coche.

Sara".

Dadas las circunstancias, sería una estupidez por mi parte dedicarme a rellenar la carta con frases de agradecimiento y declaraciones de amor infinito e imposible, adornado de fiorituras varias que me harían parecer una tonta. No, esto es lo mejor para ambos.

—¿Vas a devolver un Aston Martin? ¿En qué mundo vives? —la voz de Mike me saluda desde la verja colindante a la casa de Héctor.

—En uno en el que existe la justicia —le respondo.

—En un mundo justo todas las personas deberían tener un Aston Martin.

Yo pongo los ojos en blanco.

—Me alegro de no pensar como tú —le digo.

Mike se apoya sobre la verja del jardín. Tiene el mismo aspecto desaliñado de siempre. Luce unos vaqueros desgastados y una camiseta blanca. Me observa como si tratara de desentrañar uno de los enigmas fundamentales del universo. Sacude la cabeza, y los ojos le brillan al sonreír.

—Dime qué ganas exactamente al devolverle el coche y no insistiré

más.

—La paz interior —respondo, por decir algo.

Mike bufa, como si lo que acabo de decir fuera el argumento más banal del mundo.

—¡La paz interior, qué cosa! Te diré algo —Mike se pone serio, deja de apoyarse en la verja y me mira a los ojos—, hay tres cosas fundamentales en el mundo: mujeres, más mujeres y un buen coche.

Yo pongo los ojos en blanco. Debería haberlo imaginado, la seriedad en el mundo de Mike Tooley no existe.

—Y supongo que tú necesitas un coche para pasear mujeres. Eres tan básico.aún no me explico cómo consigues ligar.

Mike se encoge de hombros.

—Supongo que soy irresistible.

Lo dice tan serio que ahora es a mí a quien me da por reír.

—¿Cómo vas a volver a tu nuevo piso? —se interesa.

—Pediré un taxi.

—Te llevo. Tengo que ir a grabar un video para el nuevo single.

Mike salta la verja y camina con soltura hacia la salida. Yo no lo sigo.

—¡Oh! ¿En serio vas a montar un drama por viajar de copiloto? Medio mundo piensa que eres una fresca. Te aseguro que no hay nada que pueda hacerlos cambiar de opinión, ¡que les jodan! ¿Qué más dará lo que digan?

Esto...a mí me importa.

—No es eso. Pensé que estabas de vacaciones —le digo, más que nada para cambiar de tema.

—Tengo que trabajar. La gente se olvida de ti si no lo haces. Pero es un secreto, lanzaremos el video dentro de un mes.

—¿Confías en mí después de lo sucedido en la entrevista? Qué atrevido —ironizo.

—Me inspiras confianza. No sé por qué. Llámame loco —me dice sin perder la sonrisa.

Eso me hace sonreír.

Me monto en el coche y Mike conduce hacia la salida de la urbanización. Toqueteo la radio hasta dar con una emisora de música rock de mi agrado, pero él no dice nada al respecto.

—Mi sobrina está encantada con el monstruo de las galletas —le digo, para romper el hielo.

—Al menos le caigo bien a una de las Santana —bromea.

—No seas ridículo. A mí me caes bien, excepto cuando te comportas como un imbécil.

—Ah.

Voy a cambiar de emisora cuando suena una canción de Muse. Aún conservo las entradas para el concierto en Nueva York. Sí, las mismas que iba a regalarle a Héctor. Eso me pone de mal humor. Mike me aparta la mano y le da voz a la radio.

—No la quites, me gusta esta canción.

Se pone a cantar a grito pelado como si yo no estuviera a su lado, y eso me hace reír. Al final, yo me uno a él y ambos cantamos "Undisclosed desires" como si nos fuera la vida en ello. La canción termina, y Mike detiene el coche cuando un semáforo se pone en rojo. Se vuelve hacia mí y me mira muy serio.

—¡Qué mal cantas! —exclama, riéndose de mí.

—No todos somos una estrella del rock. ¿Ves? Ahora eres un imbécil.

Mike imita mi voz y yo intento darle un guantazo, pero el semáforo se pone en verde y él arranca el coche, por lo que desisto de mis intenciones. La seguridad ante todo.

—Apuesto a que estás deseando golpearme.

—Cómo lo sabes —le confirmo.

Mike me coloca una mano en la rodilla.

—Ah todas las mujeres sois iguales, ¡estáis deseando atarme a la cama!

—¡Imbécil! —le aparto la mano de un manotazo y aprieto los dientes—. Si yo te atara a la cama sería para que no salieras nunca de ella.

Mike abre mucho los ojos.

—¡Qué viciosa!

Yo desisto de seguir discutiendo con él. Mike Tooley es un caso perdido.

—Tenías razón —me dice.

Yo no le pregunto sobre qué. Seguro que está esperando a lanzarme una de las suyas. Otra vez.

—¿No quieres saber sobre qué? —insiste.

Miro por la ventanilla y lo ignoro. Mike se dedica a imitarme cantando durante cinco insoportables minutos, y al final, desisto. Es horrible escucharlo cantar con esa voz de falsete que trata de imitar a la mía.

—¿Sobre qué tenía razón?

—Sobre que necesito un coche para pasear mujeres —se burla. Yo lo fulmino con la mirada. —No soy de esas —le espeto.

—Lo sé, y eso lo hace más interesante. Oye, ¿alguna vez lo has hecho en un coche?

No puedo contenerme. Le suelto un pellizco en su antebrazo, y disfruto cuando él suelta un grito.

—¿Eso es un sí? —continúa.

—Mike, si no estuvieras conduciendo te estrangularía. Lo digo en serio. Mike se ríe.

—Estoy seguro de que lo harías. Si yo no estuviera conduciendo haría otras cosas.

—No te dejaría.

—No he dicho que fueran contigo.

Me muerdo el labio con tal de no soltarle un guantazo.

—Oye...sé que te gusta Apocalypse....

—No quiero un autógrafo —lo corto.

—¿Quieres venir a la grabación del video?

Él parece serio al decirlo. Y qué quieres que te diga, yo estoy deseando. Sin embargo, sé que no debo tentar al destino. Mi autocontrol me dice que Mike Tooley es un hombre de quien tengo que mantenerme alejada.

—Me encantaría, pero hoy no es el día.

—Otro día, quizás. Estoy seguro de que al grupo le caerías bien. Pero no cantes.

Mike aparca el coche delante del edificio de apartamentos. Le doy las gracias por traerme y abro la puerta para marcharme. Él me coloca una mano en el hombro. De nuevo, esa corriente eléctrica que me produce una ola inquieta en el bajo vientre.

—Siento mucho lo ocurrido con Héctor —me dice.

Yo sonrío.

—Gracias, pero no lo sientes.

—No, no lo hago, pero es lo que hay que decir en estos casos.