6. EL SLOT-MACHINE DE LA POESÍA
En un barrio situado casi en la periferia vive también Israil Bercovici, el poeta yiddish. La literatura, me dice, es una slot-machine; la vida y la historia la atraviesan o arrojan dentro de una lluvia de acontecimientos, la luz irrepetible de un atardeceer, líos sentimentales o guerras mundiales, pero nunca se puede saber lo que saldrá de ahí, un poquito de calderilla o un gran puñado de monedas, una cascada de poesía. Tímido y discreto, Bercovici es un fino poeta, rodeado de la amabilidad familiar y de la tenaz pietas que han derrotado siglos de violencia y de pogroms; la biblioteca de su bonita y modesta casa es una pequeña arca de Noé del hebraísmo oriental y cuando lee alguno de sus poemas, por ejemplo Solovej, ruiseñor —mientras su mujer, de vuelta del hospital donde trabaja como médico, prepara la comida—, se entienden mejor algunos relatos de Singer, su misterio conyugal y la apasionada epicidad de la vida familiar hebraica.
Entre los libros, hay un álbum de Isahar Ber Rybak, una carpeta de grabados y dibujos titulada Shtetl, la pequeña ciudad judía oriental. Es el mundo de Chagall, no menos mágico e indeleble, pero más fuerte, más poético. Rybak es un artista más grande que el gran Chagall; pese a su experiencia parisina —que lo introdujo en la cultura occidental, con toda la poesía de su patria oriental, y le proporcionó cierta fama— no ha entrado en la circulación internacional como merecería y es posible que no entre ya nunca. Antaño, el tiempo y la posteridad tal vez le habrían hecho justicia, corrigiendo el éxito y sus gradaciones. Pero el tiempo ya no puede ser un gentilhombre y redescubrir el mensaje más allá del médium. Hoy en día los media son el mensaje, cambian y borran la historia, como hace el Gran Hermano en 1984 de Orwell. La industria cultural ha destruido la posteridad; no existirán revisiones de los triunfos presentes, no sonará realmente la hora de Rybak, como máximo algún débil y momentáneo redescubrimiento por parte de unos pocos aficionados. A quien tiene se le dará y a quien no tiene se le quitará hasta lo poco que tiene. Pero si el gran mundo obliga a la reverencia, siempre es posible hacerla al revés, como Bertoldo. La inaudita grandeza de Rybak resplandece en la sombra.
La literatura yiddish en Rumanía es hoy singular; buena parte de los judíos —y entre ellos también los escritores— han abandonado el país y los pocos que quedan son en su mayoría ancianos. «Tenemos nuevas fuerzas —me dice sonriendo Bercovici, mostrándome la revista literaria yiddish—, nuevos poetas. Es posible que comiencen a escribir un poco tarde, no tienen prisa por descubrir su propia vocación; este de aquí, por ejemplo, es un debutante de setenta y nueve años, este otro, que ahora ya está en su segundo libro de poemas, publicó el primero a los setenta y seis años.»
No se trata, en la mayoría de los casos, de efusiones sentimentales y patéticas, de esa segunda adolescencia literaria que arrebata a veces a los viejos ya próximos a la poesía del testamento. Los poemas son sobrios y sutiles, desprovistos de pathos epigonal, demuestran conocimiento y dominio de las aventuras formales contemporáneas. ¿Qué quiere decir «nuevos poetas»? La slot-machine de la literatura reserva continuas sorpresas y se burla también de la relación entre las generaciones.