9. LAS MANCHAS DE SANGRE
No siempre la sangre pierde color y desaparece con tanta rapidez, como dice una bellísima página de Lu-Hsun, el gran escritor chino. En el Museo Histórico del Ejército el uniforme de Francisco Fernando, el archiduque muerto en Sarajevo, muestra las manchas sobre su guerrera azul, el desgarrón en la manga y a la izquierda del pecho. Junto al uniforme, el sombrero con grandes plumas verdes sigue, en cambio, intacto, imponente. La herida de aquel 28 de junio de 1914 sigue abierta, para toda Europa. Es posible que la cierre desastrosamente una tercera y definitiva catástrofe, porque dos guerras mundiales no han restaurado de modo estable el equilibrio roto en Sarajevo. El menú de Francisco Fernando, aquel 28 de junio, consistió en Consommé en tasse, Oeufs à la gelée, Fruits au beurre, Boeuf bouillé aux légumes, Poulets à la Villeroy, Riz Compote, Bombe à la Reine, Fromage, Fruits y Dessert.
Esas manchas recuerdan también que nada pasa, que las cosas son, que ningún momento significativo de nuestra vida es archivado. Mis amigos me toman muchas veces el pelo, porque para mí nuestras antiguas compañeras de escuela siguen siendo guapas y jovencísimas y el tiempo no ha hecho mella sobre ellas ni sobre mi manera de mirarlas. Lo cierto es que la injusticia discrimina también entre las distintas manchas de sangre: las del archiduque se conservan bajo cristal, las de los ochenta y cinco manifestantes que murieron a manos de la policía cerca del Palacio de Justicia el 15 de julio de 1927 fueron borradas por la lluvia y por las pisadas de los transeúntes. Pero también esas manchas son, existen para siempre.