14. GRAFFITI EN IVANOVO

A veinte kilómetros de Ruse, cerca de Ivanovo, rocas inaccesibles ocultan, en lo alto, una iglesia rupestre del siglo XIV; la gruta contiene unos frescos con colores giottescos, cielos azul noche y paisajes de pintura de Siena, un Cristo flagelado que mira tranquilo y erguido. Los frescos que se conservan en este nido de águilas, el cual domina un encantador paisaje de paz agreste, son de una belleza admirable; esas pinturas surgidas de la escuela bizantina de Târnovo, la antigua capital de los zares búlgaros, son la expresión de una alta civilización, forzada durante cinco siglos al silencio. Quienes amenazan esos frescos no son ya los turcos, sino, además de la humedad, las pintadas y las firmas garabateadas sobre la piedra por los visitantes. El gamberrismo con ansias de inmortalidad tiene precedentes ilustres, por ejemplo Lord Byron, que estropea con su nombre el templo de Poseidón en Cabo Sunión. El tiempo, sin embargo, ennoblece los vandalismos; las inscripciones con las que algunos griegos y armenios, en el siglo XVIII, estropearon un mágico cielo azul, son objeto ahora de estudio y protegidas casi al igual que ese cielo. Si hay una cosa que no consigo soportar, decía Víctor Hugo cuando presenciaba algo especialmente estúpido o malvado, es pensar que mañana todo esto será historia.