8. UN FUNERAL

También en la plaza del Ayuntamiento de Ulm se desarrolló otra escena del teatro alegórico de la interioridad alemana. El 18 de octubre de 1944 se celebraban, en presencia de von Rundstedt, los funerales de Estado del feldmariscal Rommel. La multitud ignorante le daba el último saludo creyéndole muerto a consecuencia de una herida por la defensa del Reich, mientras que, implicado en la conspiración del 20 de julio y habiéndosele ofrecido la alternativa entre el proceso y el suicidio, se había envenenado. Esto también es una paradoja de la interioridad alemana: está claro que Rommel no temía la ejecución, no le faltaba el valor con el que, por ejemplo, Helmuth James von Moltke afrontó abiertamente el Tribunal nazi del pueblo y el ahorcamiento. Las cartas que escribía a su mujer muestran, por la intensidad de su afecto, la responsabilidad de un hombre íntegro. En aquel momento probablemente creyó prestar un servicio a su patria, que se hallaba en grave peligro, evitando la confusión y la incertidumbre que el proceso habría sembrado en Alemania, con la repentina transformación de un gran soldado en enemigo de su país.

Con sobrio autodominio y supremo y paradójico sacrificio, hizo silenciar la voz de la conciencia y prestó una indirecta pero considerable ayuda al régimen hitleriano que había intentado abatir, a Hitler, al que había querido matar. Su formación no le permitía diferenciar claramente, ni siquiera en aquel momento, a su país del régimen que lo pervertía y traicionaba, afirmando encarnarlo. Por otra parte, los propios aliados, desconfiados y obtusos respecto a las proposiciones avanzadas por miembros del Estado Mayor alemán para derribar el nazismo, tuvieron sin duda una responsabilidad considerable —desde la paz cartaginesa de Versalles— en esta letal identificación entre país y régimen. No cabe duda de que en la opción de Rommel desempeñó un papel eminente aquella educación alemana en el respeto y la fidelidad, que es, en sí misma, un gran valor, la lealtad por quien tienes al lado y por la palabra dada, pero que echa unas raíces tan profundas que no es posible extirpar ni siquiera cuando el suelo natal se ha convertido en un pútrido pantano. Esa fidelidad es tan fuerte que en ocasiones impide darse cuenta del engaño del cual se es víctima, de entender que se guarda fidelidad no a los propios dioses sino a unos ídolos monstruosos y que, en nombre de la auténtica fidelidad, es un deber rebelarse contra quien la exige de manera abusiva.

También von Stauffenberg, que atentó contra Hitler, estaba lacerado por la escisión alemana entre la fidelidad a la patria y la fidelidad a la humanidad, y esto puede ayudar a entender la dificultad de una resistencia armada y organizada en Alemania. Pero es evidente que no solo en la Alemania del Tercer Reich se presentaba el dilema fundamental, enmascarado bajo tantas formas, entre fidelidad a lo universal y fidelidad a la propia tarea inmediata, entre ética de la convicción y ética de la responsabilidad, como ha dicho Max Weber, diagnóstico aún sin superar sobre las contradicciones entre los sistemas de valores dentro de los cuales se mueve nuestra civilización. Entre los delitos del nazismo se cuenta también la perversión de la interioridad alemana: en la puesta en escena de ese funeral delante del ayuntamiento de Ulm, encontramos la tragedia de un hombre recto representada como mentira.

El Danubio
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