9. UNA LIBRA DE PAN
En el Museo del Pan de Ulm, un gráfico muestra los precios de una libra de pan en el transcurso de una década, entre 1914 y 1924. En 1914 costaba 0,15 marcos de oro; en 1918, 0,25 marcos de papel; en 1919, 0,28 (siempre de papel); en 1922, 10,57; en 1923, 220.000.000 marcos. En 1924, el precio volvía a ser más o menos el de 1914, o sea 0,14 marcos de oro, aunque en otro contexto y con un diferente valor y poder adquisitivo de la moneda.
No albergo la menor esperanza de comprender las leyes de la economía y de la ciencia monetaria, de escrutar los enredados nudos en los que se cruzan y encabalgan las curvas matemáticas de los procesos financieros con la imprevisible irregularidad de la vida, con la casualidad de los acontecimientos, con las pasiones y las ficciones. Al leer el periódico, un profano piensa que las finanzas padecen con frecuencia de meningitis, como escribía Lafitte, el banquero de Luis Felipe.
El profano, inducido por sus lecturas germanistas a enmascarar su ignorancia detrás de metáforas literarias, piensa, a decir verdad, no tanto en una meningitis como en una psicosis, en un delirio de simulación, semejante al de los locos furiosos capaces de fingir tranquilidad y autocontrol o al de los idiotas, capaces, como decía una lumbrera de la psiquiatría vienesa a comienzos de siglo, de simular gran inteligencia. Las estadísticas financieras parecen tranquilizadoras pero inverosímiles, el programa teatral de un espectáculo que tal vez no llega a ser estrenado, la representación de algo que no existe.
La irrealidad vertiginosa de esos doscientos veinte millones de marcos por una libra de pan es una realidad del «grandioso siglo veinte», como escribió en 1932 Rudolf Brunngraber —por otra parte autor de libros más que mediocres— en su obra maestra Karl y el siglo XX, una de las pocas novelas capaces de representar el mecanismo automático de la historia y de la economía mundial, que engloba la vida personal convirtiéndola en un mero dato estadístico, triturando y reintegrando al individuo en los procesos colectivos y desclasando lo universal en ley de los grandes números. En la novela —que describe la gran inflación no tanto en Alemania como en Austria—, Taylor, el racionalizador de la producción, ocupa el lugar del destino, que hace superfluo al individuo; las leyes generales del mundo y las cifras objetivas de la economía —de la producción, del paro, de la desvalorización, de los precios y de los salarios— se convierten en auténticos personajes, fantasmales pero concretamente amenazadores y, como los tiranos de una tragedia antigua, arbitros del destino de los hombres. La vida de Karl —con sus sueños, sus esperanzas, su misma incapacidad para entender lo que le sucede— está constituida y es disgregada por los mecanismos generales, de la misma manera que el cruce de las corrientes y de los vientos forma y disuelve la cresta de una ola marina, pero también ella —como cualquier vida, hasta la más efímera— querría ser eterna; la gota se resiste, con dolor desgarrador, a disolverse en el mar de la totalidad social a la que pertenece. La novela de Karl, cuya mirada no consigue discernir la red que le envuelve, es la novela de nuestra vida, serie discontinua de episodios publicados en un diario del que no se conocen ni propietario ni director, rodeados de vez en cuando de noticias sangrientas, anuncios engañosos y titulares sensacionalistas que confieren a nuestra historia, en el contexto que se nos escapa, un significado no menos huidizo. El libro de Brunngraber —que infunde un miedo físico y real a una tercera guerra mundial, cuyo lector se sorprende temiendo como algo ineluctable— muestra que esos doscientos veinte millones de marcos por un pedazo de pan son, en su inimaginabilidad, siniestramente reales, un terrible personaje de carne y de sangre, el gigante de un monstruoso poema épico.