16. UNA TUMBA VACÍA

«El mapa del Danubio —escribe Trost en su libro poco después de haber hablado de la batalla de Blindheim y del sitio de Donauwörth por parte de Gustavo Adolfo en 1632— se parece, más que a cualquier otra cosa, a un atlas militar.» Entre los prados y los bosques de Oberhausen, poco antes de Neuburg, hay un pequeño trozo de tierra propiedad de Francia, que lo ha comprado porque en él se encuentra el sarcófago de Théophile Malo Corret de Latour d’Auvergne, el primer granadero del ejército republicano, antiguo oficial del rey, más tarde combatiente de la revolución americana, y posteriormente de la francesa, enrolado finalmente como simple soldado en el ejército napoleónico y caído en los campos de batalla danubianos.

El sarcófago está vacío, sus huesos han sido trasladados a París; en la soledad de los campos le velan, como una guardia de honor, unos árboles dispuestos en forma de cuadrado. El sepulcro también está reservado a De Forty, comandante de la sexta mediabrigada de infantería, muerto el mismo día, pero el protagonista es el soldado raso, «Premier Grenadier de France, tué le 8e Messidor, an 8 de l’ère republicaine.» Qué afectado y pomposo parece, poco después, comparado con esta tumba el paisaje renacentista de Neuburg. Iglesias, palacios, casas patricias, nobles patios parecen un escenario teatral historizante, decorados estilizados y artificiales que recrean en las orillas del Danubio la gracia del arte italiano. Esa tumba desierta es, por el contrario, la gloria y al mismo tiempo su inutilidad; encierra el sentido de una vida que empuña la espada por la fe en una nueva bandera, en lugar de ponerse al servicio de las guerras principescas locales, de las peleas de familia, y encierra también el gran vacío que se perfila detrás de cada cabalgada gloriosa y cada bandera al viento, o sea el fondo infinito e insensato del cielo, contra el cual se recorta, en el film de la historia universal, el ejército a caballo de los hombres llamados a morir.

Los monumentos de los príncipes alemanes son ilustraciones de museo, ese sarcófago del granadero republicano napoleónico es, como la revolución, un pequeño monumento a los grandes sueños de libertad. El cuartel, que hoy lleva el nombre de Tilly, recuerda en cambio otras guerras, grandes espadas contratadas por una familia en lugar de ser entregadas a una causa. Cierto que a Latour también lo engañaron, porque Napoleón lo sacrificaba en beneficio de sus propias ambiciones, junto con los centenares de miles de hombres que estaba dispuesto, como dijo cínicamente a Metternich, a hacer morir por alcanzar su éxito. Pero la mezquindad subjetiva de Napoleón no impedía que, bajo sus banderas, se recogiera la grandeza de una auténtica aunque pronto adulterada revolución.

Gigi y Amedeo, que aman el halo de la gloire pero también la precisión analítica, se sienten atraídos por el Instituto Descartes —no, sin duda, por su arquitectura estilo caja, sino por el nombre—. En esta pequeña ciudad, en 1619, Descartes pasó los días de invierno en su acogedora y caliente habitación y tuvo su famosa iluminación conceptual. Maria Giuditta ha desaparecido, Maddalena está delante del Instituto, espera a que los dos hayan terminado de confabular con el bedel. Su figura nítida y recta, con el cabello suelto, parece estar allí para demostrar que no existe contradicción entre las ideas claras y diferenciadas y el aura de esa verdadera gloria que procede de la luminosidad de la persona, de aquellos que el Evangelio llama sal de la Tierra y luz del mundo.

El corazón necesita esprit de géométrie como la demostración de un teorema. El reino de lo visible se mide con escuadra y compás, la curva de un destino se revela gracias al sistema de abscisas y coordenadas en que es colocado. Solo el reconocimiento preciso de lo visible permite llegar a sus bordes y dirigir una mirada más allá de sus fronteras, de allá donde procede la luz de Maddalena o el silencio de Francesca. También esa luz y ese silencio que llegan de una fuente oculta, también el más allá y lo invisible son nítidos y geométricos, aborrecen la confusión indiferenciada. La geometría de esa luz puede conferir orden y apasionada claridad a toda una vida, no solo a una serie de ecuaciones. Ya sería hora de que Gigi y Amedeo abandonaran al bedel y no hicieran esperar demasiado a Maddalena.

El Danubio
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