12. GENTZGASSE, 7
Desde una de estas ventanas, el 16 de marzo de 1938, se arrojó uno de esos suicidas, Egon Friedell, historiador y crítico conservador de la cultura, poeta de lo efímero y de la historieta corta humorística, en la cual la ironía mordaz, que da nueva dimensión a cualquier finitud, abre una rendija sobre el infinito, sobre lo que trasciende eternamente nuestra pequeñez, haciéndola a nuestros ojos más apreciada. Ese salto por la ventana fue su último Witz, la burla a la Gestapo que estaba a punto de arrestarle. La fachada de la casa es sórdida, la pintura está descascarillada; unos balcones de hierro forjado exhiben una patética pretensión ornamental. Friedell era judío, el nazismo le empujó por aquella ventana en nombre de la pureza racial germánica; los inquilinos de aquella casa, como muestran las tarjetas en el portal, se llaman Pokorny, Pekarek, Kriczer, Urbanck. Todo auténtico vienés, de acuerdo con la antigua máxima, es un bohemio.