7. UN BUSTO IMPERIAL EN EL HUECO DE LA ESCALERA

Esztergom. Aquí Geza, príncipe de los húngaros, que habían llegado un siglo antes procedentes de las estepas rusas bajo la guía de Arpád, estableció su residencia y su corte en 973 y aquí nació su hijo, Esteban el Santo, primer rey de Hungría. Con el primer rey cristiano y cristianizador de Hungría, vencedor de los pechenegos paganos, acababa el dominio de los chamanes y de los errantes dioses de las estepas; ahora la ciudad es la sede oficial del Primado de Hungría. La enorme catedral neoclásica que domina sobre el Danubio tiene la fría y muerta monumentalidad de un cenotafio e irradia una glacial potencia o prepotencia temporal.

En Esztergom se ha combatido mucho, invasiones mogoles, asedios y conquistas turcas. Aquí, combatiendo contra los otomanos, cayó en 1594 Bálint Balassi, uno de los primeros poetas de la literatura húngara. El museo dedicado a él está cerrado, la chica que nos abre la puerta no sabe nada y el portal está lleno de escombros. En un hueco de la escalera del vestíbulo yace, abandonado y oblicuo, un busto de Sissi, la emperatriz que tanto quería a Hungría. La sonrisa del rostro esculpido por una mano absolutamente convencional muestra una irrealidad que no desdice de la emperatriz imposible, de un sueño de ser gaviota. También la historia universal está hecha de mudanzas, a menudo interrumpidas y dejadas a medias. Cetros, coronas, mantos acaban en el ropavejero; en la liquidación del imperio habsbúrguico Sissi terminó, quién sabe por qué error, en ese hueco de escalera. Tal vez para evitar la eventual desilusión de otro museo cerrado y destartalado, Kocsis evita llevarnos al que está dedicado a su Mihály Babits.