La visión

A Esther, que había acudido a la sinagoga en compañía de Myriam, como tenía por costumbre, una hora antes para ayudar a su esposo a preparar el sagrado recinto y había accedido a él por la parte posterior, la trajeron entre Rubén y cinco hombres hasta la pequeña entrada del patio de la calle Archeros totalmente desvanecida. Seguían a la comitiva Myriam y Sara, que no cejaba en su empeño de emular a las plañideras que seguían los entierros, llevando las cosas de su niña, como aún la llamaba, en tanto explicaba al médico lo que ella hubiera hecho caso de haberse encontrado sola en aquel aprieto, de modo y manera que la enterada en las cosas de la salud parecía ser ella y no el galeno.

Al llegar a la cancela, el fuerte perfume del limonero que ornaba el pequeño jardín pareció vivificar a la muchacha que ya volvía en sí, sin embargo su lividez cadavérica alarmó a Rubén, que ordenó a la comitiva que se detuviera en tanto el ama, Myriam y el doctor acompañaban a la casi desmayada Esther a su dormitorio. Los hombres que habían ayudado en el apurado trance se despidieron rogando dos de ellos al rabí que tuviera la amabilidad de recibirlos al día siguiente ya que, no siendo aquél el momento apropiado para evacuar consultas, querían hacerlo lo antes posible.

En cuanto Rubén se encontró solo, subió rápidamente los tres peldaños que le separaban del porchecillo de su casa y se introdujo en el interior. La vivienda, sin ser modesta, no era ni de mucho comparable a la quinta que por insistencia de su mujer habían abandonado junto al Guadalquivir. En la planta baja se ubicaba, en primer lugar, un recibidor del que arrancaba una escalera que iba al piso superior y dos puertas; la primera se abría a una salita con chimenea en la que hacían la vida de todos los días, y desde la que se accedía al despacho de Rubén y a un cuarto grande donde Benjamín pasaba horas jugando con sus cachivaches; y la segunda, a una cocina que a su vez daba a dos cuartos en los que se alojaban, en el de la derecha, dos criados y en el de la izquierda, Gedeón, que ya muy viejo, no podía subir escaleras; este segundo cuarto se abría a la parte posterior de la casa, dando a un pequeño jardín en cuyo fondo se hallaba un cobertizo que disimulaba un lavadero y una leñera, y así mismo tenía acceso al comedor. Todas las estancias estaban rodeadas por el exterior por una pequeña y estrecha galería cubierta que rodeaba la construcción, y así mismo estaban provistas de una ventana que proporcionaba claridad diurna durante las horas que el astro rey presidía la bóveda celeste. En la parte superior donde desembocaba la escalera que arrancaba desde el recibidor, se hallaba un distribuidor con cinco puertas que correspondían a cuatro dormitorios y a un excusado, que databa del tiempo de los árabes, quienes habían sido los constructores de la vivienda, y que constituía un lujo poco común en el tiempo, ya que una cañería bajando por el exterior adosada a la pared desde arriba abocaba, a través de un albañal, en un pozo negro todas los detritus e inmundicias de sus moradores.

Apenas pudo, se precipitó Rubén escaleras arriba hacia la habitación en la que, en una gran cama, atendida por el físico y por Myriam y acompañada por los sollozos contenidos del ama, reposaba Esther en el dormitorio que ocupaba desde que, de acuerdo con él, habían decidido dormir separados. Apenas entrado en la estancia y viendo su estado, el médico se adelantó a tranquilizarle.

—Ha sido producto del bochorno. El gentío y el humo de las velas producen un calor que sumado al que de por sí es propio de la canícula, al ascender se concentra en la parte superior de la sinagoga y hace que la galería de mujeres esté ardiendo como una marmita al fuego y mucho más caliente que la parte baja donde están los hombres. Y como, por lo que me han contado vuestra ama y la esposa de dom Vidal, parece ser que se ha instalado en ella mucho antes de que abrierais las puertas a la gente, se ha ido sofocando, y todo ello sumado a la angustia que le puede haber producido hoy vuestro sermón, por cierto muy alarmante, y al hecho añadido de que estaba menstruando, todo el conjunto la ha superado y le ha provocado un vahído del que ya se ha recuperado. De momento le he dado una pócima a base de dormidera, en muy escasa medida, para que descanse, y le he recetado unos polvos hechos con ajenjo que le suministraréis cada mañana disueltos en una copa de vino de Málaga y unas cataplasmas de hojas machacadas de perejil con maíz, semilla de lino y tomillo entre dos lienzos finos calientes que se le colocarán en el bajo vientre, ya que algunas mujeres tienen fuertes dolores durante su período. Espero que no sea nada importante, caso de que no mejorara, cosa que estoy seguro que hará, mandadme buscar. De todas formas, muchos síntomas dolorosos de las mujeres cesan cada mes en cuanto se les acaba la menstrua. Resumiendo, no tengáis la menor desazón y alejad cualquier zozobra de vuestro espíritu, la crisis ha pasado y mañana estará como una rosa.

—Gracias, doctor, me habéis devuelto la paz. Si sois tan amable de decirme qué os debo, ahora mismo en mi despacho saldaré mi deuda.

—No tengáis prisa, ya os enviaré la nota de mis honorarios y cuando lo creáis oportuno me enviáis a Gedeón, que por cierto quiere que lo visite.

Ambos hombres se dirigieron hacia la puerta del dormitorio no sin antes dar el galeno una somera mirada a la enferma que descansaba recostada en una montaña de cojines.

Esther oyó, en la duermevela provocada por la dormidera, las voces que se alejaban hacia el distribuidor de la escalera y oyó cómo su marido, refiriéndose al viejo criado, decía al galeno: «No hagáis caso a este viejo cascarrabias que asume al punto cualquier achaque del que tenga noticia por algún vecino diciendo que es el rigor de las desdichas, que Jehová se ha olvidado de él y que todos los males hacen presa en su castigado pellejo.»

Cuando las voces se perdieron continuó con los ojos cerrados indicando a Sara que se retirara apagando los velones, que la dejara con su amiga, que dijera a su esposo que iba a dormir y que, por favor, la dejara descansar.

Cuando el ama cerró la puerta, se incorporó en la cama y a oscuras se dispuso a relatar a Myriam la auténtica raíz de su desmayo.

Su mente, ofuscada por la droga que le había suministrado el doctor, creía haber tenido alucinaciones.

—¡¡¡Lo he visto!!!

—¿A quién habéis visto?

—¡He visto a Simón! ¡Sin duda era él!

¡Por mucha que fuera la distancia, a pesar de la penumbra y aun tapada por la celosía, no cabía la confusión! Su perfil amado, aquella manera de colocarse el taled, sus profundísimos ojos negros que en tantas ocasiones la habían mirado con arrobo, y los rizos de su negro cabello sedoso y ensortijado que escapaban de su kippa no admitían confusión alguna. La providencia de Elohim había hecho el milagro y lo había regresado hasta ella, desde el país de los muertos, en la situación más angustiosa y necesitada de su vida. La droga iba aumentando su efecto y el sueño abatía sus párpados, no estaba cierta de si todo aquello era un desvarío o si había ocurrido en realidad.

—Es mejor que descanséis, mañana os vendré a ver. Hacía mucho calor y en estas circunstancias no sería extraño que hubierais tenido un espejismo.

—¡Lo he visto tan claramente como ahora os estoy viendo a vos!

En aquel instante la puerta de la habitación se abrió y alumbrada por una palmatoria apareció la figura de Rubén, suspendiendo el diálogo de las dos amigas.

Su voz era un susurro.

—¿Estáis bien, esposa mía?, ¿puedo hacer algo por vos?

—Nada, Rubén, estoy mejor, dejadme descansar, mañana hablaremos, acompañad a Myriam, que ya se iba.

—Dejaré la puerta de mi dormitorio abierta, si queréis algo no tenéis que hacer sino llamarme.

—No os molestaré. Gracias de todos modos.

—Adiós, amiga mía, mañana os vendré a ver. Si algo de mí os hace falta sólo tenéis que hacerme avisar. —Myriam, con el dorso de su mano, depositó una leve caricia en la mejilla de Esther.

Esta vio cómo la luz del pabilo de la vela se alejaba, en tanto que las sombras de Rubén y de su amiga crecían en la pared del fondo del descansillo.