Las piezas del puzzle

La reunión se llevó a cabo en la trastienda de una cervecería que estaba en el número 46 de Goethestrasse, muy cerca de la iglesia de la Trinidad. Los conjurados eran cuatro, por una parte Manfred y Sigfrid y por la otra el jefe de su célula, Karl Knut, y el comisario político del partido, Tadeo Bukoski, polacoalemán que debidamente escondido había evitado su deportación a Polonia. Este último solamente pisaba la calle en ocasiones excepcionales ya que de hallarlo la Gestapo su suerte estaba echada y no sería otra que el campo de Flosembürg, donde se internaban los elementos antisociales considerados peligrosos para el partido nazi. De cualquier forma el individuo no caía especialmente bien a Manfred, era un comunista fanático, no simpatizaba con los judíos y carecía de iniciativa, todo había que consultarlo a Moscú. Era por ello que los hermanos no le comunicaban ciertas cosas que creían era mejor que no supiera.

Llegaron por separado y fueron pasando obedeciendo una señal del bodeguero, consuegro de Bukoski y admirador del partido que en tanto secaba los vasos iba haciendo un leve gesto con las cejas indicando que la reunión era al fondo del local.

Hacía dos semanas que Sigfrid, de acuerdo con las directrices de sus superiores y tras demorarlo lo suficiente para que el capitán Hans Brunnel creyera que el asunto no era fácil, le había entregado un brillante River de un peso de tres quilates y medio, sin ningún carbón o impureza en su interior que lo desmereciera y absolutamente blanco que le proporcionó su hermano, escogido de entre los que su padre le había entregado antes de su partida para que les sirvieran de seguro en caso de necesidad. Tras colgar sus zamarras y trencas en un perchero de cuatro brazos que sobresalía de la pared y en tanto se sentaban, Bukoski sin casi saludar fue al grano:

—He hablado con Moscú y el partido os agradece el gesto y desde luego se os reintegrará en su momento el importe de la piedra si, como insinuáis, cosa que dudo, la cosa ha valido la pena.

Sentados los cuatro en un velador, tras los saludos correspondientes y luego de cruzar una mirada de complicidad con el bodeguero a fin de que fuera él en persona el que se acercara a la mesa a traer las consumiciones, comenzaron a hablar del tema que había motivado la reunión. Karl Knut abrió el fuego:

—Te he hecho salir —se dirigía a Bukoski— porque creo que hemos dado con la posibilidad de asestar un golpe muy significado a estos cabrones que como sabes ha sido uno de los asuntos pendientes tras la Noche de los Cristales Rotos.

—Cuenta, soy todo oídos, pero creo que en esta ocasión en particular, nos han hecho el trabajo sucio ahorrándonos, en un futuro, el tener que hacerlo nosotros.

Manfred, que era consciente que había que navegar entre dos aguas, al ver que el puño diestro de su hermano se cerraba hasta blanqueársele los nudillos, le dio bajo la mesa un discreto golpe en la rodilla para evitar que, al defender a los judíos, se delatara ante alguien que sabía que tarde o temprano se convertiría en un enemigo. Las últimas conversaciones mantenidas con Helga le habían convencido de ello, pero en aquellos momentos el actuar por libre era una locura y le hacían falta los comunistas.

—Mejor que yo, el camarada te lo explicará —añadió Karl.

Todas las miradas convergieron en Sigfrid, que tras un ligero carraspeo comenzó:

—Mi misión, como sabéis es, además de emitir los mensajes que me encomendáis para que los radioaficionados del mundo, particularmente mi enlace escocés, sepan lo que aquí se está cociendo.…

—Ahórrate los detalles —espetó Bukoski—. Entre camaradas no es necesario hacer méritos.

Sigfrid prosiguió, aguantando la repulsión que le ocasionaba aquel individuo, sin hacer ningún caso.

—Consiste en frecuentar lugares donde pueda hallar información y procesar cualquier noticia que pueda evitar la detención de algún compañero o una noche como la que vivieron nuestros hermanos hace unos meses.

—Ve al grano —terció Bukoski, otra vez, con acritud, ya que la coletilla final que Sigfrid había lanzado expresamente, pese a la indicación de su hermano para subrayar que no comulgaba con la postura del comisario político, no le había agradado.

—Resulta que me he ganado la voluntad del capitán Brunnel, que no sabe cómo agradecerme el auténtico regalo que le hemos hecho, ya que lo que le he cobrado es una minucia al lado del valor real de la piedra, y no se la he regalado para que no sospechara, pero se había movido anteriormente en el mercado y es consciente que ha pagado una cuarta parte de su precio; pero voy al grano —dijo mirando a Bukoski—. Como os dije es el ayudante del Obersturbannführer de las SS, Ernst Kappel, que fue quien, en el 32, desde su puesto de entonces, capitán de las SA, persiguió con saña a los comunistas tras la muerte de Horst Wassel[141] y condujo las represalias en la algarada de la Alexanderplatz con Konigsstrasse, donde tuvimos tantas bajas. Hace dos días me abordó el capitán con el que he procurado perder frecuente y disimuladamente al póquer, que, repito, no sabe qué hacer para agradecerme el favor, y en el acto observé que estaba sumamente agobiado y que no sabía cómo comenzar. Jugaba con su gorra y se pasaba el dedo índice entre la tirilla de su guerrera y el cuello intentando separar el celuloide de su piel. Tras los saludos de rigor se arrancó y éste fue, aproximadamente, el diálogo:

»"Querido amigo —me dijo—, estoy ante un verdadero compromiso."

»"¿Qué es ello, capitán? —le dije—. Ya sabe que si está en mi mano ayudarle.…"

»"Es que me doy cuenta de que es un abuso pero me veo forzado a ello."

«"¡Adelante! Aprecio contarme entre sus amigos y los amigos se ayudan en los momentos de apuro."

Sigfrid reproducía fielmente la entrevista imitando inclusive las inflexiones de voz del capitán Brunnel.

—Creo que allí vencí sus reservas y se confió, puedo decir, y creo no equivocarme si afirmo que está en mis manos.

Sigfrid prosiguió:

»"Lo que voy a decirle es una absoluta confidencia, confío en su discreción."

»"Descuide, capitán, soy hombre que sabe guardar un secreto."

»"Es el caso que mi superior tiene un amor oculto."

»"¡Eso es hermoso y el riesgo lo hace más apetecible! El único inconveniente de los amores extramatrimoniales es si la mujer es muy celosa."

—El capitán Brunnel se esponjó como hacen los amigos que comparten secretos de alcoba y los tapan, acercó su cabeza a la mía no sin antes lanzar una ojeada al rededor para asegurarse que únicamente mis oídos escuchaban su confidencia y en un tono de conspirador, prosiguió:

»"Lo cierto es que está casado con una sobrina del general Von Rusted, que es por cierto muy celosa, y tiene un amor muy especial entre el elenco artístico del Odeon Theater."

»"¡Qué interesante, no será Marika Rock[142]! —dije yo—. Eso sería ciertamente peligroso."

»"No, no es la vedette, el amor de mi coronel es el primer bailarín, un efebo bellísimo, por cierto, y eso que le aseguro a usted que mi debilidad no son, precisamente, los hombres. Me gustan tanto las mujeres que si yo fuera mujer sería lesbiana."

—Chanceó, riendo su gracia e intentando rebajar la tensión que me había producido la revelación.

»"Vaya, vaya, qué sorpresas depara la vida —dije para evitar hacer cualquier tipo de comentario que pudiera mal interpretarse—. Y ¿en qué me atañe a mí esta, digamos, afición? —respondí."

»"Perdone, Sigfrid, pero mi gratitud hacia usted y mi vanidad estúpida me han colocado en un aprieto."

»"Prosiga, todo en la vida tiene remedio, para eso son los cantaradas, capitán."

"Verá, amigo mío, la ilusión que me hizo la piedra que me facilitó para mi prometida me llevó a mostrarle el brillante al Obersturmbannführer y a decirle el conducto por el que había llegado a mi poder. El caso fue que me ha rogado le pida a usted, abusando de su amistad, un zafiro para el bailarín ya que la noche del día 22 hay una gran fiesta, que da uno de los jefazos de las acererías Meinz, a la que asistirán todos los que sienten y piensan como él, y por cierto que en el Estado Mayor y en las SA hay varios. Y yo he de hacerle de tapadera por si su mujer llama al despacho, cosa que acostumbra a hacer siempre que la reunión es por la noche, y atender al teléfono para argumentar que está reunido.

—Me cogió tan de sorpresa que, para ganar tiempo, me oí decir:

»"¿Y no podría ser otra piedra más asequible?"

»"Ha de ser un zafiro, el novio tiene los ojos azules —me contestó sonriendo."

»"Ya, y ¿quiénes serán el resto de los invitados?"

«"Bailarines del Odeon, miembros de profesiones liberales, y sobre todo jerarcas del partido. La condición es que una vez dentro y después de la cena, los invitados se disfracen de dioses del Olimpo y los chicos del ballet, de ninfas y náyades. Ni que decir que dentro se montará una sauna y una piscina y del pastel saldrá una Afrodita saliendo del baño. Todo esto se lo aclaro para que entienda mi compromiso, la única ventaja es que como tengo que hacer de telefonista me voy a ahorrar la asistencia, usted me entiende, tendría que pasarme la velada con aquella parte del cuerpo donde la espalda pierde su honesto nombre, pegada a la pared", volvió a reír su gracia.

»"¿Y cuántos van a asistir al evento?", indagué.

»"Unas cien personas entre todos."

»"No habrá más remedio que buscar esa piedra, no le voy a dejar al aire sus partes pudendas, capitán", le dije.

»"¡Me da usted la vida, querido amigo! En tal ocasión sería particularmente peligroso —me respondió, golpeándome la pierna familiarmente—. Y le reitero que jamás olvidaré el favor."

Ambos hombres quedaron atónitos y en silencio; entonces se oyó la voz de su hermano que estaba al corriente de todo.

—¡Mejor ocasión para intentar algo no se nos ofrecerá jamás! Cualquier cosa que proyectemos les obligará, dada la condición de la curiosa celebración, a mantenerla en secreto, no podrán echarnos encima a la prensa porque tendrán miedo y se tendrán que tragar toda su mierda. La fiesta la da un particular, las medidas de seguridad no serán tales hasta la noche cuando acudan los invitados de las SS y de la Gestapo. El plan que tengo en la cabeza lo podremos preparar sin grandes problemas, tened en cuenta que únicamente se han producido dos atentados contra los nazis en todos estos años y tanto el de Rath como el de Gustloff[143] han sido fuera de Alemania. ¡Ahora o nunca! ¿No buscábamos el momento para vengar la Noche de los Cristales Rotos?, ¡pues ésta es la ocasión! Hasta ahora nadie se ha atrevido a golpear a las altas esferas dentro de Alemania, no dudéis que los pillaremos desprevenidos, porque no les cabe en la cabeza que alguien se atreva a desafiarlos.

—A mí, cargarme nazis, enemigos del proletariado, más aún si son importantes, y de paso vengar la muerte del camarada Van der Lubbe[144], me va. Si otros lo hacen por otros motivos, allá cada cual con sus demonios particulares —dijo Bukoski.