Las armas

En la fecha prevista, la carreta partió de Toledo cubierta con un gran toldo que había de hacer más discreta la carga cuando la hubiere. A bordo de la misma viajaban los dos amigos a quienes el rabino de su comunidad había encargado, de acuerdo con los demás, el negocio con la orden de viajar sin detenerse en lugar alguno ni hablar con persona desconocida como no fuera por una necesidad inexcusable. Tras la carreta que iba arrastrada por un tiro de seis mulas, viajaban, sujetos a ella por una trailla, sendos caballos de monta debidamente enjaezados y que, en caso de necesidad, podrían ofrecer una más que segura huida a sus jinetes. El de David era un tordo castrado que frisaría los ocho años, propiedad de su tío Ismael Caballería; el de Simón, de capa alazana y careto, era de su propiedad, el muchacho lo había cuidado desde potrillo y era un animal fiel y seguro. Intentaron viajar por caminos secundarios, aunque aptos para el paso de la carreta, a fin de no encontrarse con incómodas preguntas y con la orden expresa de volver cuando hubieran recogido la mercancía, viajando siempre de noche. Ambos entretenían las horas hablando de sus recuerdos de infancia, de cuando bajaban al Tajo a pescar truchas asalmonadas y de cuando alguna noche salían de la aljama saltándose la prohibición, para ver pasar a una cristiana bellísima que siempre, a la misma hora y junto a su dueña, acudía a hacer una visita al Santísimo que estaba expuesto en la catedral las veces que los cristianos celebraban una adoración nocturna. Cuando ya habían pasado Ondiviela, Simón creyó oportuno hacer partícipe de sus cuitas a David pensando en el fondo que posiblemente iba a necesitar un aliado para llevar sus planes a buen fin. Con un fuerte tirón de riendas retuvo el paso del tronco de tal manera que David, tras mirar el camino se volvió interrogante hacia él demandando, con la mirada, una explicación que aclarara el porqué de aquella brusca maniobra.

—¿Qué hacéis? Simón, ¿por qué retenéis el tranco de las mulas?

—Es necesario que os explique algo, David, amigo mío.

—¿Qué es ello?

—Dentro de muy poco voy a tener que huir de Toledo para siempre.

—¿Qué estáis insinuando?

—Nada insinúo, afirmo. Las circunstancias me obligan a ello, o a renunciar a mi amada.

—Pues, ¿qué es lo que os ocurre?

Llegado a este punto, Simón se explayó y explicó a su amigo sus desventuras y las conclusiones a las que había llegado.

David, tras un largo silencio, habló:

—No lo conseguiréis, sobre el que el gran rabino ha empeñado su palabra al respecto de la boda de su hija está el que goza de la protección real, y en cuanto os pongáis en camino saldrán tras vos, cual lebreles, partidas de hombres que tarde o temprano os han de hallar.

—No, si soy lo suficientemente listo como para escoger el momento oportuno y el día adecuado.

—Tened la amabilidad de explicaros.

Entonces Simón detalló prolijamente sus planes de huida.