La decisión de Hanna

—Lo siento, padre, pero me conoce y sabe que mi decisión es irrevocable.

La límpida mirada de Hanna estaba clavada en los ojos de su padre.

—Hija mía, ¿sabes lo que estás diciendo?

—He cumplido la palabra que le di, en todo este tiempo no he intentado ponerme en contacto con Eric ni con mis hermanos, únicamente he tenido noticias de ellos a través de usted, pero estoy en el mundo y voy a la universidad, sé que hay jóvenes en mi patria que están haciendo lo que pueden para impedir que el nazismo arrase todo el mundo civilizado y yo estoy aquí, mano sobre mano, sin hacer nada y esperando que los demás me saquen las castañas del fuego. ¡No, padre, no estoy dispuesta a sentir remordimientos durante el resto de mis días!

—Pero, Hanna, ¿qué crees que puedes hacer tú?

—Desde aquí, desde luego nada.

—Entonces, ¿qué pretendes?

—Regresar a Alemania, eso es lo que pretendo, y si usted no me quiere ayudar entonces tendré que arreglármelas como pueda.

—Pero, Hanna, ya sabes que no debemos comprometer a nuestros amigos.

—No haré ni diré, nunca jamás, nada que pueda perjudicar a quienes tanto nos han ayudado y tanto están haciendo por los de mi raza.

—Pero, hija, yo no puedo ocultarles tus planes, no sería justo. Además, tu madre se va a morir, cada día clama por tus hermanos y si ahora tú te vas.…

—Lo siento en el alma, padre, pero soy ya mayor de edad y quiero vivir la vida que yo elija, no la que usted y mi madre elijan para mí. Mi vida es Eric y si él encuentra la manera de que, en algún rincón del mundo, podamos estar juntos, me iré con él. Y si no es capaz de arrostrar los peligros que implica estar con una superviviente de esta raza de apestados, que al parecer somos, prefiero saberlo.

—Pero su familia es adicta al Régimen y él.…

—¡Él me ama sobre todas las cosas, y si no es así, pronto lo veré!

Leonard comenzó a ceder.

—Pero, Hanna, al llegar a Alemania, ¿qué identidad adquirirías?

—Como Hanna Pardenvolk no podría ni pisar la calle. ¿No dijo Herr Hupman que mis nuevos documentos eran perfectos? Ahora tendré ocasión de comprobarlo.

—Y ¿dónde vas a vivir? Llamándote Renata Shenke y siendo austríaca no puedes volver a casa, todos los criados te conocen, si es que aún están allí, y los tíos estarían en peligro.

—Soy consciente de ello, ya me las arreglaré.

Leonard se derrumbó ante la firme decisión de su hija.

—Déjame que prepare algo, dame unos días, si éste es tu deseo inquebrantable, me veo incapaz de retenerte aquí.

—Es inquebrantable, padre mío. Quiero regresar a mi país y hacer todo lo que esté en mi mano para que siga siendo la patria de todos los buenos alemanes. Y, por cierto, según me ha contado mi madre, cuando usted fue al frente en la guerra de 1914, se alistó a escondidas del abuelo.

Leonard emitió un profundo suspiro y abrazó a Hanna.

—Estoy muy orgulloso de ti, hija mía, pero me partes el corazón y no sé qué es lo que le voy a explicar a tu madre.