La respuesta

El día era soleado y Esther bajaba a la rosaleda cada mañana ansiando el momento que viera una paloma posada en el alféizar de la ventana del pequeño palomar. Sabía que era la única manera de contactar con su amado ya que el aya, desde el día de la decisión de su padre y al enterarse de ella, se negó en redondo a volver a ser correo de aquellos insensatos amores.

La vio desde su lobulado ventanal y, al divisarla, se restregó los ojos fuertemente pensando que al abrirlos de nuevo aquella ensoñación habría desaparecido de su vista, cual oasis que se funde en la distancia como un espejismo de su atormentado espíritu. Abrió de nuevo los ojos y la mensajera estaba allí, dando cortos paseos y cabeceando, de regreso a su casa.

A pesar de que su alma deseaba precipitarse hacia el jardín, contuvo su anhelo y cual si nada le importara se volvió a Sara y displicentemente le dijo:

—Ama, voy a cuidar los rosales, creo que si no empleo mi tiempo en algo me volveré loca.

El corazón de Sara, que sangraba por su niña, cedió rápidamente.

—Salid y tomad el sol y el aire, niña mía, distraed vuestro espíritu y poneos hermosa, que estáis a punto de vivir el día más importante de la vida de una mujer judía. —Luego añadió—: No salgáis del jardín, ya sabéis que vuestro padre lo ha prohibido.

Esther, conteniendo su irrefrenable deseo, se dirigió lentamente hacia la puerta y cuando, tras cerrarla, tuvo la certeza de que nadie la veía, se precipitó escaleras abajo hasta alcanzar la salida que daba a la parte de atrás del camino del huerto. Llegando ahí, retuvo de nuevo sus ansias y acortó el paso ya que desde la ventana de la biblioteca de su padre se divisaba aquella zona que conducía hasta el túnel de enredadera del parral. Cuando se introdujo en él, se recogió el vuelo alborotado de sus sayas y corrió, como alma que persiguiera Maimón[69], hasta alcanzar la rosaleda que ocultaba el palomar. Desde allí divisó a su ave favorita y en cuanto la paloma la vio a ella, voló rápidamente a su encuentro, posándose en la mano que la niña tendió hacia ella. Esther acarició la pequeña cabeza y la paloma zureó agradecida. Luego la ocultó en el delantal y se dirigió a la caseta de los lavaderos; la puerta estaba abierta y ninguna de las criadas que se dedicaban a aquel menester había bajado a tender la ropa blanca. Se sentó en un montón y deshaciendo el rebujo de tela donde había ocultado la paloma, la extrajo de su escondrijo y, tras retirarle la anilla donde estaba sujeto el mensaje, la soltó. La avecilla, al verse libre, con un corto vuelo rasante, se posó en el alféizar del ventanuco del lavadero; después, como entendiendo que su ama quería estar sola, voló hasta el posadero del palomar donde le esperaban sus compañeras al frente de las cuales figuraba Volandero, el segundo y último palomo regalo de Simón. Luego, la muchacha, con los dedos torpes y temblorosos, deslió el papelillo y leyó con deleite el mensaje que le enviaba su amado.

Dueña de mis pensamientos,

Luz de mis horas,

Esther.

No sufráis, prenda amada, que jamás os abandonaré a vuestra suerte, que es la mía, pues Elohim ha tenido a bien sellar nuestros destinos.

Quedan cinco semanas para la fatal fecha en la que vuestro padre ha decidido entregaros a otro hombre y apartaros de mí.

He sido escogido por el rabino de mi aljama, para que, dentro de un mes, lleve a cabo una comisión, de la que no os puedo hablar y que es de vital importancia para nuestro pueblo. Luego ya estaré libre para poner en marcha el plan que he trazado para poder huir con vos y empezar una nueva vida en otra parte. La fiesta del Viernes Santo de los cristianos, la semana anterior a la que ha destinado vuestro padre para los esponsales, es apropiada para nosotros, ya que los de nuestro pueblo, ese día, no se mueven de sus casas por no provocar incidentes que puedan generar violencia. A las nueve de la noche de dicho día la procesión de la Pasión estará en medio de la ciudad y ambas comunidades estarán harto ocupadas, cada una a su avío, nadie se ocupará de nosotros. Aprovechad la oscuridad y estaos preparada con ropa de viaje junto a la puerta de la rosaleda que da al huerto; a esa hora pasaré a buscaros, si no lo hago he de estar muerto.

Tened fe en mí, que no he de defraudaros jamás. Soy consciente de lo que representa para vos dejar a los vuestros y huir conmigo pero no dudéis amada mía, única flor de mi paraíso, que sabré compensar tanto sacrificio. Acudid ligera de equipaje. Aunque no volváis a saber nada más de mí hasta ese día, cuando veáis que por el extremo de la calle asoma un buhonero portando un farolillo rojo, montado en una gran mula castaña con dos grandes alforjas y tirando de otra descabalgada, aunque a causa de mi disfraz no me reconozcáis, salid a la puerta.

No lo olvidéis, nuestra fecha es el Viernes Santo de los cristianos.

Os ama y sueña esperando esa noche

Simón

La muchacha besó la misiva y, tras quedar pensativa unos instantes, dobló el papel entre sus dedos en cuatro dobleces y lo ocultó entre sus senos junto a su corazón introduciéndolo por el hueco de su cuadrado escote. Luego se puso en pie y sacudiéndose las hierbecillas que se habían adherido a su pellote de estrechas mangas[70] se dirigió al interior de la casa.