Hanna, 1939

Las instrucciones de Manfred fueron tajantes: Hanna iba a apearse en la estación de Falkensteiner, que era la anterior a Postdam. Su tren era el que provenía de Budapest pero compartía estación con los expresos provenientes de Basilea, Frankfurt, Dresde, Múnich y Leipzig. Supo por sus contactos que aquél era el lugar en que la vigilancia era menos estricta ya que, al no ser la estación central y proceder muchos de los trenes del interior de Alemania, se suponía que la gran mayoría de pasajeros eran alemanes que se desplazaban dentro del país hacia la capital por negocios o por turismo interior. Recordó a Eric que la aguardase esperándola en la sala central donde el número de viajeros era más elevado. Que esperara a que ella lo divisase colocándose junto a la valla metálica que impedía que los que esperaban invadieran los andenes; que si no había ningún problema a la vista debería llevar la gorra en la mano. Caso contrario, al primer indicio de vigilancia anormal, aunque fuera el mero hecho de ver una pareja de policía pidiendo documentaciones, debía ponérsela. Que recordara que ahora su novia se llamaba Renata Shenke, que venía a matricularse en la Universidad de Berlín en filología germánica y para que desde lejos la pudiera divisar entre la multitud iría vestida con un suéter verde de cuello de cisne, una falda color mostaza, una trenca beige y una bufanda del mismo color, y en la cabeza una boina granate. No era fácil que alguien la reconociera, aquélla no era su estación habitual y que recordara que era una simple amiga a la que venía a recoger tras una larga ausencia, que las efusiones fueran las de los buenos amigos, que luego ya tendrían tiempo de explayarse. Ahora su hermana llevaba el pelo muy corto y mucho más claro. El círculo de amigos íntimos, en el que, antes de la partida, se movía, habían dejado de frecuentarse a causa de las procelosas circunstancias por las que atravesaba el pueblo judío. Todos habían adquirido una rara habilidad para disimularse y en público tenían la precaución, si no era en condiciones de absoluta seguridad, de no saludarse por no comprometerse. En cuanto a Sigfrid, la vería después cuando todos se reunieran en el lugar que acordaran para no bajar la guardia y que alguna involuntaria indiscreción pudiera comprometerlos. En cuanto a él mismo, debía andar con sumo cuidado, la policía lo había fotografiado en varias algaradas aunque su nueva identidad no constaba en ningún expediente y como ciudadano judío había desaparecido. Como tal, no se había dado la circunstancia que el Estado lo hubiera requerido para algo en concreto ya que el servicio militar estaba suspendido para los de su raza; y en cuanto a organizaciones juveniles, estaban condenados al ostracismo más absoluto. Manfred se había dado de alta en la relación de ciudadanos extranjeros en tránsito, con la nueva identidad que el partido le había facilitado, ya que además de los correspondientes carnés de conducir y de identidad, le había provisto de la cartilla de la Seguridad Social para extranjeros residentes, que desde luego jamás usaría, a nombre de Gunter Sikorski Maleter, ciudadano húngaro residente en Berlín, pero que en caso de una inspección policial en la calle le serviría para que no lo detuvieran por indocumentado. El partido tenía grandes amigos dentro de la embajada de Hungría, el domicilio que figuraba en sus papeles era ficticio pero para darles autenticidad figuraba que había residido en él aunque hacía tiempo que se había marchado sin dejar una nueva dirección.

Eric, a pesar de sentir la emoción incontenible de ver a Hanna, estaba dispuesto a seguir las instrucciones de Manfred, ya que si bien le costaba asimilar cuantas cosas decía su amigo, el hecho era que la realidad se iba imponiendo día a día y era irrebatible. Había que ser muy cerril o muy fanático para no darse cuenta de que las ordenanzas y leyes que se iban promulgando contra el pueblo semita hacían que el cerco se fuera estrechando más y más. Aunque una familia fuera tan heterodoxa y por otra parte tan alemana como la de sus amigos, que eran judíos únicamente por parte de padre y que habían seguido algunas de las costumbre judías por respeto a su progenitor, que por otra parte se había casado con una mujer alemana de religión católica y que seguía la ley mosaica de una forma totalmente atípica. El titular del día de la mayoría de rotativos no podía ser más explícito y al abrir el Stern aquella mañana las letras le hicieron daño.

Eric aparcó el Volkswagen y, con el corazón en un puño, se dirigió al interior de la estación. Los sentimientos encontrados de ver a su amor y las circunstancias que lo rodeaban, al tener que hacerlo como si fuera un delito, pugnaban dentro de su pecho y, pese a su amor por Alemania, un sentimiento de ira creciente se iba albergando en lo más profundo de sus entrañas.