CAPÍTULO LXXXII

En el cual se tracta como halló el Almirante la gente cristiana muy enferma, y muerta mucha della. —Como por hacer molinos y aceñas compelió a trabajar la gente, y por la tasa de los mantenimientos, que ya muy pocos habia, comenzó a ser aborrecido, y fue principio de ir siempre su estado descreciendo y aun no habiendo crecido. —De los que mucho daño le hicieron fue fray Buil, el legado que arriba se dijo. —Persuádese no tener hasta entonces el Almirante culpas por qué lo mereciese. —Dícense muchas angustias que allí los cristianos, de hambre, padecieron, y como morían cuasi desesperados. —De cierta visión que se publicó que algunos vieron. —Como vino mensajero de la fortaleza que un gran señor venia a cercarla. —De lo que el Almirante por remedio hizo.

Sábado, 29 dias de Marzo, llegó el Almirante a la Isabela, donde halló toda la gente muy fatigada, porque, de muertos o enfermos, pocos se escapaban, y los que del todo estaban sanos, al menos estaban, de la poca comida, flacos, y cada hora temían venir al estado de los otros; y que no vinieran, sólo el dolor y compasión que habian, en ver la mayor parte de todos en tan extrema necesidad y angustia era cosa triste, llorosa e incurable.

Tantos más caian enfermos y morian, cuanto los mantenimientos eran menos, y las raciones dellos más delgadas; estas se adelgazaban más de dia en dia, porque, cuando los desembarcaron, se hallaron muchos dañados y podridos; la culpa desto cargaba el Almirante, o mucha parte della, a la negligencia o descuido de los Capitanes de los navios. También los que restaron, con la mucha humedad y calor de la tierra, menos que en Castilla sin corrupción se detenían, y porque ya se acababa el bizcocho, y no tenian harina sino trigo, acordó hacer una presa en el rio grande de la Isabela para una aceña, y algunos molinos, y dentro de una buena legua no se hallaba lugar conveniente para ellos.

Y, porque de la gente de trabajo y los oficiales mecánicos, los más estaban enfermos y flacos, y hambrientos, y podían poco, por faltarles las fuerzas, era necesario que también ayudasen los hidalgos y gente del Palacio, o de capa prieta, que tambien hambre y miseria padecia, y a los unos y a los otros se les hacia a par de muerte ir a trabajar con sus manos, en especial no comiendo; íuéle, pues, necesario al Almirante añadir al mando violencia, y, a poder de graves penas, constreñir a los unos y a los otros para que las semejantes obras públicas se hiciesen.

De aquí no podia proceder sino que de todos, chicos y grandes, fuese aborrecido, de donde hobo principio y origen ser infamado, ante los Reyes y en toda España, de cruel y de odioso a los españoles, y de toda gobernación indigno, y que siempre fuese descreciendo, ni tuviese un dia de consuelo en toda la vida, y, finalmente, desta semilla se le originó su caida; por esta causa debió de indignarse contra él aquel padre, que, diz que, venia por legado, fray Buil, de la orden de Sant Benito, o porque, como hombre perlado y libre, le reprendía los castigos que en los hombres hacia, o porque apretaba más la mano, el Almirante en el repartir de las raciones de los bastimentos, que debiera, según al padre fray Buil parecía, o porque a él y a sus criados no daba mayores raciones como se las pedían. Y como ya fuese a todos o a los más, por las causas susodichas, odioso, en especial al contador Bernal de Pisa, y asi debia ser a los otros oficiales y caballeros, que más auctoridad en sí mismos presumían que tenían, a todos los cuales, sobre todo, creo yo que desplacía la tasa de los bastimentos, como parece por las disculpas que el Almirante a los Reyes por sus cartas de sí traía, que como muchos le importunaron en Castilla que los trajese consigo, y ellos trajesen más criados de los que podían mantener, no dándoles las raciones tantas o tan largas como las quisieran, consiguiente cosa era, que los habia en ello, quien habia de cumplir con tantos, de desabrir.

Allegábase otra calidad que hacia más desfavorable su partido, conviene a saber, ser extranjero y no tener en Castilla favor, por lo cual, de los españoles, mayormente de la gente de calidad, que en sí son altivos, como no le amasen, era en poco estimado.

Así que todo esto, junto con el descontento del padre fray Buil, hobo de hacer harto efecto para dañarle, y dende adelante su favor fuese disminuido. Y verdaderamente, yo, considerando lo que desto por mí sé, y a lo que u otros de aquellos tiempos he oído, y de propósito algo inquirido, y lo que la razón que juzguemos nos dicta, yo no sé qué culpas en tan poco tiempo (porque no habian pasado sino tres meses, y con tantas dificultades y necesidad involuntaria, y que sólo el tiempo y la novedad del negocio y de las tierras ofrecía), el Almirante, contra los españoles que consigo trujo, por entonces hobiese cometido, para que tanta infamia y desloor con razón incurriese, sino que fue guiado por oculto divino juicio.

Tornando a la infelicidad de los cristianos que allí estaban, como fuese creciendo de dia en dia y de hora en hora, y disminuyéndoseles todo el socorro y refrigerio, no sólo de los manjares que para enfermos y de graves enfermedades se requerían, porque acaecía purgarse cinco con un huevo de gallina y con una caldera de cocidos garbanzos, pero los necesarios para no morir aunque estuvieran sanos, y lo mismo de cura y medicinas, puesto que algunas habia traído, pero no tantas ni tales que hobiese para tantos, ni conviniesen a todas complisiones, sobrevenía la carencia de quien los sirviese, porque ellos mesmos se habian de guisar la comida, ya que alguna tuviesen, aunque, por falta de la cual, era este su menor cuidado, y, finalmente, a sí mismos habian de hacer cualquiera necesario servicio. Y lo que en estos dias, en aquella gente, mas llorosa y digna de toda compasión hacia su desastrada suerte, fue, que pomo se veian, distantísimos de todo remedio y consuelo, morir, principalmente de hambre y sin quien les diese un jarro de agua, y cargados de muy penosas dolencias, que más, cierto, la hambre y falta de refrigerio para enfermos, les causó allí, e siempre (como se dirá placiendo a Dios), a los que han muerto y enfermado en todas estas Indias se les ha causado; asi que, con todo género de adversidad afligidos, y que muchos dellos eran nobles y criados en regalos, y que no se habian visto en angustias semejantes, y, por ventura, que no habia pasado por ellos en toda su vida un dia malo, por lo cual, la menor de las penas que padecían, lesera intolerable, morían muchos con grande impaciencia, y a lo que se teme totalmente desperados.

Por esta causa, muchos tiempos, en esta isla Española, se tuvo por muchos ser cosa averiguada, no osar, sin gran temor y peligro, pasar alguno por la Isabela, después de despoblada, porque se publicaba ver y oir de noche y de dia, los que por allí pasaban o tenían que hacer, asi como los que iban a montear puercos (que por allí después hobo muchos), y otros que cerca de allí en el campo moraban, muchas voces temerosas de horrible espanto, por las cuales no osaban tornar por allí. Díjose también públicamente y entre la gente común, al menos, se platicaba y afirmaba, que una vez, yendo de dia un hombre o dos por aquellos edificios de la Isabela, en una calle aparecieron dos rengleras, a manera de dos coros de hombres, que parecían todos como de gente noble y del Palacio, bien vestidos, ceñidas sus espadas, y rebozados con tocas de camino, de las que entonces en España se usaban, y estando admirados aquel o aquellos, a quien esta visión parecía, cómo habian venido allí a aportar gente tan nueva y ataviada, sin haberse sabido en esta isla dellos nada, saludándolos y preguntándoles cuando y de donde venían, respondieron callando, solamente, echando mano a los sombreros para los resaludar, quitaron juntamente con los sombreros las cabezas de sus cuerpos, quedando descabezados, y luego desaparecieron; de la cual visión y turbación quedaron los que los vieron cuasi muertos, y por muchos dias penados y asombrados.

Tornando a tomar donde la historia dejamos, estando en estos principios de sus tribulaciones y angustias el Almirante, vínole un mensajero de la fortaleza de Sancto Tomás, enviado por el capitán Mosen Pedro Margarite, avisándoles como todos los indios de la tierra se huian y desamparaban sus pueblos, y que un señor de cierta provincia, que se llamaba Caonabo, se apercibía para venir sobre la fortaleza y matar los cristianos. Oidas estas nuevas por el Almirante, acordó enviar 70 hombres de los más sanos, y la recua cargada de bastimentos y armas, y otras cosas necesarias; los 25 para guarda de la recua, y los restantes para engrosar los que la fortaleza guardaban, y, de camino, hiciesen camino por otra parte, porque por el que habian comenzado a ir era muy áspero; Junto con esto deliberó enviar toda la gente que no estaba enferma, y la que podia andar, aunque no del todo muy sana, dejando solamente los oficiales mecánicos, y dióles por Capitán a Alonso de Hojeda, para que los llevase hasta la fortaleza de Sancto Tomás, y los entregase al dicho Mosen Pedro Margante, para que con ella anduviesen por la tierra y la allanasen, mostrando las fuerzas y poder de los cristianos para que los indios temiesen y comenzasen a enseñarse a obedecerlos, mayormente por la Vega Real, donde, dice el Almirante, que habia innumerables gentes, y muchos Reyes y señores (y asi era gran verdad, como se dijo en el cap. 90), y asi también andando, se hiciesen los cristianos a comer de los mantenimientos de la tierra, pues ya todos los de Castilla se iban acabando, pero el Hojeda quedase por Alcaide de la dicha fortaleza.

Historia de las Indias
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