CAPÍTULO CXXXV

Viernes, 10 de Agosto, mandó dar las velas y fue al Poniente de la que pensaba ser isla, y anduvo cinco leguas y surgió; por temor de roo hallar fondo, andaba a buscar boca por donde saliese de aquel golfo, dentro del cual andaba cercado de Tierra Firme y de islas, aunque él no creia ser Tierra Firme, y dice que es cierto que aquella era isla, que asi lo decían los indios y asi parece que no los entendían. De allí vído otra isla frontero al Sur, a la cual llamó Isabela, que va del Sueste a Norueste, después otra que llamó la Tramontana, tierra alta y muy hermosa, y parecía que iba de Norte a Sur, parecía muy grande; todo esto era Tierra Firme. Decíanle los indios que él habia tomado, a lo quél entendía, que la gente de allí eran caníbales, y que allí habia o nascia el oro, y las perlas de la parte del Norte de Paria, la vía del Poniente, se pescaban y habian habido las que al Almirante dieron. El agua de aquella mar era tan dulce, dice, como la del rio de Sevilla, y asi turbia. Quisiera ir a aquellas islas, sino por no volver atrás, por la prisa que tenia que se le perdían los bastimentos que llevaba para los cristianos de la Española, que con tanto trabajo, dificultad y gran fatiga los habia alcanzado; y, como cosa en que padeció grandes aflicciones, repite esto de estos bastimentos muchas veces. Dice, que cree que en aquellas islas que habia visto debe haber cosas de valor, porque todas son grandes y tierras altas, y valles y llanos, y de muchas aguas, y muy labradas, y pobladas, y la gente de muy buena conversación, asi como lo muestran sus gestos. Estas son palabras del Almirante.

Dice también, que si las perlas nacen como dice Plinio del rocío que cae en las ostias que están abiertas, allí mucha razón hay para las haber, porque allí cae mucha rociada y hay infinitísimas ostias y muy grandes, y porque allí no hace tormenta, sino la mar esta siempre sosegada, señal de lo cual es haber los árboles hasta entrar en la mar, que muestran nunca entrar allí tormenta, y cada rama de los árboles que entran (y están también ciertas raíces de árboles en la mar, que, según la lengua desta Española, se llaman mangles), estaban llenos de infinitas ostias, y tirando de una rama sale llena de ostias a ella pegadas; son blancas de dentro y el pescado dellas, y muy sabrosas, y no saladas sino dulces y que han menester alguna sal, y dice que no sabe si nacen en nácaras; donde quiera que nazcan, son, dice, finísimas, y las horadan como dentro, en Venecia.

A esto que dice el Almirante que están llenas las ramas de ostias por allí, decimos que no son aquellas ostias que él vido, y están por aquellas ramas fuera de la mar y un poco dentro en el agua, las que crian las perlas, sino de otra especie, porque las que paren las perlas más cuidado tienen, por su natural instinto, de se esconder cuanto más bajo del agua pueden, que aquellas que vído en las ramas.

Tomada ocasión desto que dice aquí el Almirante, quiero mezclar un poco de los secretos naturales que hay cerca del criar o nacer de las perlas, lo que no creo que será a los leyentes desagradable; las perlas de que hablamos, en latin se llaman propiamente margaritas, porque se hallan en las conchas de la mar, según dice Sant Isidro, libro XVI, cap. 10.º de las Ethimologías, y es la primera y más principal de las piedras preciosas que son blancas, y las mas blancas son las más finas y menos rubias.

Engéndranse desta manera: En ciertos tiempos del año, cuando tienen la inclinación y apetito de concebir, sálense a la playa y ábrense, y allí esperan el rocío del cielo, cuasi como si esperasen y deseasen su marido; reciben aquel rocío del cual conciben y se empreñan, y tales producen sus hijos, que son las perlas o margaritas, cual fuere la calidad del rocío; si puro fuere, nascen las perlas blancas, si fuere turbio, salen pardas o escuras, y de aquí, dice Plinio y Solino, se colije tener el cielo más parte en este concebimiento que el agua de la mar tiene. Cuanto más el rocío fuere del alba o de la mañana, tanto más blancas salen ellas, y cuanto más a la tarde o noche llegaren a recebirlo, tanto más serán escuras; la edad también mucho ayuda a la blancura: cuanto más viejas fueren, tanto menos blancas, y tanto más blancas, cuanto las conchas fueren más mozas o más nuevas, y cuanto mayor cantidad de rocío recibieren, tanto mayor teman la grandeza. Nunca mayores se dice hallarse que pesen más de media onza, ni pase de media nuez su medida; tienen las conchas tal sentido, naturalmente, que siempre temen no salgan maculadas sus perlas, y por tanto, cuando hace sol recio, porque no salgan negras o rubias o pardillas, o su blancor en alguna manera se amancille, vánse al profundo huyendo del calor del sol cuanto más pueden; si hace relámpagos o truena antes que las conchas estén cerradas y del todo estén las perlas formadas, súbitamente, de temor, se afligen y aprietan y malparen, o del todo echándolas de sí o saliendo al cabo las perlas imperfectas y muy chiquitas. En el agua están las perlas tiernas, y sacadas de la ostia se endurecen; temen mucho las conchas la diligencia e instrumentos de los pescadores, y por eso se afijan y apegan y esconden siempre dentro de las más ásperas peñas; andan o nadan en compañía, y tienen su rey como las abejas, según dioe Plinio y Solino, y otros filósofos. El rey o guiador dellas es la mas vieja y la mayor; presa la guiadora o guiadoras que van delante, fácilmente las demás con las redes son presas, y si se escapan algunas, a sus comarcas se vuelven. Desto dice Megastenes, filósofo: Conchas in quibus margarita et uniones gignuntur retibus capi gregatimque multas veluti apes depasci, regemque suum habere. Ac si contingat regem comprehendi a piscatoribus, eas protinus circumfundi nec vim effugere: fugiente rege et ipsas effugere. Cuando una sola perla se halla en la ostia es mas fina, y por esto se llama unió, y nunca se hallan dos juntas de aquella especie y excelencia; cuando muchas, no son uniones, sino gemas o margaritas, pero no dejan de ser preciosas si son blancas, y redondas y pesadas, y mas preciosas si de sí mesmas son horadadas. Crecen y descrecen con la luna mientras están vivas en las conchas; nacen dentro de la pulpa de la carne y debajo, y en cualquiera parte de la ostia; cuando la concha siente la mano de la persona, luego se encoge y cubre cuanto puede de sus riquezas, y porque siente que por ellas le tocan, apriétase cuanto puede, lastima y muerde. La virtud dellas es, que confortan los espíritus, y para restriñir el flujo de sangre y contra el flujo lientérico, y contra cardiaca, y sincopin y contra diaria; nacen las mejores en las Indias, y, no tales, en Bretaña, que es agora Inglaterra, y por haberlas tomó ocasión Julio César de pasar a ella, y por tiranía y violencia sojuzgarla.

Todas las cosas dichas son sacadas de Fisiólogo, de Arnoldo, de Megastenes, de Plinio, lib. VI, cap. 35.º; de Solino, cap. 46.º de su Polistor; de Sant Isidro, lib. XVI, cap. 10.º; de Alberto el Magno, lib. II, cap. 2.º De mineralibus; del Vincencio, Speculo naturali, lib. IX, capítulos 81.º y 82.º, y del libro De propietatibus rerum, lib. XVI, cap. 62.º; y lo que dice postrero de Julio César, refiérelo Suetonio, en la vida del mismo Julio César, cap. 47.º, Britanniam petisse spe margaritarum, quarum complitudinem conferentem interdum sua manu egisse pondus.

Algunos hay que duden, modernos, empero, y no de mucha auctoridad, criarse las perlas del rocío del cielo, como arriba se ha dicho, diciendo ser más fábula que verdad; pero ni dan razón en contrario, ni asignan la causa de donde tengan origen las perlas o margaritas, y por tanto parece temeridad refragar sentencia de tantos y tales autores, que tan diligentes y solícitos fueron en inquirir e manifestar los secretos de la naturaleza.

Pudieran, los que no admiten que del rocío se crien las perlas, asignar algunas causas naturales de donde pudiesen proceder; y es una, poderse criar en las mismas conchas por virtud de algún lugar, en el cual impriman los cuerpos celestiales virtud mineral y de la misma agua de la mar, de la manera que se crian las otras piedras preciosas y comunes.

Para entendimiento desto débese saber, según Alberto Magno en el lib. I, capítulos 7.º, 8.º y 9.º, que las estrellas, por su cantidad y su lumbre, y por su sitio y por su movimiento, mueven y ordenan el mundo, según toda materia y todo lugar, de las cosas que se engendran y corrompen. Esta virtud, asi determinada, de las estrellas, se infunde y derrama en el lugar de la generación de cada cosa que se engendra; el lugar recibe las virtudes de las estrellas, cuasi como la matriz o la madre, que dicen, de las mujeres, rescibe la virtud formativa del embrión. Embrión es la criatura que tiene la hembra en el vientre, luego que comienza a vivir antes que tenga la figura señalada de macho o de hembra, según su especie, y puédese decir, que es el parto crudo e imperfecto que la hembna tiene en el vientre; de aquí es que, según los filósofos, el lugar es principio activo de la generación.

Esta virtud de las estrellas no en todas partes es una, ni es igual en todos los lugares, que sea tierra o que sea agua, porque en unos lugares se influye y derrama más que en otros indiferentemente, como parece, que en unos se crian leones y no elefantes y en otros elefantes y no leones, y en unos oro y en otros plata y por el contrario; por esta manera, en unos lugares se halla virtud mineral para engendrar perlas y piedras preciosas, o de las otras comunes, y en otras no, como es manifiesto.

La virtud, pues, determinada a la generación de las piedras en materia terrestre o en materia de agua, es en la cual concurren todos los lugares, en los cuales las piedras se engendran; y asi como en los animales que son engendrados de putrefacción o pudrimento y cosas podridas, como los ratones, según la materia que se trata en el libro IV de los Metauros, las estrellas infunden su virtud vivificativa que les dá vida, por esta manera acaesce en la materia de que se engendran las piedras, sea agua o sea tierra, se les infunde virtud formativa o lapidificativa.

Obra por esta manera la dicha virtud, conviene a saber, que asi como los elementos se trasmutan o traspasan unos en otros, como cuando la tierra convierte al agua en sí para que sea tierra, lo primero que se hace es, que la virtud de la tierra entra en la sustancia del agua, y altérala, y lo segundo, cuasi señoreándose de ella, tiénela, y entonces comienza el agua a estar queda y ponerse términos, como encogiéndose y embebiéndose, y hasta entonces no pierde su perspicuidad o clareza, o traslucimiento, pero de allí vá corrompiéndose, y asi se hace tierra que ya rescibe las calidades déla tierra, que son, ser opaca o espesa, y escura y seca, lo mismo es de los otros elementos.

Por esta misma manera acaece de la virtud lapidificativa cuando se infunde en algún lugar, sea agua o sea tierra, porque la materia agua o tierra que la dicha virtud toca, primeramente la altera, y lo segundo señoréala y tiénela, y después que la tiene y vence señoreándola, conviértela en piedra; por esta manera se pueden engendrar y criar las margaritas, uniones y perlas sin ser de rocío, como los autores nombrados dicen, que dentro de las ostias, o en la misma peña, o en el arena, o en aquellos lugares donde las conchas se apacientan, infundan virtud, que comunmente se llama mineral, las estrellas; que la misma agua de la mar, o alguna cosa ¿que las mismas ostias coman para su mantenimiento altere y entre en la sustancia de aquella, y detenga y venza y señoree, y al cabo la convierta en margarita o perla, porque como Platón dice, y Alberto, donde arriba en el cap. 5.º, lo alega, que, según los méritos y disposición de cada materia, se influyen las virtudes celestiales que obran las cosas de naturaleza, secundum merita (inquit) materiae infunduntur virtutes caelestes qua res naturaa operantur, o también la misma agua de la mar suele tener tal virtud, en sólo aquel lugar y comarca, que dentro de las ostias, de sus mismas gotas o de otras cosas que en ellas haya, engendre las perlas. Y la señal desto Alberto Magno allí refiere, que hay algunas aguas, por la virtud mineral que aquel lugar donde corren contiene, tan fuertes, que corriendo por tales materias se embeben en las cosas minerales, o que tienen vecindad con ellas, por lo cual el agua misma y las cosas que están en ella se convierten en piedras más presto o más tarde, según que es más fuerte o más débil la virtud que forma las piedras, o lapidificativa; pero si aquella misma agua la sacan de aquel lugar y la echan en otro, no se convertirá en piedras: la causa es, porque como esté fuera del lugar donde hay virtud mineral, evapórase y corrómpese, asi como cualquiera otra cosa se corrompe estando fuera del lugar de su propia generación. Por esta manera, dice Alberto allí, en el cap. 7.º, haberse experimentado en los montes Pirineos, que dividen a España de Francia, ser algunos lugares en los cuales el agua lluvia que cae se convierte en piedras, y si la misma lluvia cae o echan en otro lugar, fuera de aquellos, quédase en agua como era. Por la misma razón hay algunas plantas y palos que están dentro de algunas aguas o mares que se convierten en piedras, quedándoles la figura de palos o de plantas, y algunas veces las plantas y arbolillos nascidas dentro de la mar son tan vecinas de la naturaleza de las piedras, que un poco secas al aire, se convierten en piedras; y la señal desto es bien manifiesto en el coral, el cual, sin duda ninguna, se engendra de palillos y plantas que están dentro de la mar.

Plinio, en el libro XXXI, cap. 2.º, pone haber una fuente en Asia la Menor, que regando la tierra con su agua la torna piedra, y un rio, que los árboles con sus hojas hacia lo mismo. Esto no puede en alguna manera ser sino por la virtud mineral en aquella tierra o piedras o peñas que están dentro del agua o en la misma mar, como también vemos en sierras muy altas, que siempre hay perpetuas nieves, y en ellas se engendra el cristal, lo cual no seria posible, si no fuese por la virtud mineral que allí las estrellas infunden y derraman; desto, algo dejamos ya dicho arriba.

Así que no es cosa imposible criarse las perlas en aquella mar sin rocío, de la manera que es dicha de suso.

Las perlas que aquí el Almirante hobo se criaban y crian en la mar de una isleta, y al derredor della, que se llama Cubagua, que no tiene agua dulce, sino estéril y seca, y en toda ella habrá obra de dos leguas de tierra inhabitable, puesto que las perlas la hicieron habitada con más de 50 vecinos, españoles; mientras duraron, iban por el agua siete leguas de allí, a la Tierra Firme. Dista esta isleta, de donde el Almirante agora andaba, 50 leguas abajo al Poniente; podia ser que allí en aquel golfo de la Ballena, por donde andaba, o en la mar allegada a la Trinidad, o a la Tierra Firme, que llamaba isla de Gracia, hobiese quizá algunas perlas, pero parece que no, pues los indios señalaban que al Poniente las cogían. Yo estuve en la dicha isleta y vide las conchas, y en ellas las perlas que tenían debajo de la carne; no era uniones sino margaritas, porque tenían cuatro o cinco juntas, unas grandes y otras chicas; las ostias son del tamaño que las de Castilla, y la carne o pescado dellas la misma, bien sabrosa: yo comí hartas de ellas. Adelante, placiendo a Dios, en el libro IV se dirá más desta isleta de Cubagua, y de las perlas, y lo que en ella en los tiempos pasados se ha hecho y ha acaecido.

Historia de las Indias
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