CAPÍTULO XXIII
En este tiempo habla en todo Portogal grandísimas murmuraciones del Infatite, viéndole tan cudicioso y poner tanta diligencia en el descubrir de la tierra y costa de África, diciendo que destruia el reino en los gastos que hacia, y consumia los vecinos del en poner en tanto peligro y daño la gente portoguesa, donde muchos morían, enviándolos en demanda de tierras que nunca los reyes de España pasados se atrevieron a emprender, donde habia de hacer muchas viudas y huérfanos con esta su porfía. Tomaban por argumento, que Dios no habia criado aquellas tierras sino para bestias, pues en tan poco tiempo eií aquella isla tantos conejos habia multiplicado, que no dejaban cosa que para sustentación de los hombres fuese menester.
El Infante, sabiendo estas detracciones y escándalo que por el reino andaban, sufríalo con paciencia y grande disimulación, volviéndose a Dios, según dice Juan de Barros, atribuyéndolo a que no era digno de que por su industria se descubriese lo que tantos tiempos habia que estaba escondido a los reyes de España; pero con todo eso sentía en si cada día más encendida su voluntad para proseguir la comenzada navegación, y firme esperanza que Dios habia de cumplir sus deseos. Con esta esperanza tornó a enviar navios con gente a descubrir, rogando a los Capitanes que trabajasen de pasar el cabo del Boxador, que tan temeroso y dificultoso a todos se les hacia de pasar. Algunos iban y no pasaban, y hacían presa en los moros que podían saltear y en otros en las islas de Canaria; otros venían y pasaban el estrecho de Gibraltar y trabajaban de hacer saltos en la costa del reino de Granada, y con esto se volvían a Portogal; y como arriba se dijo, en estas ocupaciones, sin sacar el fruto que el Infante y los portogueses deseaban, se gastaron los doce años y más, desde el año de 18 hasta el de 32.
En el año de 1433 mandó el Infante armar un navio, que llaman Barca, en que envió por Capitán un escudero suyo, que se llamaba Gilianes, y este fue a las islas de Canaria y salteó los que pudo, y trájolos a Portogal captivos (y destos tales saltos se quejaba el rey D. Juan de Castilla, como parece por sus cartas), y desto dicen que desplugo mucho al Infante. El año de 1434 tornó a mandar el Infante aparejar y armar la dicha Barca (según cuenta el historiador portogués Gómez Canes y el mismo Juan de Barros, lib. I, cap. 4.º), y encargó mucho al dicho Gilianes, prometiéndole muchas mercedes si pasase el dicho cabo del Boxador, haciéndole el negocio fácil, y que las dificultades que los marineros que en el capítulo[1] digimos que ponian, debían ser burla, porque no sabían otra navegación ni derrota sino la de Flandes, que estaba cabe casa, fuera de la cual, ni sabían entender aguja ni regir carta de marear. Este Gilianes tomó el negocio de buena voluntad, determinando de ponerse a cualquier trabajo y peligro por pasar el dicho Cabo, por servir y dar placer al Infante, y no parecer ante él hasta que le trajese dello alguna buena nueva; el cual se partió de Portogal con este propósito, y llegando hasta el dicho Cabo, ayudóle Dios, con que le hizo buen tiempo, y, aunque con trabajo, finalmente pasó el Cabo dicho, del Boxador, y vído que la tierra volvía sobre la mano izquierda, y parecía buena, por lo cual saltó en su batel y fue a ella, y vídola que era muy verde, apacible y graciosa: no halló gente ni rastro de alguna población. De aquí cognoscieron ser falsa la opinión que los marineros habian sembrado, o de peñas y arracifes en la mar, o no haber más tierra adelante del cabo del Boxador, o ser tierra estéril e no digna de morarla ni verla hombres; cogió ciertas hierbas muy hermosas y trujólas en un barril, con tierra, que se parecían a otras que habia en Portogal que llamaron o llamaban la hierba de Santa María. Venido el dicho Gilianes al reino y dado cuenta de su viaje, y como habia pasado el Cabo, y que habia tierra adelante, y tierra fértilísima y digna de poblar, no arenales como decían, mostrando la tierra del barril, fue inestimable el gozo que el Infante recibió y el rey D. Duarte, su hermano, el cual de placer hizo donación a la Orden de Cristo, cuyo Gobernador y Maestre era el Infante, de todas las rentas espirituales de las dos islas de la Madera y de Puerto Santo, lo cual confirmó el Papa, y al Infante hizo el Rey merced por los dias de su vida de las dichas islas, con mero mixto imperio, jurisdicción civil y criminal. Hizo el Infante gran fiesta con las hierbas o rosas que trujo Gilianes, al cual hizo mercedes, porque se tuvo este pasar el dicho Cabo, aunque fue muy poco lo que pasó, por cosa muy señalada.
Informado el Infante por el Gilianes, de aquella navegación no ser tan imposible como la hacían los que la temían, y que habia tierra adelante, y buena tierra, y que los arracifes que por aquella costa estaban, se desechaban y finalmente que la mar era navegable, determinó de tornar a enviar al dicho Gilianes en compañía de un caballero, Copero suyo, que se llamaba Alonso González, que puso por Capitán de una barca o navio bueno. Los cuales partidos llegaron con buen tiempo al dicho cabo del Boxador, y pasaron obrado treinta leguas adelante, que fue para entonces gran hazaña; salieron en tierra y hallaron rastro de hombres y de camellos, como que iban de camino de una parte a otra, los cuales, vista bien la disposición de la tierra, o porque asi les fue mandado por el Infante, o porque tuvieron necesidad, sin hacer otra cosa se volvieron a Portogal. En el año siguiente de 435 los tornó a enviar, encargándoles mucho que trabajasen de ir adelante hasta que topasen con tierra poblada y de haber alguna lengua della; pasaron adelante doce leguas más de las treinta que el viaje antes deste habian pasado, adonde hallaron tierra descubierta o rasa sin montes, y allí acordaron echar dos caballos, en los cuales el Capitán mandó cabalgar dos mancebos, que eran de quince a diez y siete años, y porque fuesen más ligeros no quiso que llevasen armas defensivas, solamente llevaron lanzas y espadas, mandándoles que solamente descubriesen tierra, y que si viesen alguna persona, que sin su peligro la pudiesen prender, la trajesen; los cuales poco después de salidos toparon 19 hombres, cada uno con su dardo en la mano a manera de azagayas, y como dieron de súpito sobre ellos no tuvieron lugar de se esconder, y pareciéndoles que era cobardía volver las espaldas arremetieron con ellos y los moros aunque espantados de tan gran novedad pelearon defendiéndose valientemente, de los cuales quedaron muchos heridos por los mozos cristianos, y uno dellos salió herido por los moros de una azagaya. Este fue el primer escándalo e injusticia y mal ejemplo de cristiandad que hicieron en aquella costa, nuevamente descubierta, a gente que nunca los habia visto, los portogueses, para que con justa razón toda la tierra se pusiese en aborrecimiento de los cristianos, y desde en adelante por su defensa con justicia matasen a cuantos cristianos haber pudiesen; y asi pusieron un inmortal e irremediable impedimento para que aquellos recibiesen en algún tiempo la fe, de lo que, si dieran ejemplo de cristianos y, como lo dejó mandado en su Evangelio Cristo, comenzaran a tratar con ellos pacíficamente, aunque aquellos fuesen moros, pudiérase tener alguna esperanza. Desde el año de 1435 y 36 hasta el de 40, porque por la muerte del rey D. Duarte de Portogal, hubo en aquel reino grandes revueltas y discordias, no pudo el Infante ocuparse más en este descubrimiento.
El año de 41 envió un navio y en él por Capitán un Antón González, Guardaropa suyo, para que fuese por la tierra adelante, y si pudiese prendiese alguna persona de la tierra para tomar lengua, y sino que cargase el navio de cueros de lobos marinos y de aceite, porque habia por allí admirable numerosidad dellos, y valían entonces en Portogal mucho. Fueron estos y saltaron en cierta parte, hallaron un moro que llevaba un camello delante sí y luego una mora; vieron luego cierto número de moros, y los moros a ellos; ni los unos ni los otros no quisieron o osaron acometer, llevándose los dos captivos al navio. Sobrevino otro navio enviado por el Infante al mismo fin, saltaron en tierra de noche diciendo con gran grita ¡Portogalí ¡Portogal! ¡Santiago! ¡Santiago!, dan de súpito en cierta cantidad de moros, mataron tres y captivaron diez, y volviéronse a los navios muy gloriosos y triunfantes, dando gracias a Dios por haberles predicado el Evangelio a lanzadas. Y es cosa de ver, los historiadores portogueses cuanto encarecen por ilustres estas tan nefandas hazañas, ofreciéndolas todas por grandes sacrificios a Dios. Era, según cuentan, maravilla, ver cuando llegaron a los brazos los portogueses con los moros, como se defendían los moros con los dientes y con las uñas con grandísimo coraje. El un navio destos prosiguió el descubrimiento y descubrió hasta un Cabo, que llaman hoy cabo Blanco, que distará del Boxador ciento y diez leguas. Vueltos todos a Portogal recibiólos el Infante con gran alegría y hacíales mercedes, no curando de los escándalos y daños que hechos dejaban.