CAPÍTULO XLI
En el cual se contiene como vinieron muchos indios a los navios, en sus barquillos, que llaman canoas, y otros nadando. —La estimación que tenian de los cristianos, creyendo por cierto que habian descendido del cielo, y por esto cualquiera cosa que podían haber dellos, aunque fuese un pedazo de una escudilla o plato, la tenian por reliquias y daban por ello cuanto tenian. —Hincábanse de rodillas y alzaban las manos al cielo, dando gracias a Dios y convidábanse unos a otros que viniesen a ver los hombres del cielo. —Apúntanse algunas cosas notables, para advertirá los lectores de la simiente y ponzoña de donde procedió la destruicion destas Indias. —Y cómo detuvo el Almirante siete hombres de aquella isla.
Vuelto el Almirante y su gente a sus navios, aquel viernes, ya tarde, con su inextimable alegría dando gracias a nuestro Señor, quedaron los indios tan contentos de los cristianos y tan deseosos de tornar a verlos, y a ver de sus cosas, no tanto por lo que ellas vallan ni eran, cuanto por tener muy creido que los cristianos habian venido del cielo, y por tener en su poder cosa suya traida del cielo, ya que no podían tener consigo siempre a ellos, y asi creo que se les hizo aquella noche mayor que si fuera un año.
Sábado, pues, muy de mañana, que se contaron trece dias de Octubre, parece la playa llena de gente, y dellos venian a los navios en sus barcos y barquillos que llamaban canoas (en latin se llaman monoxilla), hechas de un sólo cabado, madero de buena forma, tan grande y luenga que iban en algunas 40 y 45 hombres, dos codos y más de ancho, y otras más pequeñas, hasta ser algunas donde cabia un solo hombre, y los remos eran como una pala de horno, aunque al cabo es muy angosta, para que mejor entre y corte el agua, muy bien artificiada. Nunca estas canoas se hunden en el agua aunque estén llenas, y, cuando se anegan con tormenta, saltan los indios dellas en la mar, y, con unas calabazas que traen, vacian el agua y tórnanse a subir en ellas.
Otros muchos venian nadando, y todos llevaban, dellos papagayos, dellos ovillos de algodón hilado, dellos azagayas, y otros otras cosas, según que tenían y podían, lo cual todo daban por cualquiera cosa que pudiesen haber de los cristianos, hasta pedazos de escudillas quebradas y cascos de tazas de vidro, y, asi como lo recibían, saltaban en el agua temiendo que los cristianos de habérselo dado se arrepintiesen; y dice aquí el Almirante, que vio dar diez y seis ovillos de algodón hilado, que pesarían más de un arroba, por tres ceptis de Portogal, que es una blanca de Castilla.
Traian en las narices unos pedacitos de oro; preguntóles el Almirante por señas donde habia de aquello, respondían, no con la boca sino con las manos, porque las manos servían aquí de lengua, según lo que se podía entender, que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba, diz que, allí un Rey que tenia muchos vasos de oro. Entendido por las señas que habia tierra al Sur y al Sudueste y al Norueste, acordó el Almirante ir allá en busca de oro y piedras preciosas, y dice más aquí, que defendiera que los cristianos de su compañía no rescataran el algodón que dicho es, sino que lo mandara tornar para Sus Altezas sí lo hobiera en cantidad.
Es aquí de considerar, para adelante, que como el Almirante hobiese padecido en la corte tan grandes y tan vehementes contradicciones, y al cabo la Reina, contra opinión y parecer de los de su Consejo y de toda la corte, se determínase a gastar eso poco que gastó, aunque por entonces pareció mucho, como arriba se ha dicho, los cuales tuvo siempre por adversarios muy duros y eficaces después adelante, abatiendo y anichilando su negocio, no creyendo que estas tierras tenían oro ni otra cosa de provecho, mayormente viendo después que los Reyes gastaban en los otros viajes mucha suma de dinero y no les venia provecho alguno, persuadían a Sus Altezas que dejasen de proseguir aquesta empresa, porque, según vian, en ella se habian de destruir e gastar. Por manera, que muchas más angustias y tribulaciones, y más recias impugnaciones, sin comparación, pasó después, en la prosecución del negocio, que ántes que los Reyes se determinasen a le favorecer e ayudar, según que parecerá adelante.
Ansí que, por esta causa, el Almirante nunca pensaba ni desvelaba y trabajaba más en otra cosa que en procurar cómo saliese provecho y rentas para los Reyes, temiendo siempre que tan grande negociación se le habia al mejor tiempo de estorbar, porque via que si los Reyes se hartaban o enojaban de gastar, no la habian de llevar al cabo; por lo cual, el dicho Almirante se dio mas priesa de la que debiera en procurar que los Reyes tuviesen antes de tiempo y de sazón rentas y provechos reales, como hombre desfavorecido y extranjero (según él muchas veces a los mismos católicos Reyes por sus cartas se quejó), y que tenia terribles adversarios junto a los oidos de las reales personas, que siempre lo desayudaban; pero no teniendo tanta perspicacidad y providencia de los males que podían suceder, como sucedieron, por excusación de los cuales se debiera de arriesgar toda la prosecución y conservación del negocio, y andar poco a poco, temiendo más de lo que se debia temer la pérdida temporal, ignorando también lo que no debiera ignorar concerniente al derecho divino y natural, y recto juicio de razón, introdujo y comenzó a asentar tales principios, y sembró tales simientes, que se originó y creció dellas tan mortífera y pestilencial hierba, y que produjo de sí tan profundas raíces, que ha sido bastante para destruir y asolar todas estas Indias, sin que poder humano haya bastado a tan sumos e irreparables daños impedir o atajar.
Yo no dudo que si el Almirante creyera que habia de suceder tan perniciosa jactura como sucedió, y supiera tanto de las conclusiones primeras y segundas del derecho natural y divino, como supo de cosmografía y de otras doctrinas humanas, que nunca él osara introducir ni principiar cosa que habia de acarrear tan calamitosos daños, porque nadie podrá negar él ser hombre bueno y cristiano; pero los juicios de Dios son profundísimos, y ninguno de los hombres los puede ni debe querer penetrar. Todo esto aquí se ha traído por ocasión de las palabras susodichas del Almirante, para que los que esta Historia leyeren, adviertan y cognozcan el origen, medios y fin que las cosas destas Indias tuvieron, y alaben al todopoderoso Dios, no sólo por lo que hace pero también por lo que permite, y teman mucho los hombres de que se les ofrezcan ocasiones con colores de bondad, o por excusar daño alguno, conque puedan ofender, mayormente dando asa donde la humana malicia halle principio y camino para ir adelante y con que se excusar; y para no incurrir en tales inconvenientes, necesario es nunca cesar de suplicar por la preservación dellos a Dios.
Tornando al propósito de la historia, domingo, de mañana, 14 dias de Octubre, mandó el Almirante aderezar el batel de la nao en que él venia y las dos barcas de las carabelas, y comenzó a caminar por el luengo de la costa de la isla, por el Nornordeste, para ver la otra parte della, que estaba hacia el leste, y especular qué por llallí habia. Y luego comenzó a ver dos o tres poblaciones, y gran número de gente, hombres y mujeres, que venían hacia la playa, llamando los cristianos a voces, y dando gracias a Dios; los unos, les traían agua fresca, otros, cosas de comer, otros, cuando vían que no curaban de ir a tierra, se lanzaban en la mar, y, nadando, venian a las barcas, y entendían que les preguntaban por señas si eran venidos del cielo; y un viejo dellos quiso entrarse y entró en el batel, e irse con ellos, otros, con voces grandes, llamaban a otros hombres y mujeres, convidándolos y diciéndoles: venid y veréis los hombres que vinieron del cielo, traedlos de comer y de beber. Vinieron muchos hombres y muchas mujeres, cada uno trayendo de lo que tenia, dando gracias a Dios, echándose en el suelo, y levantaban las manos al cielo, y después, dando voces, llamándolos que fuesen a tierra. Todas estas son palabras formales del Almirante, refiriendo lo que aquí refiero.
Pero el Almirante, por ir a ver un grande arrecife de peñas que cerca toda la isla en redondo, no curó de ir a tierra como los indios pedían. Dentro deste arrecife, dice el Almirante, haber puerto segurísimo, en que cabrían todas las naos de la cristiandad y estarian como en un pozo; miró dónde se podia hacer fortaleza, y vído un pedazo de tierra que salia a la mar, ancho en lo que salia y angosto el hilo por el cual salía, que se pudiera en dos dias atajar y quedara del todo hecho isla. Esta manera de tierra llaman los cosmógrafos península, que quiere decir cuasi isla, esto es, cuando de la Tierra Firme sale algún pedazo de tierra angosto, y lo postrero della se ensancha en la mar; en este pedazo de tierra, diz que, habia seis casas.
Dice aquí el Almirante, que no vía ser necesario pensar en hacer por allí fortaleza, por ser aquella gente muy simple y sin armas, como Vuestras Altezas, dice él, verán por siete que yo hice tomar para los llevar y deprender nuestra habla y volverlos, salvo que Vuestras Altezas, cuando mandaren, puédenlos todos llevar a Castilla o tenerlos en la misma isla captivos, porque 50 hombres los tenian todos sojuzgados y les harán hacer todo lo que quisieren. Estas son palabras del Almirante, formales.
Dos cosas será bien aquí apuntar; la una, cuan manifiesta parece la disposición y prontitud natural que aquellas gentes tenían para recibir nuestra sancta fe, y dotarlos e imbuirlos en la cristiana religión y en todas virtuosas costumbres, si por amor y caridad y mansedumbre fueran tratadas, y cuánto fuera el fruto que del las Dios hobiera sacado; la segunda, cuan lejos estaba el Almirante de acertar en el hito y punto del derecho divino y natural, y de lo que, según esto, los Reyes y él eran con estas gentes a hacer obligados, pues tan ligeramente se determinó a decir, que los Reyes podían llevar todos los indios, que eran vecinos y moradores naturales de aquellas tierras, a Castilla, o tenerlos en la misma tierra captivos, etc. Cierto, distantísimo estaba del fin que Dios y su Iglesia pretendía en su viaje, al cual, el descubrimiento de todo este orbe y todo cuanto en él y cerca del se hobiese de disponer, se habia de ordenar y enderezar.
Vido por allí tantas y tan lindas arboledas verdes, que decía ser huertas, con mucha agua, más graciosas y hermosas que las de Castilla por el mes de Mayo. Destos que con tanta confianza en las barcas, como a ver y adorar gente del cielo, se entraron, detuvo el Almirante siete, y con ellos se vino a la nao. Por lo que después pareció, que cuando podían huir se huian, parece bien que los detuvo contra su voluntad, y si estos eran casados y teman mujeres y hijos para mantener, y otras necesidades, ¿como esta violencia se podia escusar?, parece que, contra su voluntad, en ninguna manera, por bien alguno que dello se hobiera de sacar, no se debiera hacer. Preguntados estos, que asi detuvo, si habia otras islas por allí, respondieron por señas que habia muy muchas, y contaron por sus nombres mas de ciento.
Alzó las velas el Almirante con todos sus tres navios, y comenzó a ver muchas islas que no sabia a cuál primero ir, todas muy fértiles y muy hermosas, llanas como vergeles; miró por la mar que estaba de aquesta 7 leguas, a donde llegó, lunes 15 de Octubre, al poner del sol, a la cual puso por nombre la isla de Sancta María de la Concepción.
Saltó en tierra, martes 16 de Octubre, en amaneciendo, y tomó posesión en nombre de los reyes de Castilla della, de la misma manera y con la solemnidad que habia hecho en la de Sant Salvador, puesto que, como dice él mismo, no habia necesidad de tomar la posesión más de en una, porque es visto tomarla de todas.
Los indios que llevaba de Sant Salvador, dice que le habian dicho que en esta isla habia mucho oro, y que la gente della traía manillas, en los brazos y piernas, de oro, aunque él no lo creía, sino que lo decian por huirse como algunos dellos lo hicieron. Por manera, que como vieron los indios que tanto seles preguntaba por oro, entendieron que los cristianos hacían dello mucha estima, y por esto respondían con su deseo, porque parasen cerca, para que de allí más fácilmente se pudiesen escapar para su isla. Salían infinitos indios a verlos, traíanles de todo cuanto tenían, eran asi desnudos y de la misma manera que los de la otra isla, y desque vído que no habia oro, y que era lo mismo que lo pasado, tornóse a los navios.
Estaba una canoa al bordo de la carabela Niña, y uno de los indios que habian detenido de la isla de Sant Salvador, que el Almirante parece que habia puesto allí en aquella carabela, saltó a la mar, y métese en la canoa y vase en ella, y la barca tras él, que, por cuanto pudieron remar, no pudieron alcanzarlo, y, llegado cerca de tierra, deja la canoa y váse a tierra; salieron tras él y no pudieron haberlo. Otro, diz que, se habia huido la noche antes, y asi parece que eran detenidos contra toda su voluntad. Volviendo, vieron otra canoa con un indio que venia a rescatar algodón, dióle el Almirante un bonete colorado y cuentas verdes, y cascabeles, haciéndoselos poner en las orejas y las cuentas al pescuezo, y no le quiso tomar su ovillo de algodón, y asi fue muy contento a predicar la bondad de los cristianos.