CAPÍTULO CXXX
Dejada la digresión donde referimos algunas historias que tocó en sus palabras el Almirante, para dar noticia a quien no las sabia, y acordarlas a los que las leyeron, mayormente los secretos del Nilo, el fin que pretendemos dicta que tornemos a tomar nuestro hilo.
Partió, pues, nuestro primer Almirante en nombre de la Santísima Trinidad (como él dice, y asi siempre solia decir), del puerto de Sant Lúcar de Barrameda, miércoles, 30 dias de Mayo, año de 1498, con intento de descubrir tierra nueva, sin la descubierta, con sus seis navios. Bien fatigado, dice él, de mi viaje, que donde esperaba descanso cuando yo partí destas Indias, se me dobló la pena; esto dice por los trabajos y nuevas resistencias y dificultades con que habia habido los dineros para despacharse, y los enojos recibidos sobre ello con los oficiales del Rey, y los disfavores y mal hablar que, las personas que le podían con los Reyes dañar, a estos negocios de las Indias daban; para remedio de lo cual le parecía que no le bastaba lo mucho trabajado, sino que de nuevo le convenia, para cobrar nuevo crédito, trabajar.
Y, porque entonces estaba rota la guerra con Francia, túvose nueva de una armada de Francia, que aguardaba sobre el cabo de Sant Vicente al Almirante, para tomarlo, por esta causa, deliberó dé hurtarles el cuerpo, como dicen, y hace un rodeo enderezando su camino derecho a la isla de la Madera. Llegó a la isla del Puerto Sancto, jueves, 7 de Junio, donde paró a tomar leña, y agua, y refresco, y oyó misa, y hallóla toda alborotada y alzadas todas las haciendas, muebles, y ganados, temiendo no fuesen franceses; y luego, aquella noche, se partió para la isla de la Madera, que, como arriba dejamos dicho, está de allí unas 12 o 15 leguas, y llegó a ella el domingo siguiente, a 10 de Junio. En la villa le fue hecho muy buen recibimiento y mucha fiesta, por ser allí muy conocido, que fue vecino de ella en algún tiempo; estuvo allí proveyéndose cumplidamente de agua y leña, y lo demás necesario para su viaje, seis días. El sábado, a 16 de Junio, partió con sus seis navios de la isla de la Madera, y llegó, martes siguiente, a la isla de la Gomera; en ella halló un corsario francés, con una nao francesa y dos navios que habia tomado de castellanos, y, como vído los seis navios del Almirante, dejó las anclas y el un navio, y dio de huir con el otro, el francés; envia tras él un navio, y como vieron, seis españoles que iban en el navio que llevaba tomado, ir un navio en su favor, arremeten con otros seis franceses que los iban guardando, y, por fuerza, mótenlos debajo de cubierta, y asi los trajeron.
Aquí, en la isla de la Gomera, determinó el Almirante enviar los tres navios derechos a esta isla Española, porque, si él se detuviese, diesen nueva de sí, e alegrar y consolar los cristianos con la provisión de los bastimentos, mayormente dar alegría a sus hermanos, el Adelantado y D. Diego, que estaban por saber del harto deseosos; puso por Capitán de un navio a un Pedro de Arana, natural de Córdoba, hombre muy honrado, y bien cuerdo, el cual yo muy bien cognoscí, hermano de la madre de D. Hernando Colon, hijo segundo del Almirante, y primo de Arana, el que quedó en la fortaleza con los 38 hombres que halló a la vuelta muertos el Almirante; el otro Capitán del otro navio, se llamó Alonso Sánchez de Cara baj al, Regidor de la ciudad de Baeza, honrado caballero. El tercero, para el otro navio, fue Juan Antonio Columbo, ginovés, deudo del Almirante, hombre muy capaz y prudente, y de autoridad, con quien yo tuve frecuente conversación.
Dióles sus instrucciones según convenia, y en ellas les mandó, que, una semana uno, otra semana otro, fuese cada uno Capitán general de todos tres navios, cuanto a la navegación y a poner farol de noche, que es una lanterna con lumbre que ponen en la popa del navio, para que los otros navios sepan y sigan por donde vá y guía la Capitana.
Mandóles que fuesen al Oeste, cuarta del Sudueste, 850 leguas, y que entonces serian con la isla Dominica; de la Dominica, que navegasen Oest-Noroeste, y tomarían la isla de Sant Juan, y que fuesen por la parte del Sur della, porque aquel era el camino derecho para ir a la Isabela Nueva, que agora es Sancto Domingo. La isla de Sant Juan pasada, que dejasen la isla Mona al Norte, y de allí toparían luego la punta desta Española, que llamó de Sant Rafael, el cual agora es el cabo del Engaño; de allí a la Saona, la cual dice que hace buen puerto entre ella y esta Española. Siete leguas hay otra isla adelante, que se llama Sancta Catherina, y de allí a la isla Nueva, que es el puerto de Sancto Domingo, como dicho es, hay 25 leguas. Mandóles que donde quiera que llegasen y descendiesen a se refrescar, por rescate comprasen lo que hobiesen menester, y que a poco que diesen a los indios, aunque fuesen a los caníbales, que decían comer carne humana, habrían lo que quisiesen, y les darían los indios todo lo que tuviesen, pero si fuese por fuerza, lo esconderían y quedarían en enemistad.
Dice más en la Instrucción, que él iba por las islas de Cabo Verde (las cuales, dice, que antiguamente se llamaban Gorgodes, o según otros, Hespéridos), y que iba, en nombre de la Santísima Trinidad, con propósito de navegar al Austro dellas hasta llegar debajo de la línea equinoccial, y seguir el camino del Poniente hasta que esta isla Española le quedase al Norueste, para ver si hay islas o tierras. Nuestro Señor, dice él, me guie y me depare cosa que sea su servicio y del Rey y la Reina, nuestros señores, y honra de los cristianos, que creo que este camino jamás le haya hecho nadie, y sea esta mar muy incógnita. Y aquí acaba el Almirante su Instrucción.
Tomada, pues, agua y leña y otras provisiones, quesos en especial, los cuales hay allí muchos y buenos, hízose a la vela el Almirante con sus seis navios, jueves, 24 dias de Junio, la vía de la isla del Hierro, que dista de la Gomera obra de 15 leguas, y es, de las siete de las Canarias, hacia el Poniente, la postrera. Pasando della, tomó el Almirante su derrota, con una nao y dos carabelas, para las islas del Cabo Verde, y despidió los otros tres navios en nombre de la Sancta Trinidad, y dice que le suplicó tuviese cargo del y de todos ellos; y al poner del Sol se apartaron, y los tres navios tomaron su vía para esta isla. Aquí el Almirante hace mención a los Reyes del asiento que habia tomado con el rey de Portogal, que no pasasen los portogueses al Oeste de las islas de los Azores y Cabo Verde, y hace también mención como los Reyes lo enviaron a llamar para que se hallase en los conciertos, con los que a la partición habian de concurrir, y que no pudo ir por la grave enfermedad que incurrió en el descubrimiento de la Tierra Firme de las Indias, conviene a saber, de Cuba, que tuvo siempre, como no la pudo rodear, aún hasta agora, por Tierra Firme; añide más, que luego sucedió la muerte del rey don Juan, antes que pudiese aquello poner en obra. Debia ser, que como aquello se trató el año de 93 y 94, habría entretanto de entrambas partes impedimentos hasta el año de 97 que murió el rey D. Juan de Portogal, como arriba se vido, cap. 126.º, y por esto dice aquí el Almirante, que por la muerte del rey D. Juan no se pudo poner en obra.
Siguiendo pues su camino el Almirante, llegó a las islas de Cabo Verde, las cuales, según él dice, tienen falso nombre, porque nunca vído cosa alguna verde, sino todas secas y estériles. La primera que vído fue la isla de la Sal, miércoles, 27 de Junio, y es una isla pequeña; de allí fue a otra que tiene por nombre Buenavista, y es estérilísima, donde surgió en una bahía, y cabe ella esta una isleta chiquita; a esta isla se vienen a curar todos los leprosos de Portogal, y no hay en ella mas de seis o siete casas. Mandó el Almirante sacar las barcas a tierra para se proveer de sal y carne, porque hay en ella gran número de cabras. Vino un Mayordomo, de cuya era aquella isla, llamado Rodrigo Alonso, escribano de la Hacienda del rey en Portogal, a los navios a ofrecer al Almirante lo que en ella hobiese, que él hobiese menester; agradescióselo e hízole dar del refresco de Castilla con que se gozó mucho. Aquel le hizo relación de como venían allí los leprosos a se curar de su lepra, por la abundancia grande que hay de tortugas en aquella isla, que comunmente son tan grandes como adargas; comiendo del pescado dellas, y lavándose con la sangre dellas muchas veces, sanan de la lepra; vienen allí tres meses del año, Junio, Julio y Agosto, infinitas tortugas de hacia la Tierra Firme, que es Etiopía, a desovar en la arena, las cuales, con las manecillas y pies, escarban en el arena y desovan sobre quinientos huevos y más, tan grandes como de gallina, salvo que no tienen la cascara dura, sino un hollejo tierno que cubre la yema, como el hollejo que tienen los huevos de la gallina quitada la cascara dura; cubren los huevos con el arena como si lo hiciese una persona, y allí el sol los ampolla, y, formados y vivos los tortuguitos, luego se van a buscar la mar, como si vivos y por sus pies hubieran salido della.
Tomaban allí las tortugas de esta manera; que con lumbre de noche, que son hachas de leña seca, van buscando el rastro de la tortuga, que no lo hace chico, y hállanla durmiendo de cansada; llegan de presto y trastórnanla, volviendo la concha de la barriga arriba, la del lomo abajo, y déjanla, porque segura queda que ella se pueda volver, y luego van a buscar otra: y lo mismo hacen los indios en la mar, que si llegan estando durmiendo y la vuelven, queda segura para tomarla cuando quisieren, puesto que otro mejor arte tienen los indios en tomarlas en la mar, como se dirá, si Dios quisiere, cuando trataremos de la descripción de Cuba.
Los sanos que vivían en aquella isla de Buenavista, como ni aun agua no tienen, sino salobre de unos pozos, eran seis o siete vecinos, cuyo ejercicio era matar cabrones y salar los cueros para inviar a Portogal en las carabelas que allí por ellos vienen, de los cuales, les acaescia en un año matar tantos, y enviar tantos cueros, que valían 2.000 ducados al Escribano, cuya era la isla; habíanse criado tanta multitud de cabras y machos de solas ocho cabezas. Acaecíales a aquellos que allí vivían, estar cuatro y cinco meses que ni comían pan ni bebían vino, ni otra cosa, sino aquella carne cabruna, o pescado, o las tortugas; todo esto dijeron aquellos al Almirante. Partióse de allí, sábado, de noche, 30 de Junio, para la isla de Santiago, y domingo, a hora de vísperas, llegó a ella, porque dista 28 leguas; y esta es la principal de las de Cabo Verde. Quiso en esta tomar ganado vacuno, para traer a esta Española, porque los Reyes se lo habian mandado, y para ello estuvo allí ocho dias y no pudo haberlo; y porque la isla es enfermísima, porque se asan en ella los hombres, y le comenzaba su gente a enfermar, acordó de partirse. Torna el Almirante a decir que quiere ir al Austro, porque entiende, con ayuda de la Santísima Trinidad, hallar islas y tierras, con que Dios sea servido, y sus Altezas y la cristiandad hayan placer, y que quiere ver cuál era la intincion del rey D. Juan de Portogal, que decía que al Austro habia Tierra Firme; y por esto dice que tuvo diferencias con los reyes de Castilla, y en fin, dice, que se concluyó que el rey de Portogal hobiese 370 leguas de las islas de los Azores y Cabo Verde, del Oeste al fin del Norte, de polo a polo; y dice más, que tenia el dicho rey D. Juan por cierto, que dentro de sus límites habia de hallar cosas y tierras famosas.
Viniéronle a ver ciertos principales de aquella isla de Santiago, y dijéronle que al Sudoeste de la isla del Fuego, que es una de las mismas de Cabo Verde, que está desta 12 leguas, se veia una isla, y que el rey D. Juan tenia gran inclinación de enviar a descubrir al Sudoeste, y que se habian hallado canoas, que salían de la costa de Guinea, que navegaban al Oeste con mercadurías.
Aquí torna el Almirante a decir, como que hablara con los Reyes: «Aquel que es trino y uno me guie, por su piedad y misericordia, en que yo le sirva, y a Vuestras Altezas dé algún placer grande y a toda la Cristiandad, asi como fue de la fallada de las Indias, que sonó en todo el mundo».