CAPÍTULO C
Llegado a la Isabela de la manera dicha, estuvo cinco meses malo, y, al cabo dellos, dióle Nuestro Señor salud, porque aun le quedaba mucho de hacer por medio del, y también, porque aun, con muchas más angustias y tribulaciones, habia de ser ejercitado y golpeado, cuando creyó que de sus tantos y tales trabajos con descanso habia de gozar y reposar.
Dos cosas halló, de que llegó, nuevas, que le causaron diversas afecciones en su ánimo; la una, que era venido su hermano, D. Bartolomé Colon, con quien recibió grande alegría, y la otra, que la tierra estaba toda alborotada, espantada y puesta en horror y odio, y en armas contra los cristianos, por las violencias y vejaciones y robos que habian dellos recebido, después de haberse partido el Almirante para este descubrimiento de Cuba y de Jamaica; por manera, que se le aguó bien el alegría que habia recebido con la venida de D. Bartolomé Colon, su hermano.
La causa del alborotamiento y espanto de todas las gentes de la isla, bien pudiera bastar la justicia e sinjusticia que habia hecho Hojeda el año pasado, como se contó arriba en el cap. 93, como quiera que, por aquel agravio y prisión de los Caciques que allí se prendieron y trajeron ala Isabela, y que el Almirante quería justiciar, y que al cabo, con dificultad, por ruego del otro Cacique, hobo de soltar; pudieran todos los demás reconocer o adivinar lo que a todos, el tiempo andando, les podía y habia de venir; por lo cual, cuanto más prudentes gentes fueran, tanto mayor diligencia y solicitud, y con mayor título de justicia, pudieran y debieran poner en no sufrir en sus tierras gente tan feroz, extraña y tan pesada, y de quien tan malos principios comenzaban a ver, y agravios a recibir, lo cual era señal harto evidente del perjuicio que a sus reinos y libertad y vidas se les podia recrecer.
Que fuesen gentes sabias y prudentes, los indios vecinos y moradores de esta isla, parece por lo que el mismo Almirante dellos testifica en una carta que escribió a los Reyes, donde dice asi: «Porque era de creer, dice él, que esta gente trabajaría de se volver a su libertad primera, y que bien que ellos sean desnudos de ropa, que en saber, sin letras, ninguna otra generación los alcanza». Estas son palabras del Almirante.
Así que, como dejase proveídas las personas del Consejo el Almirante, al tiempo que para el dicho descubrimiento y para hacer lo que de suso en el cap. 94 queda dicho, y a Mosen Pedro Margarite por Capitán general de los 400 hombres, que anduviese por la tierra y sojuzgase las gentes de la isla; el Almirante partido, fuese a la Vega Real con ella, que está de la Isabela dos jornadas pequeñas, que son obra de diez leguas; como estuviese plenísima de innumerables gentes, pueblos y grandes señores en ella, y la tierra, como en el cap. 90 se dijo, fuese felicísima y delectabilísima, y la gente sin armas, y de su naturaleza mansísima y humilde, diéronse muy de rondón a la vida que suelen tener los hombres ociosos y que hallan materia copiosa y sin resistencia de sensuales deleites, no teniendo freno de razón ni de ley viva o muerta que, a tanta libertad absoluta como gozaban, orden ni límites les pusiese. Y, porque los indios comunmente no trabajaban ni querían tener más comida de la que habian, para sí e para sus casas, menester (como la tierra para sus mantenimientos fuese fértilísima, que, con poco trabajo, donde quiera, tenian, cuanto al pan cumplido, y cuanto a la carne cabe casa, como en corral habian las hutías o conejos, y del pescado llenos los rios), y uno de los españoles comia más en un dia, que toda la casa de un vecino en un mes, (¿qué harían cuatrocientos?), porque, no solo se contentaban ni se contentan tener lo necesario, pero mucho sobrado, y mucho que echan sin por qué ni para qué a perder, y sobre que los indios cumpliesen con ellos a su voluntad lo que les pedían, sobraban amenazas, y no faltaban bofetadas y palos, no solo a la gente común, pero también a los hombres nobles y principales que llamaban nitaynos, hasta llegar también a poner amenazas y hacer grandes desacatos a los señores y Reyes; parecióles que aquella gente no habia nacido sino para comer, y que en su tierra no debian tener mantenimientos, y para salvar las vidas se vinieron a estas islas para se socorrer, allende de sentirlos por intolerables, terribles, feroces, crueles y d# toda razón ajenos.
Esto fue lo primero porque comenzaron a sentir los indios la conversación de los cristianos serles horrible, conviene a saber, maltratarlos y angustiarlos por comerles y destruirles los bastimentos; y, porque no para y sosiega el vicio y pecado en sola la comida, porque con ella, faltando templanza y temor y amor de Dios, se derrueca y va a parar a los otros sensuales vicios, y más injuriosos, por ende, lo segundo con que mostraron los cristianos quién eran a los indios, fue tomarles las mujeres y las hijas por fuerza, sin haber respeto ni consideración a persona ni dignidad, ni a estado, ni a vínculo de matrimonio, ni a especie diversa con que la honestidad se podia violar, sino solamente a quien mejor le pareciese, y más parte tuviese de hermosura: tomábanles también los hijos para se servir, y todas las personas que habian menester, teniéndolas siempre en su casa.
Viendo los indios tantos males, injurias y vejaciones sobre sí, no sufribles, haciendo tanto buen acogimiento y servicios a los cristianos, y recibiendo dellos obras de tan mal agradecimiento y galardón, y sobre todo, los señores y Caciques verse afrentados y menospreciados, y con doblado dolor y angustia de ver padecer sus subditos y vasallos tan desaforados agravios e injusticias, y no los poder remediar; dellos, se iban y ausentaban, escondiéndose por no ver lo que pasaba; dellos, disimulaban, porque por la mucha gente cristiana y los caballos, que era lo principal que les hacia temblar, no se atrevían ni curaban de resistirles ni ponerse en armas para se vengar.
Y porque a los que no andan en el camino de Dios no les han de faltar ocasiones, por el mismo juicio divino, que son ofendículos en que caigan o de pecados, porque un pecado permite Dios que se incurra en pena de otro pecado, o de penas corporales o espirituales, lo cual todo es pena por las ofensas que se hacen a Dios, y asi paguen y aun en esta vida, o para purgar en ella los crimines, o para comenzar a penar lo que se ha de penar para siempre, en este tiempo comenzó a tener Mosen Pedro Margante sus pundonores, y a se desgraciar con los del Consejo, que el Almirante para gobernar dejó, o porque no quería ser mandado del los, o porque los quería mandar, o porque le reprendían lo que hacia y consentía hacer contra los indios, o porque se estaba quedo no andando por la isla señoreándola como el Almirante le habia dejado mandado por su instrucción. Esta discordia fue causa de otros mayores daños, y de gran parte, o de la mayor, de la sedición y despoblación de esta isla que después se siguió.
Y porque se habia desmesurado en cartas contra los que gobernaban, y mostrado quizá otras insolencias y cometido defectos dignos de reprehensión; venidos ciertos navios de Castilla, que creo que fueron los tres que trajo el dicho Adelantado, por no esperar al Almirante, dejó la gente que tenia consigo, que eran los 400 hombres, y viénese a la Isabela para se embarcar, y, con él, también se determinó de ir el padre fray Buil, que era uno de los del Consejo, y otros muchos, y ciertos religiosos con ellos. No sé si fueron los que arriba dije que eran borgoñones, y pudiéralo yo bien saber dellos mismos, pero no miré entonces en ello; los cuales, llegados a la corte, pusieron en mucho abatimiento e infamia las cosas destas Indias, publicando que no habia oro ni cosa de que se pudiese sacar provecho alguno, y que todo era burla cuanto el Almirante decia.
Viéndose la gente sin el capitán Mosen Pedro, desparciéronse todos entre los indios, entrándose la tierra dentro de dos en dos y de tres en tres, y no porque fuesen pocos dejaban de cometer las fuerzas e insultos, e agravios en los indios que cuando estaban juntos cometían.
Viendo los indios crecer sus agravios, daños e sinjusticias, y que no tenían remedio para los atajar, comenzaron a tomar por sí la venganza, y hacer justicia los Reyes y Caciques, cada uno en su tierra y distrito, como les competiese de derecho natural y de derecho de las gentes, confirmado, cierto, por el divino, la jurisdicción; y asi, mandaban matar a cuantos cristianos pudiesen, como a malhechores nocivos a sus vasallos y turbadores de sus repúblicas. Considere aquí el prudente lector, si aquellos Reyes y señores, siendo señores, y teniendo verdadera jurisdicción, como, sin duda, como dije, por derecho natural y de las gentes, y confirmada por el divino les competía, hacian lo que debian a buenos y rectos jueces y señores, mandando hacer justicia de gente que tantos daños, y afrentas, y fuerzas, y turbaciones les causaban, y de su paz, y sosiego, y libertad eran usurpadores ¿qué gente, por bárbara o por mansa y paciente, ó, por mejor decir, bestial, en el mundo fuera que lo mismo no hiciera?
Así que, por esta razón, un Cacique que se llamaba Guatiguaná, cuyo pueblo era grande, puesto a la ribera del rio poderoso Vaquí, que, por ser graciosísimo asiento, hizo el Almirante hacer cerca o junto del una fortaleza que llamó la Magdalena, y estaba 10 o 12 leguas de donde fue y es agora asentada la villa de Santiago, mandó matar diez cristianos que pudo haber y envió secretamente a poner fuego a una casa de paja donde habia ciertos enfermos. En otras partes de la isla mandaron matar otros Caciques hasta seis o siete cristianos que se habian derramado, por los robos y fuerzas que les hacian. Por estas obras excesivas, y tan contra razón natural y derecho de las gentes, (que naturalmente dicta a todos que vivan en paz, y a poseer sin daño ni turbación sus tierras y casas, y haciendas suyas, pocas o muchas, y que nadie les haga fuerza, injuria, ni otro algún mal), que hacian los cristianos a los vecinos naturales desta isla en cualquiera parte que estaban, o por donde quiera que andaban; derramáronse por todos los reinos, provincias, lugares y rincones desta isla tan horribles y espantosas nuevas de la severidad y aspereza, iniquidad, inquietud e injusticia de aquella gente recien venida, que se llamaban cristianos, que toda la multitud de la gente común temblaba, y sin verlos los aborrecía y deseaba nunca verlos ni oirlos, mayormente los cuatro reyes, Guarionex, Caonabo, Vehechio y Higuanamá, con todos los otros infinitos Reyes o señores menores que a aquellos seguían y obedecían, deseaban echarlos desta tierra y por la muerte sacarlos del mundo. Sólo Guacanagarí, el rey del Marien, donde vino a perder la nao el Almirante el primer viaje, y dejó la fortaleza y lugar que llamó la Navidad, nunca hizo cosa penosa a los cristianos, antes en todo este tiempo tuvo cien cristianos manteniéndolos en su tierra, como si cada uno fuera su hijo o su padre, sufriéndoles sus injusticias o fealdades, o porque su bondad y virtud era incomparable, como parece, por el acogimiento y obras que hizo el dicho primer viaje al Almirante y a los cristianos, o porque quizá era de ánimo flaco y cobarde que no se atrevia a resistir la ferocidad de los cristianos; pero, cierto, de creer es, que vivia harto amargo, y que de continuo sus aflicciones y de sus vasallos gemia y las lloraba.