CAPÍTULO CLX
Partidos estos navios con los mensajeros o procuradores del Almirante, que fueron los dos Alcaides, Ballester y Barrantes, de mí bien cognoscidos, y los de Francisco Roldan, que no menos cognoscí, con quien es de creer que se alargó en escribir sus quejas y ofensas, que partieron cuasi al principio de Octubre; a los 19 del dicho mes vino Francisco Roldan al Almirante con un memorial de toda la gente que habia andado con él, y entonces aun estaba en su compañía, que eran 102 personas, y díjole que todos querían vecindad, y que la escogían en Xaraguá, donde habian harto más reinado que el Rey natural de aquella provincia, Behechío; y era la razón, porque allí, como algunas veces se ha dicho, era cuasi la corte real de toda esta isla, donde en la policía, y en la lengua, y en la conversación, y en la hermosura de las gentes, hombres y mujeres, y en los aires, y amenidad y templanza de la tierra, a todas las provincias desta isla (aunque todas son admirables y dignísimas), excedía, y asi, en aquella más que en las otras (puesto que también en todas), habia grande aparejo para vivir desenfrenadamente los pecadores hombres, zabullidos en vicios.
Por entonces no quiso el Almirante darle licencia para se avecindar, porque temió quizá, que estando juntos no moviesen algún motin o rebelión, como después algo desto paresció y decirse ha. Avecindáronse algunos en el Bonao, y de aquí se comenzó allí la villa del Bonao; otros en la Vega, en medio della, donde tenia Guarionex, Rey della, que llamaban el guaricano, media legua abajo de la fortaleza que se nombrábala Concepción, frontero cuasi hacia el Norte de la sierra, a la ribera del rio que llamaron Verde; a otros dio vecindad en Santiago, seis leguas de allí en la misma Vega, hacia el Norte, derechamente donde al presente está.
A estos que se avecindaban repartía el Almirante tierras en los mismos términos y heredades de los indios, y de las mismas heredades y labranzas hechas y trabajadas por los indios, que tenían para sustentación suya y de sus mujeres y hijos, repartía entre ellos, a uno 10.000, a otro 20.000, a otro más, a otro menos, montones o matas, como si dijésemos, tantas mil cepas de viña; sólo en esto diferia, porque las cepas de las viñas son perpetuas o cuasi, pero las matas no duran ni dan más de fruto de pan, y esto puede durar uno y dos y hasta tres años, que pueden comer dello, como ya arriba dejamos dicho. Y este repartimiento destas labranzas y tierras, dábalas el Almirante por sus cédulas, diciendo que daba a fulano en el Cacique fulano tantas mil matas, o montones, que es lo mismo, y lo peor y miserando que es y era, de donde comenzó la tiránica pestilencia, como arriba se dijo, del repartimiento que después llamaron encomiendas, que decía en la cédula «que mandaba que aquel Cacique fulano e sus gentes le labrasen aquellas tierras», esto era, que acabadas aquellas matas y montones de comer, le plantasen otras, sin señalar número ni cuento ni medida; y a los que señalaba y daba de las labranzas de los indios ya plantadas, daba solo tierras y los indios que se las hiciesen y plantasen en ellas, y juntaba dos españoles o tres en compañía, y aplicábales tal Cacique que les hiciese las dichas labranzas de común, y después el provecho dellas repartiesen. De aquí nacieron entre los españoles unas sanctas e inmaculadas compañías. Esta licencia dada por el Almirante teníanse ellos cargo de gastar aquellas labranzas en las minas, forzando a los indios que fuesen a coger oro, aunque les pesase, puesto que no iban sin otra licencia expresa del Almirante, dada por escrito, que decia que se daba licencia desde tal mes a tal mes, después pedían que se les acrecentase la dicha licencia, en tai dia a tantos de tal mes se le acrecentó la licencia a fulano para coger oro hasta tal mes.
Dada la licencia y señalado que tal Cacique hiciese las labranzas de fulano, español, de tal manera del Cacique y de su pueblo o pueblos o gente aquel hidalgo español se apoderaba, como si se los dieran todos por esclavos, o por mejor decir, si fueran bestias cazadas y habidas del campo, no haciendo más cuenta del Cacique y señor natural que de sus vasallos; azotes, palos, cortar las orejas, y a otros matarlos si en tantito dellos se enojaban o no acudían a hacer tan presto lo que se les mandaba; si los Caciques y señores tenian hijas, luego con ellas eran abarraganados, y desta manera estuvieron todos, yo presente, muchos años. Eran de todos los indios, por temor violentísimo, adorados, y, como de los demonios, delante dellos temblaban, y guay de aquellos que se huian, o, como los españoles decían en su lenguaje, se alzaban, porque luego iban a buscarlos y guerrearlos, y hacian en ellos crueles matanzas, y los que a vida se tomaban vendían por esclavos, y destos iban a Castilla los navios cargados.
Y porque Francisco Roldan no era el postrero en deseo de ser rico y querer aprovecharse, pidió al Almirante que le hiciese merced de las tierras que estaban en cierta parte, cerca de la Isabela, que se llama el Bauruco, tierra de cierto Cacique, y de las labranzas que en ellas estaban, porque dijo que antes que se levantase eran suyas. De ver fuera si las labró él o los esclavos moros de su padre, y también qué poder tenia el Almirante para darle las tierras o labranzas o haciendas ajenas de los tristes indios; pero no embargante todo esto, el Almirante se las dio en 29 de Octubre como hacia a los otros. Dióle también otras labranzas que estaban hechas por los indios en una tierra o pago, en que habia hecho una estancia que en Castilla creo que llamaran casería, o cortijo, o heredad, donde se hacian las labranzas y dellas el pan, y se criaban gallinas, y hacian huertas, y todo lo demás que era menester para tener hacienda o heredad los españoles, y buena vida, excepto los ganados que se tenian en otra parte; pienso que esta estancia era hecha en nombre del Rey, y con este título mandaban a los indios que la labrasen, y pusiéronle nombre Esperanza. Concedióle más el Almirante al Roldan, que el Cacique y señor que habia desorejado Alonso de Hojeda, como se dijo en el cap. 93, y su gente se las labrasen; veis aquí como se va entablando aquella tan justa gobernación que llamaron repartimiento, y después las honestas encomiendas.
Dice aquí el Almirante, que todo esto hacia y daba para que hobiese tiempo de saber de Sus Altezas, qué es lo que mandaban hacer del y de su compañía, pues, como prometieron, no se apartaban. Diole asimismo dos vacas, y dos becerros, y dos yeguas, y veinte puercas, todo de lo del Rey, para comenzar a criar, porque se lo pedia, y aun creo que fueron dos pavos de los de Castilla; y no le osaba negar n ada. Pero lo que más él pretendió por hinchir mejor las manos, y le concedió el Almirante, fue aquel gran rey Behechío con sus gentes y vasallos, en la provincia de Xaraguá, donde él, como dije, habia más que Behechio reinado, porque aunque por allí no habia oro, tenia infinitas gentes que pudiera enviar a las minas, donde todos los matara y cogiera entonces mucho dello, si del estado que como Rey tenia tan presto el hilo no se le cortara.
Partióse de aquí de Santo Domingo, para visitar, la tierra adentro, con licencia del Almirante, la cual Dios sabe con qué corazón se la daba, y, llegando al Bonao, instituyó por Alcalde de aquella provincia, en su lugar, a Pedro de Riquelme, uno de los más a él llegados de los con él alzados, reservando para sí la jurisdicción en lo criminal, y que, siendo necesario prender alguno en los criminales casos, lo prendiese y enviase a la fortaleza de la Concepción, donde, hasta que él mandase lo que se habia de hacer, con prisiones le guardasen; cosa muy temeraria, y que él no podia hacer, aunque en la verdad se le hobiera dado el oficio jurídica y voluntariamente por el Almirante, cuanto más que ni en lo uno ni en lo otro tenia ni podia nada. Mucho sintió esto el Almirante, porque le usurpaba la superioridad de Visorey y Gobernador, y en la capitulación y concierto hecho, y la provisión a él dada, no se le habia concedido sino que sólo fuese Alcalde, y no que criase a otros Alcaldes. El Riquelme trabajaba, después de ido Roldan, de hacer una fortaleza en un lugar fuerte en aquella provincia del Bonao, lo que debia ser artificio de ambos para se hacer más fuertes, cuando fuera menester, contra el Almirante; contradíjole un Pedro de Arana, hombre muy honrado, tio de D. Hernando, segundo hijo del Almirante, y escribiólo al Almirante, e yo vide la carta: luego el Almirante le envió a mandar que no hiciese cosa en ello hasta que se lo mandase.